lunes, 8 de diciembre de 2008

A Modo de Prólogo. Catecismo de la Química Superior. Karl von Eckartshausen.



A MODO DE PRÓLOGO (archivo 1º)


Por un adorador de la religión
y de la naturaleza,
Para aquellos que son capaces de la Luz.



“Aquel que conoce y posee la luz de la tierra santa
ya no se agota, ni estudia, ni habla, comunica con
el cielo y enseña al mundo con su ejemplo”

LOUIS CATTIAUX


El Catecismo de la Química Superior de Karl von Eckarshausen fue publicado en 1819 como apéndice a una de sus obras más importantes. De las fuerzas mágicas de la naturaleza*(1). Su autor lo presentaba como la “traducción libre de un manuscrito egipcio escrito en la lengua copta”, siguiendo así la “egiptomanía” de la época, que gustaba de atribuir orígenes egipcios tanto a la masonería*(2) como a la alquimia*(3). Numerosos lectores de De las fuerzas mágicas de la naturaleza y de La nube sobre el santuario nos han solicitado una traducción de esta joyita olvidada del esoterismo cristiano. La presente edición responde a esta demanda.
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*(1). Hay traducción española de este extraordinario texto en La puerta (magia), Ed. Obelisco, Barcelona, 1993.
*(2). Como, por ejemplo, otro catecismo alquímico, en forma de ritual masónico, L’Etoile Flamboyante, del barón de Tschoudy.
*(3). Véanse a este respecto las obras del dominico Dom Pernety, Les Fables Egyptennes et Grecques Dévoilées et Réduites au Même Principe avec une Explication des Hiéroglyphes, París, Bauche, 1758 y su Dictionnaire Mito-hermétique dans lequel on trouve les allégories fabuleuses des poètes, les métaphores, les énigmes et les termes barbares des philosophes hermétiques expliqués. A París, Chez Bauche, Libraire à Sainte Geneviève & à S. Jean dans le Désert, 1758.
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El Catecismo se presenta efectivamente como una instrucción alquímica*(4), pero nuestro autor no es un alquimista corriente ni su idea de la alquimia es la más habitual. Como se deduce de su obra más famosa, La nube sobre el Santuario*(5), es un alquimista cristiano, a pesar de que no coincide siempre en sus concepciones con los alquimistas cristianos*(6) que le precedieron: es mucho más original. En sus Ensayos Químicos (Chemische Versuche) dice claramente que “El oro que hay que buscar es la Verdad, la plata que hay que desear es la Sabiduría y la Piedra Filosofal, el conocimiento de nuestra nada y de la omnipotencia de Dios en las profundidades de la naturaleza”. Si bien es cierto que ha leído y conoce bien los escritos de los alquimistas tradicionales*(7), su idea del Gran Arte difiere considerablemente de la de éstos. Para él todos los metales son “fósforo coagulado”, y el mismo Sol es fósforo*(8).
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*(4). Karl von Eckartshausen también nos ha dejado un peculiar tratado alquímico, Chemische Versuche (1801), en el que expone sus curiosas teorías.
*(5). Obra publicada en la colección de Ed. Obelisco, en traducción de Joan Mateu i Rotger, y que será utilizada en nuestro prólogo y en nuestras notas.
*(6). Pensamos, por ejemplo, en Pierre Jean Fabre y su Alchimista christianus (1632) o en Nicolás Melchior Cibenensis y su Proceso químico en forma de Misa, manuscrito del siglo XVI.
*(7). Von Eckartshausen cita en sus obras a Sinesius, Hermes, Digby o Paracelso pero, curiosamente, su concepción de la alquimia se acerca más a la de Jacob Boehme o Johan Georg Cichtel, autores a los que, en realidad, no conoce demasiado bien.
*(8). Señalaremos que nuestro autor no se refiere forzosamente al elemento químico que actualmente conocemos como fósforo, sino que se apoya en la etimología de este término: “potador de Luz”.
