miércoles, 13 de enero de 2010

TEXTOS TAOÍSTAS

Fuente del Texto: LA PUERTA

Selección, C. del Tilo
Traducción, J. Lohest


Lo que se enseñó es la doctrina tradicional,
viga maestra que la muerte no alcanza.
Me aplico en actuar según los Padres de la tradición.

Lao-Tsé

Presentación

Ofrecemos al lector una selección de textos pertenecientes a los tres máximos representantes del taoísmo: Lao-Tsé, Li-Tsé y Choang-Tsé, los maestros de la tradición china que vivieron entre los siglos VI y IV a. de C. Del primero de ellos, Lao-Tsé, llamado Viejo Maestro (570 a. de C. - 490 a. de C.) sabemos muy poco, pues borró las huellas de su paso por esta vida de forma deliberada, cosa común a muchos de los sabios que en el mundo han sido. Otro tanto hizo Li-Tsé, de quien dice la tradición taoísta que vivió pobre y desconocido, aunque antes de morir, sus discípulos recopilaron por escrito lo esencial de su enseñanza, en el año 398. Como los anteriores, Choang-Tsé vivió igualmente sin dejar casi rastro de su existencia. La tradición taoísta afirma que, de los tres, sólo Lao-Tsé escribió. Tres autores y una sola doctrina, de difícil asimilación en el Occidente judeocristiano, en primer lugar por la dificultad que supone enfrentarse a un texto escrito en una lengua que representa las ideas y los conceptos abstractos por medio de imágenes.

Sin embargo, una obra inmortal actúa siempre, y el espíritu que la inspiró puede también inspirar al buscador de hoy, puesto que la Verdad es una, y las diferentes tradiciones de la humanidad se asemejan mucho más entre ellas de lo que una visión exterior podría suponer. He aquí un breve ejemplo: el término chino king (Tao Te King) designa originariamente un tejido o trama, pero también libro y libro sagrado. Lo mismo ocurre en el latín, pues textus significa tanto tejido y trama, como texto o narración, y ambos proceden de texo, tejido, trama.

Hemos querido ocuparnos del taoísmo porque sus textos exhortan a la búsqueda radical de Dios en este mundo, de ahí que sea una doctrina estrictamente esotérica que, como decía Louis Cattiaux, enseña la coagulación, y no sólo la disolución separadora. No puede ser pues, una religión, sino una Escuela en la que de nada sirven fórmulas y rituales: todo es vano e inútil excepto el efectivo conocimiento del Tao.

Su sabiduría se opone diametralmente al saber de este mundo, pues elogia lo inútil, lo despreciable, lo inexpresable, lo que atenta contra la razón. Esta forma oriental de hermetismo se presenta como una ascesis que trastorna nuestros valores y costumbres, en la que no tienen plaza la moral mundana ni nuestra buena voluntad particular. El taoísmo arruina por igual el discurso de los místicos y el de los intelectuales: se trata de hacer no haciendo, de actuar reposando, de llenarse vaciándose; hay que robar el cielo y unirlo a la tierra. Los Adeptos de todos los tiempos comprenden el lenguaje de esta sabiduría, que hoy presentamos a nuestros lectores.



TEXTOS TAOÍSTAS

(extractos)



La naturaleza da lecciones,
pero no recibe ninguna.

El Mensaje Reencontrado I,


Pasar por loco, incapaz, perezoso o idiota y
no afligirse por ello, se parece a la sabiduría.

El Mensaje Reencontrado V, 58





Fragmentos de Lao-tsé

El hombre vulgar es rico (de conocimientos variados), mientras que yo soy pobre (habiendo dejado toda cosa inútil) e ignorante, de tanto haberme purificado. Ellos aparecen llenos de luces, y yo oscuro. Ellos buscan y escrutan, yo permanezco concentrado en mí mismo. Indeterminado como la inmensidad de las aguas, floto sin cesar. Ellos están llenos (de talentos), y yo soy limitado e inculto.

Así, difiero del hombre vulgar, porque venero e imito a la madre nodriza universal, el Principio.

*

Es de un ser de origen desconocido que existió antes que el cielo y la tierra, imperceptible e indefinido, único e inmutable, omnipresente e inalterable, la madre de todo lo que existe.

*

El Principio no tiene nombre propio. Es la naturaleza. Esta naturaleza tan escondida es más poderosa que cualquier cosa. Si los príncipes y el emperador se someten a ella, todos los seres se volverán espontáneamente sus colaboradores; el cielo y la tierra, actuando en perfecta armonía, derramarán un dulce rocío (el signo más fasto posible); el pueblo será dominado sin violencia.

