lunes, 7 de junio de 2010

PSICOTRANSFORMISMO

Psicotransformismo



Psicotransformismo es el término que usó Ouspensky para describir una serie de cambios que pueden tener lugar en la psiquis del hombre. El Psicotransformismo trata de la posibilidad que el hombre tiene de transformarse desde un ser que es Enemigo Público Nº 1 desde el punto de vista de la biósfera - una creatura muy desarmónica y peligrosa - en un ser que puede vivir en armonía consigo mismo y con el universo. De acuerdo a esta teoría, el hombre posee posibilidades de desarrollo que generalmente ni siquiera conoce, ni mucho menos usa.

La naturaleza garantiza que el hombre se desarrollará hasta la etapa de un animal sexualmente maduro. En este punto lo abandona para que haga lo que le plazca. Ya sea que se desarrolle más allá o no, depende enteramente de sus propios deseos. Puede, y generalmente lo hace, vivir como un tonto y morir como un perro, en cuyo caso llega a ser mera «comida para gusanos». 0 puede, mediante cierta clase de esfuerzo intencionado transformarse en una clase más elevada de ser, y entonces es incorporado a una etapa ascendente del proceso cósmico.

La validez de la teoría del Psicotransformismo puede ser probada por cualquiera, porque el hombre siempre puede usarse a sí mismo como conejillo de Indias para ver si funciona. No hay que creer nada, sólo intentar el experimento.

En orden a estudiar esta teoría científicamente, es necesario considerar la estructura y función del cerebro humano. El cerebro del hombre es el más complejo y peligroso de todos los aparatos que se han desarrollado en la biósfera terrestre. Es un órgano horrorosamente desarmónico. Su desarmonía proviene del hecho de que no es «uno» sino «muchos». Incorpora tres diferentes cerebros en una sola entidad: un cerebro instintivo cercano al nivel de un cocodrilo, un cerebro emocional no muy por encima del de un caballo, y, encaramado al tope de esta inestable combinación, como un rey en un trono tambaleante, un cerebro humano recientemente evolucionado, alojado en dos hemisferios cerebrales de grandes dimensiones.


De este modo, parece razonable que cualquier ser, lo suficientemente desafortunado para tener que crear alguna clase de armonía entre un cocodrilo, un caballo y un hombre, tenga alguna dificultad. Basta revisar la historia de la humanidad para darnos cuenta de la horrible confusión que esta mezcla ha provocado. Arthur Koestler en «El fantasma en la máquina», sugiere que el hombre es víctima de un error en la formación del cerebro. El error proviene de la incapacidad de los viejos cerebros para evolucionar armoniosamente con el nuevo. El resultado es un desastre biológico que puede llevar no solamente a la extinción de la raza humana, sino también a un daño irreparable en la biósfera del planeta tierra.

La candente pregunta que surge, ante la cual todas las otras preguntas parecen triviales, es ésta: ¿Tiene el cerebro humano en sí mismo la capacidad, primero, de reconocer sus propios defectos y, segundo, de remediarlos?.

La teoría del Psicotransformismo contesta que la posición del hombre es difícil y peligrosa, pero no sin esperanzas. El cerebro, como ciertos computadores muy sofisticados, tiene la capacidad de reconocer y corregir algunos de sus errores. Para hacer esto debe usar un sistema del cerebro que, si bien existe en el hombre, no es normalmente conocido. Permanece sin uso como una poderosa máquina cuyo dueño ni siquiera sabe que la posee.

Si miramos los sistemas cerebrales que determinan el comportamiento del hombre y los otros animales, veremos que predominan dos sistemas. Siguiendo a John Lilly, los llamaremos los sistemas de detención y de partida.

Psicodinámica de los sistemas cerebrales:

partida..............................detención
acción...............................inacción
placer...............................dolor
recompensa.....................castigo

Neurohormonas:

Norepinefrina....................Acetilcolina


Los dos sistemas están íntimamente relacionados con recompensa y castigo. El sistema de partida ofrece al animal su recompensa. Es más o menos sinónimo con el centro del placer, cuyo poder fue tan dramáticamente demostrado por Olds en ratas y por Lilly en el mono. Si insertamos un electrodo en el centro del placer de una rata o de un mono y lo conectamos a una barra que la creatura pueda pulsar, tendremos una fascinante, e incluso atemorizadora, demostración del poder que este centro puede ejercer. Hora tras hora, descuidando todas sus otras necesidades, el animal permanecerá ahí oprimiendo la barra. Es, literalmente, un esclavo de su centro del placer.