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En La nube sobre el santuario, von Eckartshausen insiste en la persona de Cristo, Sol espiritual, como enviado del Padre para dar a conocer a los hombres el medio de la Regeneración, el misterio del Hombre nuevo que se opera por la apertura del Sensorium. Su concepción de Jesucristo, harto distinta de la visión historiocista y literalista al uso, lo acerca a la Lapis alquímica. Para algunos autores ocultistas, el versículo de Mateo XVI-18 que dice “tú eres Pedro y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia”, se refiere a la Iglesia exterior, de piedra, pero las palabras verdaderas de Jesús habrían sido “Yo soy la Piedra, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, aludiendo a la Piedra Filosofal. Lamentablemente no disponemos de documentación que ampare esta idea, aunque es cierto que circuló ampliamente, sobre todo entre los alquimistas y los cabalistas cristianos y, más tarde, en círculos ocultistas.
Para von Eckartshausen todo es Luz, más o menos oscurecida. Ésta se halla particularmente presente en el Sol, el oro, el vino y el hombre. En una carta a una discípula, escribía: “Puede estar persuadida, Señora, de que la Luz es el único elemento del que proviene todo lo que existe. Saber concentrar esta Luz, hacerla fija por medio de su Azufre y su Mercurio es saber hacer Oro, es saber hacer Luz fluida y potable, es el secreto de la medicina universal”. Poco podemos añadir a estas palabras, excepto otras, pronunciadas en arameo hace más de dos mil años, y que se han convertido en un latinajo célebre: Qui potest capere capiat.
Para ser sensibles a la Luz necesitamos un sentido espiritual que nos permita percibir los objetos espirituales tal como nuestros sentidos físicos perciben los objetos exteriores. Es lo que von Eckartshausen ha denominado Sensorium.
El tema del Sensorium es sin duda uno de los más apasionantes en la obra de nuestro autor y, de algún modo, el objetivo de un catecismo alquímico como el que presentamos consiste, precisamente, en “abrir el Sensorium”. Como los libros sagrados, como las iniciaciones, este tipo de catecismo no va dirigido “al hombre de los sentidos”, o sea, al hombre caído, sino a lo que von Eckartshausen denomina “el hombre espiritual interior”(9). Este Sensorium está cerrado en la mayoría de los hombres que juzgan las realidades metafísicas como un ciego juzgaría los colores o un sordo los sonidos. Si bien todos disponemos de él, una materia grosera lo envuelve y, por decirlo de algún modo, lo “incomunica” con lo superior. Desarrollar el Sensorium es, para nuestro autor “la verdadera edificación del Templo”. Como ocurre con otros autores alquímicos cristianos, von Eckartshausen interpreta desde un punto de vista hermético las enseñanzas cristianas, concretamente las católicas*(10), y nos descubre un cristianismo que es más que una moral: es una verdadera ciencia que nos enseña a restablecer la comunicación con lo divino, a salir de la prisión de este mundo. El camino de salida, que él llama “el camino de la Felicidad”*(11), es la búsqueda de Jesucristo que el corazón ha de recibir para transformarse en un verdadero templo en el que nos enseñará todo lo que deseamos saber*(12).
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*(9). Véase La nube sobre el santuario, trad. de Joan Mateu Rotger, Ed. Obelisco, Barcelona, 2004, pág. 31.
*(10). Esto lo vemos, por ejemplo, en su particular versión del Padrenuestro y del Avemaría que aparecen en el capítulo IV de esta obrita.
*(11). Véase La nube sobre el santuario, trad. de Joan Mateu Rotger, Ed. Obelisco, Barcelona, 2004, pág. 108.
*(12). Véase La nube sobre el santuario, trad. de Joan Mateu Rotger, Ed. Obelisco, Barcelona, 2004. pág. 110.
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La Rosa y la Cruz

“Porque tu rocío es un rocío de luz.”
ISAÍAS XXVI-19

“Buscad la luz de las palabras de vida en vez de
contentaros de su vestimenta de sombra.”
LOUIS CATTIAUX


