lunes, 17 de enero de 2011

LOS CUATRO MUNDOS DE LA CABALA

Introducción:
Para comenzar a desarrollar este tema debemos necesariamente aludir, aunque sea en forma muy breve, a la cosmología cabalista. De hecho, los cuatro mundos corresponden en ella a la representación estructural de un cosmos que va más allá de lo físico y energético, a un cosmos que involucra toda la Creación, o sea, lo que la Divinidad ha desarrollado a partir de El Mismo. Esta creación así concebida conforma la Existencia Positiva. Para poder analizar estas estructuras de existencia es necesario detenernos en su formación.

La Creación es el mayor de los misterios que el ser humano está llamado a descifrar porque, si bien es cierto que él forma parte integrante de la manifestación, según la Cábala, tiene la posibilidad de superarla, ya que su origen proviene de Aquel o Aquello que se mantiene tras el velo de la existencia. El ser humano es el único ser que pertenece a esta creación y que al mismo tiempo existía antes de que ésta se manifestara. Por lo tanto, la preexiste y por ello puede llegar más lejos que nadie en su camino de evolución. Es más, según la Cábala tradicional judía, el ser humano está llamado a ser la herramienta determinada por el Altísimo para que, a través de su acción en el Universo material – nivel de existencia en donde de una u otra forma se expresan todas las energías participantes de la creación – pueda llevarse a cabo la labor de evolución de todo lo manifestado de modo que vuelva a su Origen.

Dios - Aquello que está más allá de nuestra comprensión – decide crear un Universo, y difícilmente podremos determinar por qué tomó esa decisión. Simplemente debemos aceptar esta realidad. Y, aunque se pueda especular mucho al respecto, la tradición cabalista reconoce que es imposible llegar a saberlo, aceptando que eso está vedado a nuestra realidad. Tratar de explorarlo es lo mismo que intentar conocer a Dios en su Esencia. El ser humano puede conocer todos los secretos de Su obra: su Creación. Ya esto es una tarea magnífica propia de dioses, pero ir más allá está fuera de sus posibilidades.

Aceptamos que Dios decide crear una manifestación, y este es su gran maravilloso misterio. El crea, con lo que otorga una parte de El mismo a esta manifestación por formarse, pero, al mismo tiempo se mantiene incólume e inalterado. Crea, pero no se involucra en esta creación. Dios está en la creación, pero la creación no es Dios. Cómo realiza este prodigio? La Cábala plantea que desde su Realidad la única y verdadera, llamada la Existencia Negativa – transciende a una nueva realidad ficticia llamada la Existencia o Existencia Positiva , en la cual se concibe y conforma la manifestación. Dios, en esencia, se mantiene aislado de esta creación a través de tres velos llamados por la Cábala:

Ein = Negatividad
Ein Soph = Lo Ilimitado
Ein Soph Aur = La Luz Ilimitada

Ellos permiten que Dios se exprese en la Creación y que a la vez se mantenga incólume y aparte de ella. Estos tres velos se traducen en el término Pargod o cortina cósmica y a partir de ella la creación comienza a manifestarse.

La Divinidad proyecta a través de la cortina una parte de su Realidad, plasmándola en el primer estado de manifestación o existencia positiva, la que es conocida como Kether, Corona. Partiendo de allí, toda la Existencia Positiva se expresa instantáneamente y la Cábala la ordena en diez emanaciones: los Sephiroth (Sephirah en singular), de los cuales el primero es la ya mencionada Corona.

Ellos habrían surgido en forma instantánea y simultánea, por lo que no existe ninguno superior a otro, todos son emanaciones divinas de igual magnitud e importancia. La única diferencia que podría establecerse es que se manifiestan en diversa forma. Pero para fines didácticos, la enseñanza de la Cábala ha establecido un orden, una jerarquía, entre los Sephiroth – ya que nuestra comprensión y capacidad de intelectualizar este conocimiento es limitada – estableciendo distintas estructuras para el estudio de las relaciones entre ellos. La más universal y conocida es la del Arbol de la Vida.

En este artículo analizaremos una de estas estructuras: la llamada los Cuatro Planos o Mundos de la Cábala.


Los Cuatro Mundos:
Para los cabalistas, esta estructura de estudio refleja especialmente las enseñanzas de la Mercavah, las que, entre otras cosas, son interpretaciones cabalistas del libro de Ezequiel en el Antiguo Testamento.

Los cuatro mundos son cuatro niveles de manifestación sobre la base de los cuales está construida la creación:

1.- El Plano Divino o Atziluth
2.- El Plano de la Creación o Beriah
3.- El Plano de la Formación o Yezirah
4.- El Plano de la Materia o Asiyyah

Estos cuatro mundos o planos se ven representados en el citado libro bíblico en el Capítulo I. La visión de las criaturas vivientes, corresponde al Plano Material; la visión de la bóveda o firmamento al Plano de la Formación; la visión del trono como de zafiro al Plano de la Creación, y finalmente, la visión de la figura de apariencia humana al Plano Divino.

Estos cuatro mundos se pueden relacionar de diversas maneras con el Arbol de la Vida, pero, básicamente podemos encontrar dos criterios de relación:

I.- Cada mundo involucra un Arbol de la Vida completo, por lo tanto, cada Sephirah posee cuatro aspectos, de acuerdo a estos cuatro planos.

2.- El Arbol de la Vida se puede dividir en los cuatro mundos o planos.

Atziluth:
Este mundo corresponde al Plano Divino, en el que Dios mismo plasma su Esencia en las Diez Emanaciones de las que hablamos anteriormente. Por esta razón Dios tiene un nombre distinto en cada una de estas esferas o Sephirah. En este nivel la creación es esencialmente divina – por ello está libre de toda mácula – y
es una sola.

No existe la dualidad en este nivel arquetípico y, aunque es difícil comprenderlo, Dios es uno solo y completo, pero se puede reflejar en los diez estados de manifestación divina. En este plano se encuentra reflejado el Adam Kadmon , el ser humano superior y divino. Al respecto Leo Schaya expresa: Ahora bien, la imagen de Dios por excelencia es el hombre, cuyo único ser integral incluye todas las realidades cósmicas y sus arquetipos increados. No hay otra criatura que exprese la totalidad de los Sephiroth tan sintéticamente y, al mismo tiempo, tan explícitamente como el hombre. Según la tradición cabalista, el ser humano Celestial preexistía a la creación formal del Universo en todas sus dimensiones. Este Adam Kadmon u hombre celestial está directamente relacionado con esta expresión divina a través de los Sephiroth atzilúticos. Y es misión del ser humano conocer la creación para nuevamente ascender a esta existencia una con Dios mismo.

Leo Schaya plantea con respecto a esto:
Dios creó al mundo y todo lo que existe contemplando al hombre de arriba Adam ilaah , que no es sino la unidad infinita de los diez Sephiroth.

Este mundo de las emanaciones o arquetípico está relacionado con la chispa divina que posee cada ser humano, y que se mantiene incólume e inalterable en el alma de Dios Mismo. Los cabalistas llaman a esta esencia Chaia. y difícilmente podremos tomar consciencia de ella mientras estemos encarnados, ya que ella se mantiene inalterable en el mundo de Atziluth y no se involucra ni se contamina con los otros mundos de manifestación, en donde existe dualidad o multi-diversidad. A pesar de esto, esta Chispa Divina o Mónada permite la expresión de las otras formas de expresión del ser humano. Esta esencia divina se llama Yechidah , según Rabbi Azariel.

Analicemos brevemente los nombres divinos de cada esfera:

Corona.- Kether.- Corresponde al nombre divino de Eheieh, que se puede traducir como Yo Soy o Yo Soy el que Soy, aunque otros autores plantean que debe interpretarse como Yo Seré.

En la Biblia, Dios se presenta a Moisés para encomendarle la misión de rescatar a su pueblo de la esclavitud, y cuando éste le pregunta por Su Nombre, El se da a conocer: Eheieh aher Eheieh, es decir: Yo Soy el que Soy. El sonido de este nombre divino representa la inhalación y exhalación del aliento, simbolizando a Kether como el origen y raíz de todo lo que existe y el fin al que todo ha de volver.

Sabiduría.- Hokhmah.- Se le atribuye el nombre divino de Jehovah , como un intento de pronunciar el nombre impronunciable de Dios: el Tetragramatón (iod-hei-vau-hei). También se le hace corresponder el nombre de yah, considerado como el título del Padre. Los rabbis llamaban a Hokhmah como el iod del Tetragramaton, y por ello este nombre.

Entendimiento.- (Binah).- En esta ocasión el nombre divino es Jehovah Elohim. El segundo nombre es el que caracteriza a las representaciones de todo el Pilar del Rigor o Severidad. Con respecto a elohim, existe y siempre ha existido una controversia, ya que es una voz hebrea de tipo plural. Por eso algunos autores la han traducido como dioses, algo totalmente inaceptable dentro del estricto monoteísmo judío. Sin embargo, hay varias explicaciones al respecto. las que en conjunto traerían más luz sobre este tema. Comentemos brevemente algunas de ellas.

Dion Fortune plantea que elohim es un vocablo femenino que tiene terminación plural, por lo que debería ser traducido como diosas o diosas y dioses, aludiendo por una parte a la idea de la Energía femenina o receptiva que tiene el Pilar de la Severidad y por otra parte a la labor de complementación con el Pilar Masculino, permitiendo una fructífera fecundación. Observemos que a este nivel comienza a aparecer el concepto de dualidad, de pares de opuestos, los que en una acción conjunta dan como resultado un tercer elemento. Con Kether tenemos una primera emanación equilibrada, luego aparece simultáneamente Hokhmah y Binah, como los representantes de esta primera dualidad.

También es importante considerar que, según la Cábala, en Binah o Entendimiento es donde empieza a producirse la forma, dando por resultado la división aparente en infinitas manifestaciones. Dios – siendo Unico e Indivisible – aparenta dividirse en una gran cantidad de formas, porque ninguna de ellas puede abarcarlo completamente. Todo esto es sólo una ilusión a fin de que pueda llegar a expresarse en una Creación que alcance al plano físico. Esta aparente diversidad será más evidente a medida que descendamos en el Rayo de la Creación.

En otra explicación cabalista se dice que en Binah se encuentran intrínsecos los otros seis Sephiroth, incluso el séptimo que pone un broche final a todo el proceso. A los seis Sephiroth de creación (desde Hesed a Yesod) se les conoce como el Pequeño Rostro, o el Microprosopo. Al estar expresados virtualmente o potencialmente en Binah, elohim estaría compuesto de los vocablos eleh (la pequeña cara) agregado a mi (la gran cara) que se invertiría hacia lo creado formando im.. De esta forma tenemos eleh+im, que sería la expresión de toda la creación latente en esta tercera Sephirah.

Misericordia.- (Hesed).- Tiene el nombre divino de el o al, lo que también puede deberse a lo que mencionábamos en Binah:. Eleh (la pequeña cara), puesto que éste es el primer Sephirah de Microprosopus o del grupo de seis denominado Constructores. Debemos considerar que en la Cábala la creación se produce desde Hesed hasta Yesod, y que cada uno de estos Sephiroth se relaciona con un día de creación del Génesis. El séptimo, el de descanso, corresponde al último Sephirah: Malkhut (el Reino). El proceso se produce por la transición de los tres Sephiroth más elevados, que se mantienen fuera del alcance de la expresión de la creación en sí, y que son Kether, Hokhmah y Binah. Con Hesed comienza recién la posibilidad de expresión de la creación, es su inicio, y por ello es que Crowley plantea que este nombre al representa a la Esfera, que a la vez simboliza al numero cuatro, la más alta manifestación posible de la deidad. Referente a esto, Knight agrega que este nombre está integrado por las letras Aleph y Lamed, las que de acuerdo al significado simbólico de las letras hebreas, significan el comienzo o principio (Aleph) que se despliega alcanzando una nueva realidad de existencia (Lamed).

Fuerza.- (Gevurah).- Corresponde ver el nombre divino de Gevurah, y es Elohim Guebor, lo que podría traducirse como los dioses poderosos correspondiendo perfectamente con las características mencionadas de la Esfera.

Armonía.- (Tiferet).- A Tiferet se le asocian los nombres de Jehovah y Aloath va Daath, lo que puede traducirse como Dios o Tetragramatón manifestado en la esfera de la mente o del espíritu. El Tetragramatón sería expresión de la Divinidad en una dimensión menor a su Padre, ya que esta Esfera es el centro del Microprosopus o pequeña cara, representándola a menudo ella sola, como corresponde por ser hijo, mediador entre el Padre y la representación final. Su otro nombre hace alusión a una Sephirah que se mantiene invisible (D’aat ), siendo el conocimiento transcendente, la representación de la conciencia que puede desplazarse a distintos niveles, pero que aquí encuentra su principal forma de manifestarse.

Victoria.- (Nezah).- La atribución divina del Sephirah Nezah es Jehovah Tzabaoth, que puede traducirse como Dios de los Ejércitos.

Gloria.- (Hod).- El nombre correspondiente a Hod es Elohim Tzabaoth, que sería el Dios de las Huestes.

Estos dos nombres hacen referencia a la diversidad de fuerzas o energías por un lado y de formas por el otro, que se expresan a este nivel.

Fundamento.- (Yesod).- Esto dice relación, en el plano Atzilútico, con el nombre divino Shaddai el Chai, que Dion Fortune traduce como el Dios Todopoderoso y Viviente, debido a que en este Sephirah se encuentra la creación completa, y sólo resta alcanzar el plano físico para que se manifieste totalmente. Por esta razón es que Crowley traduce este Santo Nombre como Todo Poderoso en cada Dios Viviente, refiriéndose a su función esencial como generador final del universo físico.

El Reino.- (Malkhut).- Finalmente el nombre divino de Malkhut es Adonai Melekh, que significa el Señor que es Rey, o bien Adonai ha Aretz, el Señor de la Tierra; ambos hacen alusión a que finalmente Dios se expresa en el universo físico manifestado, correspondiendo a la presencia divina todo cuanto existe.