*

El Principio da la vida; su virtud hace crecer, protege, perfecciona, madura, mantiene, cubre (todos los seres). Cuando nacen, no los acapara, los deja actuar libremente, sin explotarlos; los deja crecer sin tiranizarlos. He aquí la virtud trascendente.

*

¿Por qué los antiguos consideraban tanto el Principio? ¿No es porque es la fuente de todos los bienes y el remedio a todos los males? ¡Lo que hay de más noble en el mundo!

*

El cielo vuelve caritativos a los que desea buenas cosas.

*

Poniéndose al servicio de los hombres es como se los amaestra.

*

Lo que enseño (dice Lao-Tsé) es de fácil comprensión y práctica y, no obstante, el mundo no lo quiere comprender ni practicar.

Mis preceptos y métodos proceden de un principio y de un procedimiento superior, el Principio y su Virtud.

El mundo no reconoce el Principio que me dirige, es por ello que no me conoce. Muy pocos me entienden. Aquí está mi gloria. Me ocurre como al sabio, que es desconocido por el hombre vulgar debido a sus ademanes groseros, aunque tenga el seno lleno de piedras preciosas.

Fragmentos de Li-tsé

Li-tsé dijo: Cogidos por separado, el cielo y la tierra no tienen todas sus capacidades, un sabio no tiene todos los talentos, un ser no tiene todas las propiedades. El cielo da la vida y cubre, la tierra proporciona la materia y lleva, el sabio enseña y enmienda, los seres tienen cada uno de ellos sus propias cualidades limitadas. El cielo y la tierra tienen sus carencias respectivas que compensan recíprocamente.

*

En el país de Tsoi, un tal Kouo era muy rico. En el país de Song, un tal Hiang era muy pobre. El pobre fue a preguntar al rico cómo había procedido para enriquecerse.- Robando, le contestó aquel.- Cuando empecé a robar, al cabo de un año tuve lo necesario, a los dos años tuve la abundancia, a los tres, la opulencia y así me convertí en un gran notable.

Aunque Hiang se confundió respecto al término robar, no pidió más explicaciones. Colmado de alegría, se despidió de él y se puso inmediatamente manos a la obra. Saltando tapias o atravesándolas, se apoderaba de todo cuanto podía. Prestamente arrestado, tuvo que devolverlo todo e incluso perdió lo poco que poseía anteriormente, demasiado feliz por haberse salido de forma tan leve del asunto. Convencido de que Kouo le había engañado, le fue a pedir cuentas.

-¿Cómo te las arreglaste? preguntó Kouo, asombrado.

Cuando Hiang le hubo contado sus maneras... -¡Ah, dijo Kouo, no es con este tipo de robo que me he enriquecido! Yo, según el tiempo y las circunstancias, he robado las riquezas del cielo y la tierra, de la lluvia, de los montes y valles. Me apoderé de aquello que había hecho crecer y madurar los animales salvajes de las praderas, los peces y las tortugas acuáticas. Todo cuanto tengo, lo robé a la naturaleza, pero antes de que fuera de alguien; sin embargo, tú robaste lo que el cielo ya había dado a otros hombres.

Hiang se marchó descontento, convencido que Kouo seguía engañándole. Se encontró con el Maestro del barrio del este y le contó su caso. -¡Pues claro!-, le contestó éste; toda apropiación es un robo. Pues si el ser, la vida, es el robo de una parcela de la armonía del ying y del yang, con más razón, cualquier apropiación de un ser material es un robo a la naturaleza. Pero hay que distinguir entre robo y robo. Robar a la naturaleza es el robo común que todos cometen y que no es castigado. Robar a alguien es el robo particular que los ladrones cometen y que es castigado. Todos los hombres viven de robar el cielo y la tierra y no por ello son ladrones.

*

Seguido por una cuarentena de discípulos, Li-Tsé fue a casa de Nan-kouo-tsé. Este estaba tan perdido en la abstracción que fue imposible entablar cualquier conversación. Echó sobre Li-Tsé una mirada vaga sin dirigirle ninguna palabra, luego, dirigiéndose a los últimos discípulos, les dijo: -Celebro que busquéis la verdad con coraje... No dijo más.

