SI la letra alef encarna la energía máxima, el espacio ilimitado y en movimiento (alargada, la misma letra puede leerse como élef, que quiere decir mil), su polo opuesto y complementario está representado por la tau, freno de esa misma energía, pie de la escala alfabética por la que suben y bajan –dicen los maestros— los ángeles que Jacob vio en un sueño. Determinadas escuelas de Kábala quieren ver, además, y en correspondencia con cada letra, no sólo un valor numérico, sino un color y una figura geométrica. Por ejemplo, lo que en la alef es blanco dorado, pura luz solar, filamento de lámpara encendida, en la tau sería de un negro mate, opaco y absorbente. Tradicionalmente, la Biblia llama a los profetas “señales” y “presagios” entre los hombres (Isaías 8:18), y emplea para ello la expresión hebrea otot, plural de ot, que indica tanto letra, milagro como signo.
Observando con calma y atención esa importante palabra, ot y comparándola con la sexta expresión en el orden sintagmático del primer versículo del Génesis 1:1, ve-et (tav) que une una conjunción a un artículo y puede traducirse como “y la”, descubrimos que posee los mismos grifos o ideogramas: alef, vav y tau aunque en otra disposición:
“En el principio Dios creó el cielo y la tierra”
Bereshit bará Elohim et ha-shamaim ve-et ha-aretz
Para la Kábala, que dos palabras tengan las mismas letras o compartan la misma la misma raíz trilítera indica una inequívoca relación secreta entre ambas. En este caso, es obvio que la posición del profeta –que será, según veremos, también la del Jesús apocalíptico de Juan de Patmos— le permite actuar como intermediario entre el cielo y la tierra. Transformar energía en materia y, simultáneamente, llevar lo material a su grado de máxima energía celeste.
Tierra Cielo
Materia Energía
v
LA VAV, EL HOMBRE
A su vez, como cada letra del alfabeto completo se llama precisamente ot, dice la tradición kabalística en una suerte de premonición holográfica, que cada letra contiene el principio y el fin –aleph y tav— de todas las demás, siendo el hombre que vive entre ellas, su mediador lingüístico indicado para ponerlas en movimiento, unirlas y desunirlas. Tributario, entonces, el profeta –que es el hombre en el hombre, lo humano en lo humano—, heredero de la alef, en su corazón arde el fuego cósmico y toda luz del cielo brilla en sus pupilas. Pero vestido, corporalmente, por la tau, su apariencia material encerrará y albergará en cada una de sus células ese fuego y ese brillo, para que se cumpla el dictum del Evangelio de Tomás, que dice: “Si la carne ha sido causa del espíritu, es una maravilla. Pero si el espíritu ha sido la causa del cuerpo, es una maravilla de maravillas. Y yo me asombro de esto: ¿Cómo, esta gran riqueza, se ha metido en esta pobreza?” Cuando sus contemporáneos estén demasiado cerca del polo aléfico, para compensarlo, el maestro les recordará que la vida somática no es mala, pues la encarnación es positiva y merece asistir a las Bodas de Caná o compartir el vino con las gentes sencillas. Cuando, por le contrario, las gentes se acerquen peligrosamente al polo material de lo távico o táuico, les enseñará la existencia milagrosa del mundo abierto y luminoso del Espíritu.
Mediando entre el principio y el fin, entre el cielo y la tierra, el ser humano es, de este modo, una mezcla de energía y materia, alma y cuerpo, ángel y demonio, eternidad y tiempo. Para que no olvide semejante parentesco ni menosprecie tal herencia viene, vino y vendrá, tantas veces como sea necesario, el Hijo del Hombre con el fin de recordarle, a través de su ejemplo, su función de mediador entre extremos o mesítis, pues tal y como escribe 1 Timoteo 2:5: “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres”, aludiendo, lógicamente, a la figura de Jesús, la cual, andando los siglos, adquirirá –en letras griegas que, de hecho, traducen las hebreas— la imagen de la cruz en reemplazo de la doble función gramatical –copulativa y disyuntiva— de la letra vav:
Así, cumplida su labor, realizando su destino el mesítis o mediador, que en hebreo es llamado melitz, será, en los momentos más altos de su vida terrena, una verdadera imagen o tzelem del Creador que hiciera el mundo a partir de un simple punto.
Mediador o melitz: 170
Nube o anan: 170
Reapareciendo –para quienes saben verlo—, una y otra vez en una nube de luz, en una rosa de partículas encendidas, en un aire encantado, en un cálido viento que derrama consuelo perpetuo.
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L.’.V.’.X.’.
Humildemente:
Luis Angel
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