Así tenemos que Dios, El Unico, el Indivisible, realiza una creación y se manifiesta, pero para ello necesita manifestarse primero Él mismo con diversas cualidades, en un plano muy superior, para posteriomente permitir que otros planos se desarrollen, desde Eheiel hasta Adonai; desde el punto total de emanación divina, hasta la presencia de Dios en la concretización final.

Hasta aquí hemos analizado este primer plano de un Arbol de la Vida completo, pero existen algunas discrepancias entre distintos autores con respecto al límite del Plano de Atziluth. En términos generales podemos distinguir dos grandes proposiciones de delimitación del mundo divino en el Arbol de la Vida.

El primero plantea que este límite separa sólo la Sephirah de Kether, la que, como Macroprosopus, es la única que posee la permanencia total en el Mundo Divino; de Kether surgen el Padre y la Madre (Hokhmah y Binah ), y desde el momento mismo en que se polariza la creación, se pierde el equilibrio, por lo que estos dos Progenitores Cósmicos pertenecen al mundo de la Creación que prosigue sucesivamente. En esta proposición podemos citar a autores como Knorr de Rosenroth, Israel Regardie y Gareth Knight. Este último sostiene: El Mundo Arquetípico consiste sólo en Kether, el punto donde brota el impulso vital original, teniendo dentro de sí un arquetipo de latencia de sus potencialidades futuras, igual que una semilla tiene el arquetipo de una planta crecida.

La segunda postura sugiere la incorporación de los Sephiroth de Hokhmah y Binah al mundo divino o de Atziluth, ya que esta triada es creada por el Incognoscible y se mantiene como autosuficiente y en equilibrio. Por razones desconocidas, esta triada suprema decide traspasar un estado de permanencia y equilibrio perfecto para descender y crear los Sephiroth que dan origen al Microprosopus, esto es, a los otros mundos. Hacen suya esta posición Leo Schaya, Albert Jounet, Dion Fortune y otros.

Estas dos posiciones se podrían aceptar atendiendo a las razones que plantean: por una parte, que en el mundo divino no puede haber divisiones, ni polaridades, y que por ello sólo puede pertenecer a este mundo divino la Sephirah de Kether. En la segunda posición, esto se soluciona asumiendo que Dios se refleja a Sí mismo en los otros dos Sephiroth, por lo que se comporta como unidad aunque sean tres, y he ahí el gran misterio.

Por otra parte, si consideramos que en Binah aparecen los vicios (la avaricia), y se supone que el mundo divino no podría tenerlos, sino que pertenecen a lo creado como posibilidad de alternancia y elección brindada por el Creador a sus criaturas, entonces Binah no podría pertenecer a este mundo Atzilútico. Pero todo esto se puede explicar en el sentido de que este vicio no se expresa realmente sino hasta que la triada suprema decide descender hacia los otros Sephiroth y dar así origen a la creación. Antes de esto sólo aparece como la intención del Creador de dar a una futura creación esta posibilidad de elección y de alternativa dual.

Beriah
El Mundo de la Creación es aquel que está encargado, por decirlo así, de realizar la creación propiamente tal. En este mundo se delegan las facultades correspondientes por parte del mundo divino o de Atziluth, para que se desarrolle la creación como algo aparentemente aparte o distinto de Dios o la Divinidad. El Mundo Arquetípico no debe realizar este trabajo, ya que si lo hiciera dejaría de ser divino, se alejaría de la unidad superior y arquetípica para dar origen a la manifestación divina, pero fuera del seno de su total esplendor.

De acuerdo al punto de vista que considera a este segundo mundo o Mundo de la Creación como un Arbol de la Vida completo, tenemos que a cada Esfera o Sephirah corresponde una Inteligencia, la que ha sido delegada por la Divinidad misma, en la cualidad correspondiente a cada Sephirah, para producir y guiar las fuerzas de la creación y para que finalmente la Creación se produzca tal como está planeada por la Divinidad. Según mi entender, la concepción de estas inteligencias individuales como cuerpo completo según el Arbol de la Vida, constituyen El Demiurgo, es decir, el Creador propiamente tal, aquella energía inteligente que agrupa, forma y organiza las energías divinas y da como resultado a la creación. Los antiguos conceptos gnósticos aceptaban que esta Poderosa Inteligencia Superior era el Padre o real Creador de esta manifestación, pero que detrás de Él se encontraba la Divinidad.

El nivel del Mundo de la Creación está comandado por las inteligencias superiores llamadas arcángeles, de las cuales hay un representante en cada esfera, de acuerdo a la energía divina manifestada. De igual manera, en el Mundo Arquetípico cada Emanación o Esfera corresponde a una representación de la Divinidad. Pero, en realidad, son una sola Inteligencia de Creación. La dividimos sólo para fines didácticos, de acuerdo a las características de cada Sephirah.

A continuación veremos los nombres y características de los arcángeles de acuerdo a la manifestación sephirótica que corresponde:

Corona.- (Kether): corresponde el arcángel llamado Metatrón, también conocido como el Príncipe de las Faces, y a quien la tradición le adjudica el papel de instructor de Moisés. Es la fuente de la que surge el conocimiento de la Cábala, el que se supone ha sido tradicionalmente traspasado por generaciones hasta hoy. Es obvio que la inteligencia llamada Metatrón corresponde a una Luz que va más allá de la mente. Es la fuerza espiritual de la creación, la energía primordial que alimenta a toda la Creación desde lo más sutil a lo más denso en el universo manifestado. Esta energía no incluye al ser humano, al que clásicamente se lo considera como poseedor de la esencia divina que origina a Metatrón y a todos los arcángeles que posteriormente aparecerán formando parte de este mundo de la Creación (Olam ha’Beriah). A Metatrón se le puede imaginar o visualizar como un poderoso pilar radiante de luminosa luz blanca.

Sabiduría.- (Hokhmah): Está representada por el arcángel Ratziel, que significaría Visión de Dios, haciendo mención al atributo o experiencia mística propia de la Esfera. Correspondería a la entidad que rige los Rayos Cósmicos, que no es otra cosa que la energía primordial que echa a andar la manifestación. Según G. Knight, este arcángel puede ser concebido como Un pilar gris contra un fondo azul claro, y la mejor fuente de la cualidad real de los colores está en las nubes en el cielo de un día brillante.

Entendimiento.- (Binah): es representado por Tzaphkiel en el Mundo de la Creación. Para Knight, este arcángel es el que preside todos los aspectos de forma del cosmos, llamados los planos del cosmos. Desde este punto de vista se puede considerar a esta entidad como el altar de la manifestación, el sustento formal de todo lo creado. Es el arcángel del Templo Arquetípico, de aquí que la Iglesia Católica relaciona la idea de Iglesia con la esfera del Entendimiento, ya que representa esta idea arquetípica de la organización de toda la jerarquía espiritual. También esta inteligencia es llamada El Guardián de los Registros de la Evolución, por su directa relación con el control y administración de la experiencia y aprendizaje de la Creación en general.

Misericordia.- (Hesed): Aquí encontramos al arcángel Tzadkiel, que tiene una relación especial con el símbolo y la idea de Orbe. Se asocia particularmente con las energías organizadoras que crean y experimentan crecimiento. Según Knight, puede ser invocado imaginando una figura ovoide semejante a un orbe de púrpura brillantemente reluciente.

Fuerza.- (Gevurah): Es antagónico de la Misericordia, y su arcángel es Khamael, cuyas principales características son las de regir las energías destructivas, correctivas y de rigor. Es el Angel Vengador que persigue a los transgresores de las Leyes Universales, y a la vez es el Protector de los débiles. Dion Fortune dice: el poderoso Khamael, el arcángel de Gevurah, conduce a los Serafines al combate no con furia iracunda, sino con orden e impersonalmente para servir la Voluntad Superior que destruye el mal y salva el bien. Según Knight, este arcángel puede ser invocado como una serpiente de fuego escarlata brillante.

Armonía.- (Tiferet): Su arcángel es Raphael, que significa el Espíritu que está en el Sol, y está especialmente relacionado con la sanación en todo ámbito. Para Dion Fortune, este arcángel puede ser invocado visualizando un espíritu de pie en el sol, rodeado de la fotosfera inflamada. Por su parte, a Regardie le parece posible imaginarlo como una gran figura angélica concebida en el estilo tradicional y convencional, de brillantes colores amarillo y malva. Agrega que toda la figura se debe ver llena de gracia. ligera y airosa: Puede parecer también que una suave brisa sopla desde detrás de la figura.

Victoria.- (Nezah): Tiene como arcángel representante a Haniel, quien es poco conocido, y se relaciona con las energías naturales y la interrelación entre los distintos elementos constituyentes de la naturaleza. Según G. Knight, puede ser imaginado brillando como una llama verde y dorada, con una luz coloreada de rosa en su tope – o sobre su cabeza, si se usa una forma antropomórfica – y emanando en general una vibración arquetípica simpática.

Gloria.- (Hod): Su arcángel es Mikjael (o Miguel). El es el gran guardián o protector que mantiene a raya a las fuerzas malignas del averno. Es una fuerza eminentemente restrictiva que impide el acceso del mal, especialmente a los pensamientos. Según Dion Fortune, tradicionalmente se le representa como un gran arcángel que somete y tiene bajo su pie a la serpiente (o dragón), representación clara de las fuerzas demoníacas. G. Knight propone que sea visualizado como una gran columna de fuego, revestida de todos los matices del rojo, y que debería ser invocado cuando se esté asaltado por el peligro o por fuerzas desequilibradoras de cualquier naturaleza, tanto internas como externas.

Fundamento.- (Yesod): En el Mundo de la Creación está representado por el arcángel Gabriel, quien es el rector inteligente del elemento agua o de lo líquido. Además es la inteligencia dadora del poder de la visión, y es la que aparentemente está relacionada con el pasaje de la anunciación a la Virgen en el Nuevo Testamento. G. Knight lo imagina como una bella figura azul-verde con destellos plateados de luz, y un tremendo remolino de colores de diversos matices, como la cola del pavo real, punteados con plata, que son sus alas o una parte de su aura dilatada, y alrededor de su cabeza y bajo sus pies, arroyos de plata líquida. Pero también puede imaginarse como un tremendo pilar de luz color plateado que va desde el cielo hasta la tierra, representando así su cualidad de inmensa batería eléctrica para todo el universo.

El Reino.- (Malkhut): La inteligencia del Mundo de la Creación que lo representa es Sandalfón, también llamado el Angel Sombrío en contraposición a Metatrón o Angel de la Luz. Esta polaridad es evidente en los dos extremos del Arbol de la Vida y, por lo tanto, Sandalfón es el espíritu completamente ligado a la materia y sujeto a la mortalidad física, y especialmente a las leyes kármicas. Es además la gran inteligencia que rige los procesos del planeta Tierra en sí, por lo que posee gran importancia esotérica. Los colores de este mundo y también los de este arcángel son: amarillo limón, oliva, carmín y negro.

Hasta aquí el análisis del Mundo de la Creación (Olam ha’Beriah), considerado desde el punto de vista de un Arbol de la Vida completo en sí. Ahora veremos brevemente dónde se situaría este mundo en un solo Arbol de la Vida. Recordemos que con respecto a Atziluth, el Mundo Divino, los autores se dividían en dos posiciones. Pues bien, en relación al Mundo de la Creación, estas dos posiciones se mantienen, de tal manera que algunos plantean que correspondería a la triada conformada por Misericordia (Hesed), Fuerza (Gevurah) y Armonía (Tiferet). Por otra parte están aquellos que sostienen que corresponde principalmente a la diada conformada por Sabiduría (Hokhmah) y Entendimiento (Binah).

Lógicamente ambos planteamientos son consistentes de acuerdo a los argumentos ya vistos para el Mundo Arquetípico. Recordemos que quienes consideran que este mundo está representado por la segunda triada del Arbol, lo hacen basados en que la primera tríada debe romper su perfecto y divino equilibrio, traspasar el gran abismo y reflejarse en la triada que aparece como una imagen de espejo. A partir de estas últimas Esferas es que se comienza a producir realmente toda la creación y en ellas aparecen las energías creativas polarizadas y resumidas en la tercera, que es la Esfera de la Armonía.

A este respecto Dion Fortune sostiene su posición, ya que la Misericordia es la primera esfera de la tríada del Mundo de la Creación, y esto es sencillamente porque es aquí donde trabajan los Maestros captando las ideas arquetípicas del Logos para entregarlas a las manifestaciones más densas de consciencia. Aquí se realiza el trabajo de transmutación de la Divina Consciencia en ideas e ideales, para que alimenten a toda aquella expresión o manifestación que se ha de generar y sirva como punto principal de sustentación de aquello por crear.

Todo esto es el trabajo de la Creación, por lo que este mundo es llamado también Kjhorsia (Trono), ya que brinda el sustento necesario para que se pueda expresar y desenvolver la energía divina. Esta última idea queda en evidencia al analizar la Visión de Ezequiel.

Referente a la otra posición, Knight apunta: El Mundo Creativo consiste de Hokhmah y Binah, la fuerza pura y la idea de la forma, de donde surge la Creación posterior. En otras palabras, en la Corona (Kether) se encuentra la verdadera semilla divina de toda la creación, pero mientras se mantenga como algo único e indiviso, no se ha descendido del plano arquetípico. Desde el momento en que se polariza en los aspectos positivo (Sabiduría) y negativo (Entendimiento), entonces comienza realmente la labor de la Creación y deja de mantener su unidad divina total.

Yezirah:
El tercer mundo, Mundo de la Formación u Olam ha’Yezirah, es aquel que proviene del Mundo de la Creación, pero aquí las energías y fuerzas en general son menos espirituales o sutiles, acercándose más a la materia densa, donde a la vez se multiplican y diversifican. Se transforman así en una infinidad de inteligencias que permiten el funcionamiento de lo creado.

