Soy sol en el solsticio de invierno. Nunca me han visto menos. Para mí es hora de retirarme a la paz, bajo la ley del silencio y del secreto, para preservar en el corazón del invierno la sagrada llama del fuego vital; la oculto en mis cenizas y la luna, como vestal, la vela. Morí para mí mismo el último día de Sagitario, ya sólo soy polvo de luz pero renazco ya como el fénix, pues mañana creceré un poco más cada día. Por lo demás, presido la Natividad. Y mi fuego, aunque haya cambiado de forma e intensidad, no deja de ser por ello de eternidad. En lo más profundo del suelo, el hortelano cava. Como yo, a partir de mañana, los terrores demigajados suben a la superficie, ventilando la tierra y restableciendo su equilibrio energético. En esta etapa del viaje, el peregrino se ha sentado para verificar, como cualquier buen hortelano de su alma, por última vez sus herramientas. Recogidas en cada etapa, aguzadas y a buen recaudo en Virgo, dominándolas cada vez mejor a cada paso por el camino, las herramientas son la fuerza y la belleza del obrero que sabe perfectamente que una herramienta bien utilizada puede hacerlo todo, incluso construir un templo. Y en su corazón, en lo más íntimo del santuario, el buscador de verdad colocará la llama eterna, símbolo de la vida, protegiéndola de las miradas indiscretas para que caldee siempre al hombre y la tierra. Pues lo divino se refugia en lo invisible y lo inefable. El árbol está seco en enero; ni desnudo ni vestido, se halla despojado y es sin embargo rico de savia y de su pasado. Vive, con una vida invisible y adormilada, solitaria en su madriguera, sin gran necesidad de ayuda exterior. Entonces oculta en su propia fibra toda su riqueza de corazón, sus sentimientos profundos y su capacidad de amor. Ha germinado de la semilla y crecido en espiral alrededor de su tutor como la habichuela o el tomate del huerto. Como el peregrino llegado al solsticio de invierno, ha sabido abandonar a los suyos para caminar hacia su destino. Ha aprendido por el camino a engendrarse a sí mismo, a mantenerse erguido para tocar las estrellas y elevarse hacia el cenit de su tema. Liberado de sus raíces, en adelante sabrá completar sus sueños y tener éxito, no forzosamente en su carrera, sino en su vida personal.
Y es preciso asegurarse cuando se es primero de cordada. Desde hace algún tiempo, el camino se ha empinado bajo los pasos del peregrino. Como la cabra de Capricornio, trepa y sigue trepando sin perder de vista la cima de la montaña y el propósito de su ambición. Y, para llegar a la cumbre, nuestro viajero debe mostrar resistencia, agudeza visual y una gran precisión.
En esta etapa del camino, ningún gesto es gratuito. Es preciso respetar el orden definido en sus menores detalles, porque la danza del escalador a lo largo de las rocas es una salvaguarda ampliamente comprobada. El ritual ha pasado la prueba e impregnarse de él, en silencio, sigue siendo como siempre comulgar con la ronda solar, respetar el cielo de la naturaleza y vivir en la conciencia la iniciación humana. Bien lo sabe el montañero que, solitario y callado, escucha el canto de la piedra para reconocer en él dónde clavar sus pitones y golpear con el piolet –al igual que el cantero que trabajaba en las catedrales-.
A la escucha de la piedra. A la escucha del Tiempo. Fiel a los Principios -¡particularmente a los suyos!-, el peregrino del zodíaco debe tomarse aquí tiempo, tiempo para asimilar el tiempo, aunque sea a veces algo largo para su compañero. En contacto directo con la roca, el peregrino se adhiere a la inmutable pared y se llena con la memoria del mundo. Dispone sus actos en función de su tradición y de la Tradición. Actúa en secreto y en sordina, pues éste es su deber de memoria.
Consumar con rigor su destino, realizarse a sí mismo para mejor actuar en la construcción del mundo, ésa es la función de esta décima escala para el peregrino de las estrellas. Eremita, con la lámpara en la mano, ilumina el camino. Eterno vigilante, el peregrino persevera y con su bastón hace brotar agua en el desierto.
El desierto es el lugar donde Dios habla al corazón puro. Si el corazón del fiel se ofrece por entero al abrazo del Bien-Amado, refleja la Invisible Presencia en cada uno de sus gestos. El espíritu santo, hortelano de su alma, excava Fuentes de agua viva, siembra gérmenes de Belleza, posa en sus tinieblas la Luz incorruptible, deja que florezca de nuevo el desierto interior. El desierto no es un espacio vacio… el silencio no es un tiempo mudo sino un estado virgen por el que quien medita encuentra la eternidad. El desierto es el espacio que llevo y me separa de Ti, lo atravieso con una implosión de Amor.
(Hermano Hean, Terre du Ciel.)
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