jueves, 26 de febrero de 2009

Montfaucon de Villars. EL CONDE DE GABALÍS o Conversaciones sobre las Ciencias Secretas. SEGUNDA CONVERSACIÓN sobre las Ciencias Secretas

El conde tuvo a bien dejarme toda la noche para que pudiera rezar, y al día siguiente, al despuntar el alba, me hizo saber por una carta que vendría a mi casa sobre las ocho, y que si me parecía bien, iríamos juntos a dar una vuelta. Lo esperé, llegó, y después de las cortesías recíprocas, me dijo:

-«Vayamos a algún sitio donde estemos libres, y donde nadie pueda interrumpir nuestra conversación.

-Ruel*(15) –le contesté- me parece bastante agradable y bastante solitario.

-Pues vamos allá -añadió».

Subimos a su carroza. Durante el camino fui observando a mi nuevo preceptor. No he visto nunca a nadie mostrar más contento en cualquier circunstancia. Tenía el alma más tranquila y más libre que lo que me parecía que pudiera tenerla un brujo: su aspecto no era el de un individuo al que la conciencia reprochase algo turbio, y yo estaba lleno de impaciencia por verle entrar en materia, sin poder entender cómo un hombre que me parecía tan razonable y cumplido en cualquier otra faceta, se había podido corromper la mente con las fantasías que, según había yo podido ver la víspera, le trastornaban el juicio. Me habló divinamente de política, y se mostró encantado al oír que yo había leído lo que Platón*(16) escribiera sobre tal materia.

-«Necesitaréis todo eso algún día –me dijo-, y algo más de lo que creéis. Y si hoy nos ponemos de acuerdo, no es imposible que con el tiempo pongáis en práctica tan sabias máximas».

Ya entrábamos en Ruel. Fuimos al parque, pero el conde no se detuvo en admirar la belleza del lugar y se fue directo al laberinto*(17). Al ver que estábamos tan solos como podía desear, exclamó, alzando los ojos y los brazos al cielo:

-«Alabada sea la eterna Sabiduría, que me inspira no ocultaros nada de sus verdades inefables. ¡Qué feliz seréis, hijo mío, si Ella tiene la bondad de sembrar en vuestra alma las disposiciones que tan altos misterios exigen de vos! Vais a aprender a dominar toda la Naturaleza; únicamente Dios será vuestro Señor, y sólo los Sabios os igualarán. Las inteligencias supremas se glorificarán de obedecer vuestros deseos; los demonios no osarán estar allí donde os halléis; vuestra voz les hará temblar en el pozo del abismo, y todos los pueblos invisibles, que moran en los cuatro elementos, se considerarán felices de ser ministros de vuestros placeres. Os adoro, ¡o altísimo Dios! por haber coronado al hombre con tanta gloria, y por haberle establecido como soberano monarca de todas las obras nacidas de vuestras manos. ¿Participáis, hijo mío –añadió, volviéndose hacia mí- participáis de esta ambición heroica, que es el carácter auténtico de los Hijos de la Sabiduría? ¿Os atrevéis a servir únicamente a Dios, y a reinar sobre todo aquello que no es Dios? ¿Habéis alcanzado a comprender lo que es ser hombre? ¿No os duele ser esclavo, habiendo nacido para ser soberano? Y si vos tenéis tan nobles pensamientos (como la figura de vuestro nacimiento me lo asegura), considerad seriamente si tendréis el valor y la fuerza de renunciar a todo aquello que pueda ser un obstáculo para alcanzar la alta meta para la que habéis nacido».

Ahí calló, mirándome fijamente, como esperando una respuesta o intentando leer en mi corazón.

Si por el principio de su discurso me hice ilusiones de que íbamos a entrar pronto en materia, por el final del mismo perdí esa esperanza. La palabra renunciar me asustó, y no dudé ni un instante que no me fuera a proponer que renunciara al bautismo o al paraíso. Así que, sin haber cómo salir de aquel mal paso, le dije:

-«¿Renunciar, caballero? Qué, ¿hay que renunciar a algo?

-Por supuesto –me contestó-, hay que hacerlo, y hay que hacerlo tan necesariamente que hay que empezar por ello. No sé si os podréis determinar, pero sé muy bien que la Sabiduría no toma por morada un cuerpo sometido al pecado, como no entra en un alma corrompida por el error o la maldad. Nunca os admitirán los Sabios entre sus filas si no renunciáis desde este mismo momento a una cosa que no es compatible con la Sabiduría: es necesario –añadió muy bajito, acercándose a mi oído-, es necesario renunciar totalmente al comercio carnal con las mujeres».

Me eché a reir ante una propuesta tan extravagante, y exclamé:

-«Me habéis alarmado por bien poca cosa, caballero. Esperaba que me fuerais a proponer una renunciación inusitada; pero puesto que sólo estáis en contra de las mujeres, sabed que el asunto está resuelto desde hace tiempo: soy bastante casto, a Dios gracias. Pero al mismo tiempo, señor mío, como Salomón, siendo más sabio de lo que yo tal vez llegue a ser, a pesar de toda su sabiduría no pudo evitar el dejarse corromper, decidme, os lo ruego: ¿cuál es el expediente del que vuestras mercedes se sirven para prescindir del bello sexo? ¿Y que inconveniente habría en que en el Paraíso de los Filósofos cada Adán tuviese su Eva?

-Me habéis preguntado por grandes cosas –contestó, como consultando en su interior si debía contestar a mi pregunta-. Sin embargo, ya que veo que no os supondrá gran esfuerzo el alejaros de las mujeres, os diré una de las razones que han obligado a los Sabios a exigir tal condición a sus discípulos: a partir de ahora alcanzaréis a comprender en qué ignorancia viven lo que no forman parte de los nuestros.