Podríamos decir que el mundo de la Creación es un representante de las Ideas en la Manifestación, y este Mundo de la Formación es su producto en un grado más bajo, representando a las formas producidas y sustentando así a la Creación.

El Mundo de la Formación posee todos los elementos (fuerzas y formas) que establece la creación, pero aún falta el último paso, otro salto cualitativo, en el que se involuciona otro grado, el Mundo de la Acción, de la Materia o de la Realización (Olamha’Asiyyah).

Al analizar este Mundo de la Formación como un Arbol de la Vida completo vemos que se pierde la característica de inteligencias únicas regentes de cada una de las Emanaciones Divinas (Sephirath), las que ahora corresponden a legiones, ejércitos o miríadas de ángeles, que son los representantes del Mundo de la Formación. Comenzamos aquí a introducirnos en el campo científico, específicamente en aquellas disciplinas que estudian el Cosmos, la naturaleza y sus leyes. Los científicos actuales, en general, no admiten el supuesto de que detrás de cada energía natural en el universo existen inteligencias que las guían, sin embargo ya existen ciertos atisbos que finalmente les harán llegar a esas conclusiones. Por lo pronto, ya han detectado que estas energías mensurables del cosmos actúan ordenadamente y como siguiendo un propósito, lo que recién hace que la ciencia comience a barajar algunas hipótesis poco ortodoxas, pero esta es materia conocida desde hace mucho por la Cábala, la que denomina ángeles a estas inteligencias. Ellos actúan en grandes grupos, ya que son incontables las distintas energías y mecanismos que existen destinadas a insuflar la vida, de modo que la Creación se mantenga y funcione adecuadamente.

Veamos brevemente las distintas huestes angélicas representantes de cada una de las Esferas o Emanaciones Divinas:

Comenzando con la Corona (Kether) podemos decir que la representa el grupo angélico conocido como Los Santos Seres Vivientes (Kjaioth ja Kadesh), que equivalen a los cuatro animales que aparecen en la visión de Ezequiel, y que además corresponden a los cuatro elementos formativos del Tetragramatón: el principio activo, el principio pasivo, el neutro y el principio de transición. De hecho toda la formación, estructura y funcionamiento de la creación está basada en estos cuatro elementos. Los cuatro animales son: el ángel, el león, el águila y el toro, que además corresponden a los cuatro verbos herméticos. Por ende, concluimos que para invocar adecuadamente esta orden angélica es necesaria la maestría en el dominio de estos cuatro aspectos o Santas Criaturas Vivientes, cuyo color es de un tono blanco brillante y purísimo.

A la Esfera de la Sabiduría (Hokhmah) le corresponde Ruedas (Auphanim). Su invocación puede hacerse imaginando acciones cíclicas, es decir verdaderas ruedas de color gris. A este coro de fuerza angélicas es que se debe el movimiento y la primera acción.

En el Mundo de la Formación, el Entendimiento (Binah) está representado por la orden angélica de Tronos (Aralim). Según Fortune, un trono sugiere esencialmente la idea de una base estable, un fundamento firme, sobre el que se sienta el Ser que tiene el Poder. y del cual no puede ser movido. Indudablemente esta orden de ángeles es la que le otorga la estabilidad básica al funcionamiento de la creación. Puede ser visualizada como tronos de piedra, yunques o simplemente rocas macizas de color café oscuro.

Resumiendo la figuración simbólica del proceso que tienen las Fuerzas de la Formación (Olam ha’Yezirah), tenemos, desde la Corona hasta el Entendimiento: primero, las cuatro Santas Criaturas Vivientes adorando al Señor de la Creación, las que luego adoptan movimiento, específicamente el circular, para ir de esta forma a entronizarse en un macizo de color café oscuro.

A Misericordia (Hesed) corresponden los ángeles denominados Seres Luminosos (Chasmalim), nombre que, según Fortune, destaca la idea del esplendor real de Guedulah, otro de los títulos que se dan frecuentemente a Hesed. Estos seres manejan aquellas energías que son aptas para lograr estabilidad, ya sea en la mente o en la parte emocional, sirviendo también para controlar el factor tiempo y el factor espacio. Podemos invocar estas fuerzas imaginando luces brillantes de forma ovoide de color púrpura profundo. Estas energías estarían referidas, según Lenain, a aquellas que representan las efigies de los cuerpos y las diversas formas de la materia.

La Fuerza (Gevurah) está representada por las Serpientes de Fuego (Seraphin) y están relacionadas con las energías de corrección, fuerza y valor. Pueden ser invocados imaginando serpientes de fuego de color escarlata brillante.

Reyes (Malachim) es el nombre de la orden angélica correspondiente a la Armonía (Tiferet). Estas fuerzas dicen directa relación con los elementales de la naturaleza y sus directores o reyes. No obstante, Lenain sólo las relaciona con el funcionamiento del reino mineral. Se les puede invocar imaginando a los cuatro reyes elementales.

La Victoria (Nezah) está representada por los Dioses (Elohim), siendo energías que animan y permiten el funcionamiento del aspecto afectivo, emocional y vital. Lenain atribuye a estas fuerzas anímicas la directa tutela sobre el funcionamiento del reino vegetal. Se puede invocar a esta orden angélica imaginando diversas formas paganas o primitivas de dioses en donde predomine especialmente el color verde y amarillo verdoso.

El grupo de ángeles que corresponde a la Esfera de la Gloria (Hod) es llamado Hijos de Dios (beni elohim ). A semejanza del coro de Angeles anterior, también pueden ser invocados como dioses, pero con predominancia del color rojo bermejo, y con disposición a movilizarse para permitir el funcionamiento de la mente concreta de la lógica. Según Lenain, este grupo angélico controla todo lo relacionado con el Reino Animal.

En el Fundamento (Yesod) encontramos a los Poderosos (Kerubim), ángeles cuya principal función es velar y facilitar el adecuado funcionamiento de toda la parte etérica del Cosmos, la cual es la sostenedora de la manifestación física o material. Es en este plano etérico que se encuentra todo lo ya creado, las interrelaciones de sus distintos aspectos están totalmente dadas y también su adecuado funcionamiento. Por ello es que estos ángeles llevan el título de los Fuertes o Poderosos, porque realmente deben serlo. Lenain plantea que estas fuerzas angélicas vigilan especialmente el funcionamiento del Reino Humano y le facilitan su camino hacia la vida eterna.

G.Knight dice que los Kerubim trabajan en la edificación y enjaezamiento de fuerzas en los métodos etéricos o Yesódicos, de los cuales uno es el uso de símbolos relativos al uso yesódico dentro de las profundidades de la mente subconsciente. Agrega que con el progreso de los tiempos estos símbolos se convierten en herramientas poderosas para el bienestar y progreso del ser humano. Los Kerubim pueden ser invocados imaginando figuras antropomórficas fuertes y vitales en donde el color púrpura muy oscuro predomine.

Finalmente las Almas de Fuego (ashim’) corresponden a las huestes angélicas del Reino (Malkhut) Pueden considerarse como las consciencias atómicas que permiten la agregación de la materia física. Para Lenain, son estas energías las encargadas de transmitir al ser humano las características de la civilización y el conocimiento de las cosas divinas. Pueden ser invocadas imaginando un sinnúmero de pequeñas chispas de colores bermejo, oliva, limón y negro moteado de amarillo.

Al analizar el Mundo de la Formación (Olarr ha’Yezirah) desde el segundo punto de vista. esto es, como una parte del Arbol de la Vida, una vez más debemos mantener los dos puntos de vista presentados anteriormente. Aquellos que planteaban que el Mundo de la Creación (Olam ha’Beriah) correspondía a la tríada conformada por la Misericordia, la Fuerza y la Armonía, consideran que este Mundo de la Formación corresponde al reflejo de esa triada en un plano más bajo, que correspondería a la triada siguiente en el Arbol de la Vida: Victoria, Gloria, Fundamento. En estas tres Esferas o Sephiroth es donde se encuentra la multiplicidad de fuerzas y energías que permiten, a través de su continuo interactuar, que esta creación pueda sustentarse y funcionar.

Aquellos que sustentan la idea de que el Mundo de la Creación está representado por las Esferas de Sabiduría y Entendimiento, consideran que este Mundo de la Formación está constituido por las Esferas que les siguen hasta incluir a Yesod, esto es, la configuración llamada Microprosopus; Misericordia, Fuerza, Armonía, Victoria, Gloria y Fundamento. En estas Esferas se produciría la diversificación de la manifestación en una miríada de fuerzas y formas que se van alternando y complementando para finalmente conformar un universo total y funcional, esto es el Fundamento.

En ambos puntos de vista se deja como último paso el próximo mundo que estaría representado por el Reino (Malkhut), única Esfera donde se concreta la materia física, manteniéndose la funcionalidad e interacción ya logradas.

Asiyyah:
Finalmente ingresamos al cuarto descenso y último Plano de manifestación denominado Mundo de la Acción (Olam ha’Asiyyah . Aquí se mantiene todo lo logrado hasta el Mundo de la Formación, y simplemente se pasa a la constitución física, logrando así la completa realización de la manifestación divina. Es por esta razón que, si bien es cierto todos los mundos son de igual importancia para lograr el objetivo divino, es en este último donde se logra la completa culminación de la Manifestación de Dios. A partir de este mundo material es que nuevamente comenzará el ascenso a la Divinidad o camino de retorno a Él.

Es en este mundo donde finalmente se logra consumar la Gran Obra de Dios, por ello el nombre de Realización, y por ello su importancia, porque todo el proceso debe ser necesariamente llevado a la materia y no quedarse en simples ideas, sueños, anhelos o deseos. Según la Cábala, el ser humano posee la Divina Gracia, única en la Creación, de participar en todos los mundos, ya que tuvo su origen en el Adam Kadmon manifestación increada y arquetípica, y llega hasta este Mundo de la Acción, y desde éste, el más denso nivel de la creación, puede recomenzar nuevamente el camino de regreso, y, lo más importante, puede ayudar a que toda la creación desplegada evolucione para nuevamente plegarse y unirse a la Divinidad. El ser humano posee todas las potencialidades inherentes a la Creación, e incluso aquellas que sólo son parte de la Divinidad misma. Con esto la Cábala sostiene que el ser humano está llamado a ser un colaborador de la Divinidad para que la Creación manifestada vuelva a su origen inmanifestado.

Alexander Safran lo explica así: Nuestro mundo es inferior al de los otros tres, desde el punto de vista de la espiritualidad, pero al mismo tiempo es superior a ellos porque contiene la suma de la Voluntad que el Creador ha desarrollado y continúa desarrollando en su obra de la Creación. Este mundo es la consumación y la meta de la Creación. El Mundo de la Acción es, en efecto, el mundo de la elección, de la libre iniciativa, de la transformación y de la consumación. El hombre es capaz de descubrir en é1 las intenciones del Creador y de hacerse una idea de Su Voluntad

Mediante la emanación, la creación y la transformación, Dios ha establecido algo que antes no existía; por la acción que ha reservado al hombre, Dios exige a éste que termine su obra. El hombre es la única criatura capaz de elevarse hasta el Creador a través de todos los mundos, es el único que puede hacer que todos los mundos se eleven hasta el Creador; y, sin embargo, es el que más alejado se halla de la fuente primitiva de la Creación. Y es que el hombre contiene en sí la quintaesencia de los cuatro mundos superpuestos; los reúne en sí como si fueran cuatro pisos en una misma casa.

Analicemos ahora brevemente el Mundo de la Acción considerado como un solo Arbol de la Vida, tal cual lo hicimos con los otros tres mundos que le precedieron. A cada Esfera o Sephirah le corresponde un elemento en el Mundo de la Acción, los que son representaciones de la materia en algún momento de su manifestación, y así como los Nombres Divinos, los Arcángeles y los Coros de Angeles representaban a los Mundos Arquetípico, de la Creación y de la Formación, respectivamente, así los llamados Chakras Mundanos representan al Mundo de la Acción.

La Corona (Kether) es representada en este Mundo de la Acción por el chakra mundano llamado Primeros Estremecimientos (Rashit ha Gilgalim), chakra que indudablemente corresponde a los inicios del universo, lo que la ciencia ha dado en llamar el Big Bang o la Gran Explosión, a partir de la cual comienza a existir y expandirse el universo, principalmente a través de una corriente circular o helicoidal.

El chakra mundano de la Sabiduría (Hokhmah) lleva por nombre Zodíaco (Mazloth), que, como el primer representante, luego de la Gran Explosión, es responsable de los grandes campos energéticos que influyen todo el universo y especialmente de la idea de espacio.

En el Entendimiento (Binah) encontramos al chakra Saturno (Shabbathai), y con respecto a éste y los demás chakras mundanos que le siguen, es necesario aclarar que cada uno lleva el nombre de un cuerpo celeste de nuestro Sistema Solar. Pero no precisamente porque allí, en ese planeta, satélite o astro se encuentre físicamente el punto referido, sino más bien como un símbolo. Esto está especialmente referido a la astrología, que estudia las distintas energías provenientes de los astros, cómo interactúan y cómo influyen en el devenir de la Creación, estando representadas estas energías en cada uno de los siete planetas antiguos. Debe destacarse que esta clasificación de los planetas antiguos es más bien astrológica, y no tiene directa relación o correspondencia con los Siete Rayos. La relación existe, pero sería motivo de niveles más avanzados de la Fraternidad del Tercer Milenio.

Volviendo al chakra mundano de la Esfera del Entendimiento, dice D. Fortune: Saturno es el Gran Maléfico de los astrólogos, y quien tenga una cuadratura de Saturno en su horóscopo lo considera como adversario. Pero también es el estabilizador y probador que nos permite no confiar nuestro peso a aquello que no podría soportarlo. El autor trata de explicar que en el Entendimiento surge la idea de que algo se desarrolla y que, pasado cierto umbral, queda incorporado el dolor, ya que se inserta el concepto de muerte en la creación, debido a que en este Mundo de la Acción aparece el concepto de tiempo. A partir de Saturno o del Entendimiento, todo queda sujeto a los avatares del tiempo y sufre un proceso de continuidad, que por lo demás es aparente, pero ineludible para quien se encuentra bajo este estigma. Existe una relación simbólica entre este planeta y la idea de algo sombrío y nefasto, es el Tiempo que da origen al ciclo de nacimiento-muerte en el mundo físico.

