sábado, 3 de abril de 2010

Las Corrientes Telúricas


¿Influyen nuestro Comportamiento?

Son las tres de la tarde. Invitado en ese castillo de la Beauce, me instalo en un escritorio y comienzo a escribir una carta. Pero pronto el sueño me invade, lucho, varias veces casi he caído de bruces sobre la página. No, no es posible, es una coincidencia. Me sacudo. Lo siento por mi carta, voy a desentumecerme al parque.

En el jardín hay un asombroso frescor, un perfume de musgo y hierbas silvestres cerca del riachuelo que lo bordea; me siento, me recuesto. Y me duermo.

- “Y bien, ¡ yo no le había mentido !”

Abro los ojos. Mi anfitrión me mira divertido, riéndose de mi incredulidad. El me había prevenido. Incluso me había invitado para eso. “Venga al castillo - me había dicho - y constatará un fenómeno extraño. Nadie puede realmente trabajar. Todo el mundo experimenta un aletargamiento permanente, todo el mundo se duerme ahí abajo”.

No le había creído, y había aceptado su invitación como un desafío. Ahora estoy convencido por la demostración, y soy yo quien pide explicaciones. “Es muy simple - me respondió - el castillo está construido en una zona de excepcional actividad magnética terrestre. Y la opinión general es que esta actividad magnética de la Tierra influye sobre el comportamiento de todos los que viven ahí. No me pregunte por qué. Todo lo que sé es que el efecto es inevitable e inmediato. La pregunta se hace desde la antigüedad griega: el magnetismo de la Tierra, ¿influye el comportamiento de los hombres? ¿Es por casualidad qué las antiguas civilizaciones se establecieron sobre zonas de quebradas?»

Poco tiempo atrás, tuve la ocasión de interesarme en la cuestión del magnetismo terrestre. Había encontrado varios eminentes geólogos, dos ingenieros del Instituto Geográfico Nacional, un profesor de física de la Facultad de Ciencias, un investigador de la Oficina de Investigación Geológica y Minera y un célebre vulcanólogo, todos especialistas en radiactividad natural.

Todos habían estado más o menos de acuerdo: uno no puede casi imaginar que las fuerzas que recorren la corteza de nuestro planeta tengan un efecto lo suficientemente poderoso como para modificar la vida del hombre que las experimenta. En todo caso, este efecto no es verificable a lo largo de una vida.

Mis investigaciones personales, los numerosos testimonios recogidos después en el lugar mismo, las constataciones, las aproximaciones entre ciertos puntos geográficos, y la historia de aquellos que han vivido ahí - como en este extraño castillo - me han hecho cambiar de opinión y ponerme en contra de la opinión de algunos científicos.

Los geólogos pueden dar una explicación, pero está fuera de discusión el darles la razón en contra de los fenómenos del mundo. “Cuando uno no comprende, es que eso no existe”. Una vez más tendremos que luchar contra la sobrevivencia del oscurantismo. Científicos sí. cientificistas no.

El castillo de la Beauce no es un caso aislado. Hemos tenido que interesarnos frecuentemente por «lugares encantados» cuando hacíamos otras averiguaciones.

Por ejemplo, sitios llamados «lunares». He ido a ese desfiladero, cerca de Vence, de donde se ha informado de gran cantidad de testimonios acerca de la presencia de Ovnis. ¿Conoce esos páramos bretones donde la radiación de la luna llena tiene proporciones increíbles? ¿Ha visto fotografías de las zonas de neblina que bordean las Bahamas, los dudosos fondos de las Bermudas donde desaparecen aviones y barcos, los fenómenos de «mar blanca» constatados por los astronautas desde sus satélites?

La lista que comprueba las locuras de la Tierra es impresionante. ¿Cómo negar, así nada más, la existencia de todos esos puntos de contacto entre las profundidades de nuestro planeta y la superficie?

En el momento en el que uno estudia seriamente, por fin, la eventualidad de «puertas» a otras dimensiones, ¿habría que rehusar el examen de teorías, bastante simples, probables y fáciles de interpretar por nuestra mente nutrida de lógica y racionalismo?

Me ha parecido evidente - a pesar del escepticismo de los investigadores - que las entrañas de la Tierra, que se desplazan, que desvían los continentes, que hacen que entrechoquen masas enormes de la costra provocando frotamientos inmensos, liberando rocas y materiales en fusión, bien pueden ser un un generador de energías aterradoras que deben algunas veces surtir «efectos de superficie». Sería increíble, por otra parte, que toda esta gigantesca actividad se anule, se compense y equilibre sin que nadie jamás lo perciba.

Felizmente eso es lo que pasa la mayor parte del tiempo; si las fuerzas contenidas se liberaran, en lugar de anularse, haría bastante tiempo que nosotros ya no existiríamos.