Cuando pertenezcáis a las filas de los Hijos de los Filósofos, y vuestros ojos se hallen fortificados por el uso de la muy santa medicina*(18), descubriréis primero que los elementos están habitados por criaturas perfectísimas, de cuyo conocimiento y trato el pecado del desdichado Adán privó a su muy desgraciada posteridad. El inmenso espacio que se extiende entre la tierra y los cielos tiene pobladores mucho más nobles que los pájaros y los moscardones; esos mares tan vasto tienes otros huéspedes que delfines y ballenas; la profundidad de la tierra no está hecha únicamente para los topos, y el fuego, elemento más noble que los otros tres, no ha sido creado para permanecer inútil y vacío.
El aire está lleno de una incontable multitud de gentes de aspecto humano, algo ariscas en apariencia, pero dóciles en realidad; de gran inclinación hacia las ciencias sutiles, son obsequiosas con los Sabios, y enemigas de locos e ignorantes. Sus mujeres e hijas son de hermosura viril, tal como nos figuramos a las amazonas.

-¡Pero cómo! –exclamé- ¿Es que queréis decirme que esos diablillos están casados?

-Hijo mío, no os alteréis por tan poca cosa –me contestó-. Creed que todo lo que os digo es sólido y cierto; tan sólo se trata de los elementos de la antigua Cábala, y sólo de vos dependerá que lo confirméis con vuestros propios ojos. Pero recibid con ánimo dócil la luz que Dios os envía por mi mediación; olvidad todo lo que hayáis podido haber oído sobre estos asunto en las escuelas de ignorantes, o tendríais el disgusto, cuando hayáis convencido por experiencia, de tener que confesar que os habíais obstinado equivocadamente.
Escuchadme, pues, hasta el final, y sabed que los mares y los ríos están poblados como lo está el aire; los Sabios antiguos llamaron Ondinos, o Ninfas, a esta clase de gentes. Los varones no son muchos, y las mujeres numerosas*(19); su belleza es extrema, y las hijas de los hombres no tienen nada que les sea comparable.
La tierra está llena casi hasta su centro de Gnomos, seres de corta estatura, guardianes de tesoros, minerales y piedras preciosas. Son ingeniosos, amigos del hombre, y de fácil obediencia. Proveen a los Hijos de los Sabios de toda la plata que estos necesitan, y a cambio no piden por sus servicios más que el honor de poderles servir. Sus mujeres las Gnomas son bajitas, pero muy atractivas, y su forma de vestir es muy curiosa.
En cuanto a los Salamandras, ígneos habitantes de la región del fuego, prestan sus servicios a los Filósofos, pero no se dan prisa por buscar su compañía, y sus hijas y mujeres rara vez se dejan ver.

-Hacen muy bien –interrumpí-, y por mí, que no aparezcan.

-¿Por qué? –preguntó el conde.

-¿Que por qué? –contesté- Caballero, ¿a mí qué me va ni me viene el conversar con un bicho tan feo como la Salamandra, ya sea macho o hembra?

-Estáis en un error –me replicó-; esa es la idea que tienen los pintores y escultores ignorantes. Las mujeres de los Salamandras son hermosísimas, más bellas incluso que todas las demás, puesto que son de un elemento más puro. No os hablaba de eso, y sólo os hacía una somera descripción de estos pueblos porque ya los veréis a vuestras anchas, y fácilmente, si sentís tal curiosidad. Podréis admirar su forma de vestir y de vivir, sus costumbres, su educación y sus leyes. Quedaréis embelesado con su belleza espiritual, más aún que con la de sus cuerpos; pero no podréis evitar el compadecer a estos desdichados cuando os digan que sus almas son mortales, y que no pueden tener la esperanza de gozar eternamente del Ser supremo, al que conocen y adoran religiosamente. Os dirán que, al estar compuestos de las partes más puras del elemento donde moran, y al no existir en ellos elementos de cualidades opuestas, puesto que sólo están hechos de uno, no mueren hasta pasados varios siglos, pero ¿qué es el tiempo a costa de la eternidad? Tendrán que entrar para siempre en la nada. Esta idea les causa gran aflicción, y mucho nos cuesta consolarlos.

Nuestros Padres en Filosofía, hablando con Dios cara a cara, se lamentaron ante Él de la desgracia de estas gentes, y Dios, cuya misericordia es infinita, les reveló que no era imposible encontrar un remedio a su mal. Les inspiró que, de la misma manera en que el hombre, por la alianza contraída con Dios, ha sido hecho príncipe de la Divinidad, los Silfos, los Gnomos, las Ninfas y las Salamandras, por la alianza que pueden contraer con el hombre, pueden ser partícipes de la inmortalidad. De este modo, una Ninfa o una Sílfide se hace inmortal y capaz de la felicidad a la que aspiramos, cuando tiene la dicha de casarse con un Sabio, y un Gnomo o un Silfo deja de ser mortal en cuanto se casa con una de nuestras hijas.

De aquí nació el error de los primeros siglos, el de Tertuliano, de Justino el mártir, de Lactancia, Cipriano, Clemente de Alejandría, del filósofo cristiano Atenágoras*(20), y de todos los escritores de la época en general. Habían oído que los semihumanos elementales habían buscado el trato carnal con las mujeres, y de esto sacaron que la caída de los ángeles provenía del amor a las mujeres del que se habían dejado inflamar. Algunos Gnomos, deseando hacerse inmortales, habían querido ganarse los favores femeninos, y así traían piedras preciosas, de las que son guardianes naturales; y aquellos autores creyeron, apoyándose en el libro de Enoc*(21) mal entendido, que se trataba de las trampas que los ángeles enamorados tendían a la castidad de las mujeres*(22).