El efecto del sistema de detención es igualmente dramático aunque, afortunadamente para nosotros, está localizado en una parte muy pequeña del cerebro. Este sistema cerebral castiga al hombre tan drásticamente que, si se implanta un electrodo allí y es frecuentemente activado, la creatura se decae, pierde interés en la vida y finalmente muere. La única manera de detener su depresión es activando su sistema de partida.

Es digno de mencionar que estos dos sistemas dependen para su funcionamiento de dos diferentes sustancias químicas. El sistema del placer o partida depende de la neurohormona norepinefrina; el dolor o detención depende de la neurohormona acetilcolina. Es muy importante que nos demos cuenta de cómo todos nuestros estados de ánimo y nuestro total sentido de aquello que llamamos «uno mismo» depende de diminutas trazas de ciertas sustancias químicas, las neurohormonas, liberadas en las terminales de las fibras nerviosas. Un defecto en el metabolismo de la norepinefrina puede hundir a una persona en las profundidades de una inexplicable depresión o inducir las alucinaciones de la esquizofrenia. Los médicos sacudirán sus cabezas y, si son de «orientación psicoanalítica» referirán al paciente a un colega psiquiatra, quien pondrá a la persona contra las cuerdas, cobrándole cincuenta dólares por la hora. Pero ésto es inútil, porque el problema real es químico. Todas las formas de conducta pueden finalmente estar relacionadas con eventos a nivel molecular que ocurren en ciertas áreas del cerebro. Las llamadas drogas psicotrópicas actúan en el cerebro alterando estos procesos bioquímicos.

Los sistemas de detención y de partida sustentan todas las conductas comunes. El hombre busca estímulos que activen su centro del placer. Con igual buena fe busca evitar cualquier influencia que active el centro del dolor. Se mueve como un asno entre el garrote y la zanahoria, una bestia estúpidamente dirigida por impulsos que difícilmente puede entender, en un viaje sin dirección y sin un real sentido. Ya sea tratando de capturar el placer o huyendo del dolor, es un esclavo de estos tiránicos centros cerebrales que limitan su libertad y lo transforman en un muñeco desvalido.


«Corrupta y vieja naturaleza, nos empuja vehemente.
Un aguijón es la lujuria y el otro , el dolor.»


Estas palabras, gritadas por un loco en una de las más inspiradas novelas de H. G. Wells, resumen la condición del hombre en el nivel de ser en que habitualmente existe, Pero la teoría del Psicotransformismo establece que éste no tiene porqué existir en ese desdichado nivel.

El nuevo cerebro del hombre, la neocorteza, es un grande, complejo y verdaderamente magnífico órgano, cuyo poseedor no sabe como usar. Es como un extraordinario computador puesto en manos de un ignorante y rústico labriego que no tiene ni la más nebulosa idea de para qué es. E incluso peor, el manual de instrucciones se ha perdido.

Sumado a los centros de detención y partida, que el hombre comparte con los otros animales, la neocorteza contiene centros superiores, los centros del poder y de la liberación. Aquel que pueda activar estos centros cesa de ser un esclavo de la dualidad placer-dolor. Tal persona obtiene una libertad interior aparejada a una comprensión totalmente nueva de sí mismo y de su poder, ha colmado su potencialidad y ha llegado a ser verdaderamente un hombre. La teoría del Psicotransformismo establece que aunque estos centros superiores existen en el cerebro del hombre, sólo pueden ser activados mediante esfuerzos intencionales. Es como si la naturaleza obsequiara al hombre con un soberbio regalo y luego, arrepintiéndose de su generosidad, pusiera ciertos obstáculos en su psiquis que le harán casi imposible usar el regalo. En el Nuevo Testamento, que es un tratado de Psicotransformismo escrito en clave, encontramos referencias a esta idea en varias parábolas. El centro superior del cerebro del hombre ofrece las llaves de ese estado llamado «el reino de los cielos». El hombre comúnmente no sabe que este reino existe. Si pertenece a la llamada Iglesia Cristiana, puede haber escuchado que este reino está situado en alguna parte en la estratósfera, y poblado por improbable fauna, como querubines o ángeles, o que es un estado que se obtiene después de la muerte. Pero el reino de los cielos existe en su propio cerebro. Depende de él encontrarlo. Así, en las parábolas del Nuevo Testamento, el reino de los cielos es comparado al tesoro oculto en un campo y que, cuando el hombre lo descubre, vende todo lo que tiene para comprar ese campo.