El chakra mundano de la Esfera de la Misericordia (Hesed) es Júpiter (Tzedek), y al revés del anterior planeta, en la astrología se asocia la influencia de este planeta a una gran fuerza benefactora y protectora patrona de las leyes y del orden.

A la Esfera de la Fuerza (Gevurah) se la asocia con el chakra mundano de Marte (Madim), el que dentro de la ciencia astrológica también es considerado como maléfico, debido a las características combativas y disciplinarias que esta energía implica.

El Sol (Shemesh) es el chakra mundano correspondiente a la Esfera de la Armonía (Tiferet), lo que es bastante lógico si observamos el papel de mediador y facilitador de existencia y vida que tiene el astro con respecto a todo el sistema planetario.

La Victoria (Nezah) está representada en el Mundo de la Acción por el chakra mundano de Venus (Nogah), y también se puede entender, dadas las características astrológicas que posee, las influencias de este planeta: amor, altruísmo y otras que son justamente propiedades de esta Esfera.

A Gloria (Hod) le corresponde Mercurio (Kokhab), el planeta más cercano al Sol, al igual que la mente cotidiana se encuentra a un tris de transformarse en algo realmente transcendente; la mente es el punto de unión entre la personalidad y la individualidad, existiendo una inferior y otra superior. Mercurio representa precisamente estas fuerzas cósmicas del Mundo de la Acción relacionadas con la lógica, el orden y la estructura.

El Fundamento (Yesod) está simbolizado por el chakra mundano de la Luna (Levanah), como la contraparte etérica de la Tierra, la que está representada por la Esfera de los Elementos (Kjolem ja Yesodoth), que es el chakra mundano correspondiente a la Esfera del Reino (Malkhut).

Analizando el Mundo de la Acción como una parte del Arbol de la Vida, podemos ver que todos los autores se ponen de acuerdo, cualquiera sea la tendencia o cosmovisión, en incluir en este mundo solamente a la Esfera del Reino (Malkhut). Esto es más o menos evidente, puesto que este Mundo de la Acción representa toda la energía de la Creación concretizada, es decir, el objetivo final, para que desde aquí comience nuevamente a remontarse hacia su origen. Es la culminación de la Obra, por ello es tan grande su Santidad, y frecuentemente en la Cábala se asocia con un concepto pleno de grandiosa santidad como es la llamada Skekinah, es decir, la Presencia de Dios manifestada, algo realmente grandioso y portentoso.

Con este último mundo se da por completada la Creación. Sin embargo, es necesario mencionar que a partir de este último mundo (Olam ha’Asiyyah) surge un mundo de excrecencias, en el que la fuerza creativa es nefasta y desequilibrada, y del que no es bueno hablar, aunque también forma parte de esta manifestación, y según creo, todo iniciado, especialmente del tercer Milenio, debe conocer. Me refiero al mundo de las Cortezas o Conchas (Qlipoth), el cual sería motivo de otro estudio.

Relación de los Cuatro Mundos y el Tetragramatón:
Por ultimo, es necesario hacer mención de que existe una relación cabalista clara y fundamental del Tetragramatón con respecto a los cuatro mundos, o como dicen los cabalistas, El Nombre de Dios, que por lo demás es impronunciable, solamente es posible deletrearlo, pero según la tradición sólo los grandes iniciados saben pronunciarlo. El Iod-Hei-Vau-Hei tiene directa relación con los Cuatro Mundos, representando el Iod al Mundo Arquetípico, la primera Hei al Mundo de la Creación, la Vau al Mundo de la Forma y la segunda Hei al Mundo de la Acción. Y de acuerdo a esto se puede encontrar una gran variedad de relaciones que pueden servir al estudiante avanzado.

El ser humano está llamado, según la Cábala, a ejercer una acción unificadora de estos cuatro mundos, ya que es el único ser de la Creación que los expresa a todos y que está constituido por todos ellos, reduciéndolos así a uno solo gracias a la quintaesencia que permite esta unificación. Este quinto aspecto es el Shin o voluntad espiritual, la aspiración de retornar la Creación a su Origen. Así el ser humano consciente y evolucionado se transforma en un colaborador activo de Dios.

Alvaro López Vera
Más Información:
Crowley, Aleister.- 777.- Humanitas
Fortune, Dion.- La Cábala Mística.- Kier
Jounet, Albert.- La Clave del Zohar.- Kier
Regardie, Israel.- Un Jardín de Granadas.- Luis Cárcamo
Safran, Alexander.- La Cábala.- Martínez Roca
Schaya, Leo.- El Significado Universal de la Cábala.- Dédalo

miércoles, 12 de enero de 2011

El Fuego, Deidad Universal

Desde los tiempos primitivos el hombre ha venerado al fuego sobre todos los demás elementos. Hasta el salvaje más inculto parece reconocer en la llama algo que se asemeja estrechamente al volátil fuego que arde en su propia alma. La misteriosa, vibrante, radiante energía del fuego estaba más allá de su capacidad de análisis, pero sin embargo, sentía su poder. El hecho de que durante las tormentas el fuego descendía en rayos poderosos desde el cielo, abatiendo árboles y causando destrucción, hizo que los hombres primitivos reconocieran en su furia la ira de los dioses. Más tarde, cuando el hombre personificó los elementos y creó los numerosos Panteones que ahora existen, colocó en manos de la Suprema Deidad la antorcha, el rayo o la espada flamígera y sobre su cabeza una corona, cuyas puntas doradas simbolizaban los llameantes rayos del Sol. Los místicos han descubierto que la adoración del Sol se remonta a la primitiva Lemuria y la del fuego a los orígenes de la raza humana. En verdad, el elemento fuego controla hasta cierto punto los reinos animal y vegetal, y es el único elemento que puede subyugar a los metales. Consciente o instintivamente, todo ser viviente honra al astro del día. El girasol siempre tiende a enfrentar el disco solar. Los Atlantes eran adoradores del Sol, mientras que los indios americanos (restos del antiguo pueblo atlante) todavía consideran al Sol como representante del Supremo Dador de Luz.
Muchos pueblos primitivos creían que el Sol era más bien reflector que fuente de luz, como lo prueba el hecho de que frecuentemente representaban gráficamente al Dios-Sol llevando sobre su brazo un escudo de metal muy bruñido, en el cual estaba cincelada la faz solar. Este escudo retenía la luz del Infinito, reflejándola a todos los lugares del universo. Durante el año el Sol pasa a través de las doce casas de los cielos, donde, como Hércules, realiza doce labores. La muerte y la resurrección anual del Sol ha sido un tema favorito en innumerables religiones. Los nombres de casi todos los grandes Dioses y Salvadores han estado asociados bien con el elemento fuego, la luz solar o su correlativa la mística y espiritual luz invisible. Júpiter, Apolo, Hermes, Mitra, Dionisio, Odín, Buddha, Krishna, Zoroastro, Fo-Hi, Iao, Vishnú, Shiva, Agni, Balder, Hiram Abiff, Moisés, Sansón, Jasón, Vulcano, Urano, Alá, Osiris, Ra, Bel, Baal, Nebo, Serapis y el Rey Salomón son algunas de las numerosas deidades y superhombres cuyos atributos simbólicos derivan de las manifestaciones del poder solar y cuyos nombres indican su relación con la luz y el fuego.




Prominencias en la superficie solar



Atardecer

De acuerdo con los Misterios Griegos, los dioses, contemplando el mundo desde el Monte Olimpo, se arrepintieron de haber creado al hombre y, no habiéndole dado nunca a ese ser primitivo un espíritu inmortal, decidieron que nada se perdería si esos desconformes, pendencieros e ingratos humanos fueran completamente destruidos, dejando vacante el lugar que ocupaban para una raza más noble. Pero al descubrir los planes de los dioses, Prometeo, que encerraba en su corazón un gran amor por la luchadora humanidad, decidió traer al hombre el fuego divino que haría a la raza humana inmortal de tal forma que ni los dioses podrían destruirla. Así Prometeo voló hacia el hogar del Dios-Sol y encendiendo una pequeña caña en el fuego solar, la trajo a los hijos de la tierra, previniéndoles que el fuego debería ser siempre usado para la glorificación de los dioses y el desinteresado servicio de unos a otros. Pero los hombres fueron irreflexivos y egoístas. Tomaron el fuego divino que les había traído Prometeo y lo emplearon para destruirse unos a otros. Incendiaron las casas de sus enemigos y con la ayuda del calor templaron el acero haciendo espadas y armaduras. Se volvieron más egoístas y arrogantes, desafiando a los dioses, pero ellos no podían ahora ser destruidos porque poseían el fuego sagrado.
Por su desobediencia, Prometeo (igual que Lucifer) fue encadenado, pero al héroe griego se le puso en la cima del Monte Cáucaso, donde debía permanecer con un buitre que le picoteaba el hígado hasta que un ser humano lograra dominar el fuego sagrado y se hiciera perfecto. Esta profecía la cumplió Hércules, que ascendió al Cáucaso, rompió los grilletes de Prometeo y libertó al amigo del hombre, que había estado sometido al tormento por larguísimo tiempo. Hércules representa al iniciado, que, como su nombre lo indica, participa de la gloria de la luz. Prometeo es el vehículo de la energía solar. El fuego divino que trajo a los hombres es una esencia mística en su propia naturaleza, que deben regenerar y redimir si quieren liberar sus propias almas crucificadas de la roca de sus bajas naturalezas físicas.
De acuerdo con la filosofía oculta, el Sol es en realidad un astro de triple manifestación, siendo dos partes de su naturaleza invisibles. El globo que vemos es meramente la fase más baja de la naturaleza solar y es el cuerpo del Demiurgo o, como lo denominan los judíos, Jehová y los brahmanes, Shiva. Las tres fases del Sol son llamadas: Voluntad, Sabiduría y Acción. La Voluntad está relacionada con el principio de vida, la Sabiduría con el de la luz, y la Acción, o Fricción, con el principio del calor. Por la Voluntad fueron creados los cielos y la vida eterna continúa en suprema existencia; por la Acción, la fricción y el esfuerzo fue formada la tierra, y el universo físico modelado por los Señores del Fuego pasó gradualmente de su estado de fusión a su condición actual más ordenada.
Así se formaron los cielos y la tierra, pero entre ambos había un gran vacío, porque Dios no comprendía a la Naturaleza y la Naturaleza no comprendía a la Deidad. La falta de intercambio entre estas dos esferas de consciencia era similar al estado de parálisis en que la consciencia reconoce la condición del cuerpo, pero debido a la falta de conexión nerviosa es incapaz de gobernar o dirigir las actividades corporales. Por lo tanto, entre la vida y la acción vino un mediador, que fue llamado Luz o Inteligencia. La Luz participa tanto de la vida como de la acción: es la esfera de unión.
La Inteligencia ocupó el espacio entre el cielo y la tierra y por su intermedio el hombre supo de la existencia de su Dios, y Dios comenzó a subvenir a las necesidades de los hombres. Mientras la vida y la acción eran simples substancias, la luz era un compuesto, porque la parte invisible de la luz era de la naturaleza del cielo y la visible de la naturaleza de la tierra. A través de las edades se dice que esta luz estuvo corporizándose. Aunque estos cuerpos testimonian esa luz, la gran verdad espiritual tras ese símbolo de luz corporizada, es que en el alma de toda criatura dentro de cuya mente nace la inteligencia, mora un espíritu que asume la naturaleza de esta inteligencia. Todo hombre y mujer verdaderamente inteligente que esté trabajando para difundir la luz en el mundo es Cristianado oIluminado por la labor misma que está tratando de realizar. El hecho de que la luz (inteligencia) participe a la vez de las naturalezas de Dios y de la tierra es probado por los hombres dados a las personificaciones de esta luz, porque unas veces son llamadas los Hijos del Hombre y otras los Hijos de Dios.
Al iniciado en los Misterios se le enseñaba siempre la existencia de tres soles, el primero de los cuales el vehículo de Dios-Padre – iluminaba y fervorizaba su espíritu; el segundo el vehículo de Dios-Hijo – desarrollaba y expandía su mente; y, el tercero el vehículo de Dios Espíritu Santo – nutría y fortalecía su cuerpo. La luz no es solamente un elemento físico, sino también mental y espiritual, y se enseñaba al discípulo en el templo a reverenciar al Sol invisible mucho más que al visible, porque toda cosa visible es sólo el efecto de lo invisible o causal, y como Dios es la Causa de todas las Causas, Él mora en el Mundo invisible de la Causación.