Los discípulos regresaron muy sorprendidos. Li-Tsé les dijo: ¿De qué estáis sorprendidos? Aquel que ha obtenido lo que pedía, ya no habla. Lo mismo ocurre con el sabio que calla una vez ha encontrado la verdad. El silencio de Nan-kouo-tsé es más significativo que cualquier palabra. Su aspecto apático encubre la perfección de la ciencia. Este hombre no habla ni piensa porque lo sabe todo. ¿De qué os extrañáis?

Fragmentos de Choang-Tsé

El maestro carpintero Cheu, en su viaje en el país de Tsí pasó junto al roble que sombreaba el cerro del genio del suelo, en Köiu-yuan. El tronco de este famoso árbol podía esconder un buey. Se elevaba recto a ochenta pies de altura y esparcía unas ramas maestras, en cada una de las cuales se habría podido excavar una lancha. La gente acudía por decenas para admirarlo.

El carpintero pasó junto a él sin echarle ninguna mirada.

Pero, ¡mirad!, le dijo su aprendiz. Desde que manejo el hacha jamás he visto una pieza de madera tan hermosa. ¡Y ni se digna a mirarla!

He visto, dijo el maestro. Inadecuado para hacer una barca, un ataúd, un mueble, una puerta, una columna. Madera sin utilidad práctica. Vivirá mucho tiempo.

Cuando el maestro carpintero Cheu volvió de Tsí, pernoctó en Köiu-yuan. El árbol se le apareció en sueños y le dijo: Sí, los árboles de madera hermosa son talados jóvenes. A los árboles frutales se les rompen las ramas con el frenesí de robarles los frutos. Su utilidad les resulta fatal a todos. Asimismo, yo también soy feliz de ser inútil. A los árboles, nos ocurre lo mismo que a los hombres. Si eres un hombre útil, no llegarás a viejo.

A la mañana siguiente, el aprendiz preguntó al maestro: si este gran árbol es feliz de ser inútil, ¿por qué se dejó hacer genio del lugar?

Lo plantaron allí sin preguntarle su parecer, dijo el maestro, y además le importa un comino. No es la veneración popular que protege su existencia, sino su incapacidad para las utilidades comunes. Su acción tutelar se reduce a no hacer nada. Tal es el sabio taoísta, que es colocado allí a pesar suyo y se abstiene de actuar.

*

Al producir los bosques, la montaña atrae a aquellos que la despojarán. Al dejar gotear su grasa, la carne activa el fuego que la asa. El canelero es cortado porque su corteza constituye un condimento apreciado. Se entalla el árbol de barniz para hurtarle su valiosa savia. La casi totalidad de los hombres se imagina que ser juzgado apto para algo es un bien. En realidad, lo que es una ventaja es ser considerado inepto para todo.

*

Convertid el no-actuar en vuestra gloria, en vuestra ambición, en vuestro oficio, en vuestra ciencia. El no-actuar no desgasta. Es impersonal. Devuelve lo que ha recibido del cielo sin guardar nada para sí. Es esencialmente un vacío.

El hombre superior no ejerce su inteligencia sino a la manera de un espejo. Sabe y conoce sin acarrear atracción ni repulsión, sin que ninguna huella persista. Siendo así, es superior a todas las cosas y neutro respecto a ellas.

*

No, no alabaré a aquel que ha violentado su naturaleza por la práctica de la bondad y de la equidad. No alabaré a aquel que se ha dedicado al estudio de los sabores o de los sonidos, o de los colores aún cuando fuera célebre como U-eull, como Cheu-koang, como Li-Chou. No, el hombre no es bueno por practicar la bondad o la equidad artificial. Es bueno por el ejercicio de sus facultades naturales. Aquel que sigue sus apetitos naturales utiliza correctamente sus gustos. Aquel que escucha su sentido íntimo utiliza correctamente su oído. Aquel que no mira más que a sí mismo utiliza correctamente su vista. Aquellos que miran y escuchan a los demás, fatalmente toman algo de las maneras y juicios de los demás, en detrimento de la rectitud de su sentido natural. A partir del momento en que se han desviado de su rectitud natural, que tengan la fama de bandolero como Chee o de sabio como Pai-i, poco me importa; a mi juicio no son más que hombres desviados. Ya que para mí, la regla consiste en la conformidad o disconformidad con la naturaleza. La bondad y la equidad artificial son para mí tan odiosas como el vicio y la depravación.