La misma idea es presentada en forma algo diferente en la parábola del hijo pródigo. Habiendo despilfarrado sus bienes en una vida disipada se encuentra reducido al nivel de un porquerizo que gustosamente se llenaría la barriga con los desperdicios de lo que los cerdos comieron. Sólo en esta deplorable situación extrema, recuerda la casa de su padre y resuelve volver allá a toda costa.

Estas parábolas expresan alegóricamente dos de los más importantes principios del Psicotransformismo. En primer lugar, antes que el hombre siquiera comience a desarrollarse, debe darse cuenta de que, mientras permanezca esclavo de los centros del placer y del dolor, su vida no es mejor que la de un animal. Es un cerdo entre los cerdos. De hecho, está más abajo que ellos porque al menos los cerdos no tienen un potencial mayor que desperdiciar. En segundo lugar, el hombre debe entender que, para entrar en el reino de los cielos en la alegoría de los Evangelios, debe estar dispuesto a sacrificar todo lo que posee.

La naturaleza no tiene previsto asegurar que el hombre desarrollará todo su poder. Entenderemos ésto al comparar al hombre con un insecto, una mariposa, por ejemplo, que pasa por varias formas: huevo, oruga, crisálida y adulto alado. La naturaleza asegura que el insecto pasará por todos estos estados. Pero el hombre, cuya última transformación interior puede ser comparada al cambio de oruga a mariposa, es forzado a depender enteramente de sus propios esfuerzos intencionales para efectuar esta metamorfosis. La naturaleza no sólo no lo ayuda, sino que además pone grandes obstáculos en su camino. Si quiere alcanzar su total desarrollo y despertar los centros superiores de su cerebro, debe trabajar en contra de la naturaleza. Más correctamente, podemos decir que debe trabajar en contra de la naturaleza en un nivel, en orden a servir los propósitos de ella en un nivel más elevado, porque la razón nos obliga a percibir varios niveles en el funcionamiento del cosmos. Los procesos que tienen lugar en un nivel pueden ser opuestos a los que ocurren en otro. No es necesario ir tan lejos como aquellos dualistas babilonios que postulaban dos principios: una fuerza de la oscuridad y una fuerza de la luz. Basta decir que el proceso que llamamos naturaleza opera en varios niveles y que el hombre se encuentra colocado entre dos niveles de ese proceso cósmico. Tiene la posibilidad de transcenderse a sí mismo y alcanzar un nivel superior de ser, o puede permanecer como está, siendo un cerdo entre los cerdos.

El Psicotransformismo se refiere a las leyes que gobiernan la auto transcendencia. En muchos sistemas de enseñanza el Psicotransformismo es comparado con un viaje. Este viaje interior es aludido como el Camino, y los diferentes niveles de desarrollo son señalados como etapas del Camino. Podemos dibujar un mapa del Camino y distinguir cinco etapas, como se muestra en la figura siguiente.





En el nivel más bajo está la selva, representada aquí como un círculo, porque nadie a ese nivel llega jamás a alguna parte. La gente se mueve en círculos como los burros que hacen girar una rueda de molino. Ellos viven entre la zanahoria y el garrote. Son arrastrados por deseos, ya sea de riqueza, fama, placer sexual, etc. o son manejados por temores, temor a la pobreza, enfermedades, cesantía. Este nivel es llamado «la selva» porque en él se vive bajo la ley de la selva: comer y ser comidos.

Más allá de la selva se extiende el bosque. Es un mejor lugar para estar que la selva. Al menos hay senderos en el bosque y algunos de esos senderos llevan a alguna parte. También hay guías y algunos de ellos conocen el terreno.

La primera etapa en el camino es pasar desde la selva al bosque. Esto ocurre cuando alguien despierta al hecho de que la vida en la rueda del molino, entre el garrote y la zanahoria, no es una forma de existencia particularmente satisfactoria. Tal persona comenzará a buscar una manera de vivir más significativa. La búsqueda a ese nivel consiste en leer libros, asistir a charlas, hablar con otros recolectando material acerca del Camino. Todo lo recopilado irá formando un entidad definida en la persona del buscador, la que es llamada en el Psicotransformismo «el centro magnético».