Apuleyo, cuando fue iniciado en los Misterios, vio el Sol brillando a medianoche, ya que las cámaras del templo estaban brillantemente iluminadas, aunque no había en ellas lámpara alguna. El Sol invisible no está limitado por las paredes ni siquiera por la superficie misma de la tierra, porque siendo sus rayos de intensidad vibratoria más elevada que la substancia física, su luz pasa sin obstáculos a través de todos los planos de la substancia material. Para aquellos capaces de ver la luz de estos astros espirituales, no hay obscuridad, porque están en presencia de la luz infinita, y a medianoche pueden ver el Sol brillando bajo sus pies.
Mediante una de las perdidas artes de la antigüedad, los sacerdotes del templo podían fabricar lámparas que ardían por siglos sin que se necesitara alimentarlas. Estas lámparas se parecían a las llamadas lámparas virginales, o sea aquellas llevadas por las Vírgenes Vestales. Eran algo más pequeñas que la mano humana y según documentos que se conservan, sus mechas eran de amianto. Se ha sostenido que estas lámparas han ardido durante mil o más años. Una de ellas fue encontrada en la tumba de Christian Rosencreutz, la cual había estado encendida durante 120 años sin que su provisión de combustible pareciera haber disminuido. Se supone que estas lámparas (las cuales, incidentalmente, ardían en urnas herméticamente selladas, sin ayuda del oxígeno), estaban construidas en tal forma que el calor de la llama extraía de la atmósfera alguna substancia que reemplazaba al combustible original tan pronto como el misterioso aceite se consumía.
Hargrave Jennings ha coleccionado numerosas referencias respecto a las épocas y lugares en que se han encontrado esas lámparas. En la mayoría de los casos, sin embargo, se apagaron tan pronto fueron sacadas de sus urnas o bien se rompían de alguna forma misteriosa, de manera que nunca se pudo descubrir su secreto. Con respecto a estas lámparas, el señor Jennings escribe: Se afirma que los romanos mantuvieron lámparas en sus sepulcros durante edades mediante la oleaginosidad del oro (y aquí entra el arte de los Rosacruces), convertido por medios herméticos en una substancia líquida; y se cuenta que al ser disueltos monasterios, en el tiempo de Enrique VIII, fue encontrada una lámpara que había estado ardiendo en una tumba aproximadamente desde el siglo III después de Jesucristo, o sea cerca de mil doscientos años. Dos de estas lámparas subterráneas pueden verse en el Museo de Rarezas de Leyden, en Holanda. Una de estas lámparas fue encontrada durante el papado de Pablo III, en la tumba de Tullia, hija de Cicerón, que había estado completamente cerrada durante 1550 años.
La señora Blavatsky, en su obra Isis sin Velo, indica un número de fórmulas para construir lámparas perennes y dice en una nota al pie de página que ella misma vio una, hecha por un discípulo de las artes herméticas, la cual había estado ardiendo ininterrumpidamente sin necesitar combustible durante los seis años anteriores a la publicación de su libro.
La lámpara perenne fue naturalmente el símbolo más apropiado del Fuego Eterno en el Universo, y si bien la química moderna niega la posibilidad de que puedan construirse, el hecho de que se han construido y visto muchas en un período de miles de años, es una advertencia contra el dogmatismo. En el Tíbet, los magos Lamas han descubierto un sistema para iluminar las habitaciones mediante una esfera luminosa fosforescente de color blanco-verdoso, que aumenta su luminosidad cuando así lo ordenan los sacerdotes, y que, después de la salida de los que estaban en la cámara, se va apagando gradualmente hasta no quedar más que una chispa que arde continuamente.
Este milagro aparente, no es más difícil de explicar que otros realizados por los tibetanos. Hay en el Tíbet un árbol sagrado que echa corteza nueva todos los años, y cuando cae la vieja se encuentra una inscripción en caracteres tibetanos en la nueva corteza que está debajo. Estos secretos de los pueblos llamados salvajes o primitivos refutan incesantemente el ridículo con el que los caucásicos miran casi invariablemente la cultura de otras razas.
Los sacerdotes druidas, en Bretaña, reconociendo al Sol como delegado de la Deidad Suprema, empleaban un rayo de luz solar para encender los fuegos de sus altares. Hacían esto concentrando el rayo sobre un cristal o aguamarina especialmente tallado, engarzado en la forma de un broche mágico o hebilla en el frente del cinturón del Archi-Druida. A este broche se le llamaba el Liath Meisicith y se suponía que poseía el poder de atraer el fuego divino de los dioses desde el cielo y de concentrar sus energías para ponerlas al servicio del hombre. Esta hebilla era naturalmente un espejo ustorio. Muchas de las naciones de la antigüedad reverenciaban en tal forma al fuego y a la luz del Sol que no permitían jamás que se iluminaran sus altares sino concentrando los rayos solares por medio de un espejo ustorio. En algunos de los templos antiguos, había lentes debidamente colocados en el techo, en diversos ángulos, de manera que cada año en el equinoccio vernal, el Sol de mediodía enviaba sus rayos por dichos lentes y encendía los fuegos del altar, que ya estaban debidamente preparados para esta ocasión. Los sacerdotes consideraban este proceso equivalente al de que los mismos dioses hubieran encendido los fuegos. En honor de Hu, la Suprema Deidad de los druidas, los pueblos de Bretaña y Gales celebraban anualmente un encendimiento de fuegos en el que ellos llamaban Día del Solsticio Estival.



Una de las razones por las cuales el muérdago era sagrado para los druidas, consistía en que muchos de los sacerdotes creían que esta peculiar planta parasitaria caía a la tierra en forma de rayos y que dondequiera que un árbol fuera abatido por el rayo, la semilla del muérdago quedaba depositada dentro de su corteza. El largo tiempo que el muérdago permanecía vivo, después de ser cortado del árbol, tenía mucho que ver con la veneración que le tributaban los druidas. El hecho de que esta planta era también un medio poderoso para captar el misterioso fuego cósmico que circula a través de los éteres, fue descubierto por dichos sacerdotes, quienes apreciaban al muérdago por su estrecha relación con la misteriosa luz astral que es en realidad el cuerpo astral de la tierra.
A este respecto escribe Eliphas Levi en su Historia de la Magia: Los druidas eran sacerdotes y médicos que curaban por el magnetismo y cargaban amuletos con su influencia fluídica. Sus remedios universales eran el muérdago y los huevos de serpientes, porque estas substancias atraían la luz astral de una manera muy especial. La solemnidad con que se cortaba el muérdago atraía sobre esta planta la confianza popular y la volvía extraordinariamente magnética. El progreso del magnetismo revelará algún día las propiedades absorbentes del muérdago. Entonces comprenderemos el secreto de esos crecimientos esponjosos que absorben las desaprovechadas virtudes de las plantas y se cargan con sus tinturas y sabores. Hongos, trufas, agallas y las diversas variedades de muérdago, serán empleados inteligentemente por la ciencia médica, lo cual será nuevo porque es viejo.
Ciertas plantas, minerales y animales han sido considerados sagrados entre todas las naciones de la tierra, debido a su peculiar sensibilidad al fuego astral. El gato, sagrado para la ciudad de Bubastis en Egipto, es un ejemplo de animal especialmente magnético. Cualquiera que acaricie la piel de un gato doméstico en una habitación obscura, podrá ver las emanaciones eléctricas, en la forma de una luz fosforescente de color verdoso, que se desprenden del mismo. En los templos de Bast, consagrados a la diosa de los gatos, se veneraba especialmente a gatos de tres colores, como a cualquiera otro miembro de la familia felina cuyos dos ojos fueran de diferente color. La piedra imán y el radio en el reino mineral, así como varios crecimientos parásitos en el reino vegetal, son extrañamente sensibles al fuego cósmico. Los magos de la Edad Media se rodeaban de ciertos animales tales como murciélagos, gatos, serpientes y monos, porque tenían el poder de extraer la luz astral de esos seres y apropiársela para sus propios fines. Por esta misma razón los egipcios y también algunos griegos mantenían gatos en los templos y las serpientes siempre estuvieron presentes en el Oráculo de Delfos. El cuerpo áurico de una serpiente es una de las cosas más notables que puede contemplar un clarividente y los secretos encerrados dentro de su aura demuestran por qué la serpiente es el símbolo de la sabiduría en muchos pueblos.
El hecho de que el cristianismo ha preservado (al menos en parte) la primitiva adoración del fuego en la antigüedad, es evidente en muchos de sus símbolos y rituales. El incensario empleado con tanta frecuencia en las iglesias cristianas es un símbolo pagano relacionado con la regeneración del alma humana. El incensario representa al cuerpo humano. El incienso dentro del incensario, hecho con las esencias extractadas de varias plantas, representa las fuerzas vitales del cuerpo del hombre. La llameante chispa ardiendo en medio del incienso es el emblema del germen espiritual encerrado en el corazón del organismo material del hombre. Esta chispa espiritual es una parte infinitesimal de la divina llama, el Gran Fuego del Universo, de Cuyo ígneo corazón han sido encendidos los fuegos de los altares de todas Sus criaturas. Así como la chispa de la vida consume gradualmente el incienso, así también la naturaleza espiritual del hombre, mediante el proceso de regeneración, consume gradualmente todos los elementos groseros del cuerpo, transmutándolos en poder anímico, simbolizado por el humo. Aunque el humo es en realidad una substancia física y densa, es no obstante lo bastante ligera para elevarse en forma de nubes, de igual modo el alma es de hecho un elemento físico, pero mediante la purificación y el fuego de la aspiración, adquiere la naturaleza de la atmósfera intangible; aunque formada por la substancia de la tierra, llega a ser suficientemente sutil como para elevarse cual fragante perfume hasta el trono de la Divinidad.
Si bien algunas autoridades han sostenido que la forma de la cruz derivó del antiguo instrumento egipcio llamado Nilómetro, usado para medir las inundaciones del Nilo, otros opinan que el símbolo tuvo su origen en los dos palos cruzados que los pueblos primitivos empleaban para hacer fuego, mediante la fricción. El uso de campanarios y torres en la construcción de las catedrales del cristianismo medieval, así como las más familiares y convencionales estructuras piramidales de las torres de las iglesias, puede que tenga su origen en los obeliscos de fuego de Egipto, que se colocaban al frente de los templos consagrados a las deidades superiores. Todas las pirámides son símbolos del fuego. El árbol de mayo tuvo su origen en una antigüedad similar, en la que era a la vez un símbolo fálico y un emblema del fuego cósmico.
La costumbre reinante de orientar las iglesias hacia el este es, por supuesto, otra evidencia de la supervivencia de la adoración al culto solar. Prácticamente la única rama de la raza humana que no observa esta regla es la árabe. Los mahometanos orientan siempre sus mezquitas hacia la Meca, pero sin embargo sus horas de oración están determinadas por el Sol. Los rosetones y los muros cubiertos de hiedra son supervivencia del paganismo, porque la hiedra estaba consagrada a Baco a causa de la forma de sus hojas, y se permitía siempre que esta planta cubriera los muros de los templos consagrados a la deidad solar griega. Los ornamentos dorados que se encuentran sobre los altares de las iglesias cristianas deberían siempre recordar al filósofo observador que el oro es el metal sagrado del Sol, porque (según los alquimistas) el rayo solar se cristalizó en la tierra, formándose así ese precioso metal, el cual, dicho sea de paso, se sigue formando todavía. Los cirios que tantas veces adornan esos mismos altares y que casi siempre aparecen en número impar, nos recuerdan que los números impares son solarmente sagrados.
Cuando se emplean tres cirios, ellos representan los tres aspectos del Sol: aurora, mediodía y ocaso, y de este modo son emblema de la Trinidad. Cuando se emplean siete, representan a los ángeles planetarios llamados por los judíos los Elohim, cuyos valores cabalísticos y numéricos son también siete. Cuando aparecen los números pares 12 o 24, representan los signos del zodíaco y los espíritus de las horas del día, llamados por los persas los Izzids. Cuando se expone sólo una luz, es el emblema del Padre Supremo Invisible, el Uno, y la pequeña lamparita roja que siempre arde sobre el altar es una ofrenda al Demiurgo-Jehovah o el Señor Constructor de las Formas.
Lo que es el aceite a las llamas, es la sangre para el espíritu del hombre. Por consiguiente se emplea frecuentemente el aceite en las unciones, porque es un fluido sagrado para el poder solar. Y como el aceite contiene la vida solar, se emplea en grandes cantidades en las tierras polares donde es necesario generar una gran abundancia de calor corporal. De ahí la gran inclinación de los esquimales por consumir bujías de sebo y grasa de ballena.
La misma palabra Cristo es prueba suficiente de que el fuego y la adoración del fuego son los dos elementos más esenciales de la fe cristiana. Los rayos luminosos provenientes del Sol eran para los antiguos como la sangre del Cordero Celestial que en el equinoccio vernal moría por los pecados del mundo y redimía a toda la humanidad con su sangre (rayos).
Las Escuelas de Misterios del antiguo Egipto enseñaban que la sangre era el vehículo de la consciencia. El espíritu del hombre se movía a través de la corriente sanguínea y por lo tanto no se encontraba en ningún punto particular del organismo. Se movía en el cuerpo con la rapidez del pensamiento, de manera que la consciencia del yo, el conocimiento de lo externo y la percepción sensorial, podían ser localizados en cualquier parte del cuerpo, mediante el ejercicio de la voluntad. Los iniciados consideraban la sangre como un líquido misterioso, algo gaseoso por naturaleza, que servía como medio de manifestación del fuego de la naturaleza espiritual del hombre. Este fuego, circulando por el sistema, animaba y vitalizaba todas las partes de la forma, manteniendo así a la naturaleza espiritual en contacto con todas sus extremidades físicas. Los místicos consideraban el hígado como la fuente del calor y poder de la sangre. De ahí que sea significativo que la lanza del centurión hiriera el hígado de Cristo y que el buitre fuera colocado sobre el hígado de Prometeo, para atormentarlo a través de las edades.
El ocultismo nos enseña que la presencia del hígado es lo que distingue al animal de la planta y que es místicamente cierto que los pequeños seres que tienen el poder de moverse, pero que carecen de hígado, son realmente plantas en sentido espiritual. El hígado está regido por el planeta Marte, que es la dínamo del sistema solar y el cual envía un rayo rojo animador a todos los seres que evolucionan dentro de este esquema solar. Los filósofos enseñaban que el planeta Marte, bajo la dirección de su regente Samael, era el transmutado Cuerpo de Pecado del Logos Solar, que originalmente había sido el Morador del Umbral del Divino Ser cuyas energías son distribuidas ahora por el fuego del Sol. Samael, incidentalmente, fue el ígneo padre de Caín, por intermedio del cual una parte de la humanidad ha recibido la llama de la aspiración y está así separada de los hijos de Seth, cuyo padre fue Jehová.
Los egipcios consideraban al jugo de la uva como la substancia más parecida a la sangre humana que existía. En realidad creían que la vid extraía su vida de la sangre de los muertos que habían sido inhumados en la tierra. Respecto a este asunto, Plutarco escribió lo siguiente: Los sacerdotes del Sol en Heliópolis nunca llevan vino a sus templos, y si hacían uso de él a cualquier hora en sus Libaciones a los Dioses, no era porque lo consideraran de naturaleza aceptable para ellos, sino que lo vertían sobre sus altares como la sangre de aquellos enemigos que antes habían luchado contra ellos. Porque consideraban que el vino había brotado de la tierra después de haber sido ésta alimentada con los cadáveres de aquellos que habían caído en las guerras contra los dioses. Y esto, dicen ellos, es la razón por la que beber su jugo en grandes cantidades vuelve locos y fuera de sí a los hombres, llenándolos con la sangre de sus antecesores (Isis y Osiris).
Los magos de la Edad Media conocían el hecho de que podían, por medio de sus poderes ocultos, dominar a cualquier persona si lograban obtener un poco de su sangre. Si se deja un vaso de agua durante la noche en la habitación de alguno que duerme en ella, a la mañana siguiente el agua estará tan impregnada con las radiaciones psíquicas de dicha persona, que cualquiera que conozca el procedimiento, puede descubrir en el agua toda la historia de la vida y el carácter del que ocupó la habitación. Estas impresiones son transmitidas y retenidas por una sutil substancia que los trascendentalistas medievales llamaban luz astral, una esencia ígnea siempre presente y omnipenetrante, que preserva intactas las impresiones de cuanto haya sucedido en cualquier parte de la Naturaleza.
El torrente de rayos que emana de la faz del Sol ha hecho que se le asocie con el león, debido a la hirsuta crin del rey de los animales. Los rubios Dioses Salvadores de muchas naciones simbolizan sutilmente con sus largos rizos dorados las radiaciones solares. El Sol era el rey de los cielos y los gobernantes terrestres deseosos de proclamar su poder mundano, se complacían en considerarse pequeños Soles, siendo sus vasallos reconocidos como planetas que se bañaban en la gloria de la luz central. Lo más elevado de cada uno de los reinos de la naturaleza fue también considerado como el símbolo del Sol. De ahí que el escarabajo sagrado, el más inteligente de todos los insectos; el águila, el ave de más elevado vuelo; y el león, la más fuerte de todas las bestias, fueron considerados como símbolos apropiados del disco solar. Así los mongoles eligieron al león como enseña, mientras que César y Napoleón usaron el águila para simbolizar su dignidad. Las coronas de los reyes fueron originalmente bandas de oro con puntas radiantes simbolizando que participaban en parte del divino poder del cual estaba revestido el Sol. Con el correr del tiempo la corona se fue convencionalizando. Su superficie fue incrustada con piedras preciosas, algunos de sus rasgos fueron cambiados y se perdió su evidente analogía con el Sol.