En un principio los hijos del cielo engendraron a los famosos gigantes, habiéndose hecho amar por las hijas de los hombres, y lo pésimos cabalistas Josefo*(23) y Filón*(24) (ignorantes como todos los judíos), y tras ellos todos los autores que he nombrado antes dijeron, al igual que Orígenes y Macrobio*(25), que se trataba de ángeles, y nunca supieron que era a los Silfos y demás pueblos de los elementos a los que se alude con el nombre de hijos de Elohim para diferenciarlos de los hijos de los hombres. Y aquello sobre lo que el prudente Agustín*(26) tuvo la modestia de no dictaminar, lo referente a las persecuciones de las que los llamados Faunos o Sátiros hacían objeto a los africanos de aquel tiempo, se explica de igual modo con lo que acabo de decir del deseo que tienen todos los habitantes de los elementos de aliarse con los humanos, como único medio de alcanzar la inmortalidad de la que carecen.

¡Ah! A nuestros Sabios no se les pasa por mientes el imputar al amor de las mujeres la caída de los primeros ángeles, como tampoco someten tanto al hombre al poder del demonio como para atribuir a éste todas las aventuras de Ninfas y Silfos de las que las obras de todos los historiadores están llenas. Nunca hubo nada criminal en todo esto. Sólo eran Silfos que pretendían llegar a ser inmortales. Sus inocentes persecuciones, lejos de escandalizar a los Filósofos, nos parecen tan justas que todos hemos resuelto, de común acuerdo, renunciar por completo a las mujeres, para consagrarnos únicamente a inmortalizar a Ninfas y Sílfides.

-¡Dios mío! –exclamé- ¡Hasta dónde llega la…!

-¡Sí, hijo mío –me interrumpió el conde-, admirad hasta dónde llega la Leticia filosófica! En vez de mujeres, cuyos pobres encantos se marchitan en pocos días, viéndose seguidos de horrendas arrugas, los Sabios tienen a su disposición a bellezas que jamás envejecen, y a las que tienen el honor de volver inmortales. Concebid el amor y la gratitud de esas amantes invisibles, y el ardor con que ansían agradar al caritativo Filósofo que se aplica en inmortalizarlas.

-¡Ay, caballero, renuncio! –exclamé de nuevo-.

-¡Sí, hijo mío! –prosiguió el conde sin dejarme tampoco acabar- ¡Renunciad a los inútiles e insípidos placeres que se pueden encontrar con las mujeres! La más hermosa es horrible ante la menor sílfide; nuestros sensatos abrazos jamás se ven seguidos de fastidio. ¡Ay, desdichados ignorantes, cuánto hay que compadeceros por no poder gozar las voluptuosidades filosóficas!

-¡Ay, desdichado conde de Gabalís! –interrumpí en un tono en el que se mezclaban la compasión y la cólera- ¿Me dejaréis por fin decir que renuncio a esa sabiduría insensata, que encuentro ridícula esa filosofía visionaria, que detesto esos abominables abrazos que os unen a fantasmas, y que tiemblo por vos, pues me temo que alguna de vuestras presuntas Sílfides se dé buena prisa en llevaros a los infiernos en medio de vuestros deleites, por miedo a que un caballero tan cumplido como vos se llegue a dar cuenta al fin de la locura de este quimérico afán, y haga penitencia por crimen tan grande?

-¡Huy, huy! –me contestó, dando tres pasos atrás y mirándome iracundo- ¡Ay de vos, espíritu indócil!»

Su gesto me asustó, lo confieso; pero todavía fue pero cuando vi que, alejándose de mí, se sacó del bolsillo un papel, que le lejos entreveía yo como bastante lleno de rasgos que no me era posible discernir. Lo leía con toda atención, se irritaba y hablaba en voz baja. Creí que estaba invocando a algunos espíritus para aniquilarme, y me arrepentí en parte de mi desconsiderado celo.

«Si escapo de esta aventura –me decía a mí mismo-, no habrá cabalista que me haga algo». Le estaba mirando como a un juez que me fuera a condenar a muerte, cuando ví que su cara se serenaba.

-«Os cuesta mucho –me dijo riéndose, mientras se acercaba de nuevo a mí-, os cuesta mucho dar coces contra el aguijón. Sois un vaso de elección*(27); el cielo os ha destinado a ser el mayor cabalista de vuestra época. Ésta es la figura de vuestro nacimiento, que no puede fallar; y si no es ahora y por mi mediación, será cuando le guste a vuestro Saturno retrógrado.

-¡Ah! Si tengo que convertirme en un Sabio –le dije-, sólo podrá ser por la mediación del gran Gabalís; pero hablando con franqueza, tengo miedo de que no os resulte fácil conseguir predisponerme a la galantería filosófica.

-¿Se deberá tal vez –preguntó el conde- a que seáis tan mal físico que no estéis convencido de la existencia de estos seres?

-No lo sé –contesté yo-; pero siempre me iba a parecer que se trataría de diablillos disfrazados.

-¿Y daréis siempre más crédito a vuestra nodriza –replicó él- que a la razón natural, que a Platón*(28), Pitágoras*(29), Celso*(30), Pselo*(31), Proclo*(32), Porfirio*(33), Jámblico*(34), Plotino*(35), Trimegisto*(36), Noleo*(37), Dorneo*(38), Fludd*(39), que al gran Felipe-Aureolo-Teofrasto-Bombasto Paracelso de Honeinhem*(40) y que a todos nuestros compañeros?

-A vos creería, señor mío –respondí- tanto y más que a todos esos personajes; pero mi querido caballero, ¿no os sería posible arreglar con vuestros compañeros que yo no tuviese la obligación de derretirme de ternura con las damiselas elementales?