El buscador que entra en el bosque sólo tiene a su centro magnético para guiarlo. Este puede ser fuerte e inteligente o débil y estúpido. La función del centro magnético es poner al buscador en contacto con un guía. Cada buscador consigue el guía que se merece. Un tonto obtiene un tonto como guía, un farsante a un farsante. Una persona con discernimiento continuará buscando hasta encontrar un genuino guía. Esto no es fácil. Los farsantes son muy numerosos, los guías genuinos son pocos.

Cuando el buscador encuentra a su guía comienza una fase más intensa de trabajo interior. Llega a ser aspirante para la iniciación. En el aspirante, el centro magnético cambia lentamente a una nueva y más poderosa entidad. Esta es llamada el Observador o el Testigo. En esta etapa el buscador tiene una gran obligación: verse a sí mismo como realmente es. Sin esto, nada es posible.

El buscador verá, antes que nada, que no tiene control sobre su vida, que es mantenido en esta confusión, esta selva, por ciertas funciones que están simbolizadas en las cartas del Tarot por el Loco, el Demonio y la Rueda de la Fortuna.

El Loco representa la sugestionabilidad y la credulidad en el hombre. Se tragará cualquier cuento viejo. Vagando con la cabeza en el aire, está a punto de caer en un barranco, pero no lo nota porque está inmerso en sus sueños. Transporta los cuatro símbolos sagrados a su espalda sin saber que significa ninguno de ellos - ni siquiera sabe porqué los lleva.

El Demonio es todas las mentiras en que vivimos, las mentiras que nos decimos a nosotros mismos y las que nos dicen nuestros líderes; y la Rueda de la Fortuna es la tendencia que tiene el hombre de engancharse en actividades totalmente fortuitas y sin dirección. El hombre no sabe lo que hace. Actúa por impulsos, sin real intención y cada impulso es llamado «yo».

Con miras a entender el rol del observador, debemos darnos cuenta de que en su habitual estado de inconsciencia el hombre tiene muchos «yoes». Cada uno de ellos puede llegar a ser dominante por un tiempo. Algunos son directamente opuestos a los otros. Esto ocurre por el estado de desarmonía interior tan característico de la vida del hombre en la selva.

La función del observador es estudiar a estos «yoes». Es como un administrador recién nombrado para hacerse cargo de un negocio que está fracasando por la incapacidad del equipo para trabajar en conjunto.

El observador estudia los diferentes «yoes» objetivamente. Debe decidir cuales son valiosos y cuales peligrosos. Tiene muy poca autoridad con qué comenzar y no puede ejercer ningún control. Además carece de objetividad y puede engañarse al rehusarse a ver a ciertos «yoes» o a evaluarlos correctamente. Aquí especialmente necesita ayuda de su guía.

A medida que el observador aumenta su poder, se va trasladando gradualmente de la personalidad a la esencia. La personalidad es superficial, la esencia es profunda. Una vez que la esencia es alcanzada, el nivel de ser del aspirante cambia. Hasta cierto punto ya no es más un aspirante a la iniciación. Llega a ser un iniciado del primer orden. Ha alcanzado el nivel del hombre objetivo.

En nuestro mapa del camino localizamos al hombre objetivo al pie de la primera montaña, la montaña del poder. El ha pasado por ciertas pruebas, la más importante se llama «desnudar el falso ego». La principal característica del hombre objetivo es que no se le puede adular ni insultar. Está más allá del alcance de la alabanza y la reprobación. Se ha desembarazado de la importancia de su «yo» y se ha dado cuenta de su insignificancia.

No es poca cosa llegar a ser un hombre objetivo. Se necesitan años de esfuerzo más la ayuda de un buen guía. En verdad, puede tomarle tanto tiempo a una persona alcanzar este nivel que la vejez, el último enemigo del hombre de conocimiento, puede hacer imposible cualquier desarrollo posterior. Pero, si no es muy viejo, el iniciado de primer orden podrá embarcarse en la siguiente etapa del Camino, el acceso a la montaña del poder.

