martes, 13 de octubre de 2009

EPÍSTOLA DEL FUEGO FILOSÓFICO

Jean Pontanus

Traducción: A. Ballester



Introducción:

Tenemos el gran placer de ofrecer a nuestros lectores esta auténtica perla de la literatura alquímica del s. XV, titulada en latín Epístola de Igne Philosophorum de Johannes Pontanus.

En la introducción a la traducción francesa (1), su autor interpreta el seudónimo de nuestro autor anónimo:

Pontanus procedería de dos palabra griegas, pontios, que designa la divinidad del mar y anuo, que significa ‘lo que acaba o realiza una obra’; es el «medio» sin el cual es imposible llevar a cabo una labor.

Recomendamos encarecidamente a todos los inquisidores de la ciencia hermética, la atenta y repetida lectura de esta breve enseñanza de un maestro verdadero.

Epístola del fuego filosófico

Yo, Jean Pontanus, he visitado múltiples regiones y reinos -a fin de conocer verdaderamente qué es la Piedra de los Filósofos- y después de haber recorrido los confines del mundo sólo he encontrado falsos filósofos y farsantes. Sin embargo, por un continuo estudio de los libros de los Sabios, aumentándose mis dudas, he encontrado la verdad; pero aún conociendo la materia he errado doscientas veces antes de poder encontrar la operación práctica de esta verdadera materia.

Primero, empecé mis operaciones por las putrefacciones del cuerpo de esta materia durante nueve meses y no encontré nada. Durante algún tiempo la puse al baño maría y del mismo modo erré.

La mantuve y puse en un fuego de calcinación durante tres meses, y operé mal. Intenté y probé todos los géneros y modos de destilaciones y sublimaciones, según lo que los Filósofos dicen o parecen decir, por ejemplo Geber, Arquelaos y casi todos los demás y tampoco encontré nada.

Por último, intenté alcanzar y perfeccionar el objeto de todo el Arte de Alquimia, de todas las maneras imaginables: por el estiércol, el baño, las cenizas y por otros mil géneros de fuego que los Filósofos mencionan en sus libros; pero no descubrí nada válido.

Por lo cual, durante tres años seguidos estudié los libros de los Filósofos, sobre todo el único Hermes, cuyas breves palabras comprenden todo el magisterio de la Piedra, aunque hable de un modo muy obscuro de las cosas superiores e inferiores, del Cielo y de la Tierra.

Por lo tanto, toda nuestra aplicación y nuestros cuidados sólo deben estar dirigidos hacia el conocimiento de la verdadera práctica, en la primera, segunda y tercera Obra .

No se trata del fuego de baño, de estiércol, de cenizas ni ninguno de los otros fuegos que nos evocan y describen los filósofos en sus libros.

Entonces, ¿cuál es aquél fuego que perfecciona y acaba la Obra entera desde el principio hasta el final? Ciertamente, todos los Filósofos lo han ocultado; pero yo, con movido por un impulso de misericordia, quiero declararlo junto con la completa realización de toda la Obra.

La Piedra de los Filósofos es única y es una, pero oculta y envuelta en la multiplicidad de distintos nombres y antes de que puedas conocerla pasarás muchas fatigas; difícilmente la encontrarás por tu propio ingenio. Es acuosa, aérea, ígnea, terrestre, flemática, colérica, sanguínea y melancólica. Es un azufre y también plata viva.

Tiene varias superfluidades que, te lo aseguro por el Dios viviente, se convierten por medio de nuestro fuego en verdadera y única Esencia. Y quien -creyéndolo necesario- separe alguna cosa del objeto, seguro que nada sabe de Filosofía. Ya que lo superfluo, lo sucio, lo inmundo, lo vil, lo fangoso y por lo general toda la substancia del objeto se perfecciona por medio de nuestro fuego en un cuerpo espiritual fijo. Esto, los Sabios nunca lo han revelado, y , como consecuencia, pocas personas llegan a este Arte, pues imaginan que algo sucio y vil debe ser separado .

Ahora debemos manifestar y extraer las propiedades de nuestro fuego; si este conviene a nuestra materia tal como lo he dicho, es decir, si es transmutado junto con la materia. Dicho fuego no quema la materia, nada separa de ella, no divide ni aparta las partes puras de las impuras, tal como dicen todos los Filósofos, pero convierte todo el objeto en pureza. No sublima a la manera de Geber, Arnaldo y todos los demás que han hablado de sublimaciones y destilaciones. En poco tiempo se realiza y perfecciona .

Este fuego es mineral, invariable y continuo, no se evapora si no es excitado en exceso; participa del azufre, es tomado y proviene no de la materia sino de otro lugar.

Todo lo rompe, disuelve y congela, igualmente congela y calcina; es difícil de encontrar por la industria y por el Arte. Dicho fuego es compendio y resumen de toda la Obra, sin tomar ninguna otra cosa o por lo menos poco, este mismo fuego se introduce y es de débil ignición; porque con este pequeño fuego es realizada toda la Obra y juntas son hechas todas las requeridas y debidas sublimaciones.

Los que lean a Geber y todos los demás Filósofos, aunque vivieran cien millones de años, no podrían comprenderlo, pues este fuego sólo se puede descubrir por la única y profunda meditación del pensamiento, después será posible comprenderlo en los libros, y no de otra manera. Por lo tanto, el error en este Arte es no encontrar este fuego, que convierte la materia en la Piedra de los Filósofos.

Concéntrate, pues, en este fuego, porque si yo lo hubiese encontrado en primer lugar no hubiese errado doscientas veces sobre la propia materia.

A causa de ello, ya no me sorprende que tantas personas no consigan llegar a la realización de la Obra. Yerran, erraron y errarán siempre, en cuanto a que los Filósofos sólo han puesto su propio agente en una sola cosa, que Artefius ha nombrado, pero hablando sólo para sí mismo. Si no fuese porque he leído a Artefius, lo he oído y comprendido nunca hubiese llegado a la realización de la Obra.

He aquí cuál es dicha práctica: se debe tomar la materia con gran diligencia, triturarla físicamente y colocarla en el fuego, es decir, en el horno; pero también hay que conocer el grado y la proporción del fuego. A saber, es preciso que el fuego externo tan sólo excite la materia; en poco tiempo este fuego, sin manipularlo para nada, ciertamente realizará toda la Obra. Ya que putrifica, corrompe, engendra y perfecciona la obra entera, haciendo aparecer los tres principales colores, el negro, el blanco y el rojo. Y mediante nuestro fuego la medicina se multiplicará, si está conjunta con la materia cruda, no sólo en cantidad sino también en virtud.

Busca, pues, este fuego con todas las fuerzas de tu espíritu y llegarás a la meta que te has propuesto; pues él es quien hace toda la Obra y es la llave de todos los Filósofos, y en sus libros nunca la han revelado. Si piensas muy profundamente en las propiedades de este fuego antes descrito, lo conocerás, pero de otro modo, no.

Así pues, conmovido por un impulso de misericordia he escrito esto, pero para quedar satisfecho debo decir que el fuego no está en absoluto transmutado con la materia como dije antes. He querido decirlo y advertir a los prudentes de estas cosas, para que no gasten inútilmente su dinero y sepan de antemano lo que deben buscar, por este medio llegarán a la verdad del Arte, de otra manera, no.

A Dios





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1. Introducción de M. Bernard Biebel. Ed. de la Maisnie, Paris 1981.

2. El texto original de la Epístola del fuego del fuego filosófico se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, manuscrito 19969. Una transcripción del mismo existe en el Theatrum Chimicum, p. 816 del tomo III, en la edición de 1602.

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