-¡Qué le vamos a hacer! –contestó- Sin duda sois libre, y no se ama si no se quiere; pocos Sabios han podido defenderse de sus encantos, pero sin embargo ha habido quienes, por reservarse enteramente a cosas de mayor importancia (como lo sabréis con el tiempo), no han querido hacer tal honor a las Ninfas.

-Entonces yo seré de estos –le dije-, ya que además no podría decidirme a perder el tiempo con las ceremonias que he oído decir a un prelado que hay que hacer para poder tratar con esos genios.

-Ese prelado no sabía lo que decía –replicó el conde-, pues ya veréis un día que no son genios; pero por otra parte, ningún Sabio ha empleado nunca ceremonias ni supersticiones para tratar con los genios, ni tampoco con los pueblos de los que hablamos.
El cabalista actúa únicamente por los principios de la Naturaleza, y si alguna vez se encuentran en nuestros libros extrañas palabras, signos y alegorías, es sólo para esconder los principios físicos de ojos ignorantes. Admirad la simplicidad de la Naturaleza en todas sus obras más maravillosas; hay en su sencillez tal armonía y un concierto tan grande, tan justo y tan necesario, que hará que os retractéis, aún sin querer, de vuestras ideas erróneas. Lo que os voy a decir es lo que enseñamos a aquellos discípulos a los que no queremos dejar entrar del todo en el santuario de la Naturaleza, pero a los que tampoco queremos privar de toda relación con los pueblos elementales, por la compasión que sentimos hacia sus gentes.

Los Salamandras, como quizá hayáis comprendido ya, están formados con las partes más sutiles de la esfera del Fuego, conglomeradas y organizadas por la acción del fuego universal (del que algún día os hablaré), así llamado porque es el principio de todos los movimientos de la Naturaleza. De igual manera, los Silfos estás compuestos por los más puros átomos del Aire; las Ninfas por la materia más ingrávida del Agua; y los Gnomos, por las partes más sutiles de la Tierra. Había mucha proporción entre Adán y estas criaturas tan perfectas, ya que al estar compuesto de lo más puro que había en lo cuatro elementos, reunía las perfecciones de esos cuatro tipos de pueblos, y era así su rey natural. Pero en cuanto su pecado lo precipitó en los excrementos de los elementos (como ya veréis en alguna otra ocasión), se perdió la armonía, y ya no tuvo el proporción alguna, siendo impuro y grosero, con aquellas substancias tan puras y sutiles. ¿Cómo remediar este mal? ¿Cómo volver a afinar el laúd*(41), y a recobrar la perdida soberanía? ¡Ay, Naturaleza! ¿Por qué se te estudia tan poco? ¿No comprendéis, hijo mío, lo simple que es para la Naturaleza poder devolver al hombre los bienes que perdiera?

-Ay, caballero –le contesté-, soy muy ignorante en lo que a tales simplezas se refiere.

-Es sin embargo muy sencillo ser un sabio –prosiguió-. Si se quiere recobrar el imperio sobre los Salamandras, hay que purificar y exaltar el elemento del fuego que hay en nosotros, y hacer más agudo el tono de esa cuerda destemplada. Basta con concentrar el fuego del mundo por medio de los espejos cóncavos en una esfera de cristal: éste es el artificio que los Antiguos ocultaron religiosamente y que el divino Teofrasto*(42) descubriera. En ese globo se forma un polvo solar, que por sí mismo se purifica de la mezcla de los otros elementos, y que, preparado según arte, se vuelve en poco tiempo soberanamente apto para exaltar el fuego que hay en nosotros, y para volvernos, por así decir, de naturaleza ígnea. A partir de entonces los habitantes de la esfera del Fuego nos son inferiores, y, encantados de ver restablecida nuestra mutua armonía y de que nos hayamos vuelto a acercar a ellos, siente por nosotros la amistad que sienten por sus semejantes, todo el respeto que le deben a la imagen y al lugarteniente de su Creador, y tienen todos los cuidados que puede hacer nacer el deseo de obtener de nosotros la inmortalidad de la que carecen. Es cierto que, al se más sutiles que los de los otros elementos, viven muchísimo tiempo, y que por eso no tiene tanta prisa en exigir a los Sabios la inmortalidad. Podíais estar a gusto con alguien de este pueblo, hijo mío; si la aversión que me habéis mostrado os dura hasta el final, quizá no os llegue nunca a hablar de lo que tanto teméis.

No ocurriría lo mismo con Silfos, Gnomos y Ninfas. Como viven menos tiempo, nos necesitan antes, y por eso es mucho más fácil obtener su amistad. Basta con cerrar un vaso lleno de aire amalgamado con agua o con tierra y con dejarlo un mes al sol. Después hay que separar los elementos según arte, lo que resulta facilísimo, sobre todo el agua y la tierra. Es maravilloso comprobar cómo cada uno de estos elementos purificados es un auténtico imán que atrae Ninfas, Silfos o Gnomos. Casi sin tomar apenas nada cada día del correspondiente elemento durante varios meses, ya se ve llegar por los aires la república volante de los Silfos, acudir masivamente las Ninfas a la orilla, y los guardianes de los tesoros mostrar sus riquezas. De este modo, sin signos, ceremonias ni palabras bárbaras, nuestro poder sobre estos pueblos puede hacerse absoluto. No exigen al Sabio ningún culto, pues saben muy bien que es más noble que ellos. De esta manera, la venerable Naturaleza enseña a sus hijos a reparar los elementos por los elementos; así se restablece la armonía; así recobra el hombre su dominio natural y su poder total sobre los elementos, sin demonio ni arte ilícito de por medio. Así veis, hijo mío, que los Sabios son más inocentes de lo que creéis. Pero no me decís nada…

-Me llenáis de admiración, caballero –le dije-, y empiezo a temer que me hagáis convertirme en destilador*(43).