Detalle del fresco El Juicio Final del Giotto

El halo que se representa tan a menudo alrededor de las cabezas, tanto de las deidades cristianas como paganas y santos, es también emblemático del poder solar. De acuerdo con los Misterios, llega un momento en el desenvolvimiento espiritual del hombre, en que el misterioso óleo que ha estado ascendiendo lentamente por la columna espinal entra finalmente en el tercer ventrículo del cerebro, donde toma un hermoso color dorado y se irradia en todas direcciones. Esta radiación es tan grande que no puede ser limitada por el cráneo y entonces sale de la cabeza, especialmente por la parte posterior del cuello, en el punto en que la vértebra superior se articula con los cóndilos del hueso occipital. Es esta luz que brota en forma de abanico de la parte posterior de la cabeza, la que ha dado origen al halo de los santos y al nimbo tan a menudo usado en el arte religioso. Esta luz significa la regeneración humana y forma parte de los cuerpos áuricos del hombre.
Estas auras han influenciado grandemente el color y la forma de las vestiduras empleadas en los ceremoniales religiosos. La túnica azul y dorada de que nos habla Albert Pike y los ropajes de los diferentes grados en las jerarquías de todas las órdenes religiosas son simbólicos de estas emanaciones invisibles que rodean al hombre, cuyos colores cambian con cada pensamiento y sentimiento. Merced a estas auras los sacerdotes y filósofos de la antigüedad elegían a aquellos discípulos que podrían honrar sus enseñanzas. Las Túnicas de Gloria del Sumo Sacerdote de Israel son todas simbólicas, como lo hizo notar sagazmente Josephus con su educación oriental. El lienzo blanco liso simboliza la purificada naturaleza física; las vestiduras de muchos colores representan al cuerpo astral, en tanto que el ropaje azul lo es de la naturaleza espiritual y el violeta de la mente, porque éste es un color compuesto por dos matices, uno espiritual y el otro material.



En los Misterios Egipcios no era raro que se mostraran los rayos del Sol terminando en manos humanas. Una de las sillas que se encontraron recientemente en la tumba de Tut-Ank-Amen tiene un Sol cuyos rayos terminan en manos humanas. Entre los antiguos, la mano era el símbolo de la sabiduría, porque se empleaba para levantar al caído y nadie está tan caído como el hombre ignorante. Las tendencias físicas del Sol y su poder para absorber el agua, fueron empleados para simbolizar un proceso espiritual en el cual la naturaleza divina del hombre era exaltada o iluminada y elevada por el calor del Sol, cuyos rayos expanden el triple poder espiritual del amor, de la sabiduría y de la verdad.
Manly Hall
Extractado por Rodrigo Beltrán de
Melquisedec y el Misterio del Fuego.- Editorial Kier,

lunes, 10 de enero de 2011

Himno Atón (Antiguo Egipto)

Apareces henchido de belleza en el horizonte del cielo,
Disco Viviente, que das comienzo a la Vida.
Al alzarte sobre el horizonte de Levante
llenas los países con Tu perfección.
Eres hermoso, grande, brillante, alto por sobre tu Universo.
Tus rayos cubren los países hasta el confín de lo que creaste.
Porque eres el Sol, los has conquistado hasta sus confines y los sujetas para tu Hijo al que amas.
Por lejos que estés, tus rayos tocan la Tierra.
Estás ante nuestros ojos, pero tu camino sigue siéndonos ignoto.
Cuando te ocultas en el horizonte de Poniente
el Universo se sumerge en las tinieblas y queda como muerto.
Los hombres duermen en sus moradas con la cabeza tapada
y ninguno puede ver a su hermano.
¡Les robarían incluso los bienes que guardasen bajo su cabeza
y no se apercibirían!

Todos los leones salen de sus guaridas
y todos los reptiles muerden.
Todo es como tinieblas de un cuévano. El mundo yace en silencio.
Es que Su Creador reposa tras el horizonte.
Pero, al alba, desde que te alzas en el horizonte
y brillas, Disco del Sol, durante el día,
expulsas a las tinieblas e irradias tus rayos.
Entonces, el Doble País es una fiesta,
la Humanidad despierta y se alza sobre sus pies
¡Tú eres quien la ha hecho alzarse!
Tan pronto como purifican sus cuerpos, cogen sus vestiduras
y sus brazos rinden adoración a tu Ascenso.
El Universo entero puede disponerse a la tarea. Todo ganado está satisfecho en su pasto;
el árbol y la hierba reverdecen;
los pájaros levantan el vuelo desde sus nidos
con las alas desplegadas y rinden adoración a Tu Ser.
Todos los animales saltan sobre sus patas.
Todos los que vuelan y todos los que se posan
están vivos desde que Tú has vuelto a alzarte para ellos.
Los barcos suben y bajan por el agua del río.
Todo camino se abre porque Tú has aparecido.
Los peces, sobre el agua del río, saltan hacia Tu rostro: y es que tus rayos penetran hasta el seno profundo del más verde mar.
Eres Tú quien desarrolla el embrión en la hembra.
Tú quien crea la simiente en el varón.
Tú quien da vida la hijo en el seno de la madre.
Tú quien le mandas el consuelo que apacigua sus lágrimas.
Tú la nodriza de quien aún esté en el vientre materno. Tú el que no deja de
dar aliento a la vida de cada criatura.
Cuando salen del seno materno para respirar, el día de su nacimiento.
Tú abres al instante su boca y les das lo necesario. Mientras el polluelo está en el huevo y pía dentro del cascarón.
Tú le envías aliento al interior para que tenga vida.
Tú has prescrito para él un tiempo para que lo rompa desde el interior.
Y él sale del huevo en el tiempo prescrito
y camina sobre sus patas desde el momento en que sale.
¡Cuán abundantes lascosas por Ti creadas
aunque nuestros ojos no las vean
oh, Dios único, sin par!
Has creado el Universo según Tu deseo,
cuando estabas solo:
hombres, ganados, fieras,
cuanto hay sobre la Tierra y anda sobre patas,
cuanto está en el Cielo y vuela, con alas desplegadas,
los países de montaña, Siria y Sudán,
y el llano de Egipto.
Has situado a cada hombre en su sitio y dádole lo necesario.
Cada cual tiene qué comer y tiene un tiempo contado para su vida.
Las lenguas son variadas en sus modos;
los caracteres y los colores de los hombres son distintos,
y has hecho distintos a los extranjeros.
Creas al Nilo en el mundo inferior
y le haces vivir según tu voluntad para dar vida a los egipcios,
lo mismo que los has creado a ellos para Ti,
Tú, Señor de todos ellos, que Te tomas tanto trabajo por ellos.
Señor de todo el Universo, que Te alzas para él,
Disco del Día de prodigioso prestigio.
A todo país extranjero, por lejano que sea, le haces vivir también;
has dispuesto un Nilo en el Cielo para que baje para ellos;
forma las corrientes de agua en las montañas, como el tan verde mar,
para regar sus campos y sus territorios.
¡Cuán eficientes son tus propósitos, Señor de la Eternidad!
Un Nilo en el cielo, he aquí el don que has concedido a los extranjeros
y a todo animal de las montañas que ande sobre sus patas,
lo mismo que el Nilo que viene del mundo inferior, que llega al País amado.
Tus rayos nutren el campo.
En cuanto brillas, viven y crecen las plantas para Ti.
Haces las estaciones para desarrollar cuanto creaste:
el invierno, para refrescarlos; y el estío, para que te saboreen.
Hiciste el Cielo lejano para surgir de él
y abarcar con la vista toda Tu creación
y sigues en Tu Unidad,
cuando Te has levantado en Tu forma de Disco Divino,
que aparece y resplandece luego,
que está lejos, pero se mantiene cerca.
Sacas sin cesar miles de formas de Ti mismo
y mantienes Tu Unidad.
Ciudades, nomos, campos, caminos, ríos,
todo ojo Te ve ante sí,
porque eres el Disco del Día sobre el Universo.
Pero, cuando te vas,
ninguno de los seres que Tú has creado quiere subsistir / por no poder contemplarte.
[Y aunque no te vea] ninguna de Tus criaturas,
Tú permaneces siempre en mi corazón. Nadie te conoce
como tu hijo Nefer-jeperu-re Uaen-re,
pues le has revelado Tus propósitos y Tu poder.
El Universo ha venido a la existencia en Tu mano, tal como lo creaste.
Si Te alzas, vive; si Te ocultas, muere.
Tú eres la duración de la Vida misma; se vive de Ti.
Los ojos contemplan Tu perfección sin cesar, hasta Tu ocaso;
toda tarea cesa cuando Te ocultas por Poniente.
En cuanto Te alzas, haces crecer [toda cosa] para el Rey
y la prisa invade las piernas
desde que dinamizas el Universo,
y haces que surja
para Tu hijo, nacido de Tu Persona,
el Rey del Alto y del Bajo País, que vive verdaderamente,
Señor del Doble País, Nefer-jeperure-Uaen-re,
Hijo de Ra. que vive verdaderamente, Señor de las Coronas, Ajen-atón.
¡Que sea grande la duración de su vida!
Y su Gran Esposa, a quien él ama,
la Dama del Doble País, Nefer-neferu-atón Nefertiti,
que le sea dado vivir y rejuvenecer para siempre,
eternamente.

lunes, 3 de enero de 2011

El Conocimiento Metafísico

La filosofía, la ciencia y hasta la religión modernas parecen haber perdido la esperanza y muy a menudo el interés mismo en la posibilidad del conocimiento metafísico. Este no es la creencia religiosa, ni la especulación filosófica, ni la teoría científica. Es la experiencia real o el reconocimiento inmediato de esa Realidad última que es fundamento y causa del universo y, por ello, principio y sentido de la vida humana.
Muchos piensan que conviene a la humildad del hombre renunciar a la posibilidad de este conocimiento. Sin embargo, trataremos de mostrar no sólo que tal conocimiento ha existido en la humanidad sino también que la pérdida del contacto del hombre moderno con sus fuentes es la principal razón de la desintegración tan peculiar y peligrosa de nuestra cultura, Más importante aún, trataremos de describir la naturaleza de este conocimiento en la medida en que el lenguaje lo permita. Por absurdo que suene a los oídos modernos, debemos recordar que para otras culturas y épocas superiores a la nuestra una incursión en este ámbito podría parecer tan normal como necesaria.