*

En el centro de todas las cosas y superior a todas ellas, se encuentra la acción productora del Principio supremo. El Principio supremo es único y se transforma en acción productora. Trascendente y actuando sin cesar, es el Cielo (el instrumento físico de la acción productora del Principio). Por ello, los sabios adoptan como norma dejar hacer al cielo sin ayudarle, dejar actuar la acción productora sin interferir, dejar el primer Principio libre, sin pretender platicar en su lugar.

*

Cheu-Choeng-koi se fue a visitar a Lao-tsé y le dijo: he oído decir que eres un sabio y he recorrido muchas tierras para venir a verte. He andado durante cien días, hasta tener la planta de los pies callosa, y he aquí que me percato de que no eres un sabio, pues haces conservar indefinidamente los restos de tus comidas; has maltratado a tu hermana porque las ratas hurtaron unas pocas legumbres.

Lao-tsé, con la mirada distraída le dejó hablar y no respondió palabra.

Al día siguiente Cheu-Choeng-koi volvió a casa de Lao-tsé y le dijo: ayer te culpé. Tu silencio me ha hecho reflexionar. Te pido disculpas.

Hago tan poco caso de tus disculpas como de tus reproches, dijo Lao-tsé. Me he desprendido de todo deseo de hacerme llamar sabio, trascendente. Aún cuando me tratases de buey o de caballo, no replicaría nada. Incluso si lo que dicen es verdadero o si es falso, dejar hablar a los hombres es ahorrarse la molestia de contestarles. Mi principio consiste siempre en dejar decir. Mi silencio de ayer fue una aplicación de ello.

Entonces Cheu-Choeng-koi pasó en torno a Lao-tsé, evitando pisar su sombra; luego, presentándosele cara a cara le preguntó lo que debía hacer para enmendarse. Lao-tsé le contestó con repulsa: ¡Tú, ser enmascarado cuyos ademanes y gestos denotan pasiones indómitas e intenciones desviadas! ¿pretendes impresionarme y hacerme creer que estás deseoso y eres capaz de cultura? ¡Ve, pues confío tan poco en ti como en cualquier bandolero de fronteras!

*

El espíritu del sabio está dominado por una idea única y fija, no intervenir, dejar actuar la naturaleza y el tiempo.

*

Aquellos que conocen la naturaleza no intentan expresarla con palabras; los que lo intentan, muestran con ello que no la conocen. El hombre vulgar yerra buscando en los libros de las verdades; no contienen sino ideas trucadas. Un día, mientras que el duque Hoan de Tsoi estaba leyendo en la sala alta, el carretero Pien estaba trabajando en la confección de una rueda en el patio. De pronto, dejando su martillo y su cincel, subió las escaleras, se dirigió al duque y le preguntó: -¿Qué estás leyendo? -Las palabras de los sabios, respondió el duque. -¿De los sabios vivos? preguntó Pien. -De los sabios muertos, dijo el duque. -¡Ah! dijo Pien, los detritus de los antiguos. Irritado, el duque le dijo: Carretero, ¿en qué te metes? Apresúrate a disculparte o mando que te sentencien a muerte. -Me disculparé como un hombre de mi oficio, exclamó el carretero. Cuando fabrico una rueda, si lo hago con poca intensidad, el resultado será débil; si lo hago con mucha intensidad, el resultado será macizo; si lo hago, no sé como, el resultado será conforme a mi ideal, una buena y hermosa rueda; soy incapaz de definir este método; es un truco que no puede ser expresado, hasta tal punto que no he podido enseñárselo a mi hijo y a mis setenta años, para obtener una buena rueda todavía es necesario que la haga yo mismo. Los antiguos sabios difuntos cuyos libros estás leyendo, ¿acaso han podido hacerlo mejor que yo? ¿han podido depositar en sus escritos sus trucos, su genio, lo que hacía su superioridad frente al hombre vulgar? De lo contrario, los libros que lees no son, como he dicho, más que los detritus de los antiguos, el desperdicio de sus espíritus, los cuales han dejado de ser.

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La naturaleza no se modifica, el destino no cambia, el tiempo no puede ser detenido, la evolución no puede ser obstruida. Dejad que las cosas sigan su curso natural y triunfaréis. Id en contra y fracasaréis.