-¡Huy! ¡Guárdenos Dios, hijo mío! –exclamó- No es a semejantes niñerías a la que os destina la figura de vuestro nacimiento. Muy al contrario, os prohibo que os entretengáis con ello; ya os he dicho que los Sabios sólo enseñan esas cosas a los que quieren admitir en sus filas. Conseguiréis los mismos resultados, y otros infinitamente más gloriosos y agradables, por medio de procedimientos mucha más filosóficos. Sólo os he descrito estos modos para haceros ver la inocencia de esta filosofía y curaros de vuestro terrible pánico.

-A Dios gracias, caballero –le contesté-, ya no tengo tanto miedo como antes. Y aunque no me decida todavía a subscribir el amistoso compromiso que me proponéis con las Salamandras, no dejo de tener curiosidad por saber cómo habéis descubierto que las Ninfas o los Silfos mueren.

-Sencillamente –respondió-, porque nos lo dicen y porque los vemos morir.

-¿Y cómo podéis verlos morir –repliqué- si vuestro trato los vuelve inmortales?

-Sería como decís –me dijo-, si el número de los Sabios igualase al de estas gentes; por otra parte, entre ellos hay quienes prefieren morir a correr el riesgo, si se hacen inmortales, de ser tan desdichados como ven que lo son los demonios. Es el diablo quien le inspira esta idea, porque no hay nada que le quede por hacer para impedir que estas pobres criaturas lleguen a ser inmortales por nuestra alianza. De aquí que estime, y que debáis estimar, hijo mío, como una tentación muy perniciosa y como un sentimiento muy poco caritativo, esa aversión que tenéis.

Y además, por lo que se refiere a la muerte de la que me habláis, ¿quién obligó a decir al oráculo de Apolo que todos los que hablaban en los oráculos eran mortales como él mismo, tal como lo cuenta Porfirio?*(44) ¿Y qué creéis que quiso decir aquella voz que se oyó en toda la costa italiana y que tanto asustó a lo que estaban navegando: «el gran Pan ha muerto»?*(45) Eran los pobladores del aire, que avisaban a los habitantes de las aguas que el primero y el decano de entre los Silfos acababa de morir.

-Cuando se oyó esa voz –le dije-, creo recordar que el mundo adoraba a Pan y a las Ninfas. Entonces estos señores con los que predicáis que trate, ¿eran los falsos dioses de los paganos?

-Es verdad, hijo mío –me contestó. Los Sabios no creen que el demonio haba tenido nunca el poder de hacerse adorar. Es demasiado desdichado y demasiado débil para haber podido nunca tener tal placer y tal autoridad. Pero sí que pudo convencer a los habitantes de los elementos para que se mostraran a los hombres y se hicieran erigir templos; y por el mando natural que tiene cada uno de aquéllos sobre elemento en que mora, turbaban el aire y el mar, conmovían la tierra y lanzaban los fuegos celestes a su voluntad, de manera que no les resultaba nada difícil ser tomados por divinidades, durante el tiempo en que el Ser Supremo no se cuidó de la salvación de las naciones. Pero el diablo no ha recibido de su malicia todo el beneficio que esperaba, porque con esto sucedió que Pan, las Ninfas y la demás gente elemental encontraron el medio de cambiar la relación de culto en relación amorosa (porque recordaréis que para los Antiguos, Par era el rey de los dioses a los que llamaban dioses íncubos, que eran extremadamente mujeriegos)*(46), con los que muchos paganos escaparon del demonio, y no arderán en los infiernos.

-No os entiendo, caballero –le dije.

-No os entiendo, caballero –le dije.

-Claro que no me entendéis –prosiguió riéndose y en tono burlón-, esto os sobrepasa, como sobrepasaría también a todos vuestros doctores*(47), que no saben lo que es física de la buena, este es el gran Arcano de toda la parte de la filosofía que se refiere a los elementos, que sin duda va a eliminar en vos (a poca estima en que os tengáis) esa repugnancia tan poco filosófica de la que hoy me habéis dado pruebas. Sabed así, hijo mío (pero no vayáis a revelar tan gran Arcano a algún indigno ignorante), sabed que, al igual que los Silfos adquieren un alma inmortal por la alianza que contraen con los hombres que están predestinados, de esa misma manera los hombres que no tienen derecho a la gloria eterna, los desdichados cuya inmortalidad no es más que un funesto privilegio, aquéllos para quienes el Mesías no fuera enviado…

-¿Así que los señores cabalistas son además jansenistas?*(48) –le interrumpí.

-No sabemos que es eso, hijo mío –prosiguió bruscamente-, y no dignamos informarnos de aquello en que consisten las distintas sectas y las diversas religiones de las que los ignorantes se enorgullecen. Nos basta con la antigua religión de nuestros padres los Filósofos, en la que algún día habré de instruiros. Pero para volver a los que nos ocupa: esos hombres cuya triste inmortalidad no sería sino una desgracia eterna, esos hijos desdichados olvidados de su Padre Soberano tienen un último recurso, haciéndose mortales al aliarse con los pueblos elementales. Así que podéis ver que los Sabios no corren ningún riesgo en la eternidad; si están predestinados, tienen el placer de conducir al cielo, al abandonar la cárcel del cuerpo, a la Sílfide o la Ninfa que han inmortalizado; y si no están predestinados, la relación con la Sílfide vuelve su alma mortal, liberándolos de los horrores de la segunda muerte. Así el demonio vió escapársele todos los paganos que se aliaron con las Ninfas. Así los Sabios o los amigos de los Sabios, a quienes Dios nos inspira comunicarles alguno de los cuatro secretos elementales (que aproximadamente ya os he explicado), se libran del peligro de ser condenados.