Por consiguiente, advertimos que es más fácil entender mal este tema que cualquier otro, no debido a complejidades técnicas, sino a la falta de familiaridad. Pues este tipo de conocimiento y sus correspondientes modos de vida y pensamiento son tan extraños a la actual civilización occidental que han desaparecido de las normas comunes de nuestro pensamiento y de los supuestos en que estas se basan. Muchos términos que pueden resultarnos bastante familiares, con el correr del tiempo, han cambiado y confundido su significado. Si no son definidos cuidadosamente, inducirán a error.
Existe un consenso sobre el hecho que nuestra civilización actual carece evidentemente de todo principio unificador. El grado de unidad que el término vago de civilización moderna implica, es en muchos sentidos una unidad de desunión. Los hombres muestran una coherencia superficial gracias a la extensión de la tecnología y a la aceptación común de ciertos modos de pensamiento cuya naturaleza misma consiste en producir mayor desintegración. Por mucho que se trate de prevenir esta peligrosa confusión del mundo por medio de algún sistema político o económico unificado, lo cierto es que la unidad cultural y la unidad social son expresiones de lo que por el momento podemos llamar unidad espiritual, y no pueden existir independientemente de ella. No puede haber orden ni acuerdo en las esferas particulares de la vida humana a menos que no haya común acuerdo con respecto a la naturaleza y sentido de la vida misma.
Es evidente que los diferentes sistemas políticos tienen su origen en distintas filosofías de la vida, con sus diversas ideas con respecto a la naturaleza y el destino del hombre. El relativismo y el individualismo dogmáticos de la filosofía moderna impiden cualquier acuerdo sobre principios universales en relación a ello. Las actuales tendencias filosóficas y científicas prácticamente aceptan en forma unánime que el hombre no puede tener un conocimiento cierto de la realidad última, de la causa y sentido del universo, concluyendo en que – muy probablemente – es ociosa la búsqueda de este conocimiento. Por lo tanto, la unidad social debe buscarse sobre la base de la naturaleza física común del hombre. Todos deben comer, vestirse y entretenerse de manera inofensiva.
En la práctica, sin embargo, las necesidades físicas comunes no bastan como fundamento de la unidad. Si el hombre no fuera nada más que un ser físico – como una vaca o una oveja – estaría claramente justificado tratarlo como tal. El mayor bien para la raza o el rebaño sería la mayor felicidad biológica del mayor número. Considerado así, sólo un mero sentimentalismo impediría la eliminación higiénica de todas las minorías de inadaptados que perturban la sociedad y de todos aquellos que no concuerden con la concepción común – no menos arbitraria – del bien supremo para la mayoría. Ya que para el bien económico común hay mataderos de ganado animal admirablemente eficientes e higiénicos, nada impediría la construcción de otros aún más eficientes, desde el punto de vista de la técnica, para el ganado humano. En realidad, esta ya fue una práctica establecida en aquellos países donde el dogma oficial del Estado tenía un concepto estrictamente físico de la naturaleza del hombre.
Tal vez nuestras comunes necesidades biológicas nos unirían si fuéramos simplemente seres biológicos. Pero esa noción es ya una filosofía o, más exactamente, nada más que una de las tantas opiniones filosóficas inciertas que no convencen, y con respecto a las cuales los filósofos están de acuerdo en que no puede haber acuerdos. Para concebir que sus necesidades son meramente biológicas, el hombre tiene que filosofar. En el momento en que se propone una teoría de la vida humana hay fundamentos igualmente racionales para proponer otra. Al filosofar, nos preguntamos para qué existe el hombre y a cuáles fines sirve su existencia física.
Si decidimos que existe sólo para sí mismo, o para la gloria del Estado, del arte, o de Dios, transportamos todo el problema al ámbito de los fines. Por consiguiente, lo importante acerca de la vida humana, aquello que le servirá de base, es el fin por el cual el hombre come, bebe, se divierte y existe. Si no podemos ponernos de acuerdo en esto, no podemos unirnos socialmente. Las necesidades físicas comunes no proporcionan más base para la unidad que lo que la mera capacidad y deseo de caminar puedan determinar dónde se debe ir. Decir que no hay ningún lugar especial adonde dirigirse, o que existimos simplemente por existir en la forma más segura y cómoda posible, no es más que oponerse a los que – con buenas razones – puedan sostener otros puntos de vista. En tal caso, el que los unos y los otros necesiten comer no marcará una diferencia que ayude a decidir la finalidad de la vida.
La unidad biológica del hombre es simplemente una unidad instrumental. Todos poseemos los mismos instrumentos, pero la vida de cada uno consiste en lo que se haga con ellos. De este modo, para estar unidos en la acción debemos estar de acuerdo en los fines, es decir, debemos estar de acuerdo filosóficamente. El concordar en que haya disensión, el dejar que cada uno adopte concepciones independientes y hasta contradictorias del fin del hombre, es estar de acuerdo en no tener una unión social verdadera, y permitir que nuestra sociedad se desintegre espiritualmente, como está sucediendo. Convenir en que todos debemos comer, beber y vivir en paz, es no estar de acuerdo en los fines, es decir, en un principio de unidad significativo. Convenir en que no se debe filosofar en absoluto, lo que sería el único modo de lograr la unidad en el nivel puramente animal, es cosa imposible, puesto que tal decisión es ya la opinión filosófica del agnosticismo. El hombre es por naturaleza filósofo, y no puede ser de otra manera.
Así resulta obvia la gigantesca contradicción entre el deseo y la necesidad urgentes de unidad social y la desesperanza por conseguir el acuerdo filosófico, o la oposición a este. Trabajar por la paz y el orden en el nivel puramente político o económico puede ser eficaz en ciertos casos secundarios, pero trabajar exclusivamente – o aun primariamente – en este nivel es el procedimiento más alejado de la realidad que pueda imaginarse. Una sociedad que no está de acuerdo en para qué existe el hombre, que no puede ser unánime en una filosofía del verdadero destino del hombre, no puede ser una sociedad unida.
Para el liberalismo moderno, la idea de una sociedad espiritualmente unánime parece tan imposible como indeseable. Sugiere el totalitarismo eclesiástico de la Edad Media y la restricción de la libertad de pensamiento. Pero esta libertad no es un fin en sí misma, y si se la busca sólo por ella, se llega a la confusión total. El pensamiento es libre para descubrir la realidad, para investigar para qué existe el hombre. El liberalismo debe enfrentar el hecho simple de que si no lo sabemos no podernos educarlo ni buscar remedio a sus flaquezas. Si no se sabe para qué sirve un automóvil, es absurdo pensar que se pueda conducirlo o repararlo con inteligencia.
Educar al hombre sólo para que se gane la vida en armonía con los demás es simplemente darle la capacidad de vivir sin una meta, y hasta sin un principio de armonía. Es ponerlo a andar por el andar mismo, pidiéndole que ayude a los demás a andar también, sin entrometerse en su camino. Pero cuando nadie sabe adónde va – salvo a cierto lugar desde donde ha de continuar andando – el resultado es la confusión y la ineficacia que ningún liberalismo, por bien intencionado que sea, puede controlar. El hombre necesita una meta adonde dirigirse. Debemos preguntar, pues, si hay alguna esperanza de que la filosofía moderna, la ciencia y la religión proporcionen una respuesta.
Hasta aquí hemos usado la palabra filosofía en un sentido extraordinariamente amplio, que puede incluir la religión, el misticismo, el patriotismo o cualquier otro modo de expresar el sentido de la vida, tanto como la filosofía propiamente dicha. La filosofía académica moderna, la lógica, la epistemología, la ontología, etc., no proporcionan en absoluto ningún principio de unidad a la sociedad moderna. Por sinceros y brillantes que sean sus discípulos, sería difícil encontrar un grupo más indeciso y confundido en su mentalidad colectiva.
No es necesario decir que esta incertidumbre se refleja en espíritus sinceros y honestos que evitan las conclusiones apresuradas e influidas por los prejuicios. Pero veremos que al limitarse a la lógica y a los reinos de la estética y de la experiencia sensorial, la filosofía restringe su campo a una esfera totalmente contingente, que nunca puede darnos el principio universal requerido, que no es lo mismo que un principio meramente general. Sumida en las contingencias, la filosofía moderna muestra la falta de unidad de las meras contingencias. Lejos de buscar en ella un principio de unidad, la sociedad hace retroceder a la filosofía hacia los rincones oscuros de sus universidades, conservándola sólo como un pasatiempo académico. La filosofía moderna es un cuerpo de especulaciones ingeniosas pero que no llega a ninguna conclusión, inseguro de los verdaderos métodos de la lógica y del conocimiento que emplea. Sin embargo, veremos que, a pesar de su reclusión académica, ejerce una influencia en el mundo, bastante poderosa y perturbadora.
Aunque la frase verdad científica tiene en nuestra época casi la misma aureola de autoridad definitiva que tuvo la frase verdad católica en el pasado, el científico honesto y escrupuloso es la última persona que puede pretender para sí tal autoridad. Como ser humano, todo científico es filósofo; pero como científico no es filósofo. Como tal, reconoce claramente las limitaciones de la rama del conocimiento objeto de su investigación. Sabe que la ciencia es la medida, la descripción y la clasificación de los fenómenos naturales; es el estudio de cómo ocurren las cosas. No puede decir qué son las cosas ni por qué ocurren. Describe la vida en su funcionamiento, pero no se atreve a decir para qué es la vida. En cierto sentido, el científico tiene con el filósofo la misma relación que el gramático con el poeta. El gramático clasifica las diversas palabras de un poema, las identifica como sustantivos, verbos y adjetivos, y describe sus relaciones sintácticas. juzga si el poema se ajusta o no a la gramática, pero no se atreve a decir si es buena o mala poesía, sea con respecto a la belleza de las palabras empleadas, o con respecto al sentido que ellas implican. Por tanto, sería exagerado de nuestra parte si esperásemos que la ciencia produzca una filosofía de la vida. Ella no puede proporcionarla como – por otra parte – el estudio de la gramática no puede proporcionarnos sentidos para expresarlos en palabras.
Según Einstein: En nuestro esfuerzo por comprender la realidad nos parecemos a un hombre que trata de entender el mecanismo de un reloj cerrado. Ve la esfera y las manecillas que se mueven, oye también su tictac, pero no puede abrir la caja. Si es ingenioso, puede imaginarse un mecanismo que sería la causa de todo lo que observa, pero nunca podría estar completamente seguro de si su representación es la única que puede explicar sus observaciones. Nunca podrá comparar su representación con el mecanismo real y tampoco puede imaginar la posibilidad o el sentido de tal comparación.
0 bien, como confesión de las limitaciones de la ciencia, podemos citar el breve comentario de Sir Arthur Eddington sobre el misterio del electrón: Algo desconocido ocurre, no sabemos qué.
La autoridad casi religiosa que popularmente se atribuye a la ciencia ha de ser tan poco aceptada por los científicos mismos como las exageradas esperanzas de paz y orden sociales puestas en la psicología y en la tecnología como aplicaciones de la ciencia. El peligro real del progreso puramente técnico es tan claro en el ejemplo de la bomba atómica que es innecesario ponerlo de relieve. Y en la medida en que la psicología es fisiología del alma, nada más puede decirse sobre su destino que lo que puede decir un médico sobre la meta a la que se dirige un cuerpo que camina. Los psicólogos pueden curar las almas enfermas y los médicos los cuerpos enfermos, pero en cuanto son meramente científicos no tienen idea de para qué están destinadas las almas y los cuerpos sanos. La única función de la ciencia en relación con los fines es determinar, en la medida de lo posible, lo que daña al cuerpo y al alma; aunque aún aquí en ciertas ocasiones el fin puede bastar para justificar el daño, tal vez la muerte del cuerpo, por razones completamente ajenas a la esfera científica, como sucede en las guerras.
Mientras la filosofía académica no proporciona a la sociedad humana ningún principio de unidad, la ciencia ni siquiera tiene la intención ni está en condiciones de hacerlo. Su función es tan estrictamente instrumental como la naturaleza física del hombre. En lo que concierne a la ciencia, los mismos científicos se han pronunciado repetidas veces en los últimos tiempos sobre las limitaciones de su esfera de conocimiento, de modo que no es necesario insistir sobre este punto.
Para cumplir el propósito de este breve estudio sobre las posibles fuentes de un principio de unidad, falta considerar a la religión. Una religión con pretensiones de universalidad, como el cristianismo, considera que su función suprema es la unificación de la raza humana en su fin verdadero, Dios; y durante varios siglos la fe católica proporcionó realmente un principio de unidad a la sociedad occidental. La cristiandad fue en verdad una cultura filosóficamente unánime la que, a pesar de las rencillas de los príncipes, dio a Europa una coherencia tal que se mantiene aún en la desintegración contemporánea.
Con ciertas reservas importantes, pareciera ser verdad que de algún modo el catolicismo es el único portador adecuado de un principio unificador que permanece en el mundo occidental. Pues el protestantismo moderno se ha vuelto tan vago, incierto y confuso en materia de doctrina que su único vínculo, así como su única enseñanza, es la moralidad basada en la imitación externa de la conducta personal de Jesús. Debiera comprenderse que la moralidad común está lejos de ser un principio de unidad verdadero. De todos modos, es un vínculo en cierto modo más adecuado que la mera comunidad de medios e instrumentos antes que de fines.
Si la moralidad consiste en hacer bien al prójimo, es evidente que ella existe para el hombre más bien que el hombre para la moralidad, permaneciendo sin solución el problema de qué es el hombre mismo. Si yo vivo simplemente con el fin de servir a mi hermano, qué hará mi hermano con el servicio que yo le presto ? Servirme a mí en retribución ? Existe la especie simplemente para servirse a sí misma, y si es así, en qué se ha de servir ? Alimentos, vestidos, información, medicina, entretenimientos inofensivos ? La mera moralidad como principio unificador nos hace retroceder peligrosamente hasta muy cerca del ideal biológico del mayor bien para el mayor número. No ofrece en sí misma ninguna razón real de respeto a las minorías porque no se apoya en ninguna doctrina relacionada con la verdadera naturaleza de la persona humana. Sus motivos de buena voluntad recíproca son puramente sentimentales y no tienen un origen más profundo que la simpatía y la piedad por el lado positivo; por el negativo, está ese arraigado sentido de culpabilidad que a veces es llamado conciencia disidente o de la Nueva Inglaterra.
