domingo, 24 de enero de 2010

EL ÁRBOL SEFIRÓTICO. J. M. Rotger


Los Maestros de la Tradición enseñan que el objeto principal de la búsqueda del hombre, conocer a Dios, sólo se alcanza por medio de un don, es decir, que se trata de algo que se da y se recibe, éste es el sentido de la palabra «Cábala».

Por lo tanto, este objetivo no se logra por elucubración personal o como quien resuelve una ecuación, sino que se realiza como por succión del fruto de un árbol, absorbiendo su esencia, así lo describe Isaac, el ciego, en su comentario al Sefer Yetsirá I, 1.

En el Apocalipsis de San Juan (XXII, 14) está escrito: «Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al Árbol de la Vida...» Este árbol «fuente de vida eterna» (Génesis III, 22), es el que caracteriza al Paraíso Terrenal, y ¿qué puede ser fuente de vida eterna sino Dios mismo?

Pero resulta que Dios sólo puede ser accesible al hombre en tanto que manifiesto y localizado. Es por ello precisamente, por lo que el punto de referencia principal de los cabalistas lo constituye el Mundo divino o Manifestación divina, al que simbolizan mediante un esquema: el Árbol sefirótico; que siempre se mantendrá como punto de referencia, directa o indirectamente, en todos sus escritos.

La palabra sefirá, singular de sefirot, proviene de la raíz SFR, que significa: ‘numerar’, ‘contar’, ‘explicar’, ‘escribir’, ‘instruir’ y ‘determinar’; pero que los cabalistas usan en el sentido de «emanación divina».

Este término, empleado en dicho sentido, aparece por primera vez en el Libro de la Formación, Sefer Yetsirá; libro de autor anónimo que parece ser anterior al siglo VI.

De las sefirot, el Sefer Yetsirá sólo nos dice que son diez y, en un lenguaje que recuerda al de los filósofos herméticos, las «describe», si es que así puede decirse, pero no les da un nombre propio. En el Bahir se empezará a hacerlo y los cabalistas provenzales los establecerán definitivamente.

El Sefer Yetsirá empieza de la siguiente manera: «En treinta y dos vías secretas de Sabiduría, Dios -aquí aparecen diez nombres de la divinidad-, santificado sea su Nombre, estableció y creó su Mundo».

Lo primero que salta a la vista es que dice «su Mundo»; quizá porque no se trata del mundo caído, sino del Mundo de la divinidad.

También dice que son «treinta y dos vías». Es cuanto menos curiosa esta cifra, pues corresponde a la palabra hebrea LeB, ‘corazón’, y ningún conocedor ha dejado de afirmar que sólo a través del corazón se puede llegar a Dios.

Continúa y acaba esta sección diciendo cuáles son estas treinta y dos vías: «Diez Sefirot belimá y veintidós letras de fundamento -las veintidós letras del alfabeto hebreo-»".

Esto refleja claramente la estructura gráfica del Arbol Sefirótico, formado por diez «esferas» y veintidós «canales» que las ligan entre sí.

Pero este Mundo de la divinidad no es un todo cerrado; en realidad, tal como hemos dicho, corresponde a su aspecto manifestado que, simplificando, podemos decir se desarrolla a partir de su aspecto no manifestado, llamado Ein Sof o ‘Sin Límite’, del que no se puede decir nada. «De Él no se ha de hacer ni un fin ni un comienzo» (Zohar II, 239a).

Así pues, las sefirot serían como una concretización cada vez más fuerte de este Ein Sof. Pero, ¿cómo se realiza?

El Ein Sof, el Incognoscible, piensa y este pensamiento es ya una primera manifestación, que sería como una nube, un rocío extremadamente sutil, que corresponde a la primera sefirá, Keter, ‘Corona’.

A partir de Keter se manifiestan otras dos sefirot, Jokhmá, ‘Sabiduría’ y Biná ‘Inteligencia’. Estas tres sefirot constituyen el Mundo de la Emanación o Atsilut, y a partir de ellas se forma toda la Creación, que se establece mediante tres columnas: la de la Misericordia a la derecha, la del Rigor a la izquierda y la de la Justicia en medio; encabezadas, respectivamente por las tres sefirot siguientes: Jesed, ‘Gracia’ o Guedulá, ‘Clemencia’, Gueburá, ‘Rigor’ y Tiferet, ‘Belleza’, que forman el Mundo de la Creación, Beriá.

Debajo del Mundo de la Creación se encuentran otros dos: el Mundo de la Formación o Yetsirá, constituido a su vez por tres sefirot dispuestas de la misma manera que las anteriores: Netsáj, ‘Triunfo’, Hod, ‘Gloria’ y Yesod, ‘Fundamento’. Y el Mundo de la Acción, Asiá, formado por una única sefirá, Malcut, ‘el Reino’.

Rabí Ashlag, cabalista contemporáneo, comentarista y traductor del Zohar al hebreo, después de enumerar las diez sefirot, explicó sobre ellas lo siguiente(1):

«Pero sólo son cinco las principales: Keter, Jokhmá, Biná, Tiféret y Malcut, [puesto que la sefirá Tiféret contiene dentro de ella seis sefirot: Jesed, Gueburá, Tiféret, Netsáj, Hod y Yesod] que corresponden a cinco aspectos: Cara Larga, Padre y Madre, Cara Corta y Hembra.

Keter es llamada Cara Larga; Jokhmá y Biná, Padre y Madre; y Tiféret y Malcut, Cara Corta y Hembra, respectivamente.

Y has de saber que el secreto de los siete días de la Creación corresponde al secreto de dos de estos aspectos: Cara Corta y Hembra, de los que emanan. Pues en ellos hay siete sefirot: Jesed, Gueburá, Tiféret, Netsáj, Hod, Yesod y Malcut.»

Así pues, la obra de la Creación aparece a partir de la Unión de Malcut con Tiféret, a los que también se les llama, respectivamente: el Rey y la Reina o Matrona, el Santo, bendito Sea y la Shejiná o Presencia Divina, Sol y Luna, Cielo y Tierra, Esposo y Esposa, etc.

Se podría decir que, para el cabalista, el escenario del drama de la caída o exilio del hombre es el caos anterior a la Creación, y ésta no es tal, no existe orden, mientras que la Shejiná, aspecto femenino de la Divinidad, en exilio con el pueblo de Israel, no se una con el Santo, bendito sea, aspecto masculino de la Divinidad, a través de Yesod, simbolizada por el Justo, de quien la Escritura nos dice que es el «fundamento del Mundo». (Proverbios X, 25).

Mientras no ocurre esta Unificación, sólo conocemos a Dios bajo su aspecto de Rigor, simbolizado por la columna de la izquierda del Arbol Sefirótico. El Justo, dulcifica el Rigor con la Misericordia, columna de la derecha, y manifiesta la columna central.

Este es el gran misterio de la Unidad de Dios del que son su testimonio los profetas.



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1. Ver Zohar im Pirush haSulam, vol. I, pág. 131

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