-¡En verdad, caballero –exclamé (sin atreverme a ponerlo otra vez de mal humor, y por parecerme oportuno aplazar el confesarle mis opiniones, hasta que él no me hubiera descubierto todos los secretos de su cábala, que por la muestra veía yo que debían de ser muy curiosos y entretenidos)-, en verdad vais muy lejos en Sabiduría! ¡Que razón teníais al decir que esto sobrepasa a todos nuestros doctores! Incluso creo que esto sobrepasaría a todos nuestros magistrados, y que si pudieran descubrir quiénes son los que escapan al demonio por esta vía, como la ignorancia es inicua, tomarían partido por el diablo contra los fugitivos, y les harían un flaco servicio.

-Por eso mismo –repuso el conde- os he recomendado y os recomiendo santamente que guardéis el secreto. ¡Vuestros jueces son tan extraños! Condenan una acción totalmente inocente como si fuera el más negro de los crímenes. ¡Que barbarie, haber quemado a eso dos sacerdotes que dice haber conocido el príncipe de la Mirandola*(49), por haber tenido cada uno a su Sílfide durante más de cuarenta años! ¡Qué inhumanidad, haber dado muerte a Juana Hervillier*(50), que se había esforzado en inmortalizar a un Gnomo durante treinta y seis años! ¡Y qué ignorancia la de Bodin*(51) al tildarla de bruja, y por tomar su aventura como pretexto para dar crédito a las locuras populares sobre los presuntos brujos, en un libro tan impertinente como razonable es el de su República!
Peor ya es tarde, y no me daba cuenta de que aún no habéis comido.

-Sin duda lo decís por lo que a vos respecta, señor mío –le dije-, porque yo os podría seguir escuchando hasta mañana sin molesta alguna.

-¡Ah! ¡Por lo que a mí respecta! –contestó riéndose mientras se dirigía hacia la puerta- ¡Cómo se nota que no sabéis nada de lo que es la Filosofía! Los Sabios comen sólo por placer, y nunca por necesidad.

-Os equivocabais –dijo el conde-. ¿Cuánto creéis que pueden durar nuestros Sabios sin comer?

-¿Cómo lo podría saber? –le contesté- Moisés y Elías pasaron así cuarenta días, así que sin duda vuestros Sabios durarán un poco menos.

-Bonita proeza sería esa –me dijo-. El hombre más sabio que haya existido jamás, el divino, el casi adorable Paracelso asegura haber visto a muchos sabios pasar cerca de veinte años sin comer nada de nada. Y él mismo, antes de haber alcanzado la monarquía de la Sabiduría, de la que por justicia le hemos otorgado el cetro, quiso intentar vivir varios años tomando tan sólo un medio escrúpulo*(52) de quintaesencia solar. Y si queréis tener el placer de hacer vivir a alguien sin comer, sólo tenéis que preparar la tierra como ya os he explicado que se puede preparar para tratar con los Gnomos. Esa tierra, aplicada sobre el ombligo y renovada cuando está demasiado seca, hace que se pueda prescindir de comer y beber sin ningún esfuerzo, tal como el veraz Paracelso dice haber comprobado durante seis meses.

Pero el uso de la medicina universal cabalística nos libera aún mejor de todas las necesidades importunas a las que la naturaleza esclaviza a los ignorantes. Sólo comemos cuando nos place, y todo lo superfluo de los alimentos desaparece por medio de una transpiración insensible, con lo que nunca nos avergonzamos de ser hombres».

Guardó entonces silencio al ver que ya estábamos cerca de nuestros seguidores, y nos fuimos al pueblo a tomar una ligera colación, siguiendo la costumbre de los héroes de la Filosofía.


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*(15). Ruel (hoy Rueil, cercano a París, en los Hauts-de-Seine) se puso de moda en el siglo XVII tras la adquisición del castillo de Val de Ruel por Richelieu, el ministro de Luis XIII, en 1633, lo que atrajo allí a todas las personalidades de la época. Es el lugar en que se refugian Ana de Austria, el joven Luis XIV y Mazarino durante las revueltas de la Fronda, hasta la firma de la paz (Paz de Ruel) en 1649. El marco suntuoso del castillo, el hermosísimo parque que seguidamente menciona el texto, son lugares frecuentes del esparcimiento de los nobles parisinos. Rueil vuelve a ser el centro del poder cuando Napoleón Bonaparte se instala allí con Josefina, en el castillo de la Malmaison (1799). Cuando a finales del s.XIX el ferrocarril permita a los parisinos llegar hasta Rueil, sus riberas del Sena se convertirán en el lugar de solaz popular tantas veces pintado por los impresionistas.

*(16). No es casual la mención de Platón, punto de partida de toda reflexión cosmológica posterior basada en la analogía que rige el universo. Platón afirma en el Timeo que el mundo es un ser vivo dotado de alma e intelecto, y que es un Dios visible, imagen viviente del Dios ininteligible. El sabio ha de armonizar los movimientos de su alma y los del Cielo.

*(17). El laberinto, frecuente en los jardines de época, consiste en un complejo trazado de senderos entrecruzados bordeados por altos arbustos que forman muros vegetales compactos, lo que dificulta tanto el orientarse, como el ser visto, por lo que se trata de un lugar propicio para encuentros discretos. La determinación del conde señala la importancia del valor simbólico del laberinto como itinerario que permite alcanzar el centro –la Verdad- a través de un viaje iniciático, a la vez que hace perderse a lo que no son dignos de conocer lo oculto.