Por otra parte, el catolicismo y algunas formas de protestantismo más apegadas a la tradición – aunque con menos influencia – tienen una doctrina real del sentido de la vida humana: el fin verdadero del hombre es la unión con Dios en la contemplación de la Visión Beatífica. Apartándonos de todo cuestionamiento acerca de su verdad, esta es la única – entre todas las ideas sobre el destino último del hombre – que nos presenta un fin real. No se puede preguntar por un fin posterior a este, porque el gozo de Dios es un fin infinito.
Según Santo Tomás: Todas las otras operaciones humanas parecen dirigirse a esto como a su fin. Pues la contemplación perfecta exige que el cuerpo se sustente, y a este efecto se dirigen todos los productos que son necesarios para la vida. Además exige estar libres de los disturbios causados por la pasión, lo que se consigue por medio de las virtudes morales y la prudencia: y estar libres de los disturbios exteriores, fin al que tiende todo el gobierno de la vida civil. Así, pues, si consideramos rectamente la cuestión, veremos que todas las ocupaciones humanas parecen servir a los que contemplan la verdad… Por lo tanto, la felicidad última del hombre consiste únicamente en la contemplación de Dios.
Sin embargo, tal afirmación de la causa final de la vida y de la sociedad humanas es totalmente extraña al espíritu moderno, que considera que la contemplación de Dios es un ideal egoísta y antisocial, acariciado por los que escapan de la realidad al no poder hacer frente a su desafío; tal desafío consiste presumiblemente en comprometerse de tal manera en el mejoramiento moral y físico de la humanidad que a uno no le quede tiempo ni energías para preguntarse adónde conduce ese mejoramiento, y así ser incapaz de juzgar si realmente lo hay.
Pero debiera reconocerse que quien verdaderamente escapa a la realidad, el verdadero oscurantista que pone obstáculos a la realización de la unidad social, es precisamente aquel que no quiere hacer frente a la cuestión del fin verdadero del hombre. Por supuesto, ese tipo de persona no se atreve a enfrentarla. Su filosofía de la vida es tan estrecha y pobre que no puede ver ningún fin más allá de la extinción de las chispas de consciencia en el olvido de la muerte. Huye de la contemplación de esta triste realidad arrojándose en un remolino de agitación y de actividades superficiales. Es como el entusiasta del automovilismo que pierde mucho tiempo desarmando y volviendo a armar su vehículo y nunca va con él a ninguna parte.
Desgraciadamente, cualquier aceptación general del ideal católico como principio de unidad encuentra serios obstáculos en su camino. Los más evidentes son la política y el secularismo de la Iglesia actual, y el hecho de que una gran mayoría de la humanidad encuentra que es imposible creer las doctrinas de la Iglesia tal como se las expresa generalmente. Como veremos, estos obstáculos son sólo las manifestaciones superficiales de cuestiones mucho más profundas. En verdad, son muy pocas las probabilidades de que el mundo moderno, tal como lo conocemos, encuentre alguna vez un principio de unidad. La cultura occidental parece en este momento espiritualmente desintegrada y sin esperanzas de reconstrucción. Tal vez lo mejor que se puede esperar es que finalmente se derrumbe y dé nacimiento a una nueva cultura, de la misma manera que ella tuvo origen en la cultura clásica decadente del Imperio romano.
No obstante, la cuestión del fin verdadero del hombre y del principio de la unidad humana sigue siendo de suprema importancia, si no para la sociedad actual, para otra venidera o, por lo menos, para los individuos que sienten la urgente necesidad de encontrar sentido a la existencia. Como Toynbee y otros lo han señalado, las nuevas culturas pueden comenzar en medio de las viejas, así nuestra época podría ser el momento tanto de una muerte como de una gestación. Y el nacimiento de una nueva cultura de las ruinas de la anterior dependerá del descubrimiento de un principio de unidad. Aunque las consideraciones acerca del futuro son inciertas, sería ideal que existiera en el momento actual algún grupo – que hiciera las veces de núcleo – que profesara algún principio de unidad, alrededor del cual se pudiera formar la nueva sociedad, aun cuando careciera de organización externa. En verdad, esta ausencia de organización externa sería una ventaja, pues así los elementos hostiles de la vieja cultura no podrían identificar y atacar al núcleo. Por otra parte, la falta de organización difícilmente sería obstáculo serio para un núcleo adecuado.
Este no es un sueño utópico, pero tampoco una panacea para todos los males y problemas de la vida del hombre. Han existido ya sociedades en torno a un verdadero principio de unidad y aunque sus miembros han soportado guerras, pestes, hambre y violencia, en común con la totalidad de la raza humana, tenemos las mejores razones para decir que tales sociedades fueron mucho más estables y con más sentido que la nuestra, porque estaban relacionadas con lo universal. Una parte tiene sentido cuando está unida a un todo orgánico mayor que ella misma, y mayor que la suma de sus partes. En la esfera más elevada, tiene sentido lo que se relaciona con lo universal y eterno, lo que encuentra su fin verdadero en la plenitud del Ser infinito. Es significativo – en un sentido negativo – que la filosofía predominante en esta época tan inestable y carente de relaciones niegue o ignore la existencia de todo lo que esté fuera del reino de la contingencia y la relatividad. A pesar de la contradicción que ello implica, no se permite que nada sea absoluto, infinito o eterno, con excepción del relativismo absoluto. Si los filósofos aplicaran su prueba pragmática favorita a tales teorías, la relación de estas con la desintegración de la sociedad los obligaría a pensar de nuevo.
Al hablar de sociedades con un principio de unidad, pensamos en culturas tales como las de India, de la China, de Egipto y – en menor extensión – del cristianismo, Este último es instructivo por su proximidad en el tiempo y el espacio, aunque contiene ciertos elementos peculiares que le niegan la estabilidad de las otras. Tenemos tan poco conocimiento inmediato de la cultura egipcia que sólo podemos mencionarla de paso. De la India y de la China podemos conocer bastante porque todavía son contemporáneas nuestras.
Podemos destacar dos características de estas sociedades. En primer lugar, son lo que podemos llamar cosmológicas, es decir, que existe una armonía consciente y deliberada entre sus instituciones y su arte y ciertos principios universales. Esta armonía es analógica, y según ella el orden social, la dirección de la vida individual, las artes y las ciencias, son adaptaciones en los diversos dominios de lo que se considera el sentido último de la vida y el verdadero fin del hombre. Por ejemplo, el clásico chino conocido como Tao Te King puede ser leído tanto como un manual de metafísica, de filosofía natural, de política o de dirección de la vida personal. No es que en esta obra se encuentren diseminadas referencias a todos estos tópicos, sino que el tratado en su totalidad puede ser leído desde un punto de vista metafísico o político. Podemos citar otro ejemplo: el sistema de castas de la India – muchas veces mal entendido y ahora menospreciado – se basaba en la concepción de que la sociedad posee un orden triple que corresponde por analogía a la constitución interior del hombre – aproximadamente a lo que los cristianos llaman cuerpo, alma y espíritu – y a los tres principios cosmológicos de la inercia (tamas), la actividad (rajas) y el equilibrio (sattva).
Apartándonos de la cuestión de si esas relaciones analógicas tienen alguna realidad objetiva o si son construcciones meramente fantásticas y arbitrarias, las citamos simplemente como ejemplos del hecho de que en algunas de las sociedades más antiguas y estables de la tierra cada esfera de la vida se relacionaba intencionadamente con el sentido último y la naturaleza del universo. El hombre, sus instituciones, su arte, su trabajo, son vistos como un microcosmos inseparablemente ligado al macrocosmos, como parte integral del universo en el que vive. Por el contrario, la presuposición permanente y casi inconsciente del pensamiento occidental moderno – que es en gran parte resultado de las condiciones artificiales de la vida urbana – es que el hombre está en cierto modo aislado de su universo, y puede analizarlo y criticarlo como si el resultado de sus juicios no se reflejara en su propia naturaleza. Así el filósofo puede afirmar que el universo carece de todo sentido objetivo, aparentemente sin darse cuenta del hecho de que su misma idea – como parte del universo – debe también carecer de sentido.
La segunda característica de estas sociedades es que son tradicionales. El desarrollo – si se puede usar esta palabra – de la filosofía, las artes y las ciencias no se puede explicar satisfactoriamente por medio del método histórico, como si implicara alguna progresión. En primer lugar, no hay ninguna información precisa acerca del origen de sus principales escrituras sagradas. Tenemos buenas razones para creer que fueron transmitidas oralmente durante un período de longitud indeterminable, antes de que fueran fijadas por escrito, como también para suponer que los nombres de sus autores no corresponden a personajes históricos. En efecto, su paternidad literaria es tan anónima como la de los grandes mitos del mundo. Es característico de la actitud tradicional no respetar ninguna doctrina que sea proclamada como la obra original de un individuo humano; tal demanda arrojaría dudas sobre su verdad. La esencia de este tipo de doctrina es su universalidad, y un individuo no soñaría en pretenderla como propia, como no lo haría con el sol o la ley de gravedad. Por eso se atribuye su origen a dioses o semidioses. En la tradición Judeocristiana se ha seguido una práctica similar. El Pentateuco no es obra de Moisés, ni los Proverbios lo son de Salomón, ni el Libro de Enoc obra de Enoc, ni la Teología Mystica fue escrita por Dionisio el Areopagita. En la atribución de paternidad a estas obras no está implícito ningún engaño o falsificación deliberada, sino más bien una honesta renuncia a la originalidad, en la creencia de que estos temas han sido recibidos por la tradición o revelados por la inspiración.
Lo mismo ocurre en general con las artes y las ciencias, pues se basan en principios universales. Son consideradas obra de la naturaleza antes que del hombre, cuerpos de conocimiento que no pertenecen a ninguno en particular. La idea de innovación repugna al espíritu tradicional, y se considera que lo que puede parecer nuevo no es nada más que la realización de lo que existía desde el principio. No se considera como perfeccionamiento lo que parece ser el resultado de una evolución, sino más bien como variaciones sobre un tema, modos diferentes e igualmente válidos, en que un principio tradicional puede manifestarse. La nota esencial de las sociedades tradicionales es, pues, la de que los individuos no reclaman como propia ninguna verdad universal o su aplicación. Las consideran eternas y, por lo tanto, como cosas que cualquiera puede descubrir en cualquier momento. Se libran del embarazo de los modernos que anuncian la invención de una teoría grande y nueva, para encontrar posteriormente que ella fue discutida miles de años antes.
Se deduce entonces que las sociedades tradicionales asignan poca importancia al estudio de la historia, pues ellas entienden la tradición no a la manera occidental, como algo trasmitido desde el pasado, sino como la transmisión de los principios del reino de lo eterno al reino de lo temporal. La tradición que penetra en el pasado es simplemente algo análogo a esto, y como tal su historia presente es de poca importancia. Además su carácter relativamente constante y estable – unido a una piadosa ausencia de periódicos y de rápidas comunicaciones – explica que no haya mucha historia significativa que registrar. Salvo algunos pocos prodigios y disturbios aislados de naturaleza suficientemente sensacional como para distinguirlos de otros, cada año y cada siglo se parecen mucho al anterior y al siguiente.
Es interesante señalar que el espíritu occidental se horroriza ante la estabilidad y aparente monotonía de este modo de existencia antihistórico. El occidental considera estática a una cultura de este tipo, en contraste con su propia cultura dinámica. El sentido de la monotonía es el resultado de un uso inadecuado de la memoria y de la comparación continua del presente con el pasado, comparación a la que tiende el hombre occidental por su egotismo, por su prurito de ser más perfecto que todas las generaciones anteriores de la humanidad. Aun una ligera apreciación de las realidades eternas hace que los hombres vivan principalmente en el presente, y de este modo aumenten su capacidad para observar y comprender la vida como realmente transcurre ante ellos. Decir que esta vida no es dinámica, es decir que el sol, la luna y las estrellas, los océanos y los ríos, todo el reino de la naturaleza, no son dinámicos simplemente porque siguen las mismas normas de movimiento – aunque con innumerables variaciones sutiles – durante milenios. Hay una diferencia enorme entre el dinamismo verdadero y la mera agitación, la que es movimiento inconsistente en busca de la mera novedad y que es, en gran parte, el resultado de un sistema nervioso sobreexcitado.
En la misma línea de pensamiento, se hace cada vez más evidente que la supuesta superioridad de la sociedad occidental progresista sobre las sociedades estancadas del Oriente es bastante dudosa. Nuestro progreso ha sido casi exclusivamente técnico, lo que significa que podemos manejar el mundo físico con más sensacionalismo para ganar velocidad, espacio, y posibilidades de mejorar la existencia material, sin tener ninguna idea clara de lo que habremos de hacer con el tiempo que ganamos y las capacidades que adquirimos. Hemos multiplicado los libros y extendido las informaciones en una medida inigualable en la historia; pero la mera información, el mero conocimiento de los hechos, es infinitamente divisible y puede aumentarse por análisis sin que haya ningún aumento importante ni en calidad, ni en extensión real.
En suma, se ha vuelto tan lastimosamente fácil señalar la falacia del progreso moderno, considerando la invención de la bomba atómica y el surgimiento del nazismo en una de las naciones más cultas de Europa, que no sería necesario insistir en este punto. Tampoco viene al caso comentar la contaminación ambiental, el efecto invernadero, el agujero en la capa de ozono, la tala indiscriminada de árboles en los bosques lluviosos del trópico, pulmones de la humanidad. Son temas comentados hasta el cansancio en los medios de comunicación, sin que nadie parezca hacer algo al respecto.
Apenas puede existir la menor duda de que, al seguir el camino que ha tomado el resultado final de la conquista de la naturaleza, el progreso científico y el imperialismo cultural del hombre de Occidente será un estado último peor que el primero, peor que la supuesta barbarie con que comenzó la historia de Europa. Las condiciones actuales de la civilización occidental amenazan al mundo con peligros que pesan mucho más que sus realizaciones y beneficios. Es sorprendente e impactante – por decir lo menos – la absoluta seguridad que tiene el hombre occidental de su superioridad espiritual y cultural, si consideramos que nuestro modo de vida parece conducirnos a un desastre a nivel planetario.
Alan W. Watts
Extractado por Pablo Véliz de
Alan W. Watts.- La Suprema Identidad
Más Información:
Watts, Alan W.- El Futuro del Extasis.- Cairos
Watts, Alan W.- El Gran Mandala.- Cairos