En su obra Verschiedenes zum Unterricht (1791) nuestro autor explica que Adán en el Paraíso “poseía la lengua de luz por medio la cual podía pronunciar el Nombre de la divinidad”*(13). Cuando comió del fruto del árbol, un fruto mezclado que contenía un principio bueno o incorruptible y un principio malo y corruptible, fue expulsado del Paraíso. Esta lengua de luz, una especie de “idioma universal”, degeneraría y se convertiría en los 70 idiomas de los que nos habla la Biblia: la letra Alef, símbolo de la Unidad daría paso a la Ayin, símbolo de la multiplicidad, cuyo valor numérico es 70. Esto queda reflejado en el hecho que Adán pierde sus vestiduras de luz, —Or, escrito con Alef—, para cubrirse de vestiduras de piel –Or escrito con Ayin—.
La historia del exilio adámico es harto similar a la de Lucius, el protagonista de Las Metamorfosis o el asno de oro de Apuleyo, sólo que muy pocos autores nos explican que, al igual que Lucius, nuestro primer padre o lo que de él queda en nosotros, podría remediar su estado bestial comiendo una rosa. Los humanos podemos regresar al estado de pureza de Adán y Eva por medio de un medicamento. Este medicamento, la medicina universalis alquímica, es lo que simboliza la famosa rosa de la rosa+cruz. El camino que conduce a ella, un camino largo y lleno de dificultades, es la cruz, como sugiere el famoso adagio per crucem ad rosam.
La relación entre la rosa o, mejor dicho, el olor de la rosa y el vestido de luz, ya aparece en el Zohar*(14) cuando se hace referencia a la bendición de Jacob por parte de su padre, Abraham. Recordemos que cuando el protagonista del Asno de oro consigue por fin comer una rosa, le es entregado un manto con el que cubrir su desnudez reencontrada. Se trata del mismo símbolo que el del árbol de la vida, a propósito del cual El libro de Henoch*(15) nos dice: “[El Árbol de la Vida] exhala un olor por encima de cualquier perfume, y sus hojas, sus flores y su madera no se secan jamás, su fruto es hermoso y se parece a los racimos de la palmera”. Este árbol de vida es para nuestro autor una de “las ocho felicidades químicas”, como veremos en este libro.
En más de una ocasión, von Eckartshausen nos recuerda a otro hermetista, el enigmático Douzetemps, autor de una de las obras de alquimia cristiana más importantes: El misterio de la Cruz*(16). Nuestro autor escribe*(17) que “el signo del adherido a la Luz” es la Cruz, que define como “el gran símbolo de la fuerza de disociación, de la separación de lo puro y de lo impuro, de lo perfecto y lo imperfecto”. Por su parte, Douzetemps afirma que, “la cruz es el carácter de los elegidos y la llave del cielo”, y que “no hay puerta ni portal que ella no abra, es el disolvente universal…”*(18).
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*(13). Esta “lengua” o “idioma” de luz correspondería también al objetivo final de la Masonería. No olvidemos que, como escribía Oswald Wirth, “Alegóricamente la francmasonería aspiraba a remediar la confusión de los idiomas que dispersó a los constructores de la torre de Babel”.
*(14). Véase el Zohar, 142 b.
*(15). El libro de Henoch, Ed. Obelisco. Barcelona, 2003, pág. 42.
*(16). Douzetemps, Le Mystère de la Croix (1732), reed., Londres, 1859.
*(17). Véase el Exordio de este libro.
*(18). Douzetemps, Le Mystère de la Croix (1732), reed., Londres, 1859, pág. 114.
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Von Eckartshausen, en sus Ensayos Químicos, llama también a la cruz Mercurius Philosophorum, “Mercurio de los Filósofos”, y lo equipara al Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola.