*(18). Así suele denominarse el oro potable, elixir de inmortalidad que se debía preparar con oro obtenido por transmutación gracias a la Piedra Filosofal. Pero recordemos que la alquimia quiere ante todo ser una “ciencia sagrada” que, basándose en las analogías cosmológicas, estudia la proyección del Alma del Mundo en la materia.

*(19). El pensamiento tradicional considera el principio acuoso como femenino, lo que explica el mayor número de ondinas.

*(20). Padres de la Iglesia de los siglos II y III. Recordemos que en este interesante periodo –en el que declina el racionalismo, rebrota el pitagoricismo y el hermetismo irrumpe junto con las tradiciones histéricas de las religiones orientales-, el platonicismo se convierte en una filosofía de salvación, con notables influencias tanto en los pensadores paganos como en los cristianos.

*(21). El libro de Enoc (Henoc, Enoch), el texto apocalíptico hebraico más antiguo (s. V a. C. ?), es un libro apócrifo del Antiguo Testamento, que la tradición atribuye al patriarca bíblico, padre de Matusalén (Génesis, 5:21-23). Monumento de la mística angelológica hebraica, su importancia en los primeros cristianos, como lo atestiguan las epístolas canónicas de Judas (14-16) y Pedro (2:4) y muchos otros escritos, entre ellos los de los autores que menciona el conde.

*(22). Tanto el libro de Enoc cono el Génesis (6:1-7) explican la perversidad creciente que va a dar motivo al diluvio universal por la unión entre los “hijos de Elohim” –de Dios, del cielo- y las “hijas de los hombres”, de la que nacieron los gigantes (nifilim) que menciona la Biblia. El libro de Enoc (y así mismo el judaísmo posterior y los Padres de la Iglesia) identifica a los “hijos del cielo” con los ángeles culpables.

*(23). Josefo (37-c. 101), historiador judío, liberto de Vespasiano, por lo que pasó a llamarse Flavio Josefo. Escribió en griego sus obras, incomparable aporte documental para la historia judía. Se remonta hasta la Creación.

*(24). Filón de Alejandría (c. 13 a C. –c 50 d. C.), filósofo judía de la diáspora griega, intentó demostrar la complementaridad de la Biblia y del pensamiento platónico. Dentro de la escala jerárquica de los seres creados, estableció toda una serie de seres intermediarios entre Dios y el hombre. Sus comentarios alegóricos del Génesis y de la ley de Moisés influyeron notablemente en la escuela cristiana de Alejandría (Clemente de Alejandría, Orígenes), y a través de ella en los Padres de la Iglesia.

*(25). Orígenes (c. 185-c. 252), Padre de la Iglesia, polémico teólogo y exegeta de la escuela de Alejandría, fue uno de los pensadores más importantes de la antigüedad cristiana, y tuvo gran influencia sobre la teología posterior. Gracias a Macrobio, escritor latino de finales del s. IV, se conocen extractos de muchas obras de la Antigüedad que no se han conservado: su influencia fue notable en la Edad Media. Ambos pensadores son de tendencia platónica.

*(26). Se trata, claro está, de San Agustín (354-430), natural de Tagasta y obispo de Hipona, en el norte de África, la actual Argelia, lo que explica la posterior alusión a “los africanos de aquel tiempo”. El pasaje en cuestión se encuentra en De Civitate Dei, V, 25.

*(27). Ser predestinado. La expresión se aplica tradicionalmente a la Virgen María, como madre de Jesús, y a San Pablo, por haber llevado el nombre de Cristo por toda la tierra.

*(28). Platón (c. 427-347 a. C.) fue, sobre todo para los alejandrinos, el pensamiento medieval y para la cábala, el gran cosmólogo monoteísta, el filósofo de la creación, el autor del Timeo. El platonismo enseñaba que el mundo visible está hecho siguiendo un modelo invisible (principio de analogía), que todo el universo está habitado (principio de plenitud), y que para relacionar cosas distintas es preciso que exista un vínculo intermediario (principio de la tríada). Así, entre Dios y los hombre median los demonios. El daimon griego podía ser bueno o malo; es en la Edad Media cuando se aplica el nombre de demonio a los ángeles caídos y se equipare demonios con diablos.

*(29). De Pitágoras (c. 570-c. 480 a. C.) o de sus discípulos, como Filolao, provienen muchas de las ideas que expone Platón en el Timeo sobre el comienzo del mundo y el demiurgo, la materia primera y los cuatro elementos, etc. La inmortalidad del alma, la mística de los números y la armonía de las esferas son nociones pitagóricas que la cábala hizo suyas.

*(30). Filósofo platónico de Alejandría que hacia 1789 escribe en defensa del paganismo su Discurso verdadero, del que conocemos pasajes por la refutación Contra Celso escrita por Orígenes hacia 248.

*(31). Pselo o Psellos (1018-1078), filósofo bizantino. Su pensamiento será el punto de partida de la corriente neoplatónica de la Italia renacentista.

*(32). Proclo (437-485) es el más destacado de los filósofos neoplatónicos de la escuela de Atenas.

*(33). Filósofo neoplatónico (233-305), discípulo de Plotino. Su influencia sobre san Agustín, Boecio y los platónicos medievales es considerable.

*(34). Discípulo de Porfirio (c 250-330), neoplatónico y pitagórico, Jámblico introduce en el neoplatonismo la noción de teurgia, los rituales inspirados por la divinidad para que los hombres puedan unirse a ella.

*(35). Filósofo alejandrino (c. 205-270), fundador de la escuela neoplatónica del s. III y el más destacado de los pensadores neoplatónicos. Su obra influyó notablemente en los Padres de la Iglesia.