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El detentor de un excelente sable de Kan-ue, lo conserva cuidadosamente en su vaina y sólo lo utiliza en grandes ocasiones por temor a gastarlo en vano. ¡Qué extraño! la mayoría de los hombres se esfuerzan menos en la conservación de su espíritu vital que no obstante es más valioso que el mejor filo de Kan-ue. Pues este principio de vida se extiende en todo, desde arriba del cielo hasta abajo en la tierra, en todas las transformaciones de todos los seres, y es tan poco sensible que no puede ser figurado, confundiendo su acción con la del Soberano (se entiende el Soberano cósmico, el alma del mundo). Integridad y pureza conservan el alma e impiden que se desgaste. En su estado de integridad y pureza entra en comunión con la regla celeste.

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El abandono de las preocupaciones y de los asuntos conservan la vida, ya que este abandono preserva el cuerpo del cansancio y el espíritu vital del desgaste. Aquel cuyo cuerpo y espíritu vital están intactos y despiertos, está unido a la naturaleza. Y la naturaleza es padre y madre de todos los seres. El ser es formado por condensación y es deshecho por disipación para convertirse en otro ser. Y si en el momento de esta disipación, su cuerpo y su espíritu están intactos, entonces es capaz de transmigrar. Quintaesenciado, se convierte en cooperador del cielo.

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Imaginemos una chalana que atraviesa un río. Si una barca vacía, a la deriva, viene y choca con ella, los marineros, aun siendo irascibles, no se enfadarán, porque no hay nadie que ha entrado en conflicto con ellos, puesto que la barca estaba vacía. Si por el contrario, hay alguien en la barca, gritos e insultos saldrán inmediatamente de la chalana. ¿Por qué? Porque ha habido un conflicto de personas... Aquel que habrá podido despojarse incluso de su personalidad, podrá recorrer el mundo entero sin experimentar ningún conflicto.

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Un subalterno no debe rebelarse contra las decisiones de su superior. ¡Tanto más el deber de la sumisión incumbe a cada hombre respecto al cielo!

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El apogeo del ying (condensado en la tierra) es la pasividad tranquila. El apogeo del yang (condensado en el cielo) es la actividad fecunda. La pasividad de la tierra ofreciéndose al cielo, la actividad del cielo ejerciéndose en la tierra, de ambos nacieron todos los seres.

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Para llegar a conocer el Principio, se debe ante todo no pensar, no reflexionar. Para llegar a comprenderlo, no hay que tomar ninguna posición, no hacer nada. Para llegar a alcanzarlo, no hay que partir de ningún punto preciso ni seguir ninguna vía determinada... El adagio dice: Quien sabe no habla; quien habla, enseña que no sabe nada. El sabio no habla ni siquiera para enseñar.

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Escuchad esta historia: Un hombre tenía miedo de la sombra de su cuerpo y de la huella de sus pasos. Para liberarse de ello, decidió huir. Pero cuanto más pasos daba, más huellas dejaba. Por rápido que corriera su sombra no le dejaba. Persistiendo a pesar de todo en creer que la adelantaría, corrió tanto y tanto que acabó muriendo. ¡Qué imbécil! Si se hubiera sentado en un lugar cubierto, su cuerpo no habría proyectado ninguna sombra; si hubiera estado quieto, sus pies no habrían producido huellas. Sólo habría tenido que estar tranquilo y todos sus males habrían desaparecido.

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No venerar a un anciano es no respetar los ritos. No honrar a un sabio es carecer de juicio. No inclinarse ante la virtud que irradia de otra persona es perjudicarse a sí mismo. ¡Recuérdalo, ganso! Y si esto es cierto para cualquier virtud, tanto más lo es para la ciencia del Principio, por el cual todo lo que es subsiste, cuyo conocimiento es vida y su ignorancia es muerte. Conformarse al Principio proporciona el éxito, oponerse a él, el fracaso asegurado. El deber del sabio es honrar la ciencia del Principio donde la hallare. Ahora bien, este viejo pescador la posee. ¿Acaso podía no honrarle como lo he hecho?

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Cantidad de recetas han sido inventadas por diferentes autores para gobernar el mundo, cada uno ha ofrecido la suya como si fuese la más perfecta. Sin embargo, todas han resultado ser insuficientes. Sólo hay un único procedimiento eficaz, dejar actuar el Principio sin contrarrestarlo. Está por todas partes, lo penetra todo. Si los influjos trascendentes bajan del cielo y suben de la tierra, si existen sabios, es gracias a él, inmanente en el todo universal. Cuanto más estrecha sea su unión con el Principio, más perfecto será el hombre. Los grados superiores de esta unión producen los hombres celestes, los hombres trascendentes, los hombres superiores.

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