Esta Cruz recibe también el nombre de “Rocío cocido” de los Sabios y es “lo que permite purificar lo impuro y revivificar lo que está muerto”*(19). Como podemos leer en el Dictionnaire des Arts et des Sciences*(20), los hermanos de la Rosa+Cruz recibían el nombre de “Frères de la Rosée cuite”. Para nuestro autor, el arquetipo del alquimista es precisamente el sacerdote. En La nube sobre el santuario*(21) escribe: “Un sacerdote es un separador de la naturaleza pura de la impura, un separador de la sustancia que lo contiene todo, de la materia destructible que ocasiona el dolor y la miseria. El sacrificio o lo que ha sido separado, consiste en el pan y en el vino”.
“Pan significa literalmente, la sustancia que lo contiene todo; y vino, la sustancia que lo vivifica todo. Así, un sacerdote, según el orden de Melquisedeq, es aquel que sabe separar la sustancia que lo contiene y vivifica todo de la materia impura, y que la sabe emplear como verdadero medio de reconciliación y reunión para la humanidad caída, a fin de comunicarle la verdadera dignidad real o el poder sobre la naturaleza y la dignidad sacerdotal o el poder de unirse por la Gracia a los mundos superiores. En estas pocas palabras está contenido todo el misterio del Sacerdocio de Dios y la labor que tiene como objetivo el sacedote.”
Para nuestro autor, estos sacerdotes se han ido sucediendo en secreto desde los tiempos bíblicos formando una cadena ininterrumpida. Son seres capaces de recibir la luz y de transmitirla a aquellos que están preparados, y que forman una iglesia interior única alejada del mundanal ruido y de los cismas de las múltiples iglesias exteriores.
No se trata de una sociedad secreta, aunque sus miembros conozcan mejor que nadie los símbolos y las iniciaciones; es una religión interior y experimental que sólo se puede sentir y que es inexpresable con palabras cuyo fin más elevado es la unión con aquel que dijo “éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre”. Es la alquimia cristiana cuyo símbolo por excelencia es la cruz.
Ya Fulcanelli*(22) señaló que “la cruz es el jeroglífico alquímico del crisol (creuset)”, al que se llamaba antiguamente (en francés) cruzoz, crucible y croiset (según Ducange, en el latín de la decadencia, crucibulum, “crisol”, tenía por raíz crux, crucis, “cruz”). Para el alquimista cristiano, la materia prima sufre una verdadera Pasión en el crisol donde muere para resucitar después. Esto ha quedado en el imaginario colectivo en conocidos refranes como “llevar su cruz”, “sufrir un calvario” o “pasar por el crisol de la existencia”, como también nos explica Fulcanelli. El verbo cruzar, que también tiene el sentido de “atravesar”, es harto preciso para explicar lo que venimos a hacer a este mundo*(23). Del verbo Laabor, que en hebreo significa “cruzar”, “atravesar”, “traspasar” se pueden extraer muchas enseñanzas. De esta raíz proviene la palabra “hebreo”, que literalmente significa “el que ha dado el paso”. Al patriarca Abraham se le llamaba “el hebreo” porque era descendiente de Eber, pero en realidad lo era porque había dado este famoso paso. Las enseñanzas del autor de este Catecismo, meditadas en lo más profundo de nuestro corazón, nos pueden ayudar a dar el paso difícil.
Juli Peradejordi
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*(19). Véase La nube sobre el santuario, trad. de Joan Mateu Rotger, Ed. Obelisco, Barcelona, 2004, pág. 97.
*(20). Véase Corneille, Thomas, Dictionnaire des Arts et des Sciences, 2 vols., París, Veuve Cignard, 1694.
*(21). Véase La nube sobre el santuario, trad. de Joan Mateu Rotger, Ed. Obelisco, Barcelona, 2004, pág. 100.
*(22). Véase Fulcanelli, El misterio de las catedrales, trad. de J. Ferrer Aleu, Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1967, pág 67.
*(23). Véase El Evangelio según Tomás, Ed. Obelisco, 3ª edición, Barcelona, 2006, log. 42.

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