*(36). Hermes Trimegisto (tres veces grande) es el dios griego Hermes, asimilado en la época helenística con Tot, dios lunar de los egipcios. La tradición hizo de él un antiquísimo rey de Egipto, autor de numerosos escritos esotéricos (Corpus hermeticum) relacionados con la magia, la astrología y la alquimia, donde la influencia platónica se mezcla a la bíblica. Su importancia fue considerable en el teosofismo neoplatónico: el elemento místico-religioso del neoplatonismo se halla representado principalmente por la mitología greco-romana, por los misterios del Egipto, por Orfeo y Trimegisto. Se convirtió en el padre del ocultismo occidental: la Edad Media cristiana lo consideró un profeta, y para el renacimiento fue, junto a Zaratustra, Platón y Moisés, uno de los cuatro pilares de la teosofía.

*(37). Henricus Nollius, alquimista autor de Naturae Sanctuarium (1619)

*(38). Gerardus Dorneus (Gerhart Dorn), médico y alquimista alemán del s. XVI, fervoroso entusiasta de Paracelso y seguidor de su medicina filosófica.

*(39). Robert Fludd (1574-1637), destacado teósofo, cabalista y médico seguidor de Paracelso, y defensor de los rosacruces (Tratactus apologeticus, 1617). Su concepción del cosmos motivó famosas controversias con científicos de la talla de Kepler, Mersenne y Gassendi.

*(40). (Sic, por Hohenheim). Paracelso (1493-1541), famosísimo médico, filósofo y alquimista, basa su sistema médico en las analogías que rigen el cosmos, buscando las correspondencias entre el mundo exterior (macrocosmos) y el ser humano (microcosmos), siguiendo la tradición hermética, pero utilizando directamente el método analógico para aplicarlo al conocimiento experimental de la Naturaleza. Asienta la medicina sobre cuatro pilares: la filosofía, la astronomía, la alquimia y la virtud. Su doctrina perdurará como una de las fuentes de todo movimiento teosófico posterior. De entre sus muchos escritos, señalemos el tratado De nymphis, sylphis, pygmaeis et salamandras et de caeteris spiritibus del que Montfaucon de Villars se inspira.

*(41). Como antes la lira o el arpa, el laúd es el símbolo de las correspondencias, de la armonía. La lira de Orfeo o de Apolo, el arpa del rey David o las de los vencedores de la Bestia del Apocalipsis, nos remiten al significado cósmico de la música, plasmado en la música de las esferas (Cicerón, Somnium Scipionis, 18), o la de las estellas, como dice Yahveh a Job (38: 7,8). En el Renacimiento son incontables los cuadros en los que aparece el laúd con claro valor simbólico, como por ejemplo en Los Embajadores (1533) de Hans Holbein.

*(42). Teofrasto-Bombasto von Hohenheim, es decir, Paracelso.

*(43). En alquimista. Cf. nota 13.

*(44). En su Tratado sobre los oráculos. Cf. nota 33.

*(45). Cuenta Plutarco que en tiempos de Tiberio, el capitán que pilotaba una nave cerca de las islas Equinas oyó una voz como de ultratumba, que le llamó tres veces por su nombre y le ordenó anunciar la muerte del gran Pan (De Oraculorum Defectu).

*(46). Pan era una divinidad selvática, con patas y cuernos de macho cabrío, que acabará confundiéndose con Fauno, al igual que se amalgamarán todos los genios caprípedos campestres, pánidos, faunos, sátiros y silenos. De vida alegre y desarreglada, seguidores de Baco y principales partícipes de las fiestas orgiásticas, estos seres carnudos y velludos serán considerados demonios lujuriosos por el cristianismo.

*(47). Teólogos, doctores en Teología.

*(48). La corriente teológica inspirada por la obra del obispo Jansenio (1585-1638) Augustinus consideraba que la gracia divina no habría sido dada a todos los hombres y que Jesucristo habría venido a salvar sólo a un cierto número de elegidos (doctrina condenada por Roma en 1653 y en 1713). Las disensiones entre jansenistas y jesuitas –defensores éstos de la participación del hombre en su salvación- sobre la gracia divina, la predestinación y el libre albedrío, dieron lugar a profundas controversias religiosas e intelectuales en los ss.XVI y XVII, siendo especialmente virulentas en Francia, donde intervino duramente el poder político. Cuando se publica El conde de Gabalís, acaba de cerrarse (en falso) la primera etapa de persecuciones sobre Port-Royal, principal núcleo jansenista, aparentemente sometido (Paz de la Iglesia, 1668).

*(49). El príncipe Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), gran humanista, filósofo y cabalista cristiano, es considerado el introductor de la cábala en los círculos humanistas. Sus tesis fueron condenadas como heréticas por Inocencio VIII en 1487, pero Pico fue absuelto del crimen de herejía por Alejandro VI en 1493. Gabalís alude a su diálogo Strix sive de Ludificatione daemonum.

*(50). Juana Hervillier (o Harvilliers), natural de Comiègnes, fue piedra de escándalo en el s. XVI y juzgada como bruja, por haber confesado mantener trato carnal con el demonio.

*(51). Jean Bodin (1530-1596), destacado magistrado convencido de la realidad del pacto demoníaco y la brujería, escribió varios tratados y anales de demonología, entre ellos De la Démonomanie des Sorciers (1580) –donde consigna el interrogatorio de Juana Harvilliers-, así como varias obras sobre economía y política, de las que destaca La République (1576), también mencionada por el conde de Gabalís.

*(52). Medida de peso: el escrúpulo equivalía a 24 granos, y el grano a 54 mg.

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L.V.X.

FRATER KALIHEL
MAGISTER LUCIS

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