Ahora nos volvemos hacia un mapa diferente del mundo interior del hombre. El mandala que se muestra en la figura siguiente pertenece a la clase de diagramas llamados «yantras» y contiene gran cantidad de información. Algunos de estos son aplicables al mundo en que el hombre vive, otros al mundo interior del hombre.


El gran círculo negro exterior es la barrera que evita que la gente siquiera comience el gran trabajo, el gran proceso alquímico. Luego hay tres círculos sucesivos los cuales, en el mandala tibetano, serían el círculo de las llamas, el de los rayos (o dorjes) y el de los lotos. Esto corresponde a ciertas energías en el hombre, las que éste puede aprender a despertar y a usar para la transmutación interna.

Los dos cuadrados interiores del mandala representan las habitaciones cerradas de la psiquis humana. Son equivalentes a la montaña del poder y a la montaña de la liberación de la figura anterior. A las cámaras interiores se accede a través de cuatro puertas y cada puerta tiene su guardián. El hombre objetivo, aunque iniciado de primer orden, sólo está en el umbral del primer cuadrado. Para entrar en la primera habitación, debe vencer al guardián de la puerta. El guardián representa ciertos patrones fijos de pensamiento, sentimiento y percepción que mantienen al hombre en su mundo habitual. El mundo dentro del mandala no es familiar. Es, pidiendo prestada una frase de Carlos Castañeda, «una realidad separada». En la lucha por entrar a este extraño mundo, el viajero encontrará fenómenos peculiarmente engañosos e ilusorios, los fenómenos del umbral. Han sido muy bien descritos por Ouspensky en «El Nuevo Modelo del Universo», en el capítulo titulado «Misticismo Experimental». Ellos son siempre productos de la imaginación del viajero y, por muy fascinantes que puedan parecer, debe despedirse de ellos.

El que asciende la montaña del poder desarrollará los poderes o «siddhis».Quien posee estos poderes puede ejercer influencia sobre la gente que los rodea. Puede doblegarlos a su voluntad, dominarlos, hipnotizarlos, e incluso, destruirlos. Puede hacer esto porque ahora tiene una voluntad unificada obtenida mediante el proceso llamado «la batalla entre el sí y el no». En el curso de esta lucha, los «yoes» en conflicto en el ser del hombre se han fundido en una sola entidad poderosa, un maestro interno. Aquel que ha creado en sí mismo esta entidad es un hombre de poder, o iniciado de segundo grado.

Una persona puede alcanzar esta etapa del Camino sin llegar a ser un hombre objetivo. Hay ciertos atajos hacia la montaña del poder. El que toma estos atajos lo hace asumiendo riesgos. Entra al cerco sagrado del mandala llevando aun su ego personal, y será tentado a usar sus poderes para fines egoístas y a menudo destructivos. La idea del brujo perverso o del mago negro, se refiere esencialmente a alguien que ha tomado el atajo hacia la montaña del poder. En los pueblos primitivos, el «shamán> o médico brujo, es frecuentemente alguien que ha tomado este atajo. A menudo, eran más temidos por su poder de destruir que venerados por su poder de sanar.

El cuadrado más interno del mandala corresponde a la montaña de la liberación. Es lo sacrosanto del templo interior del hombre. Hacia esa etapa del Camino no hay atajos. Quien haya alcanzado este nivel de ser es un iniciado de tercer grado, un hombre perfecto, un Buda, un liberado. Es completamente imposible para alguien así hacer mal uso de sus poderes, porque ha transcendido totalmente su ego personal. Se ha vaciado de su conciencia separada para acceder a la conciencia universal. Está completamente libre, no se apega a nada. Citando al Bhagavad Gita: «El ve al Ser en todo y todo en el Ser». En él, el proceso del Psicotransformismo ha alcanzado la última etapa.

En el centro del mandala hay una mancha blanca, la cual es la semilla del mundo no manifestado, la fuente de toda vida. El mandala como un todo representa el proceso cósmico de lo no manifestado fluyendo hacia la manifestación a través de la dualidad Yin - Yang.


Robert S. De Ropp



Traducido y extractado por Carmen Bustos de
On the Way to Self Knowledge
editado por Jacob Needleman and Dennis Lewis.
Alfred A. Knopf.- New York.

Este artículo fué publicado en el Nº 2 de la Revista ALCIONE

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