De acuerdo, la fusión nuclear en la naturaleza tiene barreras que la hacen improbable, salvo cuando nosotros, aprendices de brujos, la provocamos. Pero también sucede el «accidente»: en el desierto de Morave (USA) se han encontrado trazas de rocas vitrificadas, sin duda debido a muy antiguas explosiones nucleares. Más evidente aún, la tierra tiembla muchas veces por año, se abre, se cierra, escupe periódicamente chorros de lava. Entonces, ¿es necesario constatar todas esas evidencias y al mismo tiempo negar las corrientes eléctricas, los campos magnéticos y los flujos telúricos que inevitablemente se originan?

Esas energías que se pasean bajo nuestros pies existen, de eso podemos estar seguros. En cuanto a determinar exactamente su influencia sobre nuestro cuerpo, nuestros genes, nuestra mente, eso es otra cosa. Primero porque nosotros no estamos acostumbrados a sufrir esos fenómenos. Y he aquí que durante milenios nuestra raza se ha adaptado pacientemente a esas molestias, como los animales, a fin de sobrevivir. Sin duda, entonces, nuestras células se han habituado a recibir parte de estos bombardeos de influjos magnéticos y corrientes migratorias.

La segunda razón que hace este estudio difícil es que la vida humana es extraordinariamente resistente a las agresiones exteriores. Sería necesaria una liberación enorme de energía para matar a un hombre. Y después reaccionaríamos todos de la misma manera. Supongamos que todos devenimos mutantes sobre un aspecto en particular, nadie lo notaría y nadie se alarmaría. ¿Y acaso eso no se ha producido muchas veces desde tiempos inmemoriales? Conozco un pueblo bretón donde casi todo el mundo cojea. Hubo un mutante en este muy cerrado pueblo, en el siglo XVII, época en la que era una aldea en la que uno se casaba entre primos.

Sin embargo, esta es una manera de descubrir las modificaciones que esas influencias terrestres producen en nosotros: estudiar el comportamiento de aquellas personas que viven en lugares donde los fenómenos telúricos son muy intensos, y después compararlo con el de quienes viven en regiones más calmas.

Entonces, ¿dónde están las regiones agitadas? ¿Dónde están las «butacas del diablo», como se llamaba en la Edad Media a las zonas bajo esta influencia? Nosotros nombramos varias hace un momento. Pero necesitaríamos perímetros suficientemente extensos para comparar allí una raza, o al menos una comunidad entera. Un volcán, un circo «lunar», un espacio marítimo, evidentemente no lo permiten.

Quedan las quebradas geológicas. Ellas son una discontinuidad en la naturaleza del suelo. En principio uno no puede decir que esta rotura en la masa terrestre conduzca las energías hasta nosotros. Pero buen número de estas quebradas confirman la profundidad de sus raíces por los temblores que producen. Y ahí uno puede ver la transformación y reacción de toda una población. Las quebradas bajo tensión por una actividad telúrica, productoras de temblores, son conocidas por la tradición mucho antes que por la ciencia. Platón había ya construído un mapa para la cuenca mediterránea. Y él decía que los hombres que la frecuentaban eran más inteligentes que los otros. Esta opinión un poco precipitada se ha esparcido hasta nuestros días. Asociar la inteligencia a la presencia de fenómenos me parece aventurado. Pero es lo que siempre se ha contado, por el particular comportamiento de los etnios del lugar.

¿Dónde están esas quebradas profundas? Todos conocemos trazos de zonas inestables en Europa. Partiendo de Irán, una quebrada grande, sin duda en coincidencia con las trizaduras de las placas tectónicas, sube por Turquía hasta Yugoslavia, Italia del norte, para perderse a lo largo de la costa D'Azur. Otra que parece marcar la separación de placas de la Meseta Continental y de la Península Ibérica, bordea los Pirineos al norte. Me han asegurado que esas dos fracturas eran independientes. Pero me han dicho igualmente, en el Instituto Geográfico Nacional, que sus huellas se pierden en el Golfo de León. Entonces, ¿son verdaderamente independientes? ¿Será necesario creer que todos los pueblos que viven a lo largo de esta línea intercontinental son diferentes de otros? ¿Quién osaría afirmarlo? Yo no lo haría. Pero los invito a seguir en un atlas el camino de la quebrada, y después a comparar esta ruta con aquélla de otras civilizaciones. Vean la Persia de los Hititas, luego las Islas Volcánicas del Mediterráneo oriental, después la Grecia, el mundo romano, luego Languedoc... El paralelismo es notable. ¿No és ese el camino de los Iniciados, que estaría en su totalidad asentado en la butaca del diablo?

Tendremos la ocasión de interesarnos más precisamente en el destino de esos pueblos. Vemos la isla de Creta y Santorin devastadas por la más grande explosión volcánica que se conoce, hoy importantes lugares arqueológicos de la Grecia antigua; vemos Pompeya, cumbre de la civilización romana, enterrada por el Vesubio; los Cátaros de Languedoc, herederos de la decadencia italiana, cuyos castillos alineados siguen exactamente la quebrada norte pirenaica.



Alix Alvaredi



Traducido y extractado por Inés Bravo V. de
Question de, Nº 33
Editions Retz,
París
Este artículo fué publicado en el Nº 7 de la Revista ALCIONE

No hay comentarios: