viernes, 6 de marzo de 2009
MORAL Y DOGMA DEL RITO ESCOCÉS ANTIGUO Y ACEPTADO. ALBERT PIKE.
GRADOS DE APRENDIZ,
COMPAÑERO Y MAESTRO
Albert Pike con los distintivos del Supremo Consejo del Grado 33
© de la traducción al castellano:
Alberto Moreno Moreno. 2008
Benidorm (Alicante, España), Septiembre de 2008
ÍNDICE
Prefacio ................................ 5
Aprendiz ................................ 7
Compañero ......................... 24
Maestro .............................. 57
MORAL Y DOGMA
DEL
RITO ESCOCÉS ANTIGUO Y ACEPTADO
DE LA
FRANCMASONERÍA
PREPARADO POR EL
SUPREMO CONSEJO DEL GRADO TREINTA Y TRES
PARA LA
JURISDICCIÓN SUR DE LOS ESTADOS UNIDOS
Y
PUBLICADO BAJO SU AUTORIDAD
CHARLESTON
A.·.M.·. 5632
1871
PREFACIO
a la primera edición, publicada en 1871
El siguiente trabajo ha sido preparado por el Gran Comendador bajo la
autoridad del Supremo Consejo del Grado 33 para la Jurisdicción Sur de los
Estados Unidos, y es ahora publicado bajo su supervisión. Contiene las lecturas
del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en esa jurisdicción, y está especialmente
concebido para ser leído y estudiado por los hermanos de esa obediencia al
mismo tiempo que los rituales de los distintos grados. Se espera y desea que
cada uno se proveerá de una copia y se familiarizará con él, y para facilitar este
propósito se ofrecerá a un precio tan moderado como sea posible, pues el coste
de la obra consistirá únicamente en la impresión y en la encuadernación. Ningún
individuo recibirá provecho pecuniario por él, salvo los libreros por su venta.
Estos textos han sido registrados para impedir su reimpresión en cualquier
otro lugar, y sus derechos de autor, al igual que los de todos los demás trabajos
preparados por el Supremo Consejo, han sido asignados a los miembros de
este. Cualquier beneficio que se pueda obtener de este libro se dedicará a obras
de caridad.
Se dará la oportunidad de adquirirlo a los hermanos del R.E.A.A. en los
Estados Unidos y Canadá. No está prohibido que masones de otros ritos lo
obtengan, pero no se les requerirá.
Al preparar este tratado, el Gran Comendador ha sido por igual autor y
compilador, dado que ha extraído más de la mitad del contenido de escritos de
los mejores autores así como de los más elocuentes filósofos y pensadores.
Quizá hubiera resultado mejor y más aceptable si hubiese extractado más de
esos eruditos y escrito él menos.
Aún así, casi la mitad es propio del Gran Comendador, y al incorporar aquí
los pensamientos y palabras de otros ha efectuado constantemente cambios en
el lenguaje, interponiendo a menudo, en las mismas frases, sus propias palabras
con las de ellos. Al no tratarse de un libro concebido para un público mayoritario
se ha sentido en la libertad de hacer un compendio, a partir de todas las fuentes
posibles, de la Moral y Dogma del Rito, rehaciendo frases, cambiando y
añadiendo palabras, combinándolas con las propias y empleándolas como si lo
fuesen, usándolas a placer y así utilizándolas de la forma más válida para el
propósito perseguido. El autor reclama, por tanto, poca parte del mérito de la
autoría, y no se ha cuidado de distinguir su aportación propia de la que ha
tomado de otras fuentes, persiguiéndose, a cambio, que cada parte del libro
pueda ser contemplada como tomada de algún escritor antiguo de mayor
calidad.
Las enseñanzas de estas lecturas no son sacramentales, en tanto en
cuanto van más allá del dominio de la Moralidad para entrar en los del
Pensamiento y la Verdad. El Rito Escocés Antiguo y Aceptado emplea la palabra
dogma en su verdadero sentido, el de doctrina o enseñanza, y no en su odiosa
acepción dogmática. Cada uno es enteramente libre de rechazar o disentir de
cualquier cosa aquí escrita que pueda parecerle incierta o falta de fundamento.
Tan sólo se pide al lector que sopese lo que se enseña, y lo escuche con buena
fe y lo juzgue sin prejuicios. Desde luego, las antiguas especulaciones teosóficas
y filosóficas no forman parte de las doctrinas del Rito, pero es de interés y
provecho conocer lo que el Antiguo Intelecto razonaba sobre estos aspectos; y
al fin y al cabo nada demuestra mejor la radical diferencia entre la naturaleza
humana y la animal que la capacidad de la mente humana de alimentar tales
especulaciones en cuanto al hombre mismo y la Deidad. Pero respecto a estas
mismas opiniones, podemos decir, en palabras del docto canonista Ludovico
Gómez, opiniones secundum varietatem temporum senescant et intermoriantur,
aliæque diversæ vel prioribus contrariæ renascantur et deinde pubescant1.
Los títulos de los grados aquí escritos ha sido cambiados en algunas
instancias. Los títulos correctos son los siguientes:
1° -- Aprendiz
2° -- Compañero
3° -- Maestro
4° -- Maestro Secreto
5° -- Maestro Perfecto
6° -- Secretario Íntimo
7° -- Preboste y Juez
8° -- Intendente del Edificio
9° -- Elegido de los Nueve
10°-- Elegido de los Quince
11°-- Elegido de los Doce
12°-- Maestro Arquitecto
13°-- Real Arco de Salomón
14°-- Elegido Perfecto
15°-- Caballero de Oriente
16°-- Príncipe de Jerusalén
17°-- Caballero de Oriente y Occidente
18°-- Caballero Rosacruz
19°-- Pontífice
20°-- Maestro de la Logia Simbólica
21°-- Noaquita o Caballero Prusiano
22°-- Caballero de la Real Hacha o
Príncipe del Líbano
23°-- Jefe del Tabernáculo
24°-- Príncipe del Tabernáculo
25°-- Caballero de la Serpiente de
Bronce
26°-- Príncipe de Merced
27°-- Caballero Comendador del
Templo
28°-- Caballero del Sol o Príncipe
Adepto
29°-- Caballero Escocés de San Andrés
30°-- Caballero Kadosh
31°-- Inspector Inquisidor
32°-- Maestro del Real Secreto
1 Las creencias pueden envejecer, cambiar con el paso del tiempo y perecer; pero así pueden renacer
oponiéndose a las originales y alcanzar la madurez.
I
APRENDIZ
LA REGLA DE DOCE PULGADAS Y EL MALLETE
La Fuerza, no regulada o mal regulada, no solo se desperdicia en el vacío,
como la pólvora quemada al aire libre o el vapor no confinado por la ciencia, sino
que golpeando sin sentido y no encontrando sus explosiones más que el espacio
abierto, provocan un retroceso perjudicial. Es destrucción y ruina. Es el volcán,
el terremoto, el ciclón, no crecimiento y progreso. Es Polifemo ofuscado, dando
palos de ciego y cayendo de cabeza entre las afiladas rocas por el ímpetu de su
propio embate.
La fuerza ciega del pueblo debe ser administrada y gobernada, al igual
que la fuerza del vapor, que siendo capaz de mover las pesadas bielas de acero
y de hacer girar las grandes ruedas, también puede ser usada para taladrar y
estriar el cañón, así como para tejer el encaje más fino. Esa Fuerza debe ser
regulada por el Intelecto. El Intelecto es para el pueblo y la Fuerza del pueblo lo
que la aguja de la brújula es para el barco: su alma, siempre dirigiendo la gran
masa de madera y acero y siempre señalando el norte. Para atacar las
fortalezas construidas por doquier contra el ser humano por supersticiones,
despotismos y prejuicios, la fuerza necesita tener un cerebro y una ley. Entonces
su esfuerzo y arrojo producen resultados perdurables y es verdadero progreso,
produciéndose auténticas conquistas. El Pensamiento es una fuerza, y la
Filosofía debería ser una energía, encontrando su objetivo y efecto en el
mejoramiento del género humano. Los dos grandes motores son la Verdad y el
Amor. Cuando todas estas fuerzas se combinan guiadas por el intelecto y
reguladas por la regla del Derecho y la Justicia, la gran revolución preparada
desde tiempo inmemorial se pone en marcha. El Poder de la misma Deidad está
en equilibrio con su Sabiduría. De aquí surge la Armonía.
Es debido a que la Fuerza está mal gobernada por lo que las revoluciones
experimentan fracasos. Por ello sucede tan a menudo que insurrecciones que se
originan en las más altas cimas morales tales como la Justicia, Sabiduría, Razón
y Derecho, formadas por la más pura nieve del ideal tras una larga caída de roca
a roca, habiendo reflejado el cielo en su transparencia y siendo recogidas por un
centenar de afluentes en el majestuoso sendero del triunfo, repentinamente se
pierden en lodazales, como un río californiano en las arenas.
La marcha adelante del género humano requiere que los altos ideales
brillen con nobles y perdurables lecciones de coraje. Las proezas de una historia
audaz y brillante constituyen una luz que guía al hombre. Ellas son las estrellas y
chispas que surgen del gran mar de electricidad que es la Fuerza inherente al
pueblo. Esforzarse, afrontar todos los riesgos, perecer, perseverar, ser fiel a uno
mismo, luchar cara a cara con el destino, sorprender a la derrota por el poco
terror que inspira, sea para combatir un poder ilegítimo, sea para desafiar un
triunfo espurio, estos son los ejemplos que las naciones necesitan y la luz que
las electrifica.
Hay inmensas fuerzas en las grandes cavernas del mal que se hayan en
las profundidades de la sociedad. Se encuentran en la más perversa
degradación, suciedad, miseria e indigencia, en los vicios y crímenes que hieden
en la oscuridad de ese populacho que se encuentra debajo del pueblo en las
grandes ciudades. Ahí el altruismo se desvanece y cada uno aúlla, busca y roe
su propia fortuna. Este populacho tiene dos madres, ambas madrastras: la
Ignorancia y la Miseria. Sus carencias y necesidades son su única guía, y tan
solo reclaman satisfacción por sus apetitos animales. Pero incluso ellos pueden
ser útiles. La más pobre arena que encontremos, apropiadamente horneada,
fundida y purificada por el fuego puede convertirse en cristal resplandeciente.
Ellos poseen la fuerza bruta del Mazo, pero sus esfuerzos ayudan a la gran
causa cuando siguen las líneas trazadas por la Regla sostenida por la sabiduría
y la inteligencia.
Es sobre esta misma Fuerza del pueblo, este poder de gigantes, sobre el
que se construye la fortaleza de los tiranos, encarnada en sus ejércitos. De ahí
la posibilidad de tiranías como aquellas de las que se dijo “Roma huele peor bajo
Vitelio que bajo Sila”. Bajo Claudio y bajo Domiciano hay un defecto de base
debido a la fealdad de la tiranía. Lo nauseabundo de los esclavos es un
resultado directo de la atroz vileza de la tiranía. Una miasma exhala de estas
conciencias serviles que reflejan el maestro; las autoridades públicas no son
limpias, los corazones se han venido abajo, las conciencias están encogidas, las
almas son enclenques. Así era bajo Caracalla, así era bajo Cómodo, así era bajo
Heliogábalo, mientras que tan solo desde el Senado romano, bajo el gobierno de
César, fueron capaces de percibir el olor nauseabundo del nido del águila.
Es la fuerza del pueblo la que sostiene todos estos despotismos, tanto el
peor como el mejor. Esa fuerza actúa por medio de los ejércitos, y estos más a
menudo esclavizan que liberan. El despotismo ahí aplica la Regla. La Fuerza es
el Mazo de acero que el caballero lleva con la armadura. La obediencia pasiva
ante la fuerza sostiene tronos y oligarquías, reyes españoles y senadores
venecianos. El Poder, en cualquier ejército blandido por la tiranía, es una
enorme suma de completa debilidad; y de esta forma la Humanidad hace la
guerra a la Humanidad, y a pesar de la Humanidad. Así, cuando un pueblo se
somete voluntariamente al despotismo, sus obreros se someten para ser
menospreciados y sus soldados para ser azotados. Por eso sucede que las
batallas perdidas por una nación suponen con frecuencia un progreso añadido.
Menos gloria es más libertad. Cuando el tambor calla, a veces la razón habla.
Los tiranos usan la fuerza del pueblo para encadenar, sojuzgar y uncir al
pueblo como reses. Entonces el espíritu de la libertad y la innovación se reduce
a las bayonetas, y las ideas son acalladas por los cañonazos, mientras los
monjes se mezclan con los soldados, y la Iglesia militante y jubilosa, ora católica,
ora puritana, entona Te Deums por la victoria sobre la rebelión. El poder militar,
cuando no está subordinado al poder civil, es de nuevo el Martillo o la Maza de
la Fuerza, pero independiente de la Regla, y se constituye en una tiranía armada
que nace ya adulta, como Atenas surgió de la mente de Zeus. Engendra una
dinastía, y comienza como César para corromperse hasta llegar a Vitelio y
Cómodo. Actualmente tiende a comenzar donde las dinastías anteriores
finalizaron.
El pueblo desarrolla constantemente una fuerza inmensa que desemboca
en una inmensa debilidad. La fuerza del pueblo se agota al prolongar
indefinidamente situaciones muertas hace ya largo tiempo, al gobernar a la
humanidad manteniendo embalsamadas viejas tiranías de Fe, restaurando
dogmas ruinosos, rehabilitando sepulcros ya devorados por los gusanos,
blanqueando y dando lustre a antiguas supersticiones estériles, redimiendo a la
sociedad a base de multiplicar sus parásitos, perpetuando instituciones
obsoletas, estimulando la adoración de símbolos como medio real de salvación,
y atando el cadáver muerto del pasado, boca con boca, al Presente vivo. Por ello
es una fatalidad para la Humanidad ser condenada a eternas luchas con
fantasmas, supersticiones, intolerancias, hipocresías y prejuicios que son formas
de error y argumento de la tiranía. Los despotismos del pasado se convierten en
respetables, al igual que la montaña erizada de roca volcánica, áspera y horrible,
vista a través de la neblina de la distancia es azul, suave y hermosa. La vista de
una mazmorra sirve más para disipar ilusiones, crear un odio sagrado al
despotismo y dirigir la Fuerza en su sentido correcto que los más elocuentes
textos. Los franceses han conservado la Bastilla como lección perpetua. Italia no
debería destruir las mazmorras de la Inquisición. La Fuerza del pueblo apuntaló
el Poder que construyó esas celdas sombrías y situó a los vivos en esos
sepulcros de granito.
La Fuerza del pueblo no puede, por su acción irregular e incontenida,
mantener y perpetuar la existencia de un gobierno libre una vez creado. Esta
fuerza debe ser limitada, acotada y transmitida a través de diferentes canales, y
a través de rodeos, recovecos y puntos de salida es dosificada como ley, acción
y decisión del Estado, al igual que los antiguos reyes egipcios distribuyeron en
diferentes canales, por subdivisión, las aguas crecientes del Nilo, y las
emplearon para fertilizar y no para devastar la tierra. Ahí debe haber jus et
norma, la ley y Regla o indicador de constitución y ley, dentro de la cual la fuerza
pública debe actuar. Haz una grieta en cualquiera de las dos y el gran martillo de
vapor, con sus mazazos rápidos y poderosos, destrozará toda la maquinaria en
añicos y finalmente, desgarrándose, yacerá inerte en medio de la ruina
ocasionada.
La Fuerza del pueblo o la voluntad popular, puesta en acción, simbolizada
por el Mazo, regulada y guiada para actuar dentro de los límites de la Ley y el
Orden simbolizados por la Regla de Veinticuatro Pulgadas tiene como frutos la
Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Libertad regulada por la ley, Igualdad de
derechos ante el ojo de la ley y Hermandad con sus deberes y obligaciones así
como sus beneficios. Pronto escucharéis hablar de la Piedra Bruta y la Piedra
Cúbica como joyas de la logia. La Piedra Bruta se define como “una piedra tal y
como sale de la cantera, en su estado basto y natural”. La Piedra Cúbica se
define como “una piedra preparada por las manos de un obrero y modificada por
las herramientas del Compañero”. No repetiremos la explicación de estos
símbolos aportados por el Rito de York, que pueden leerse en sus manuales
impresos. Esos símbolos aluden a la mejora personal del masón, pero también
pueden interpretarse de la siguiente manera: la piedra bruta es el Pueblo, como
una masa ruda y desorganizada. La piedra cúbica, símbolo de perfección, es el
Estado, los gobernantes cuyo poder deriva del consentimiento de los
gobernados, la constitución y las leyes expresando la voluntad del pueblo, el
gobierno armonioso, simétrico, eficiente, con sus poderes apropiadamente
distribuidos y debidamente ajustados en equilibrio.
Si dibujamos un cubo en una superficie plana,
tenemos visibles tres caras y nueve líneas externas,
trazadas entre siete puntos. El cubo completo tiene
tres caras más, haciendo seis, tres líneas más,
haciendo doce, y un punto más, haciendo ocho. El
número 12 incluye los números sagrados 3, 5, 7, y
tres veces tres, ó 9, y es producido añadiendo el
número sagrado 3 al 9. Igualmente posee dos figuras,
1, 2, la unidad o mónada y la dualidad, que sumadas hacen el mismo número
sagrado 3. Por todo ello se le denominaba número perfecto, y el cubo se
convirtió en símbolo de perfección.
Producida por la Fuerza, actuando según la Regla, batida según las líneas
medidas y calibradas a partir de la piedra bruta, la piedra cúbica es un símbolo
apropiado de la Fuerza del pueblo, expresada como constitución y ley del
Estado; y las tres caras visibles representan los tres Poderes del mismo estado:
el Ejecutivo, que ejecuta las leyes, el Legislativo, que las hace, y el Judicial, que
las interpreta, aplica y refuerza, entre hombre y hombre o entre el Estado y los
ciudadanos. Las tres caras invisibles son la Libertad, Igualdad y Fraternidad, la
triple alma del Estado, su vitalidad, espíritu y razón.
* * * * * *
Aunque la Masonería no pretende usurpar el lugar de la religión ni intenta
imitarla, la Oración es una parte esencial de nuestras ceremonias. Es el anhelo
del alma hacia la Absoluta e Infinita Inteligencia, que es la Deidad Única y
Suprema, a la que nos referimos de forma pobre y confusa como Gran
Arquitecto del Universo. Ciertas facultades del hombre se dirigen hacia lo
desconocido, tales como el pensamiento, la meditación, o la oración. Lo
desconocido es un océano cuya brújula es la conciencia. El Pensamiento, la
Meditación y la Oración son los grandes y misteriosos puntos cardinales a los
que señala la brújula. Se trata de un magnetismo espiritual que conecta el alma
humana con la Deidad. Estas irradiaciones mayestáticas del alma atraviesan la
sombra buscando la luz. Es una burla sin fundamento decir que orar es absurdo
ya que no podemos, a través de ello, persuadir a Dios de que cambie sus
planes. Él causa efectos preconocidos y preintencionados a través de ese
instrumento que son las fuerzas de la naturaleza, todas las cuales son Sus
fuerzas. Nosotros mismos somos parte de ellas. Nuestra propia determinación y
voluntad son fuerzas. Nosotros no cesamos absurdamente de hacer esfuerzos
para alcanzar la riqueza o la felicidad, para prolongar la vida o continuar sanos
tan sólo porque no podemos cambiar con esfuerzos lo que está predestinado. Si
el esfuerzo también está predestinado, no por ello es menos nuestro esfuerzo,
hecho de nuestra voluntad. Igualmente, rezamos. La Voluntad es una fuerza. El
Pensamiento es una fuerza. La Oración es una fuerza. ¿Por qué no debería ser
la ley de Dios que la Oración, como la Fe y el Amor, debiera tener sus efectos?
El hombre no puede ser entendido como un punto de partida, ni el progreso
puede ser entendido como fin, sin esas dos grandes fuerzas: Fe y Amor. La
Oración es sublime. Las súplicas que piden y ruegan son piadosas. Negar la
eficacia de la oración es negar la de la Fe, el Amor y el Esfuerzo. Incluso los
efectos producidos cuando nuestra mano, movida por nuestra voluntad, lanza
una piedra hacia el océano, nunca cesan, y cada palabra pronunciada queda
guardada para la eternidad sobre el aire invisible.
Una logia es un templo de naturaleza simbólica tanto en conjunto como en
sus detalles. El propio Universo proveyó el modelo para los primeros templos
elevados a la Divinidad. La misma disposición del Templo de Salomón, los
ornamentos simbólicos que formaron su decoración principal, y la vestimenta del
Sumo Sacerdote hacían referencia al orden del Universo tal y como era
entendido en la época. El Templo contenía muchos emblemas de las estaciones:
el Sol, la Luna, los planetas, las constelaciones Osa Mayor y Menor, el Zodiaco,
los elementos y otras partes del mundo. El maestro de esta logia, del Universo,
es Hermes, cuyo representante es Hiram, que es una de las luces de la logia.
Para ulterior instrucción en el simbolismo de los cuerpos celestiales, así como de
los números secretos, y del templo y sus detalles, debéis esperar pacientemente
hasta avanzar en Masonería, ejercitando mientras tanto vuestro intelecto
estudiándolos por vosotros mismos. Estudiar e intentar interpretar correctamente
los símbolos del Universo es la tarea del sabio y del filósofo; es descifrar la
escritura de Dios y penetrar en Sus pensamientos. Esto es lo que es preguntado
y respondido en nuestro catecismo, en lo concerniente a la Logia.
* * * * * *
Una logia se define como una asamblea de Masones, debidamente
congregados y teniendo presentes las Sagradas Escrituras, la Escuadra, el
Compás y una Carta Patente de constitución que les autorice a trabajar. La
habitación o lugar donde se reúnen, que representa una parte del Templo del
Rey Salomón, también es denominada Logia, y es a lo que nos referimos ahora.
La logia es sostenida por tres grandes columnas, Sabiduría, Fuerza y Belleza,
representadas por el Venerable Maestro, el Primer Vigilante y el Segundo
Vigilante, y se dice que son las columnas que soportan la logia “porque la
Sabiduría, Fuerza y Belleza son las perfecciones de todo, y nada puede perdurar
sin ellas”. “Porque” –afirma el Rito de York – “es necesario que esté la Sabiduría
para concebir, la Fuerza para sostener y la Belleza para adornar toda empresa
grande e importante”. “¿Acaso ignoras”, dice San Pablo, “que tú eres el templo
de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ti? Si cualquier hombre profana el
templo de Dios, él mismo será destruido, pues el templo de Dios es santo, y tu
eres su templo”.
La Sabiduría y el Poder de la Deidad están en equilibrio. Las leyes de la
naturaleza y las leyes morales no son meros mandatos despóticos de Su
Omnipotente Voluntad, pues entonces podrían ser cambiados por Él, y el orden
podría convertirse en desorden, el bien y lo correcto podrían convertirse en el
mal y el error, la honestidad y lealtad en vicios, y el fraude, la ingratitud y el
extravío se tornarían virtudes. El poder omnipotente e infinito sería constreñido a
lo material, y sus decretos y leyes no podrían ser inmutables. Las leyes de Dios
no son obligatorias para nosotros porque sean promulgaciones de Su Poder o la
expresión de Su Voluntad, sino porque expresan Su Infinita Sabiduría. No son
correctas porque sean Sus leyes, sino que son Sus leyes porque son correctas.
Del equilibrio de la infinita sabiduría y la infinita fuerza resulta la perfecta
armonía, tanto en el universo físico como en el moral. La Sabiduría, el Poder y la
Armonía constituyen una tríada masónica. Tienen otros significados profundos,
que serán a su debido tiempo desvelados.
A la explicación habitual se puede añadir que la sabiduría del Arquitecto
se manifiesta combinando, como solo un habilidoso arquitecto puede hacer, y
como Dios ha hecho por todas partes –por ejemplo, en el árbol, el ser humano,
el huevo o las celdas del panal- la fuerza con la gracia, belleza, simetría,
proporción, ligereza y ornamentación. Eso también es la perfección del orador y
el poeta: combinar fuerza y energía con gracia y estilo, cadencia musical, belleza
de figuras, el juego de la imaginación y la fantasía. Y así, en un Estado, la fuerza
industrial y bélica del pueblo, así como su fuerza titánica, deben ser combinadas
con la belleza de las artes, las ciencias y el intelecto para que el Estado alcance
las cimas de la excelencia y el pueblo sea realmente libre. La Armonía en esto,
como en todo lo Divino, lo material y lo humano es el resultado del equilibrio, de
la compensación y acción opuesta de contrarios, siendo una Sabiduría por
encima de ellos la que sostiene el fiel de la balanza. Conciliar la ley moral, la
responsabilidad humana, el libre albedrío con la omnipotencia de Dios, y
conciliar la existencia del mal con su absoluta sabiduría, bondad y piedad, estos
son los grandes enigmas de la Esfinge.
Entrasteis a la logia entre dos columnas. Representan a las dos que se
encontraban en la antesala del templo, a cada lado de la gran entrada oriental.
Estos pilares de bronce, de cuatro dedos de grosor, tenían, según se relata en el
Primer y Segundo libro de los Reyes, y también en Jeremías, dieciocho codos
de alto. El hueco de cada una era de cuatro codos de diámetro. Un codo es
1,707 pies. Esto significa que el hueco de cada columna era de poco más que
treinta pies y ocho pulgadas de altura, el capitel de poco más de ocho pies y seis
pulgadas de altura y el diámetro del hueco de seis pies y diez pulgadas. Los
capiteles estaban ornamentados con granadas de bronce cubiertas de cadenas
y coronas de bronce; y parecen haber imitado la forma de las vainas de semillas
de la flor de loto o de la azucena egipcia, símbolos sagrados para los hindúes y
los egipcios. El pilar o columna de la derecha, o hacia el sur, se llamaba, según
la traducción del hebreo a nuestra Biblia, Jakim, y la de la izquierda Boaz. Los
traductores afirman que la primera palabra significa “Él establecerá” y la
segunda “en su fuerza”. Estas columnas eran imitaciones llevadas a cabo por
Hiram, el artesano de Tiro, de las dos columnas consagradas al Viento y al
Fuego en la entrada del famoso templo de Melkarth, en la ciudad de Tiro. Es
costumbre en las logias del Rito de York ver un globo celestial sobre una
columna, y un globo terrestre sobre la otra, pero no está garantizado que imiten
fielmente a las dos columnas originales del Templo. De momento no entraremos
en el contenido simbólico de estas columnas, diciendo tan solo que los
aprendices guardan sus herramientas dentro de la columna Jakim, y dando una
explicación etimológica de los dos nombres.
La palabra Jakim, en hebreo יכין , Probablemente se pronunciaba yakeyen,
y como tiempo verbal significaba “El que fortalece”, y consecuentemente
firme, estable, enhiesto. La palabra Boaz es בעז , Baaz; עז significa fuerte, fuerza,
poder, refugio, fuente de fuerza, una fortaleza. El prefijo ב significa “con “ o “en”,
y da a la palabra el sentido del gerundio latino, roborando – fortaleciendo. La
primera palabra, Jakim, también significa “él establecerá, plantará en posición
erecta”, del verbo כון , Kūn, “él permaneció erecto”. Probablemente significada
Fuerza o Energía Activa y vivificadora; y Boaz, Estabilidad, Permanencia, en el
sentido pasivo.
Las dimensiones de la logia, según dicen nuestros hermanos del Rito de
York, “son ilimitadas, y su techo no menor que el dosel del Cielo”. A este dosel –
afirman- la mente del masón está continuamente dirigida, y a él aspira llegar
finalmente con la ayuda de la escalera teológica que Jacob vio en su visión y
que ascendía de la tierra al cielo, cuyas tres vueltas principales se denominaban
Fe, Esperanza y Caridad, y que nos insta a tener Fe en Dios, Esperanza en la
Inmortalidad y Caridad con toda la Humanidad. Igualmente una escalera, a
veces con nueve vueltas, es vista sobre el carro, descansando su base en la
Tierra y hallándose su final en las nubes, con las estrellas brillando sobre ella, y
esto se considera que representa la escalera mística que Jacob vio en su sueño,
levantada sobre la Tierra y con la parte más alta alcanzando el cielo, con los
ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo por ella. El añadido de las tres
vueltas principales para el simbolismo es totalmente contemporáneo e
innecesario.
Los antiguos contaban siete planetas, a saber: la Luna, Mercurio, Venus,
el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Había siete cielos y siete esferas
correspondientes a estos planetas. En todos los monumentos mitraicos hay siete
altares o piras consagrados a los siete planetas, como eran siete los brazos del
candelabro dorado en el Templo. Que estos brazos representan a los planetas
queda corroborado por Clemente de Alejandría, en su Stromata, así como por
Filón de Alejandría. Para volver a la fuente de lo Infinito, el alma humana –
sostenían los antiguos- tenía que ascender, como había descendido, a través de
las siete esferas. La Escalera por la que se vuelve a ascender tiene, según
Marsilio Ficino en su comentario de la Enéada de Plotino, siete grados o
escalones; y en los misterios mitraicos llevados a cabo en Roma bajo los
césares, la escalera, con sus siete vueltas, era un símbolo que hacía referencia
a este ascenso a través de las esferas de los siete planetas. Jacob vio los
Espíritus de Dios ascendiendo y descendiendo por ella y sobre la misma Deidad.
Los misterios mitraicos se celebraban en cuevas donde las puertas se situaban
en los cuatro puntos del zodíaco de los equinoccios y solsticios, y también eran
representadas las siete esferas planetarias que las almas necesitaban atravesar
al descender desde el cielo de las estrellas fijas a los elementos que envuelven
la tierra; y se marcaban siete puertas, una por cada planeta, a través de las
cuales pasaban al descender en su retorno. Sabemos esto por Celso, que afirma
que las imágenes simbólicas de este paso entre las estrellas, usado en los
misterios mitraicos, conformaban una escalera que se alzaba desde la Tierra al
Cielo, dividido en siete pasos o estadios, para cada uno de los cuales había una
puerta, y en la cima una octava, la de las estrellas fijas. El símbolo era el mismo
que el de las siete etapas de Borsippa, o la pirámide de ladrillo vítreo, cerca de
Babilonia, hecha en base a siete pisos, cada uno de distinto color. En las
ceremonias mitraicas, el candidato atravesaba siete fases de iniciación,
soportando pruebas temibles simbolizadas por la escalera de siete vueltas o
peldaños.
Percibimos la logia, sus detalles y ornamentos, a través de sus Luces. Ya
habéis escuchado en el rito de York cuáles son estas luces. La Santa Biblia, la
Escuadra y el Compás no son solo las Grandes Luces de la Masonería, sino que
son también denominados los Muebles de la logia y, como habéis visto, no hay
logia si no están ellos presentes. Esto se ha empleado a veces como pretexto
para excluir a los judíos de nuestras logias, pues no consideran el Nuevo
Testamento como libro sagrado. La Biblia es un elemento indispensable en una
logia cristiana tan solo porque es el libro sagrado de la religión cristiana. El
Pentateuco hebreo en una logia hebrea y el Corán en una logia mahometana
deben estar en el altar, y un ejemplar de ellos, así como la Escuadra y el
Compás, debidamente entendidos, son las Grandes Luces que deben guiar el
camino y el trabajo del masón. El juramento del candidato debe ser tomado
siempre sobre el libro sagrado de su religión, que estará revestida para él de
solemnidad y compromiso. Y por eso habéis sido preguntados acerca de qué
religión practicabais. Y ahí se detiene nuestro interés por conocer vuestro credo
religioso.
La Escuadra es un ángulo recto formado por dos líneas rectas. Se adapta
únicamente a una superficie plana y pertenece al campo de la geometría, la
medida de la tierra, y de la trigonometría, que trata con planos y con la tierra,
que los antiguos concebían plana. El compás describe círculos, y tiene que ver
con la trigonometría esférica, la ciencia de las esferas y los cielos. La primera es
emblema de lo que concierne a lo físico y terrenal, el segundo de lo que atañe a
lo celestial y espiritual. Aún así el Compás se emplea también en trigonometría
plana, como por ejemplo para erigir perpendiculares; y por lo tanto se os
recuerda que aunque en este grado las dos puntas del Compás se hallan bajo la
Escuadra y que ahora estáis tratando únicamente con el significado político y
moral de los símbolos, ello no obsta para tener en cuenta que lo divino se
confunde con lo humano, y hay algo de espiritual en las tareas más comunes de
la vida. Las naciones no son únicamente un cuerpo político, sino también un
alma política, y ¡ay de aquel pueblo que, buscando únicamente lo material,
olvide que también tiene un alma! Entonces tenemos una raza petrificada en el
dogma de que no existe el alma y acepta la existencia únicamente de la
memoria y el instinto, perdiéndose su moral por el afán de lucro. Tal naturaleza
no puede guiar nunca la civilización. Arrodillarse ante el ídolo o el dólar atrofia el músculo que camina y la voluntad que mueve. Entregarse a la indiferencia o al el
espíritu mercantilista merma el esplendor del pueblo, disminuyendo sus
expectativas a base de disminuir su propio nivel, y lo despoja de la comprensión
del fin universal, humana al mismo tiempo que divina, que convierte a una
nación en misionera.
Un pueblo libre, que olvide que tiene un alma propia por cuidar, dedica
todas sus energías al avance material. Si hace la guerra, es para preservar sus
intereses comerciales. Los ciudadanos siguen el ejemplo del estado y
contemplan la riqueza, la pompa y el lujo como los grandes dones de la vida.
Una nación así crea riqueza rápidamente, pero la distribuye mal. Se provocan de
esta forma los dos extremos, la monstruosa riqueza y la monstruosa miseria,
todo el disfrute en manos de unos pocos y todas las privaciones para el resto, o
lo que es lo mismo, para el pueblo. Privilegios, prebendas, monopolios y
feudalismo erigidos sobre el mismo Trabajo: una situación peligrosa y engañosa
que, haciendo del Trabajo un cíclope ciego y encadenado en la mina, en la forja,
en el taller, en el telar, en el campo, sobre humos venenosos en celdas infectas
y fábricas insalubres, asienta el poder público sobre la miseria privada, y erige la
grandeza del Estado sobre el sufrimiento del individuo. Es una grandeza mal
concebida en la que se combinan elementos materiales dejando al margen los
elementos morales. Aunque el pueblo, como una estrella, ejerza el derecho a
eclipsarse, la luz debe volver a él. El eclipse no debe desvirtuarse y convertirse
en noche perpetua.
Las tres Luces Menores o Sublimes, habéis escuchado, son el Sol,
la Luna y el Venerable Maestro del la logia, y ya habéis escuchado lo que
nuestros hermanos del Rito de York dicen al respecto y por qué sostienen que
son las Luces de la logia. Pero el Sol y la Luna en modo alguno iluminan la logia,
a no ser que sea simbólicamente, en cuyo caso las luces no son el Sol y la Luna
sino aquello que representan. Y el Rito de York no dice qué es lo que
representan. Tampoco la Luna en ningún sentido gobierna la noche con
regularidad.
El Sol es el antiguo símbolo de la Deidad como poder creador y dador de
vida. Para los antiguos la luz era la causa de la vida, y Dios era la fuente de la
que manaba toda luz. La esencia de la Luz, el Fuego Invisible, desarrollado
como llama, se manifestaba como luz y esplendor. El Sol era su manifestación e
imagen visible; y en Saba, adorando la Luz – Dios, parecía que adoraban al Sol,
porque en él veían la manifestación de la Deidad.
La Luna era el símbolo de la capacidad pasiva de la naturaleza para
producir, lo femenino, cuyo poder y energía dadores de vida eran lo masculino.
Era el símbolo de Isis, Astarté y Artemisa o Diana. El Dador de Vida era la
Deidad Suprema, que se elevaba sobre ambos y se manifestaba a través de
ambos. Zeus, el hijo de Saturno, se convirtió en Rey de los Dioses. Horus, hijo
de Isis y Osiris, se convirtió en Dador de Vida. Dionisio y Baco, como Mitra, se
convirtieron en origen de la Luz, la Vida y la Verdad.
* * * * * *
Los Dadores de la Luz y la Vida, el Sol y la Luna, están simbolizados en
cada logia por el Venerable Maestro y los Vigilantes, y por ello es la misión del
Venerable Maestro dispensar luz a los hermanos por él mismo o a través de los
Vigilantes, que son sus ministros. “El Sol” – dice Isaías a Jerusalén - “nunca más
se pondrá, ni tampoco se retirará la Luna, pues el Señor será tu luz eterna, y los
días de tu lamento terminarán. En tu pueblo todos serán justos, y ellos
heredarán la tierra para siempre”. Así es un pueblo libre.
Nuestros ancestros del norte adoraban esta deidad trina: Odín, el Padre
todopoderoso; Frea, su esposa, símbolo de lo terrenal, y Thor, su hijo, el
mediador. Pero sobre todos ellos estaba el Dios Supremo, “el creador de todo lo
que existe, el Eterno, el Antiguo, el Ser Vivo y Tremendo para el cual no existe lo
oculto, el Ser que nunca cambia”. En el Templo de Eleusis (un santuario que
representaba el Universo y estaba iluminado únicamente por una ventana en el
techo), estaban representadas las imágenes del Sol, la Luna y Mercurio. “El Sol
y la Luna” – afirma el perspicaz hermano Delaunay – “representan los dos
grandes principios de todas las generaciones, lo activo y lo pasivo, lo masculino
y lo femenino. El Sol representa la verdadera luz. Él esparce sobre la Luna sus
rayos fecundadores. Ambos arrojan su luz sobre su vástago, la Estrella
Flamígera, u Horus, y los tres forman el gran Triángulo Equilátero, en cuyo
centro se haya la omnipotente letra de la Cábala a través de la cual se ha
llevado a cabo la Creación.
Los Ornamentos de una logia son el Pavimento Mosaico, la Orla Dentada
y la Estrella Flamígera. El Pavimento Mosaico, ajedrezado o con otros motivos,
representa el suelo del Templo del Rey Salomón. La Orla Dentada representa “el
hermoso borde dentado que lo rodeaba”. La Estrella Flamígera en el centro es
“un emblema de la Divina Providencia, y rememora la estrella que guió a los
Magos del Oriente al lugar de la Natividad de nuestro Salvador”. Sin embargo,
“no se veía piedra” dentro del Templo. Los muros fueron cubiertos de madera de
cedro, y el suelo de madera de abeto. No hay evidencia de que hubiese tal
pavimento mosaico en el suelo del Templo ni tampoco tal borde dentado. En
Inglaterra, antiguamente, el Tablero de Trazo estaba rodeado de un borde
dentado, y es únicamente en América donde tal orla dentada se coloca
alrededor del pavimento mosaico. Las teselas, desde luego, son los cuadrados
del pavimento mosaico. En Inglaterra la Orla Dentada también se llama Orla
Teselada, pues tiene cuatro teselas que representan la Templanza, la Fuerza, la
Prudencia y la Justicia. Fue denominado Teselado Dentado, pero es un mal uso
del lenguaje, pues se trata de un pavimento teselado con un borde dentado a su
alrededor.
El pavimento, alternativamente blanco y negro, simboliza, se pretenda o
no, los principios del Bien y el Mal acordes a los credos egipcio y persa. Es la
guerra de Miguel y Satán, de Dioses y Titanes, entre la Luz y la Sombra, que es
la oscuridad. Es la guerra entre el Día y la Noche, la libertad y el despotismo, la
libertad religiosa y los dogmas arbitrarios de una Iglesia que solo piensa en sus
adeptos y cuyo pontífice clama por su infalibilidad, convirtiendo la doctrina de
sus concilios en un nuevo evangelio. Los bordes de este pavimento, si está
constituido por figuras geométricas que no sean cuadrados, necesariamente
estarán dentados como una sierra, y será necesario un borde para ultimar esta
figura. Se remata con teselas y motivos decorativos en las esquinas. Si se
adjudica a estos últimos algún contenido simbólico será caprichoso y arbitrario.
Ver en la Estrella Flamígera de cinco puntas una alusión a la Divina
Providencia es también caprichoso, y relacionarla con la estrella que guió a los
Magos es darle un contenido relativamente moderno. Originalmente
representaba a Sirius, o la Estrella Perro, precursora de la inundación del Nilo,
así como del dios Anubis, compañero de Isis en su búsqueda del cuerpo de
Osiris, hermano y esposo de ambos. Entonces se convirtió en la representación
de Horus, hijo de Osiris - asimismo representado por el Sol, siendo responsable
de las estaciones y dios del Tiempo- y de Isis, que encarnaba la naturaleza
universal, la materia primitiva, la inagotable fuente de vida, chispa de fuego no
creada y semilla universal de todos los seres. Era también Hermes, el maestro
de sabiduría, cuyo nombre en griego es el del dios Mercurio. Se convirtió en
sagrado y potente signo de los Magos, la Pentalfa, y es el emblema de la
Libertad, brillando radiante entre la confusión del bien y el mal en las
revoluciones, y prometiendo cielos serenos y fértiles temporadas a las naciones
una vez que las tormentas del cambio y los tumultos hayan pasado.
En el Oriente de la logia, sobre el Venerable Maestro, inscrita en un
triángulo, está la letra hebrea Yod ( י o ). En las logias inglesas y americanas
es sustituida por la letra G, con tan poca razón como si las logias francesas
empleasen la letra D - inicial de Dieu - en lugar de la propia letra Yod. Yod es, en
la Cábala, el símbolo de la Unidad, de la Deidad Suprema, la primera letra del
Santo Nombre, y también es símbolo de las grandes tríadas cabalísticas. Para
comprender sus significados místicos se deben abrir las páginas del Zohar y el
Siphra de Zeniutha, así como otros libros cabalísticos, y meditar profundamente
en su significado. Baste decir que es la energía creativa de la Deidad,
representada por un punto, y que ese punto está en el centro del Círculo de la
inmensidad. En este grado es para nosotros el símbolo de la Deidad no
manifestada, lo Absoluto, quien no tiene nombre.
Nuestros hermanos franceses colocan esta letra Yod en el centro de la
Estrella Flamígera, y en las viejas lecturas nuestros antiguos hermanos ingleses
decían: “la Estrella Flamígera o Gloria en el centro nos orienta hacia esa gran
luminaria, el Sol, que ilumina la Tierra y dispensa bendiciones a la humanidad”.
También lo consideraban en sus lecturas como un emblema de prudencia. La
palabra prudencia significa, en su sentido original y más completo, pre-visión, y
consecuentemente la Estrella Flamígera ha sido percibida como emblema de
Omnisciencia, el Ojo que todo lo ve, que para los egipcios era emblema de
Osiris, el Creador. Con la letra Yod en el centro, tiene el significado cabalístico
de la Divina Energía, manifestada como Luz creadora del Universo.
Las Joyas de la logia son seis en número. Tres de ellas se denominan
móviles y las otras tres inmóviles. La Escuadra, el Nivel y la Plomada eran
llamadas antiguamente y con propiedad Joyas Móviles, porque pasaban de un
hermano a otro. Es una innovación denominarlas también inmóviles por tener
que estar siempre presentes en la logia. Las joyas inmóviles son la Piedra Bruta,
la Piedra Cúbica –o en algunos rituales el Doble Cubo-, y el Tablero de Trazo o
Tablero de Caballete. Sobre estas joyas nuestros hermanos del rito de York
afirman: “la Escuadra inculca la Moralidad, el Nivel, la Igualdad, y la Plomada, la
Rectitud de Conducta”. La explicación referente a las joyas inmóviles puede
leerse en sus manuales.
* * * * * *
Nuestros hermanos del Rito de York sostienen que “en toda logia bien
gobernada hay representado un punto dentro de un círculo. El punto representa
al hermano individual; el círculo, la línea limitadora de su conducta, que nunca
estará dispuesto a traspasar permitiendo que sus prejuicios o pasiones le
traicionen”. Esto no es interpretar los símbolos de la Masonería. Algunos opinan,
acercándose a la interpretación, que el punto dentro del círculo representa a
Dios en el centro del Universo. Es un signo egipcio habitual para el Sol y Osiris,
y aún hoy en día se emplea como signo astronómico de la gran luminaria. En la
Cábala el punto es Yod, la energía creativa de Dios, irradiando con luz el
espacio circular que Dios, la Luz Universal, dejó vacío para crear los mundos al
retirar su substancia de Luz de todas partes excepto de un punto. Nuestros
hermanos añaden que “el círculo está flanqueado por dos líneas perpendiculares
y paralelas que representan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, y por
encima se encuentran las Sagradas Escrituras. “Yendo alrededor de este
círculo”, dicen, “necesariamente tocamos estas dos líneas así como las
Sagradas Escrituras, y mientras un masón se mantiene circunscrito dentro de
sus preceptos es materialmente imposible que yerre.
Sería una pérdida de tiempo abundar en esto. Algunos escritores han
imaginado que las líneas paralelas representan los trópicos de Cáncer y
Capricornio, que el Sol roza en los solsticios de verano e invierno. Pero los
trópicos no son líneas perpendiculares, y la idea es meramente caprichosa. Si
las líneas paralelas pertenecían ya al antiguo símbolo tendrían algún sentido
más recóndito y fructífero. Probablemente tenían el mismo significado que las
dos columnas Jakim y Boaz, significado que no es para aprendices y, en
cualquier caso, puede encontrarse en la Cábala. La Justicia y la Piedad de Dios se encuentran en equilibrio, y el resultado es la Armonía, pues una Sabiduría
perfecta y única impera sobre ambas.
Las Sagradas Escrituras son un añadido totalmente moderno al símbolo,
como las esferas terrestre y celestial a las columnas del pórtico. De esta forma el
antiguo símbolo ha sido desnaturalizado con añadidos innecesarios, como el de
Isis llorando sobre la columna partida que contiene los restos de Osiris en
Biblos.
* * * * * *
La Masonería tiene su decálogo, que es ley para sus iniciados. Estos son
sus Diez Mandamientos:
I. Dios es la Sabiduría eterna, omnipotente, inmutable, así como la Inteligencia
suprema y Amor inagotable. Le adorarás, reverenciarás y amarás. Le honrarás
practicando las virtudes.
II. Tu religión será hacer el bien por amor al bien, no solo porque es un deber. Si
te convirtieses en amigo de un hombre sabio, obedecerás sus preceptos. Tu
alma es inmortal. No harás nada para degradarla.
III. Siempre harás la guerra a los vicios. No harás a los demás lo que no quieras
que te hagan a ti. Aceptarás tu suerte con humildad y mantendrás viva la luz de
la sabiduría.
IV. Honrarás a tus padres. Respetarás a los ancianos, enseñarás a los jóvenes.
Protegerás y defenderás a los niños y la inocencia.
V. Amarás a tu esposa y a tus hijos. Amarás a tu patria y obedecerás sus leyes.
VI. Tu amigo será para ti un segundo ser. La desgracia no le alejará de ti, y
harás por su memoria lo mismo que harías por él si viviese.
VII. Evitarás y huirás de los falsos amigos. Evitarás cualquier exceso. Temerás
causar una mancha en tu memoria.
VIII. No permitirás a las pasiones adueñarse de ti. Harás de las pasiones de
otros sabias lecciones para ti mismo. Serás indulgente con el error.
IX. Oirás mucho y hablarás poco. Actuarás correctamente. Olvidarás las
ofensas. Transformarás el mal en bien. No abusarás de tu fuerza o de tu
superioridad.
X. Estudiarás para conocer a los hombres, pues de este modo puedes aprender
a conocerte a ti mismo. Buscarás la virtud, serás justo y evitarás la holgazanería.
Pero el gran mandamiento de la Masonería es este: “Un nuevo
mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros. El que está en la luz,
pero odia a su hermano, permanece todavía en la oscuridad”.
Estos son los deberes morales del masón. Pero también es el deber de la
Masonería ayudar a elevar la moral y nivel intelectual de la sociedad, acuñando
conocimiento, poniendo ideas en circulación y provocando que las mentes
jóvenes maduren; y situar gradualmente, a través de la enseñanza de axiomas y
la promulgación de leyes positivas, a la raza humana en armonía con su destino.
Para esta misión y trabajo se inicia el Aprendiz. Quizá imagine que no
puede llevar nada a cabo y por lo tanto, desesperanzado, podría permanecer
inerte. Esto sucede no solo en esta situación sino también en el día a día.
Muchos grandes hechos se hacen en las pequeñas batallas de la vida. Hay una
valentía verdadera pero oculta que lucha en la oscuridad contra la fatal invasión
de necesidad y vileza. Hay triunfos nobles y misteriosos que ningún ojo ve, que
no encuentran recompensa ni renombre, que ninguna fanfarria de trompetas
saluda. La vida, la desgracia, la soledad, el abandono y la pobreza son campos
de batalla que tienen sus héroes, héroes oscuros, pero a veces más grandes
que aquellos que se convierten en ilustres. Los masones deberían luchar de la
misma manera, y con el mismo valor, contra esas invasiones de miseria y
maldad que acontecen a las naciones igual que a los hombres. Debería hacerles
frente incluso en la oscuridad, y protestar contra los errores e insensateces de la
nación, contra la usurpación y las primeras incursiones de esa hidra que es la
tiranía. No hay elocuencia que supere a la verdad en la indignación. Es más
difícil para un pueblo mantener la libertad que ganarla. La defensa de la verdad
es siempre necesaria, y el derecho debe protestar contra el hecho. En efecto,
hay Eternidad en el Derecho, y el masón debe ser el sacerdote y soldado de ese
Derecho. Aunque se asalten las libertades de su país él no debe perder la
esperanza. La protesta del Derecho contra el hecho persiste siempre, y el asalto
a un pueblo nunca prescribe. La reclamación de sus derechos no expira por
mucho que pase el tiempo. Varsovia no puede ser tártara más tiempo que
Venecia ser alemana. Un pueblo puede sufrir una usurpación militar, y los
estados sojuzgados se arrodillan y soportan el yugo mientras no tienen otra
opción, pero cuando las circunstancias lo permiten, y si el pueblo está listo para
ser libre, la nación hundida emerge y aparece en la superficie, y la historia juzga
a la tiranía por el asesinato de sus víctimas.
Suceda lo que suceda, debemos tener fe en la justicia y sabiduría de Dios
que reina por encima de todas las cosas, y debemos tener fe en el futuro y
amorosa amabilidad ante aquellos que se hallan en el error. Dios muestra a los
hombres su voluntad a través de los acontecimientos. Se trata de un lenguaje
oscuro, escrito en un idioma misterioso. Los hombres lo traducen de forma
inmediata y precipitada, incorrecta, llena de errores, omisiones y malas
interpretaciones. ¡Parece tan corto un camino a lo largo del arco del gran círculo!
Pocas mentes comprenden la lengua divina. Los más sagaces, lo más serenos,
los más profundos descifran lentamente los jeroglíficos, y quizá cuando lo han
logrado hace ya tiempo que no era necesario, pudiendo encontrar ya numerosas
traducciones en el dominio público, siendo la más incorrecta, por supuesto, la
que cuenta con más aceptación popular. De cada traducción nace un partido y
de cada mala lectura, una facción. Cada partido cree o pretende que el suyo es
el único texto, y cada facción cree o pretende que su lectura es la única en
posesión de la luz. Más aún, los fanáticos son hombres ciegos que apuntan
directamente –los errores son excelentes proyectiles- y aciertan con la habilidad
y la violencia que provocan los falsos razonamientos donde quiera que, en
aquellos que defienden el derecho, la carencia de lógica, como un defecto en la
armadura, les haga vulnerables. Por lo tanto a menudo estaremos en un brete al
combatir el error ante el pueblo. Anteo resistió a Hércules mucho tiempo, y las
cabezas de la Hidra crecían tan rápido como eran cortadas. Es absurdo decir
que el error, herido, se retuerce de dolor y muere en medio de sus adoradores.
La verdad se conquista lentamente, y hay una asombrosa vitalidad en el Error.
La Verdad, desde luego, discurre sobre las cabezas de las masas, y si un error
cae al suelo por un instante, se levanta enseguida tan vigoroso como siempre.
No morirá mientras los cerebros estén ausentes y los errores más estúpidos e
irracionales sean los de más larga vida. Aun así, la Masonería, que es moralidad
y filosofía, no debe cesar en su labor. No sabemos cuando el éxito
recompensará nuestros esfuerzos (generalmente en el momento más
inesperado) o qué efecto podemos esperar de nuestro afán. Exitosa o no, la
Masonería no debe doblegarse ante el error o sucumbir ante el desaliento. Hubo
en Roma algunos soldados cartagineses hechos prisioneros pero que se
negaron a inclinarse ante Flaminio, y contaron con la magnanimidad de Aníbal.
Los masones deberían poseer la misma grandeza de espíritu. La Masonería
debería ser una energía, encontrando su objetivo y efecto en la mejora de la
humanidad. Sócrates debería entrar en Adán y producir Marco Aurelio, o en
otras palabras, extraer del hombre de placeres el hombre de sabiduría. La
Masonería no debería ser únicamente una atalaya construida sobre el misterio y
sobre la que observar el mundo con el único resultado de ser una curiosidad
para inquietos. Llevar la copa del pensamiento llena a los labios sedientos de los
hombres, llevar a todos las verdaderas ideas de la Deidad, armonizar ciencia y
conciencia es la misión de la Filosofía. La Moralidad es la fe florecida. La
contemplación debería llevar a la acción, y lo abstracto convertirse en práctico;
el ideal debería convertirse en aire, comida y bebida para la mente humana. La
Sabiduría es una comunión sagrada, y es únicamente bajo esa condición que la
Sabiduría deja de ser un amor estéril a la ciencia y se convierte en el único y
supremo método por el cual se puede unir a la Humanidad y llevarla a la acción
conjunta. Entonces la Filosofía se convierte en Religión. Y la Masonería, como la
historia y la filosofía, tiene misiones eternas. Eternas, y al mismo tiempo
sencillas: oponerse a Caifás como obispo, a Draco como juez, a Trimalción
como legislador y a Tiberio como emperador. Estos son los símbolos de la
tiranía que degrada y aplasta, y de la corrupción que profana e infesta. En los
trabajos publicados para uso de la Orden se nos dice que los tres grandes
principios de la profesión masónica son Amor Fraternal, Ayuda y Verdad. Y es
cierto que el afecto fraternal y la amabilidad deberían regir todas nuestras
relaciones con nuestros hermanos, y una filantropía generosa y liberal guiarnos
con respecto a todos los hombres. Ayudar a los afligidos es particularmente la
tarea de los masones. Una labor sagrada que no puede omitirse, descuidarse o
llevarse a cabo de forma fría e ineficiente. Es muy cierto que la Verdad es un
atributo divino y el cimiento de cualquier virtud. Ser honesto y buscar, encontrar
y aprender la Verdad son los grandes objetivos de todo buen masón.
Al igual que los antiguos, la Masonería considera la Templanza, Fortaleza,
Prudencia y Justicia como las cuatro virtudes cardinales, y son tan necesarias a
las naciones como a los individuos. Para ser libre e independiente, el pueblo
debe poseer sagacidad, cautela, previsión y una cuidadosa circunspección,
valores todos que están incluidos en la palabra Prudencia. Debe ser mesurado
al afirmar sus derechos, en sus órganos de gobierno y frugal en sus gastos.
Debe ser osado, valiente, arrojado, paciente ante la adversidad, firme ante los
desastres, poseer esperanza entre las calamidades, como Roma cuando puso
en venta el solar sobre el que acampaba Aníbal. Ni Cannas ni Farsalia ni Pavía
ni Agincourt ni Waterloo deben descorazonar a la nación. Permitid a su senado
que ocupe sus asientos hasta que los galos les agarren de la barba. La nación
debe, sobre todas las cosas, ser justa, no inclinándose hacia los poderosos ni
oprimiendo a los débiles. Debe actuar según la escuadra con todas las naciones
y las tribus más débiles, siempre manteniendo su fe y la honestidad de sus
leyes, y actuando con honradez en todos sus acuerdos. Cuando quiera que tal
república exista, será inmortal, pues la imprudencia, la injusticia, la
intemperancia y el lujo en la prosperidad, así como el desánimo ante la
adversidad, son las causas de la caída y ruina de las naciones.
II
COMPAÑERO
En el antiguo Oriente, toda religión era más o menos un misterio y no
había separación entre religión y filosofía. La teología popular, que tomaba la
multitud de alegorías y símbolos como entidades reales, degeneró en una
adoración de deidades imaginarias con sentimientos humanos, pasiones,
apetitos y lujurias, y en una adoración de ídolos, piedras, animales y reptiles. La
cebolla era sagrada para los egipcios porque sus distintas capas simbolizaban
las esferas celestiales concéntricas. Desde luego la religión popular no podía
satisfacer los pensamientos y anhelos más profundos ni las aspiraciones más
elevadas del alma, ni tampoco la lógica de la razón. Sin embargo, la primera fue
enseñada a los iniciados en los Misterios, y asimismo fue enseñada a través de
símbolos. La vaguedad del simbolismo, susceptible de muchas interpretaciones,
llegaba donde el credo convencional no llegaba. Su falta de definición admitía lo
inasequible del tema. Trataba el sujeto misterioso místicamente, e intentaba
ilustrar lo que no podía explicar, provocando una vivencia apropiada si no podía
desarrollar una idea adecuada, y haciendo de la imagen un mero vehículo
subordinado al concepto que por sí mismo no se revelaba como nítido o familiar.
De este modo, el conocimiento ahora impartido a través de libros y cartas,
estaba antiguamente contenido en símbolos. Los sacerdotes inventaron y
perpetuaron un despliegue de ritos y exhibiciones que no solo eran más
atractivos a los ojos que las palabras, sino a veces incluso más sugestivos y
más impregnados de contenido.
La Masonería, sucesora de los Misterios, todavía mantiene la antigua
manera de enseñar. Sus ceremonias son como los antiguos actos místicos.
Desde luego, no la lectura de una plancha, pero sí el planteamiento de los
problemas, que requiere investigación y la ayuda de la filosofía como elemento
esclarecedor. Las planchas son esfuerzos, muy a menudo incompletos y
sesgados, de interpretar estos símbolos. Para convertirse en un verdadero
masón no es suficiente con escuchar, o incluso comprender las exposiciones; es
preciso, ayudado por ellas y considerando que ellas marcan el propio camino,
estudiar, interpretar y desarrollar los símbolos para uno mismo.
* * * * * *
Aunque la Masonería es semejante a los antiguos Misterios, lo es en
realidad en este único sentido: no presenta sino una imagen imperfecta de su
excelencia, no presenta sino las ruinas de su apogeo y un sistema que ha
sufrido continuadas alteraciones fruto de acontecimientos sociales,
circunstancias políticas y la necedad ambiciosa de quienes pretendían mejorarla.
Tras abandonar Egipto, los Misterios fueron modificados por las costumbres de
las distintas naciones en que fueron introducidos, y especialmente por los
sistemas religiosos de los países adonde fueron transplantados. Mantener el
gobierno, las leyes y la religión establecidas era la obligación de los Iniciados en
cualquier parte, que siempre pertenecían a la casta sacerdotal y nunca
deseaban compartir con el pueblo llano la verdad filosófica.
La Masonería no es como el Coliseo en ruinas. Es más bien un palacio
romano de la Edad Media, desfigurado por añadidos posteriores en su
arquitectura pero aún así construido sobre unos cimientos ciclópeos
establecidos por los etruscos, y con muchas de las piedras de su parte superior
tomadas de casas y templos de la época de Adriano y Antonino.
El Cristianismo enseñó la doctrina de la Fraternidad, pero repudió la de la
Igualdad política inculcando continuamente la obediencia al césar y a aquellos
que la ley establecía como autoridad. La Masonería fue el primer apóstol de la
Igualdad. En el monasterio hay fraternidad e igualdad, pero no libertad. La
Masonería añadió también la Libertad, y reclamó para el ser humano ese triple
patrimonio: Libertad, Igualdad y Fraternidad. No se trataba sino de desarrollar el
propósito original de los Misterios, que era enseñar al hombre a conocer y
practicar sus deberes hacia ellos mismos y sus semejantes, el gran fin práctico
de toda filosofía y todo conocimiento.
Las Verdades son los manantiales de donde surgen los deberes, y no
hace sino unos pocos cientos de años que una nueva Verdad empezó a verse
nítidamente: que el hombre está por encima, de forma suprema, de las
instituciones, y no ellas por encima de él. El hombre posee imperio natural sobre
todas las instituciones. Ellas le sirven según su desarrollo, no es el hombre quien
sirve a ellas. Esto nos parece una afirmación obvia a la que todo hombre debería
asentir, pero hubo un tiempo en que fue una Verdad grande y novedosa, no
revelada hasta que los gobiernos habían existido durante por lo menos cinco mil
años. Una vez revelada, esta Verdad impuso nuevos deberes a los hombres: el
ser humano se debía a sí mismo ser libre; debía a su patria intentar darle la
libertad o mantenerla en posesión de ella, e hizo de la tiranía y la usurpación del
poder enemigos del género humano. Esa Verdad dejó fuera de la ley a los
déspotas y a las dictaduras, tanto temporales como espirituales. La esfera del
Deber creció inmensamente, pues el patriotismo tuvo en lo sucesivo un
significado nuevo y más amplio: libertad de gobierno, libertad de pensamiento,
libertad de conciencia, libertad de expresión. Estos derechos se convirtieron en
inalienables, y aquellos que habían sido privados o desprovistos de ellos tenían
el derecho inmediato de recuperarlos. Desafortunadamente, como las Verdades
siempre se desvirtúan en falsedades, y son falsedades cuando se aplican
erróneamente, esta Verdad se convirtió en el Evangelio de la Anarquía poco
después de haber sido predicada por primera vez.
La Masonería pronto comprendió esta Verdad y aceptó que sus propios
deberes habían sido ampliados. Sus símbolos adquirieron un significado más
amplio, y adoptaron la forma externa de la Masonería operativa, tomando
prestadas sus herramientas, de forma que se contó con símbolos nuevos y
aptos. La Masonería ayudó al advenimiento de la Revolución Francesa,
desapareció con los girondistas, renació con la restauración del orden y apoyó a
Napoleón porque, aun siendo emperador, reconoció el derecho del pueblo a
elegir sus gobernantes, y era cabeza de una nación que rechazaba retomar sus
viejos reyes. Él sostuvo, con la espada, el mosquete y el cañón, la gran causa
del Pueblo contra la realeza, el derecho del pueblo francés incluso a hacer
emperador a un general corso, si les apetecía.
La Masonería sintió que esta Verdad tenía la omnipotencia de Dios de su
lado, y que ni el papa ni ningún poderoso podía vencerla. Era una verdad
entregada al amplio tesoro del mundo y que forma parte del patrimonio que cada
generación recibe, amplía y de la que es depositaria, y que necesariamente es
legada a toda la humanidad como dominio personal del ser humano y
garantizada por la naturaleza hasta el fin de los tiempos. Y la Masonería
enseguida reconoció como verdad que hacer progresar y desarrollar una
Verdad, o cualquier virtud o don humanos, es aumentar la gloria espiritual de la
especie humana; y que quien quiera que ayuda al avance de una Verdad y hace
que el pensamiento se transforme en realidad, escribe en la misma línea que
Moisés y que Aquel que murió en la Cruz, y goza de afinidad con la misma
Deidad.
El mayor don que se puede atribuir al hombre es su humanidad, y eso es
lo que Dios dispone que la Masonería exija a sus adeptos. No sectarismo ni
dogmas religiosos, ni una moral rudimentaria basada en los escritos de
Confucio, Zaratustra, Séneca y los rabinos, en los Proverbios y el Eclesiastés; ni
tampoco un conocimiento banal que cualquiera obtiene de la escuela, sino
humanidad, ciencia y filosofía. En modo alguno están esa Ciencia y Filosofía
opuestas a la Religión, pues la Filosofía no es sino conocimiento de Dios y el
Alma, derivada de la observación de la acción manifestada por Dios y el Alma, y
según una sabia analogía. Es la guía del intelecto lo que el sentimiento religioso
necesita. La correcta filosofía religiosa de un ser imperfecto no es un sistema de
credos sino, como Sócrates pensó, una búsqueda o aproximación infinitas. La
Filosofía es el progreso intelectual y moral que el sentimiento religioso inspira y
ennoblece. Como ciencia, no puede caminar sola, mientras que la religión es
autosuficiente e inmóvil. Como ciencia madura las deducciones de la experiencia
y busca otras experiencias para confirmarlas. Tiene en cuenta y unifica todo lo
que era verdaderamente válido en ambos sistemas (uno, heroico, o el sistema
de acción y esfuerzo, y la teoría mística de la comunión espiritual y
contemplativa). “Escúchame” – dice Galeno - “como la voz del Hierofante
Eleusino, y cree que el estudio de la Naturaleza es un misterio no menos
importante que los suyos, y no menos válido para poner de relieve la sabiduría y
el poder del Gran Creador. Sus lecciones y demostraciones eran oscuras pero
las nuestras son claras y nítidas”.
Consideramos que el mejor conocimiento que podemos obtener del alma
de otro hombre proviene de sus acciones así como de la conducta mostrada a lo
largo de su vida. La evidencia de lo contrario proporcionada por lo que otro
hombre nos diga según su opinión tiene poco peso respecto a lo primero. Las
primeras Escrituras para la raza humana fueron escritas por Dios en la Tierra y
en los Cielos, y la lectura de estas escrituras es una ciencia. Estar familiarizados
con la hierba y los árboles, los insectos y los infusorios nos enseña lecciones de
amor y fe más profundas que las que podemos recoger de las escrituras de
Fénelon y Agustín. La gran Biblia de Dios está siempre abierta ante la
humanidad.
El Conocimiento es susceptible de convertirse en poder, y sus axiomas en
reglas de utilidad y deber. Pero el conocimiento por sí mismo no es poder. La
Sabiduría es poder, y su Primer Ministro es la Justicia, que es la ley de la Verdad
perfeccionada. El propósito de la educación y la ciencia es, por lo tanto, hacer
sabio al hombre. Si el conocimiento no le hace sabio, resulta desperdiciado
como el agua vertida sobre la arena. Conocer los rituales de la Masonería tiene
tan poca utilidad por sí mismo como aprender algunas palabras y frases en
algún dialecto bárbaro africano o australiano. Incluso conocer su significado es
intrascendente a no ser que eso quede añadido a nuestra sabiduría, y también a
nuestra caridad, pues ambos son a la justicia como sus dos hemisferios
cerebrales.
No perdáis de vista, pues, el verdadero objetivo de vuestros estudios en
Masonería, que es aumentar vuestra sabiduría y no únicamente vuestro
conocimiento. Un hombre puede pasar una vida estudiando una única
especialidad de conocimiento – botánica, conchología o entomología -,
aprendiendo un sinfín de nombres derivados del griego, clasificando ejemplares
una y otra vez, y aún así no ser más sabio que al comienzo. Son las grandes
Verdades que a todos conciernen, así como los derechos, intereses y deberes,
lo que la Masonería trata de enseñar a sus iniciados.
Cuanto más sabio se vuelve un hombre, menos inclinado está a someter
servilmente su conciencia o su persona a las cadenas y al yugo. Pues al
aumentar su sabiduría no solo conoce mejor sus derechos, sino que además los
tiene en mayor estima, y es más consciente de su valor y dignidad. Su orgullo le
urge a afirmar su independencia, y él es asimismo más capaz de sostenerla. Y
también más capaz de ayudar al prójimo y a su país cuando estos han puesto en
juego todo, incluso su propia existencia, en la defensa de la Libertad. Pero el
simple conocimiento no le hace a uno independiente, ni le capacita para ser
libre. Más bien le convierte a uno en un esclavo más útil. La Libertad es una
maldición para el ignorante y el bruto.
La ciencia política tiene como objeto establecer de qué modo y por medio
de qué instituciones puede ser asegurada y perpetuada la libertad personal y
política. No únicamente el permiso o el mero derecho de cada hombre a votar,
sino la libertad total y absoluta de pensamiento y opinión, libre del despotismo de
monarcas, caciques y clero; libertad de acción dentro de los límites de las leyes
que obligan a todos; Cortes de Justicia provistas de jueces y jurados imparciales
que consideren a todos por igual, encontrándose en esos tribunales el débil y el
pobre en igualdad con el rico y el poderoso; los caminos para el servicio público
y el honor abiertos de forma ecuánime para los meritorios; el poder militar, así en
la guerra como en la paz, estrictamente subordinado al poder civil; los arrestos
arbitrarios por hechos no reconocidos como crímenes por la ley, imposibles; la
Inquisición romana, la Camera Estellata2, las comisiones militares,
desconocidas; los medios de instrucción al alcance de los hijos de todos; el
derecho a la libre expresión y la responsabilidad de todos los funcionarios, tanto
civiles como militares.
Si fuese necesario justificar a la Masonería por imponer no solo deberes
morales sino también políticos a sus iniciados, bastaría con señalar la triste
historia del mundo. Apenas se necesitaría hojear hacia atrás las páginas de la
historia y llegar a los capítulos escritos por Tácito y su descripción de los
increíbles horrores causados bajo el despotismo de Calígula y Domiciano,
Caracalla y Cómodo, Vitelio y Maximino. Bastaría con señalar los siglos de
calamidad que atravesó la bienaventurada nación francesa bajo la larga
opresión feudal de los egoístas borbones, o señalar aquellos tiempos en que los
plebeyos eran expoliados y masacrados por sus propios señores y príncipes
como ovejas; cuando el señor reclamaba el derecho de prima nocte, o cuando la
ciudad capturada era abandonada inmisericordemente a las violaciones y al
saqueo; cuando las prisiones del estado gemían llenas de víctimas inocentes y
la Iglesia bendecía los estandartes de asesinos implacables y entonaba Te
Deums para celebrar la suprema piedad de la masacre de hugonotes en la
víspera de San Bartolomé.
Podríamos volver las páginas hacia un capítulo posterior, el del reinado de
Luis XV, cuando jóvenes doncellas, apenas niñas, eran secuestradas para
satisfacer su lujuria; cuando las lettres de cachet3 llenaban la Bastilla con
personas sobre las que no pesaba acusación de ningún crimen, con maridos
que se interponían en el placer de esposas indignas y con villanos investidos de
órdenes de nobleza; cuando el pueblo era triturado entre las piedras de molino
de los impuestos, tasas y aduanas; y cuando el nuncio papal y el cardenal de la
Roche-Aymn, arrodillándose ambos devotamente, uno a cada lado de Madame
de Barry, prostituta abandonada por el rey, le pusieron las zapatillas en sus pies
descalzos cuando esta se levantó del lecho adúltero. En esos tiempos, desde
luego, el sufrimiento y la explotación era lo único que el hombre podía escoger, y
los súbditos no eran sino bestias de carga.
El verdadero masón es el que se esfuerza afanosamente en ayudar a la
Orden a llevar a cabo sus grandes propósitos. No es que la Orden no pueda
lograrlo por sí misma, sino que el masón debe ayudar. La Orden es uno de los
2 Tribunal creado en el S.XV en Inglaterra para juzgar asuntos que implicaban a la nobleza y la corona,
cuyas vistas discurrían a puerta cerrada y que se ha convertido en símbolo de la desigualdad ante la ley.
3 Las lettres de cachet eran cartas cerradas firmadas por el rey o por un ministro por las cuales se ejercía
el poder absoluto real, cortocircuitando el sistema legal y declarando la prisión o destierro de un súbdito
sin juicio previo y de forma inapelable.
instrumentos de Dios. Es una Fuerza y un Poder, y sería una vergüenza que no
los pusiera en práctica y, llegado el caso, sacrificara a sus hijos en la causa de la
humanidad, al igual que Abraham estuvo dispuesto a ofrecer a Isaac en el altar
del sacrificio. No puede caer en el olvido la noble alegoría de Curtio saltando,
embozado en su armadura, hacia la gran brecha que se abrió en el foro para
tragarse a Roma entera. La Orden lo intentará, y no será su culpa si no llega el
día en que el hombre no deba temer a una conquista, una invasión, una
usurpación del poder, una rivalidad entre naciones, un nacimiento en las tiranías
hereditarias, una división del pueblo por un Congreso, un desorden por la caída
de una dinastía, una guerra entre dos religiones chocando de cabeza como dos
cabras de la oscuridad sobre el puente de lo Infinito. Cuando ya no haya que
temer el hambre, la explotación, la prostitución como fruto de la desgracia, la
miseria por falta de trabajo ni todas las tribulaciones que puedan surgir en el
bosque de los acontecimientos, cuando las naciones giren en torno a la Verdad,
cada una en su propia órbita sin colisionar, entonces reinará por doquier y de
forma suprema la Libertad, con la sabiduría en una mano, la justicia en la otra,
adornada con estrellas y coronada con el esplendor celestial.
En vuestros estudios como Compañeros debéis estar guiados por la
Razón, el Amor y la Fe. No discutiremos ahora las diferencias entre Razón y Fe,
ni abordaremos la tarea de definir el dominio de cada una. Pero es preciso decir
que incluso en los asuntos cotidianos de la vida estamos gobernados bastante
más por lo que creemos que por lo que sabemos, más por la Fe y la Analogía
que por la Razón. La Edad de la Razón de la Revolución Francesa enseñó,
como sabemos, que es una locura entronar a la Razón por sí misma como idea
suprema. La Razón falla cuando debe hacer frente a lo Infinito. Entonces
debemos creer y reverenciar. A pesar de las desgracias que sufre el virtuoso, las
tribulaciones de los justos, la prosperidad de los tiranos y el asesinato de los
mártires, debemos creer que hay un Dios sabio, justo, piadoso y lleno de amor,
una Inteligencia y una Providencia supremas que reinan sobre todo lo creado y
cuidan incluso de las cosas y acontecimientos más pequeños. La Fe es
necesaria para el hombre. ¡Ay de aquel que no cree en nada!
Creemos que el alma de otro es de cierta naturaleza y posee ciertas
cualidades, que es generoso y honesto, o mezquino y vil, que su alma es
virtuosa o amigable, o viciosa y áspera, con poco más que echar un breve
vistazo al rostro, sin medios para saber realmente. Aventuramos nuestra fortuna
haciéndola depender de la firma de un hombre que se haya al otro lado del
mundo, al cual nunca vemos, y sobre la creencia de que es honesto y digno de
confianza. Creemos que unos hechos han tenido lugar en base a las
afirmaciones de otros. Creemos que una voluntad actúa sobre otra, y en la
realidad de una multitud de otros fenómenos que la Razón no puede explicar.
Pero no debemos creer lo que la Razón niega de forma autorizada,
aquello que repugna al sentido del derecho, lo que es absurdo o contradictorio
en sí mismo, o está en discrepancia con la experiencia o con la ciencia, o lo que
degrada el carácter de Dios y lo haría vengativo, maligno, cruel o injusto.
La Fe de un hombre es tanto de él mismo como lo es su Razón. Su
Libertad radica tanto en que su fe sea libre como en que su voluntad no esté
controlada por ningún poder. Todos los sacerdotes y augures de Roma o Grecia
no tenían el derecho de exigir a Cicerón o a Sócrates que creyeran en la
absurda mitología del vulgo. Todos los imanes del Islam no tienen el derecho de
pedir a un infiel que crea que Gabriel dictó el Corán al Profeta. Todos los
brahmanes que hayan vivido, si se juntasen en un cónclave como los
cardenales, no podrían reclamar para sí el derecho a obligar a un solo humano a
creer en la cosmogonía hindú. Ningún hombre ni institución humana puede ser
infalible ni estar autorizada a decidir sobre lo que otros hombres creerán ni sobre
ningún principio de fe. Excepto para aquellos que son los primeros en recibirlo,
cualquier religión y la verdad de todas las escrituras inspiradas dependen del
testimonio humano y de evidencias internas para ser juzgadas por la Razón y las
sabias analogías de la Fe. Cada hombre debe necesariamente tener el derecho
de juzgar la verdad por sí mismo, pues ningún hombre tiene mejor o más alto
derecho a juzgar que otro de igual información e inteligencia.
Domiciano proclamaba ser el Señor Dios, y se encontraron estatuas e
imágenes suyas, de oro y plata, a lo largo del orbe conocido. Exigía ser
considerado como Dios de todos los hombres y, según Suetonio, comenzaba
sus cartas de este modo: “Nuestro Señor y Dios ordena que esto se haga de
este modo”, y decretó formalmente que nadie se le dirigiera de otro modo, ni
oralmente ni por escrito. Palfurio Sura, el filósofo que era su principal delator y
acusaba a aquellos que rehusaban reconocer su divinidad, por mucho que él
haya creído en esa divinidad no tenía el derecho de pedir a un simple cristiano
de Roma o las provincias que compartiese su creencia.
La Razón está lejos de ser la única guía, tanto en ciencia política como en
moral. El amor y la suavidad deben acompañarla para prevenir a aquellos que,
por poseer una moralidad demasiado ascética y unos principios políticos
extremistas, desembocan invariablemente en el fanatismo, la intolerancia y las
persecuciones. Debemos también tener fe en nosotros mismos, en nuestros
compañeros y en el pueblo, o nos descorazonaremos fácilmente ante los
reveses y nuestro ardor se enfriará ante los obstáculos. No debemos escuchar
únicamente a la Razón, pues la Fuerza tiene su origen más en la Fe y en el
Amor, y es por la ayuda de estas que el hombre escala las más altas cimas de la
moralidad o se convierte en Salvador y Redentor de un pueblo. La Razón debe
llevar el timón, pero la Fe y el Amor proveen la fuerza motriz y son las alas del
alma. El entusiasmo es generalmente irracional, y sin él, al igual que sin el Amor
ni la Fe, no habrían existido ni Rienzi, ni Tell, ni Sidney, ni ningún otro de los
grandes patriotas cuyos nombres son inmortales. Si la Deidad hubiese sido
únicamente omnisciente y todopoderosa, nunca hubiese creado el Universo.
* * * * * *
Es el Genio lo que otorga el Poder, y sus primeros tenientes son la Fuerza
y la Sabiduría. El hombre más ácrata se doblega ante el líder que tiene el
sentido de ver y la voluntad de hacer. Es el Genio lo que gobierna con el Poder
Divino que desvela los misterios ocultos humanos, deshace con su palabra los
grandes nudos y con su misma palabra construye sobre las ruinas
desmoronadas. Ante su presencia caen los ídolos sin sentido, cuyos altares han
estado encumbrados en todas las cimas y en todos los bosques. La indignidad y
la debilidad se avergüenzan ante él, y su simple “Si” o “No” revoca errores
ancestrales, y se le escucha entre las generaciones futuras. Su poder es
inmenso porque su sabiduría es inmensa. El Genio es el Sol de la esfera
política. La Fuerza y la Sabiduría son los ministros que llevan la luz a la
oscuridad, que responde reflejando nítidamente la Verdad.
El Progreso está simbolizado por el uso del Mazo y el Cincel; el progreso
de las energías y el intelecto, del individuo y el pueblo. El Genio puede situarse
por sí mismo a la cabeza de una nación iletrada, inculta y apática; pero en una
nación libre cultivar el intelecto de aquellos que eligen es el único modo de
asegurar el intelecto y el genio en aquellos que gobiernan. El mundo rara vez es
regido por espíritus realmente notables, tan solo tras la disolución y nacimiento
de un nuevo régimen. En períodos de transición y agitación, los Robespierres,
Marats y las mediocridades del intelecto ostentan con demasiada frecuencia el
poder. Los Cromwells y los Napoleones vienen después. Tras Mario, Sila y el
orador Cicerón, llegó César. La gran inteligencia es a menudo demasiado aguda
para el granito de esta vida. Los legisladores pueden ser hombres muy
ordinarios, pues legislar es un trabajo muy ordinario. No es sino el resultado final
de un sinnúmero de cerebros.
El poder del dinero y la espada es pobre y despreciable si lo comparamos
con el poder del espíritu. Al igual que la tierra puede ordenarse con leyes
agrarias, basta con hacer una partición equitativa para satisfacerlo. Pero el
entendimiento de un hombre es todo su ser, recibido directamente de Dios, y es
un dominio inalienable. El entendimiento es la más potente de las armas en
manos de un paladín. Si el pueblo comprende la Fuerza en el sentido físico,
¡cuánto más reverenciará la Fuerza intelectual! Preguntad a Hildebrand, Lutero o
Ignacio de Loyola. Caen prosternados ante esa fuerza, como antes ante los
ídolos. El señorío de la mente sobre la mente es la única conquista que merece
la pena. La conquista por la fuerza hiere a la mente y se disuelve en un suspiro.
Por su misma brusquedad cae y se rompe finalmente. Esto apenas refleja el
dominio del Creador, que no necesita personajes como Pedro el Ermitaño. Si la
corriente es brillante y fuerte cubrirá como la marea el corazón del pueblo. La
fascinación no se origina únicamente en la oratoria, sino también en el acto
intelectual. Es el reconocimiento a lo Invisible. Este poder, anudado al amor, es
la cadena dorada arrojada al pozo de la Verdad, la cadena invisible que une a
los hombres de toda condición.
La influencia del hombre sobre el hombre es una ley de la naturaleza, sea
a través de lo económico o del intelecto. Puede significar esclavitud -una
excepción al elevado juicio humano-. La sociedad depende de todos los que la
componen, como las esferas celestiales en su movimiento. La nación libre, en la
que gobiernan el intelecto y el genio, perdura; pero donde estos están sometidos
y otras influencias gobiernan, la vida de la nación es corta. Todas las naciones
que han intentado gobernarse a sí mismas por los de menor talla, por los
incapaces, o sencillamente por los respetables, no han llegado a nada. Las
constituciones y las leyes, sin el genio y el intelecto para gobernar, no impedirán
el decaimiento; en ese caso, se pudren paulatinamente y la vida de la nación se
desvanece poco a poco.
Garantizar a una nación la franquicia del Intelecto es el único modo seguro
de perpetuar la libertad. Esto moverá a los más altos responsables al esfuerzo y
al cuidado generoso del pueblo, y a los de abajo a una lealtad inteligente y
honorable. Entonces la vida política pública protegerá a todos los hombres de
degradarse en búsquedas sensuales, actos vulgares e indigna codicia al
proporcionar la noble ambición de un gobierno justo que impere sobre todas las
cosas. Elevar al pueblo por medio de la enseñanza del Amor y la Sabiduría,
potenciando a aquel que mejor lo enseña y desarrollar un estado libre a partir de
la piedra bruta, esta es la gran labor en la que la masonería desea cooperar.
Todos deberíamos trabajar para construir el gran monumento de una nación, la
Sagrada Casa del Templo. Las virtudes cardinales no deben repartirse entre
unos pocos, sino que todos son aprendices del Deber y el Honor.
La Masonería es una marcha y una lucha hacia la Luz. Para el individuo,
así como para la nación, la Luz es Virtud, Virilidad, Inteligencia, Libertad. La
tiranía sobre el alma o el cuerpo es oscuridad. El pueblo más libre, así como el
hombre más libre, siempre está en peligro de involucionar a la esclavitud. Las
guerras son casi siempre fatales para las repúblicas, pues crean tiranos y
consolidan su poder. Nacen, sobre todo, de malas decisiones. Cuando el poder
es confiado a gobernantes de escasa talla y abyectos, la legislación y la
administración se convierten en dos caminos paralelos de errores y desaciertos
que desembocan en la guerra, la calamidad y la necesidad de un tirano. Cuando
la nación siente que sus pies están resbalando hacia atrás, como si caminasen
sobre hielo, entonces ha llegado el momento para un supremo esfuerzo. Los
magníficos tiranos del pasado no son sino los modelos del futuro. Los hombres y
las naciones se entregarán siempre a la esclavitud para satisfacer sus pasiones
y sus venganzas. El argumento que esgrime el tirano para justificarse, la
necesidad, siempre está a mano. Y una vez en el poder, la exigencia de
garantizar su propia seguridad lo convierte en salvaje. La Religión es un poder
que él debe controlar, pues los santuarios podrían rebelarse si se les deja obrar
con independencia. Entonces se convierte en ilegal para el pueblo adorar a Dios
a su propia manera, y los viejos despotismos espirituales reviven. Los hombres
deben creer tal y como el Poder desea, y si no, deben morir; e incluso aunque
puedan creer según su voluntad, todos tienen tierra, casa, alma y cuerpo, todos
estampados con el sello real. “El estado soy yo”, dijo Luis XIV a sus súbditos;
“las mismas camisas que lleváis sobre vuestros hombros son mías, y puedo
tomarlas si quiero”.
Y las dinastías así establecidas perduran, como la de los césares de
Roma, los césares de Constantinopla, los califas, los Estuardo, los españoles,
los godos, los Valois, hasta que su curso se agota y finaliza con lunáticos e
idiotas que continúan gobernando. No hay acuerdo entre los hombres para
acabar con la terrible atadura. El Estado se desploma hacia adentro así como
hacia fuera en una tormenta de elementos incoherentes. Las furiosas pasiones
humanas, la latente indolencia humana, la impasible ignorancia humana, la
rivalidad entre castas humanas son tan útiles a los reyes como las espadas de
los paladines. Los adoradores se han inclinado durante tanto tiempo ante el viejo
ídolo que no pueden salir a la calle y escoger un nuevo Gran Lama. Y así el
estado exhausto flota río abajo sobre la corriente de agua cenagosa del Tiempo,
hasta que la tempestad o la marea dejen al descubierto que el gusano se ha
consumido y se deshace en el olvido.
* * * * * *
La Libertad civil y la Libertad religiosa deben ir de la mano. La persecución
madura a ambas. Un pueblo satisfecho con los pensamientos confeccionados
para ellos por los sacerdotes de una iglesia estará satisfecho con una realeza
investida de Derecho Divino, pues la Iglesia y el Trono se sostienen
mutuamente. Ambos sofocarán cualquier cisma y recogerán los beneficios de la
indiferencia y la deslealtad, y mientras la batalla por la Libertad se desarrolla a
su alrededor, se encerrarán apáticamente en ellos mismos, siendo este profundo
trance interrumpido ocasionalmente por furiosos episodios de locura seguida de
extenuación.
Es fácil que reine el despotismo en una tierra que solo ha conocido un
señor desde su infancia. Lo difícil es que el pueblo perfeccione y perpetúe un
gobierno libre por sí mismo, pues para ello no hace falta solo un rey, sino que
todos deben ser reyes. Es fácil construir como Masaniello, de forma que en unos
días se pueda caer más bajo que al principio. Sin embargo, un gobierno libre se
desarrolla lentamente, como las facultades humanas y los bosques, desde
dentro del corazón hacia fuera. La Libertad es un derecho de nacimiento común
a todos los seres humanos, pero se pierde por no ejercerla o por emplearla mal.
Depende del esfuerzo universal mucho más que cualquier otro don humano. No
hay un santuario o un manantial bendito para la nación, pues sus aguas deben
fluir libremente de todo el suelo.
El poder del pueblo libre y su fuerza solo pueden calibrarse en la hora de
la adversidad, a través de pruebas, sacrificios y expectativas. Se le ha entrenado
para pensar y actuar por sí mismo. Si el pueblo esclavizado se echa a tierra ante
el huracán, como bestias asustadas en el campo, el pueblo libre se alza firme
ante él con la fuerza de la unidad, con confianza en sí mismo, con confianza
mutua, con insolencia ante todo excepto la mano visible de Dios. Ni se
desmoraliza ante la calamidad ni se regocija en el éxito. Esta gran capacidad de
resistencia, esta templanza, paciencia y capacidad resolutiva solo se adquieren
a través del ejercicio de todas las funciones, al igual que el sano vigor físico, al
igual que el vigor moral del individuo.
Y esta máxima es tan cierta como antigua: que la vigilancia eterna es el
precio de la libertad. Es curioso observar el pretexto universal en que se basan
los tiranos de todos los tiempos para arrebatar las libertades a la nación. Está
inscrito en las estatuas de Eduardo II: que los justicias y los guardias deben
dejar de ser elegidos por el pueblo, habida cuenta de los tumultos y disensiones
que han tenido lugar. La misma razón se esgrimió mucho antes para suprimir la
elección popular de los obispos, y hay un testimonio de esta falsedad en tiempos
aún más remotos, cundo Roma perdió su libertad, y los ciudadanos indignados
declararon que la libertad tumultuosa es mejor que la tranquilidad viciada.
* * * * * *
Con los compases y una regla podemos trazar todas las figuras
empleadas en la matemática de planos, en lo que denominamos Geometría o
Trigonometría, dos palabras que en realidad son deficientes en su significado.
De la Geometría se afirma en la mayoría de las logias que significa medida de la
tierra, mientras que la Trigonometría es la medida de los triángulos o figuras con
tres lados o ángulos. Este segundo término es, con diferencia, el más adecuado
para la ciencia a la que se suele denominar Geometría, pero tampoco tiene un
significado suficientemente amplio. Pues aunque la medición de amplios
espacios en la superficie de la tierra, y en las costas, por la que se evitan
naufragios y calamidades a los marineros, se lleva a cabo por triangulación; y
aunque era el mismo método que los astrónomos franceses empleaban para
medir la latitud y así establecer una escala de medidas sobre una base absoluta;
aunque es por medio del inmenso triángulo que tiene como base una línea
trazada en la imaginación entre el lugar de la tierra ahora y su lugar en el
espacio de aquí a seis meses, y como vértice un planeta o estrella, que nos es
conocida la distancia desde la Tierra hasta Júpiter o Sirius; aunque existe un
triángulo aún más vasto, cuya base se extiende desde nosotros hasta el
horizonte y se proyecta hacia la inmensidad, y cuyo vértice se encuentra
infinitamente distante sobre nosotros, al cual corresponde un triángulo infinito
abajo –lo que es arriba es igual a lo que es abajo, y la inmensidad es igual a la
inmensidad-, ni siquiera la Ciencia de los Números, a la que Pitágoras daba
tanta importancia, y cuyos misterios se encuentran por doquier en las antiguas
religiones, y principalmente en la Cábala y en la Biblia, ni siquiera ella está
suficientemente expresada ni por la palabra “Geometría” ni por la palabra
“Trigonometría”, pues esa ciencia incluye las ya mencionadas, junto con la
Aritmética, y también el Álgebra, los logaritmos y el Cálculo Integral y Diferencial,
y por medio de ellos se resuelven los grandes problemas de la Astronomía o las
Leyes de las Estrellas.
* * * * * *
La Virtud exige una valentía heroica: hacer lo que se considera honesto a
despecho de todos los enemigos de la carne o del espíritu, a pesar de todas las
tentaciones o amenazas. El ser humano es responsable de la honradez de su
doctrina, no de que esta sea realmente la más correcta. Es más fácil
entusiasmarse devotamente que realizar una sola buena acción. La finalidad del
pensamiento es la acción, y el único propósito de la Religión es crear una Ética.
La teoría, en la ciencia política, no resulta de ningún valor, salvo por el propósito
de ser llevada a la práctica.
En cualquier credo, sea religioso o político, así como en el alma del
hombre, hay dos dominios, el Dialéctico y el Ético, y es únicamente cuando
ambos están armoniosamente mezclados que se desarrolla una perfecta
disciplina. Hay hombres que son dialécticamente cristianos, al igual que hay
multitud que son dialécticamente masones, y sin embargo son éticamente
infieles, pues su comportamiento ético es profano en el sentido más estricto: son
creyentes intelectuales pero en la práctica son como ateos. Hay hombres que te
escribirán “evidencias” en perfecta fe y en su lógica, pero no podrán llevar a
cabo la doctrina cristiana o masónica, debido a la fuerza – o debilidad - de la
carne. Por el contrario, hay muchos escépticos dialécticos pero éticamente
creyentes, al igual que hay muchos masones que nunca han experimentado la
ceremonia de iniciación; y como la ética es el fin y el propósito de la religión,
resulta que esos creyentes éticos son los más valiosos. El que obra bien es
mejor que el que piensa bien.
Pero no hay que actuar sobre la hipótesis de que todos los hombres son
hipócritas cuya conducta no cuadra con sus sentimientos. Ningún vicio es más
raro que la hipocresía sistemática. Si el demagogo se convirtiese en usurpador,
de ello no se deduciría que fuese un hipócrita todo el tiempo. Solo los hombres
superficiales juzgan así a los otros.
La realidad es que el credo tiene en general muy poca influencia en la
conducta del individuo, si se trata de religión, o en política si se trata de un
partido. Por lo general el musulmán es bastante más honesto y digno de
confianza que el cristiano, que acompaña el evangelio de amor en su boca con
el ansia de persecución en su corazón. Hombres que creen en la condenación
eterna y, literalmente, en un mar de fuego y azufre, se ganan la certeza de su
condena, según su credo, en cuanto surge la más mínima tentación para sus
apetitos o pasiones. La Predestinación insiste en la necesidad de las buenas
obras. En Masonería, al más mínimo brote de pasión, uno critica al otro a sus
espaldas, y obrando de forma tan lejana a lo que debería ser la hermandad de la
Masonería Azul y a los solemnes compromisos contenidos en la palabra
hermano, se llevan a cabo extraordinarios esfuerzos para mostrar que la
masonería es una especie de abstracción que evita interferir en lo mundano.
Puede considerarse como una regla universal que, en caso de poder elegir, un
masón dará su voto e influencia, tanto en política como en los negocios, al
profano menos cualificado en detrimento de un masón más cualificado. Uno
prestará juramento para oponerse a cualquier usurpación ilegal de poder, tras lo
cual se convertirá en diligente y deseoso instrumento del usurpador. Otro
llamará al uno “Hermano” y después se comportará como Judas Iscariote, o le
dará un golpe bajo con una falsa murmuración cuyo autor será imposible de
conocer. La Masonería no cambia la naturaleza humana, y no puede convertir a
un bribón de nacimiento en un hombre honesto.
Mientras que todavía estáis ocupados en la preparación y acumulando
principios para uso futuro, no olvidéis las palabras del apóstol Jaime: “Pues si
uno escucha la palabra pero no la practica, es como un hombre que mira su
rostro en un espejo, y se va, y al instante olvida qué clase de hombre era; pero
aquel que mira en la perfecta ley de la libertad y no es un oyente olvidadizo sino
que practica las obras, ese hombre será bendito en su trabajo”. Si uno de entre
vosotros aparenta ser religioso pero no pone freno a su boca y engaña a su
propio corazón, la religión de este hombre es en vano. La Fe, sin hechos, está
muerta, no siendo sino una abstracción. Un hombre se justifica por sus obras, y
no sólo por la fe. Los demonios creen, y tiemblan, pues al igual que el cuerpo sin
corazón está muerto, así es la fe sin obras.
* * * * *
También en la ciencia política los gobiernos libres se erigen y se elaboran
constituciones sobre una teoría sencilla e inteligible. Sea la que sea la teoría
sobre la que se basen, no se puede alcanzar ninguna conclusión sólida salvo
que esa teoría se lleve a cabo sin dudar y sin acobardarse, tanto en los
razonamientos constitucionales como en la práctica. Achicarse ante la teoría
verdadera por timidez, o distraerse de ella a través de las trampas de la lógica, o
transgredirla por las pasiones o ante la necesidad o la conveniencia desemboca
en la negación del derecho o en la invasión de normas que atacan a los
principios básicos, en usurpación del poder legal y en renuncia y abdicación del
poder legítimo.
No olvidéis tampoco que el superficial, aparente, impertinente y pagado de
sí mismo será siempre preferido, incluso en la mayor desgracia, peligro y
calamidad del Estado, al hombre de sólida formación, gran intelecto y católicas
amistades, pues el primero está más cerca del nivel popular y legislativo de los
comunes, mientras que la verdad más elevada no es aceptable para la masa de
los hombres.
Cuando preguntaron a Solón si había dado a sus paisanos las mejores
leyes, él contestó: “les he dado las mejores que son capaces de recibir”. Esta es
una de las afirmaciones más profundas que han quedado registradas, y como
todas las grandes verdades, tan sencilla que es rara vez comprendida. Contiene
toda la filosofía de la Historia. Afirma una verdad que, de haber sido reconocida,
habría ahorrado a los hombres una inmensidad de disputas vanas y estériles y
les habría guiado por senderos de conocimiento más claros en el pasado. Esa
frase significa que todas las verdades son verdades temporales y no verdades
para la Eternidad, que cualquier gran hecho que haya tenido fuerza y vitalidad
suficiente para suceder, sea de religión, moral, gobierno o de cualquier otra
naturaleza, y que haya tenido un lugar en este mundo, ha sido una verdad para
su tiempo, y tan buena como los hombres eran capaces de recibirla.
Igualmente sucede con los grandes hombres. El intelecto y capacidad de
un pueblo se mide por el de los grandes hombres que la Providencia le otorga, y
de quien lo reciben. Siempre ha habido hombres demasiado grandes para su
tiempo o su pueblo. Los pueblos sólo convierten a esos hombres en ídolos, tal y
como son capaces de entenderlos.
Imponer la ley o verdad ideal sobre un hombre incapaz y únicamente
mundano es siempre un esfuerzo vano y vacío. Las leyes de la simpatía rigen en
esto al igual que con los hombres que se ponen al frente del gobierno. No
sabemos, por el momento, qué cualidades exige la oveja a su líder. La masa
tiene tan poca estima a aquellos que son demasiado elevados intelectualmente
como poca estima tiene a las estrellas. Cuando Burke, el más sabio estadista
que jamás ha tenido Inglaterra, subía al estrado para hablar, la Casa de los
Comunes se vaciaba como respondiendo a una señal. Hay poca simpatía entre
la masa y las más altas verdades. La más alta verdad, por ser incomprensible
para el hombre mundano, igual que le resulta incomprensible el hombre más
elevado, y por estar muy por encima de él, parecerá una falsedad irreal a un
hombre vulgar. Las más profundas doctrinas del Cristianismo y la Filosofía no
serían sino jerga y jerigonza para un indio potawatomi. Las explicaciones
populares de los símbolos de la Masonería sirven para la multitud que acude en
masa a los templos, pero exceden por completo su capacidad. El Catolicismo
fue una verdad vital en su comienzo, pero se convirtió en obsoleto, y surgió el
Protestantismo, que floreció e igualmente se deterioró. Las doctrinas de
Zaratustra eran las mejores que los antiguos persas estaban preparados para
recibir; las de Confucio estaban hechas a medida de los chinos; las de Mahoma
a la medida de los árabes idólatras de su tiempo. Cada una era una verdad para
su tiempo. Cada una era un evangelio proclamado por un reformista, y si
cualquier hombre es tan poco afortunado como para contentarse solo con ello,
cuando otros han alcanzado una más alta verdad, es su desgracia y no su error.
Deben ser compadecidos por ello, y no perseguidos.
No esperéis convencer fácilmente a los hombres de la verdad, o
conducirlos a pensar de forma correcta. El sutil intelecto humano puede arrojar
sus brumas incluso sobre la visión más clara. Recordad que si es difícil pedir
unanimidad a un jurado, pedirla a un gran número de hombres de distintas fes
políticas es increíble. A duras penas puedes conseguir que dos hombres
concuerden en un congreso o en una convención. Más aún, rara vez llega uno a
concordar consigo mismo. La ideología política con más probabilidades de ser
suprema en todas partes tiene un indefinido número de lenguas. ¿Cómo
podemos esperar que los hombres coincidan en asuntos que van más allá de lo
percibido por los sentidos? ¿Cómo podemos cuadrar lo Infinito y lo Invisible con
una cadena de evidencia? ¡Preguntad a las pequeñas olas del mar qué es lo que
murmuran entre los guijarros! ¿Cuántas de esas palabras que vienen de la costa
invisible se pierden, como los pájaros, en la larga travesía? Debemos estar
contentos, como lo están los niños, con los guijarros que quedan en la arena,
pues nos está vedado explorar las profundidades ocultas.
Esto enseña especialmente a la Masonería Amarilla a no creerse
demasiado sabios en su soberbia. Ser presuntuoso en estos asuntos es peor
que ser ignorante. La humildad hace al masón. Toma un momento tranquilo y
sereno de la vida, y junta las ideas de Orgullo y Hombre, y observa el resultado:
una criatura de un palmo de tamaño que atisba el espacio infinito en toda la
grandeza de su pequeñez. Sentado sobre una mota del Universo, cada viento
del Cielo le golpea en la sangre con la frialdad de la muerte, y su alma abandona
su cuerpo como una melodía. Día y noche, como el polvo en la rueda, él es
transportado a lo largo de los cielos, a través de un laberinto de mundos, y todas
las creaciones de Dios arden a ambos lados, más allá de lo que su imaginación
es capaz de alcanzar. ¿Es esta criatura digna de hacer para sí misma una
corona de gloria, es digna de negar su propia carne, de burlarse del hermano
que ha salido con él del mismo polvo al que pronto volverán? ¿Acaso no yerra el
orgulloso? ¿No sufre? ¿No muere? Cuando razona, ¿no le detienen las
dificultades? Cuando actúa, ¿no sucumbe a las tentaciones del placer? Cuando
vive, ¿no sufre? ¿Acaso no es presa de las enfermedades? Cuando muere
¿puede escapar de la tumba común? El orgullo no es el patrimonio del hombre.
La Humildad debería acompañar a la fragilidad y expiar por la ignorancia, el error
y la imperfección.
Tampoco debería estar el masón demasiado ansioso de cargos y pompas,
por mucho que se sepa capaz de servir al Estado. No debería ni buscar ni
desdeñar los honores. Es bueno disfrutar de las bendiciones de la fortuna, pero
es mejor someterse sin inmutarse a sus pérdidas. Los más grandes hechos no
se hacen en el resplandor de la luz y ante los ojos del populacho. Aquel al que
Dios ha dado el don de querer retirarse posee un sentido adicional, y entre las
vastas y nobles escenas de la naturaleza encontramos el bálsamo para las
heridas recibidas entre los impíos cambios de la política, pues el amor a la
soledad es el más seguro resguardo ante los males de la vida.
Pero la Resignación es más noble en comparación, pues es menos
pasiva. El Retiro es solamente un egoísmo enfermizo si perjudica al esfuerzo de
otros, y solo es digno y noble cuando es el resguardo desde donde los oráculos
instruyen a la humanidad. El retiro de esta clase es la única reclusión que un
hombre bueno y sabio ambicionará u ordenará. La misma filosofía que hace a tal
hombre desear la quietud le hará evitar la inutilidad del ermitaño. Muy poco
digno de alabanza habría parecido Lord Bolingbroke entre sus campesinos y
jornaleros si entre campesinos y jornaleros hubiese contemplado con ojo
indiferente a un ministro derrochador y a un Parlamento corrupto. Muy poco
interés habría concedido a sus alubias y algarrobas si las alubias y algarrobas le
hubiesen hecho olvidar que, aun siendo más feliz en la granja, podía ser más útil
en un Senado, y hubo de dejar al margen sus reticencias para ocuparse de la
tarea legislativa y denunciar la corrupción.
Recordemos también que hay una educación que madura el Intelecto y
deja el corazón más hueco o más compacto que antes. Hay lecciones éticas en
las leyes de los cuerpos celestiales, en las propiedades de los elementos
terrestres, en la geografía, química, geología y todas las ciencias materiales. Las
cosas son símbolos de verdades. Las propiedades son símbolos de verdades.
La ciencia, cuando no enseña verdades morales y espirituales, está muerta y
seca, y es de poco más valor que el que tenga dedicarse a aprender una larga
fila de datos inconexos o los nombres de insectos y mariposas. Se dice que el
Cristianismo comienza con la quema de los falsos dioses por parte del mismo
pueblo. La educación comienza con la quema de nuestros ídolos intelectuales y
morales: nuestros prejuicios, orgullos, nuestros propósitos vanos o innobles. Es
especialmente necesario desprenderse del amor a las ganancias materiales.
Con la Libertad llega el anhelo de progreso. En esa carrera los hombres están
siempre cayendo, levantándose, corriendo y volviendo a caer. El ansia de
riqueza y el abyecto terror de la pobreza ahondan los surcos de muchas mentes
nobles. El jugador se hace viejo mientras observa las leyes del azar. El juego,
por legal que sea, consume la juventud antes de tiempo. Los hombres viven,
como los motores, a alta presión, cien años en cien meses. El libro de cuentas
se convierte en su biblia y su agenda en su oficio religioso matutino.
De la codicia nacen prácticas agresivas y excesivas, tráfico
deshumanizado donde el capitalista obtiene beneficio a costa de las vidas de los
trabajadores, especulación que acuña la miseria de una nación en riqueza e
ingeniería diabólica de Mamón. Esto, y la avaricia como profesión, son las dos
columnas que flanquean la entrada al templo de Moloch. Es difícil saber si la
segunda, que florece en falsedades, trampas y fraude, no es más perniciosa que
la primera. En todo suceso discurren juntas e íntimamente unidas, y conforme
van poseyendo al desafortunado individuo, su alma se marchita y decae hasta
que finalmente muere. Las almas de la mitad de la raza humana abandonan a
los hombres mucho antes de que mueran. Las dos miserias son lepras gemelas
que ensucian al hombre, y cuando quiera que surgen se extienden hasta que
cubren toda la piel de aquel que contrajo la plaga, desde su cabeza a sus pies.
Incluso la carne fresca del corazón se ensucia con ella.
* * * * * *
Alejandro de Macedonia ha dejado un proverbio que ha sobrevivido a sus
conquistas: “Nada es más noble que el trabajo”. Solo el trabajo puede hacer que
incluso los reyes se mantengan respetables. Y cuando un rey es realmente un
rey, es un honorable oficio estimular las formas y moral de una nación,
proporcionar un patrón de conducta virtuosa y restaurar en el espíritu los viejos
hábitos caballerescos en los que la humanidad se encamina hacia la verdadera
grandeza. El trabajo y el salario irán juntos en la mente de los hombres en las
más nobles instituciones. Siempre debemos ser fieles a la idea del verdadero
trabajo. El descanso que sigue a la labor es más dulce que el descanso que
sigue al ocio.
No dejemos a ningún Compañero imaginar que el trabajo en los asuntos
menores y sin influencia no vale la pena de ser realizado. No hay límite legal a
las posibles influencias de una buena obra, una palabra sabia o un esfuerzo
generoso. Nada es realmente pequeño, y quien quiera que esté abierto a la
profunda penetración de la naturaleza lo sabe. Aunque, desde luego, la filosofía
no puede garantizar ninguna satisfacción absoluta, menos aún explicando las
causas que los efectos, el hombre de pensamiento y contemplación cae en
enigmáticos éxtasis al percibir la descomposición de fuerzas que fructifican en la
Unidad. Todas trabajan para todas, y la destrucción no es aniquilación, sino
regeneración. El álgebra se aplica a las nubes; la luz de las estrellas beneficia a
la rosa; ningún pensador osaría decir que el perfume del espino no tiene utilidad
para las constelaciones, pues ¿quién es capaz de calcular el sendero de una
molécula? ¿Cómo sabemos que las creaciones del mundo no están
determinadas por la caída de los granos de arena? ¿Quién comprende el flujo y
reflujo recíprocos entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, el eco
de las causas primeras en los abismos del origen y las avalanchas de la
Creación? Un gusano es digno de ser tenido en cuenta, lo pequeño es grande,
lo grande es pequeño, todo está necesariamente en equilibrio. Hay maravillosas
relaciones entre los seres y las cosas. En este Todo inabarcable, desde el sol
hasta una larva, nada hay que sea despreciable: todo necesita a lo demás. La
luz no lleva aromas terrestres a las profundidades azules sin saber qué sucede
con ellas; la noche distribuye la esencia de las estrellas a los planetas
durmientes. Cada pájaro que vuela lleva en sus garras el hilo de lo Infinito. La
germinación incluye la incubación de un meteorito y el martilleo que anuncia a
una golondrina rompiendo el cascarón, y nos lleva adelante, al nacimiento de
una lombriz de tierra y al advenimiento de Sócrates. Donde el telescopio
termina, el microscopio comienza. ¿Cuál de ellos nos proporciona la mayor
visión? Un poco de moho es un pléyade de flores, una nebulosa es un
hormiguero de estrellas.
Hay la misma, incluso una más hermosa imbricación entre las cosas
concernientes al intelecto y las cosas de la materia. Los elementos y principios
están mezclados, combinados, fusionados, multiplicados unos por otros hasta tal
punto que el mundo material y el mundo moral se contemplan desde la misma
luz. Los sucesos vuelven sobre ellos mismos de forma perpetua. En las vastas
dimensiones cósmicas la vida universal viene y va en cantidades desconocidas,
embolsando todo en el misterio invisible de las emanaciones, sin perder ni un
sueño al dormir, sembrando una ameba aquí, desmoronando una estrella allá,
oscilando y ondeando en curvas, haciendo una fuerza de la Luz y un elemento
del Pensamiento. Diseminada e indivisible, lo disuelve todo excepto ese punto
sin longitud, anchura o grosor. El Ser, que reduce todo al alma-átomo, hace
florecer todo hacia Dios, enreda todas las actividades, de la más alta a la más
baja, en la oscuridad de un mecanismo vertiginoso, haciendo depender el vuelo
de un insecto del movimiento de la Tierra; subordinando, quizá, aunque solo sea
por las puras leyes, las excéntricas evoluciones de un cometa en el firmamento
con los remolinos de un infusorio en una gota de agua. Se trata de un
mecanismo hecho de mente, cuyo primer motor es el mosquito y cuya última
rueda es el zodiaco.
Un niño campesino, guiando a Blücher por la carretera correcta entre las
dos que había, y siendo la otra infranqueable por la artillería, le permite alcanzar
Waterloo a tiempo de salvar a Wellington de una derrota que habría sido una
descalabro aplastante, y así permitió a los reyes encarcelar a Napoleón en un
islote pelado en medio del océano. Un herrero desleal, herrando de forma
negligente un caballo, origina su cojera y, al tropezar, la carrera de su jinete
conquistador finaliza y los destinos del imperio cambian. Un oficial generoso
permite a un monarca prisionero finalizar su partida de ajedrez antes de
conducirlo al cadalso, y mientras tanto el usurpador muere y el prisionero vuelve
a ser coronado. Un artesano inhábil repara la brújula, o la malicia y la estupidez
la desarreglan, la nave pierde su curso, las olas devoran a un emperador y se
escribe un nuevo capítulo de la historia del mundo. Lo que llamamos accidente
no es sino la cadena de diamante que une indisolublemente todas las cosas
creadas. La langosta incubada en las arenas árabes y el pequeño gusano que
se come el algodón, la una provocando la hambruna en el Oriente, la otra
dejando los molinos parados y en la miseria a los trabajadores y sus hijos en
Occidente y empujándolos a tumultos y revueltas, ambas son tan ministras de
Dios como el terremoto; y el destino de las naciones depende más de ellas que
de la inteligencia de sus reyes y legisladores. Una guerra civil en América
terminará agitando el mundo, y esa guerra puede ser causada por el voto de
algún buscador de medallas o algún fanático enloquecido de una ciudad o del
Congreso, o de un bárbaro de alguna oscura parroquia del campo. La
electricidad de la simpatía universal, de la acción y reacción, lo domina todo, los
planetas y el grano bajo la luz del sol. Fausto con sus escritos o Lutero con sus
sermones lograron mayores resultados que Alejandro o Aníbal. Un simple
pensamiento a veces basta para derrocar una dinastía. Una canción popular
hizo más para deponer a Jaime II que no la connivencia de los obispos. Voltaire,
Condorcet y Rousseau pronunciaron palabras que resonarán en los cambios y
revoluciones a través de todos los tiempos.
Recordad que aunque la vida es breve, el Pensamiento y la influencia de
lo que hacemos o decimos es inmortal, y que ningún cálculo pretende dar a
conocer la ley de la proporción entre la causa y el efecto. El martillo de un
herrero británico, al golpear a un funcionario insolente, comenzó una revuelta
que a punto estuvo de convertirse en revolución. La palabra bien dicha, el hecho
correctamente ejecutado, incluso por el más débil o el más humilde, no puede
eludir tener su efecto, que es, en distinta medida, inevitable y eterno. Los ecos
de las grandes hazañas pueden languidecer como los ecos de un grito entre los
acantilados, y lo hecho parecer al juicio humano que no ha tenido resultado,
mientras que el hombre más pobre puede encender, de forma inatendida, la
mecha que llega hasta una mina subterránea y desgarrará un imperio con la
explosión.
El poder de un pueblo libre está con frecuencia a disposición de un único
individuo aparentemente irrelevante. Se trata de un poder terrible pero verídico,
pues ese pueblo siente con un solo corazón, y por lo tanto puede levantar una
miríada de brazos de un solo golpe. Y, de nuevo, no hay una escala para medir
la influencia de los distintos intelectos sobre la mente popular. Pedro el Ermitaño
era un desoficiado, pero ¡que labor llevó a cabo!
* * * * * *
Desde el punto de vista político no hay más que un principio elemental: la
soberanía del hombre sobre sí mismo. Esta soberanía de uno mismo sobre uno
mismo se llama Libertad. Donde dos o más de estas soberanías se asocian
comienza el Estado. Pero en esta asociación no hay abdicación, y cada una
participa con una porción de la propia para formar el derecho común, siendo
cada porción la misma para todos. Hay una contribución equitativa de todos para
la soberanía conjunta. Esta identidad de cesión que cada uno hace para todos
es la Igualdad. El derecho común no es ni más ni menos que la protección de
todos, y arroja sus rayos sobre todos y cada uno. Esta protección de cada uno
por parte de todos es la Fraternidad. La Libertad es la cima, la Igualdad es la
base. La Igualdad no es únicamente vegetación en un mismo nivel, una
sociedad de hierba verde y robles raquíticos, una vecindad de envidias
castrándose unas a otras. Consiste, civilmente, en que todos tenga igualdad de
oportunidades, políticamente, en que todos los votos tengan igual peso, y en lo
religioso, que todas las conciencias tengan los mismos derechos.
La Igualdad tiene un instrumento básico: la enseñanza gratuita y
obligatoria. Debemos comenzar con el derecho a la alfabetización, la enseñanza
primaria obligatoria para todos, y la escuela secundaria disponible para todos.
Así es la Ley. De una escuela igual para todos surge una sociedad igualitaria.
¡Instrucción! ¡Luz! Todo viene de la Luz y vuelve a ella.
Debemos conocer los pensamientos de la gente común si queremos ser
sabios y hacer un buen trabajo. Debemos mirar a los hombres no por lo que la
fortuna, con sus ojos ciegos, les ha dado, sino por los dones que la Naturaleza
les ha dado y por el uso que han hecho de ellos. Creemos que somos iguales en
la Iglesia y en la Logia: seremos iguales ante los ojos de Dios cuando Él juzgue
la Tierra. Bien debemos sentarnos todos juntos sobre el suelo aquí, en comunión
y conferencia, durante los breves instantes que dura la vida.
Un gobierno democrático tiene indudablemente sus defectos porque está
hecho y administrado por hombres, y no por dioses sabios. Tampoco puede ser
conciso y tajante, como el gobierno despótico. Cuando su ira se despierta
desarrolla su fuerza latente, y el rebelde más enconado tiembla. Pero su
gobernar doméstico habitual es tolerante, paciente y contemporizador. Los
hombre se juntan primero para diferir, y después para concordar. Afirmación,
negación, discusión, solución: estos son los medios para alcanzar la verdad. A
menudo la situación será crítica antes de que la charlatanería de los agitadores
sean ahogada en el coro del consenso. En el despacho legislativo la
deliberación se impondrá a menudo sobre la decisión. La Libertad puede hacer
el tonto al igual que los tiranos.
Una sociedad refinada requiere una mayor minuciosidad en las
normativas, y los escalones de los estados que avanzan se toman o bien de las
viejas ruinas o bien de los nuevos materiales. La dificultad radica en descubrir el
camino correcto entre el caos y la confusión. El ajuste de mutuos aciertos y
errores es también más difícil en las democracias. No vemos ni evaluamos la
importancia relativa de los objetos tan fácil y claramente desde el mismo nivel o
la superficie ondulada como desde un alto o un pico solitario que domine la
llanura, pues cada uno ve a través de su propia niebla.
La dependencia nociva del favor de los políticos es también demasiado
común. Es tan miserable como abyecto depender del ministro o del favorito de
un tirano. Es raro encontrar un hombre que diga la pura verdad que hay en él, de
forma honesta y franca, sin temor o favoritismo, sea hacia el emperador o hacia
el pueblo. Más aún, en las asambleas de hombres, la fe en el otro esconde casi
siempre un interés oculto, a no ser que la terrible presión de una calamidad o
peligro produzca cohesión. Esta es la causa de que el poder constructivo de
tales asambleas sea generalmente deficiente. Los mayores logros de la Europa
moderna han sido derribando y derrocando, no construyendo. Pero revocar no
es reformar. El tiempo traerá la reforma con hombres capaces de restaurar y
reconstruir.
Se abusa abundantemente del discurso en las repúblicas; y si el uso del
discurso es glorioso, su abuso es el más vil de los vicios. La Retórica, afirma
Platón, es el arte de gobernar las mentes de los hombres. Pero en las
democracias es demasiado común esconder los pensamientos en las palabras,
revestirlas, parlotear sinsentidos. El oropel y destellos de vacías burbujas con
aspecto intelectual son errores para los genios. La pirita sin valor es confundida
constantemente con el oro. Incluso el intelecto es condescendiente con los
malabares intelectuales, balanceando pensamientos como un equilibrista
balancea pipas en su barbilla. En todos los congresos tenemos el inagotable
flujo de parloteo, y las facciones se enredan clamorosamente en discusiones
hasta que el divino poder del discurso, ese privilegio del hombre y gran regalo de
Dios, no es mejor que el graznido de los loros o la mímica de los monos. El
mejor orador, por muy fluido que sea, estará desnudo de hechos en el día de
Juicio.
Hay hombres volubles como mujeres, y también hábiles para trepar con la
lengua: prodigiosos en sus discursos, miserables en sus hechos. Demasiado
hablar, como demasiado pensar, destruye la capacidad de actuar. En la
naturaleza humana, el pensamiento solo se hace perfecto por el hecho, y el
silencio es la madre de ambos. El corneta no es el más valiente de los valientes.
El acero, y no el latón, da la victoria. El gran factor de grandes hechos es
generalmente lento y desaliñado en sus palabras. Hay algunos hombres nacidos
y criados para traicionar. El patriotismo es su negocio, y su capital es el discurso.
Pero ningún espíritu noble puede alegar como Pablo y ser falso en su contenido
como Judas. La impostura gobierna las repúblicas muy a menudo: parecen estar
siempre en minoría; sus guardianes se han nombrado a sí mismos, y el impío
prospera mejor que el justo. El déspota, como el león rugiendo en la noche,
ahoga todos los clamores de una vez, y el discurso, el derecho de nacimiento
del hombre libre, se convierte en el adorno del esclavizado.
Es muy cierto que las repúblicas sólo ocasionalmente, como si fuese
accidentalmente, eligen a sus más sabios, o al menos los menos incapaces
entre los incapaces, para gobernar y legislar. Si el genio, armado con la
sabiduría y el conocimiento, asume las riendas, el pueblo lo reverenciará. Si tan
solo se ofrece modestamente para un cargo será golpeado en la cara aunque en
las dificultades y en las tribulaciones de la agonía y la calamidad sea
indispensable para la salvación del Estado. Ponle sobre la pista de carreras con
el estrafalario y el superficial, el engreído, el ignorante, el indecente, el
embaucador y el charlatán, y no habrá duda del resultado. Los veredictos de las
asambleas y del pueblo son veredictos como los de los jurados: a veces
correctos por accidente.
Los cargos, es cierto, caen como la lluvia del cielo sobre justos e injustos.
Los augures romanos que solían reírse en la cara de los demás por la
simplicidad del vulgo también eran timados en su propia astucia. Pero no hace
falta ningún augur para llevar al pueblo por el camino descarriado, pues el
pueblo con presteza se engaña a sí mismo. Permitid a una república comenzar
como pueda e inmediatamente la imbecilidad será elevada a altos cargos; y el
superficial y fingido, henchido por la noticia, invadirá todos los santuarios. El
partidismo menos escrupuloso prevalecerá incluso en lo concerniente a lo
judicial, y se harán constantemente los acuerdos más injustos; aunque cada
ascenso no adecuado no implica meramente un favor no merecido, puede
escocer a más de cien personas honestas por la injusticia.
La nación es apuñalada en el pecho cuando aquellos elegidos para los
asientos principales se escabullen en las galerías oscuras. Cada sello de Honor
indebidamente tomado es robado del tesoro del mérito.
De hecho la entrada en el servicio público, así como la promoción en él,
afecta tanto a los derechos de los individuos como a los de la nación. La
injusticia al adjudicar o mantener cargos debería ser tan intolerable en las
comunidades democráticas que el menor rastro de ella debería ser como el olor
de la traición. No es universalmente cierto que todos los ciudadanos de igual
carácter tengan un mismo deseo de llamar a la puerta de cada puesto público y
pedir ser admitidos. Cuando cualquier hombre se presenta por sí mismo para el
servicio tiene el derecho de aspirar al más alto cuerpo si puede mostrar su
adecuación para tal comienzo y que es más apto que el resto de hombres que
se ofrecen para el mismo puesto. La entrada al cargo solo puede hacerse en
justicia a través de la puerta del mérito. Y cuando quiera que uno aspira y
alcanza tan alto puesto, especialmente si lo consigue por medios indecentes e
injustos, y después se demuestra que no es apto, debería ser decapitado
inmediatamente, pues es el peor de los enemigos públicos.
Cuando un hombre se muestra como especialmente capaz, todos los
demás deberían estar orgullosos de darle la debida precedencia. Cuando se
emplea mal el poder de la promoción en los grandes asuntos, sea por el Pueblo,
el Legislativo o el Ejecutivo, la decisión injusta se vuelve contra el juez. Esto no
es tan solo una gran y premeditada falta de visión que no pueden descubrir los
que lo merecen. Si uno observa con calma y detenimiento, y honestamente, no
fallará al discernir el mérito, el genio y la cualificación; y los ojos y voz de la
prensa y el público deberían condenar y denunciar la injusticia donde quiera que
asome su horrible cabeza.
“¡Las herramientas a los obreros!” Ningún otro principio salvará a la
República de la destrucción, sea por guerra civil o por putrefacción. Las
repúblicas tienden a decaer; hagamos todo lo que podamos para impedirlo,
como si fuesen cuerpos humanos. Si se lleva a cabo el experimento de
gobernarse por los más pequeños, las repúblicas resbalan cuesta abajo hacia el
abismo inevitable a toda velocidad, y nunca ha habido una república que no
haya seguido ese fatal desenlace.
Pero por muy palpables y gruesos que puedan ser los defectos de los
gobiernos democráticos, y por fatales que los resultados finales e inevitables
sean, solo necesitamos echar un vistazo a los reinados de Tiberio, Nerón,
Calígula, Heliogábalo, Domiciano y Cómodo para reconocer que la diferencia
entre la libertad y el despotismo es tan amplia como la que hay entre cielo e
infierno. La crueldad, la maldad y la locura de los tiranos es increíble. Permitid a
aquel que se queja de los veleidosos humores e inconstancia de un pueblo libre
leer la descripción del carácter de Domiciano que hace Plinio. Si el gran hombre
en una república no puede acceder a la función pública sin emplear malas artes
ni suplicar gimoteante ni emplear sutiles mentiras, permitidle permanecer
retirado y empleando la pluma. Tácito y Juvenal no desempeñaban oficio. Dejad
a la historia y a la sátira castigar al impostor y crucificar al déspota. Las
venganzas del intelecto son terribles y justas. Dejemos a la masonería usar la
pluma y la imprenta en el Estado libre contra el demagogo y en el despotismo
contra el tirano. La historia ofrece ejemplos a seguir. Toda la historia, durante
cuatro mil años, ha estado llena de derechos violados y sufrimientos del pueblo,
y cada período trae con él la protesta consiguiente. Bajo los césares no hubo
insurrección, pero hubo Juvenal. Los estallidos de indignación reemplazaron a
los gracos. Bajo los césares se produce el exilio de Siena. También está el autor
de los Anales. Mientras los nerones reinan oscuramente deberían ser descritos
así. El trabajo con el buril solo debería ser pálido; en las muescas debería
verterse una prosa concentrada que muerda.
Los déspotas son una ayuda para los pensadores, pues el discurso
encadenado es un discurso terrible. El escritor dobla o triplica su estilo cuando
un señor impone el silencio al pueblo. De ese silencio surge una misteriosa
plenitud que, partiendo de los pensamientos, se filtra y congela en bronce. La
compresión en la historia produce concisión en el historiador. La solidez
granítica de alguna celebrada prosa es solo condensación producida por el
tirano. La tiranía obliga al escritor a acortar el diámetro, lo que aumenta la
fuerza. El verso de Cicerón, apenas suficiente con Verres, resultó aún más
conciso bajo Calígula.
El demagogo es el predecesor del déspota. Uno surge de las entrañas del
otro. Aquel que adula taimadamente al que tiene un cargo que ofrecerle,
traicionará como Judas Iscariote, y se revelará como un fracaso miserable y
patético. Permitid a aquellos con limpia conciencia política fustigar a esos
hombres como se merecen y que la historia los haga inmortales en la infamia,
pues su influencia desemboca en la ruina. La república que emplea y enaltece al
incapaz, al superficial, al abyecto, a quien se agacha a recoger los despojos de
un cargo prometido, finalmente llora lágrimas de sangre por su fatal error.
De este error fatal, el fruto seguro es la condenación. ¡Permitamos a la
nobleza de cada corazón grande, condensada en justicia y verdad, golpear a
tales criaturas como un trueno! Si no podéis hacer más, al menos podéis
condenarlos con vuestro voto, y denunciarlos para que caigan en el ostracismo.
Realmente, como los zares son absolutos, tienen el poder de seleccionar
a los mejores para el servicio público. Es cierto que el que inicia una dinastía
generalmente obra así, y que cuando las monarquías están en su apogeo, el
fraude y la incapacidad no prosperan y se hacen con el poder como sucede en
las repúblicas. No todos parlotean en el Parlamento de un Reino, tal y como
sucede en el Congreso de una democracia. Los incapaces no pasan
desapercibidos durante toda su vida.
Pero las dinastías rápidamente decaen y se agotan. Al final menguan
hacia la imbecilidad y los miembros del congreso apagados y frívolos se
convierten en los acompañantes de la gran mayoría de reyes. El gran hombre, el
Julio César, el Carlomagno, el Cromwell, el Napoleón, reina por derecho propio,
pues es el más sabio y el más fuerte. Los incapaces y los débiles tienen éxito y
son usurpadores, y el miedo los vuelve crueles. Tras César vinieron Caracalla y
Galba; tras Carlomagno, el lunático Carlos VI. La dinastía sarracena se
extinguió; los capetos, los estuardos, los borbones, el último de estos
propiciando a Bomba, imitador de Domiciano.
* * * * * *
El hombre es cruel por naturaleza, como los tigres. El bárbaro, el que sirve
a un tirano, y el civilizado fanático disfrutan con los sufrimientos del prójimo,
igual que un niño disfruta con las contorsiones de una mosca mutilada. El Poder
Absoluto, una vez que teme por su seguridad, solo puede ser cruel.
Por lo general las dinastías cesan invariablemente en su poder tras unas
pocas vidas. Se convierten en farsas gobernadas por ministros, favoritos o
cortesanos, al igual que aquellos reyes etruscos que, durmiendo largo tiempo en
sus ropajes reales dorados, desaparecieron con el primer rayo de sol. Permitid a
aquel que se queja de los inconvenientes de la democracia preguntarse a sí
mismo si preferiría a Du Barry o a Pompadour gobernar en nombre de Luis XV, o
a Calígula nombrando cónsul a su caballo, o a Domiciano, “el monstruo más
salvaje”, que unas veces se bebía la sangre de sus parientes y otras se
dedicaba a despedazar a los más ilustres ciudadanos, que temblaban
aterrorizados y temerosos, incapaces de dormir; un tirano de aspecto temible, de
frente orgullosa, ojo ardiente, siempre deseoso de oscuridad y secretismo, y
saliendo de su soledad únicamente para provocar más soledad. Después de
todo, en un gobierno libre, las Leyes y la Constitución están por encima de los
incapaces, los tribunales corrigen la legislación, y la posteridad es el Gran
Inquisidor que lo juzga. ¿Qué es la exclusión de la valía, la inteligencia y el
conocimiento de la función pública comparado con los juicios amañados, las
torturas en oscuras mazmorras de la Inquisición, las matanzas del Duque de
Alba en los Países bajos, la masacre de hugonotes en San Bartolomé o las
vísperas sicilianas?
* * * * * *
El Abate Barruel declara, en sus Memorias para la Historia del Jacobismo,
que la Masonería en Francia dio, como secreto propio, las palabras Igualdad y
Libertad, dejando a cada masón honesto y religioso interpretarlas según se
ajustase a sus principios; pero se reservó el privilegio de desvelar en los más
altos grados el significado de esas palabras, tal y como fueron interpretadas por
la Revolución Francesa. ÉI salva a los masones ingleses de sus anatemas, pues
en Inglaterra un masón es un individuo pacífico sometido a las autoridades
civiles sin importar donde resida, y sin implicarse en complots o conspiraciones
contra el que pudiera ser incluso el peor gobierno. Inglaterra, afirma, disgustada
con una Igualdad y una Libertad cuyas consecuencias pudo sufrir en las luchas
de sus lolardos, anabaptistas y presbiterianos, había “purgado su masonería” de
toda doctrina encaminada a derrocar imperios; pero todavía quedan allí adeptos
cuyos principios ácratas la ligan a los Antiguos Misterios.
Porque la verdadera masonería, sin castrar, enarbolaba las banderas de la
Libertad y la Igualdad de Derechos, y estaba en rebelión contra cualquier tiranía
temporal y espiritual, y por eso sus logias fueron proscritas en 1735 por un
edicto de los Estados de Holanda; en 1737, Luis XIV las prohibió en Francia; en
1738, el Papa Clemente XII publicó contra los masones su famosa Bula de
Excomunión, que fue renovada por Benedicto XIV; y en 1743 el Consejo de
Berna también las proscribió. El título de la bula de Clemente es “La
condenación de las sociedades de conventículos de canteros libres o
francmasones, bajo pena de excomunión ipso facto, quedando la absolución
reservada exclusivamente al Papa salvo en caso de muerte”. Y por ella todos los
obispos, ordinarios e inquisidores quedaban autorizados para castigar a los
francmasones “como vehementes sospechosos de herejía” y apelar a la ayuda,
si fuese preciso, del brazo secular. O lo que es lo mismo, exigir a la autoridad
civil que los condenase a muerte.
* * * * * *
Asimismo, las teorías políticas falsas y serviles embrutecen el Estado. Por
ejemplo, adoptar la teoría de que los cargos y empleos públicos están para
darse como recompensa por los servicios prestados al partido, de forma que
pronto se convierten en la presa y el capricho de una facción, en el botín de la
victoria de la facción, con lo que la lepra infecta la carne del Estado. El cuerpo
de la Comunidad se convierte en una masa de corrupción, como una carroña
viviente podrida con sífilis. Todas estas teorías inconsistentes condenan el
cuerpo político a una enfermedad nauseabunda y aborrecible. El Estado, como
el hombre, debe esforzarse constantemente para permanecer en el sendero de
la virtud y la virilidad. El hábito electoralista y de mendigar cargos culmina en el
soborno para los cargos y la corrupción en el desarrollo de sus funciones.
Un hombre elegido tiene la confianza visible de Dios tan claramente como
si el encargo fuese hecho de forma notarial. Una nación no puede renunciar a
ejecutar los decretos de la Divinidad. Ni tampoco puede la Masonería. Debe
trabajar para cumplir su deber de forma sabia y consciente. Debemos recordar
que, en los estados libres, así como en los despotismos, la injusticia, que es
esposa de la opresión, es madre del engaño, desconfianza, odio, conspiración,
traición y deslealtad. Incluso en el asedio de la tiranía debemos tener la Verdad
y la Razón como nuestras principales armas. Debemos marchar a esa batalla
como los antiguos puritanos, batallando también contra los abusos que
igualmente afloran en un gobierno libre, con la espada flamígera en una mano y
los oráculos de Dios en la otra.
El ciudadano que no puede cumplir con los pequeños propósitos de la vida
pública, tampoco podrá dirigir los más grandes. El vasto poder de resistencia,
resignación, paciencia y acción de un pueblo libre es adquirido únicamente por
el ejercicio continuado de todas sus funciones, como el vigor de un cuerpo
humano saludable. Si los ciudadanos individuales no tienen esas virtudes, el
estado estará igualmente desprovisto de ellas. Esta es la esencia de un gobierno
libre: que el pueblo no se preocupe únicamente de hacer las leyes, sino también
de que se ejecuten. Ningún hombre debería estar más deseoso de obedecer y
administrar la ley que aquel que ha colaborado a hacerla. El ejercicio del
gobierno se lleva a cabo para beneficio de todos, y todos y cada uno deben
opinar y cooperar.
Recordad también, como otro escollo donde los estados encallan, que los
estados libres siempre tienden a organizar a los ciudadanos en estratos, a crear
castas, a perpetuar el jus divinum de ciertas ocupaciones para ciertas familias.
Cuanto más democrático es el Estado, más cierto resulta este efecto, pues
mientras los estados libres avanzan en su poder hay una fuerte tendencia hacia
la centralización, no debida a intenciones perversas sino impuesta por los
acontecimientos y por la indolencia de la naturaleza humana. Los poderes
ejecutivos se hinchan y crecen de forma desmedida, siendo el Poder Ejecutivo
además siempre agresivo con respecto a la nación. Los cargos funcionariales de
todas clases se multiplican para recompensar a los partidarios, la fuerza bruta de
la chusma y los estratos más bajos del vulgo obtiene amplia representación,
primero en los departamentos inferiores y finalmente en los senados, y la
burocracia eleva su cabeza calva, erizada de plumas y tinta, ceñida de gafas y
adornada por cinta roja de archivar. La maestría para gobernar se convierte en
un gremio, y sus guildas intentan monopolizarlo en exclusiva, tal y como sucedió
en la Edad Media.
La ciencia política puede ser mejorada como materia especulativa, pero
nunca debe separarse de las verdaderas necesidades nacionales. La ciencia del
gobierno debe ser siempre práctica más que filosófica, pues en el arte del
gobierno no hay la misma cantidad de verdad universal positiva que hay en las
ciencias abstractas, y lo que es verdad en un país puede ser muy falso en otro, y
lo que es falso hoy puede ser verdadero en otra generación, y la verdad de hoy
puede ser desautorizada por el juicio de mañana. Distinguir lo accidental de lo
permanente, separar lo apropiado de lo inapropiado y progresar siempre que
sea posible son los fines de la política. Pero sin verdadero conocimiento y
experiencia aunada al trabajo, los sueños de los doctores políticos pueden no
ser mejores que los de los doctores de la divinidad. El reinado de tal casta, con
sus misterios, sus mirmidones y su influencia corruptora puede ser tan fatal
como el de los déspotas. Treinta tiranos son treinta veces peor que uno.
Más aún, hay una fuerte tentación para los gobernantes de volverse tan
perezosos y haraganes como el más débil de los reyes absolutos. Tan solo
dales el poder de liberarse de los hombres grandes y sabios y les vendrá rápido
el capricho de elegir a los de poca talla, y todos se entregarán a la indolencia y a
la indiferencia. El poder central, creado por el pueblo, organizado y taimado si no
está iluminado, es el tribunal perpetuo erigido por el mismo pueblo para
deshacer los errores y administrar justicia, pero pronto se provee de la
maquinaria necesaria y está dispuesto para efectuar toda clase de injerencias,
permaneciendo el pueblo como un niño toda la vida. El poder central debe
adelantarse como un árbitro para prevenir esto. El pueblo puede ser también
adverso a los cambios, demasiado vago para sus propios asuntos, injusto con
una minoría o una mayoría. El poder central debe tomar las riendas cuando el
pueblo las suelta. Francia se volvió centralista en su gobierno más por la apatía
e ignorancia de su pueblo que por la tiranía de sus reyes. Cuando la vida de la
más remota parroquia de pueblo se entrega a la custodia del Estado y la
reparación del campanario requiere una orden escrita del poder central, el
pueblo está senil y debilitado. De este modo los hombres son criados en la
imbecilidad desde el amanecer de la vida social. Cuando el gobierno central
alimenta a parte del pueblo, les está preparando a todos para ser esclavos, y
cuando dirige asuntos de la parroquia y el condado ya están encadenados. El
siguiente paso es regular el trabajo y sus salarios.
No obstante, a pesar de cualquier disparate que el pueblo libre pueda
cometer, incluso el de poner el poder legislativo en las manos del poco
competente y menos honesto, no hay que tener desesperanza del resultado
final. El profesor terrible, la Experiencia, que escribe sus lecciones en los
corazones desolados por la calamidad y retorcidos por la agonía, hará sabios a
los hombres a tiempo. La pretensión indebida, la necedad y el mendigar votos
algún día cesará de ser útil. ¡Tened Fe, y seguid luchando contra todas las
influencias del mal y el desaliento! La Fe es la Salvadora y la Redentora de las
naciones. Cuando la Cristiandad se había vuelto débil, sin provecho y sin poder,
el restaurador árabe e iconoclasta llegó como un huracán limpiador. Cuando la
batalla de Damasco estaba a punto de ser librada, el obispo cristiano, al
amanecer, en sus ropajes, a la cabeza de su clero, con la Cruz antaño triunfante
elevada en el aire, bajó a las puertas de la ciudad y dejó abierto ante el ejército
el Testamento de Cristo. El general cristiano, Tomás, puso su mano sobre el
libro y dijo. “¡Oh, Señor! ¡Si nuestra fe es verdadera ayúdanos y no nos
entregues a las manos de tus enemigos!”. Pero Khaled, “la Espada de Dios”, que
había marchado de victoria en victoria, exclamó a sus soldados agotados: “¡Que
nadie duerma! ¡Ya habrá suficiente descanso en los viñedos del Paraíso! ¡Dulce
será el descanso que ya nunca será seguido del trabajo!”. La fe del árabe se
había vuelto más fuerte que la del cristiano, y conquistó la ciudad.
La Espada es también, en la Biblia, emblema del Discurso o del sonido
hablado del Pensamiento. De este modo, en esa visión o apocalipsis del sublime
exilio de Patmos, que es una protesta en el nombre de lo ideal que abruma el
mundo real y una sátira tremenda pronunciada en nombre de la Religión y la
Libertad y con su eco abrasador golpeando los tronos de los césares, una
espada de dos filos sale de la boca del rostro del Hijo del Hombre, rodeada de
siete candelabros y sosteniendo siete estrellas en su mano derecha. “El Señor” –
dice Isaías – “ha convertido mi boca en espada afilada”. “Les he dado muerte” –
dice Oseas – “con las palabras de mi boca”. “La Palabra de Dios” – afirma el
escritor de la carta a los hebreos – “es rápida y poderosa, y más aguda que
cualquier espada de doble filo, y penetra hasta partir en dos el alma y el
espíritu”. “La espada del espíritu es la Palabra de Dios”, dice Pablo, escribiendo
a los cristianos de Éfeso. “Lucharé contra ellos con la espada de mi palabra”
dice el ángel de la iglesia de Pérgamo en el Apocalipsis.
* * * * * *
El discurso hablado puede extenderse con tanta fuerza como una gran
ola; pero, al igual que la ola, muere por fin débilmente en las arenas. Es
escuchado por pocos, recordado aún por menos, y languidece como un eco en
las montañas sin dejar un vestigio de poder. No es nada para los vivos ni para
las generaciones venideras. Ha sido el discurso humano escrito el que ha dado
poder y permanencia al pensamiento humano, y el que ha hecho que toda la
historia humana sea como una sola vida individual.
Escribir en roca es escribir en un pergamino sólido, pero requiere un
peregrinaje para verlo. No hay más que una copia, y el tiempo lo desgasta.
Escribir en pieles o papiro no proporciona sino una copia tardía y solo al alcance
de los ricos. Los chinos dejaron constancia no solo de la sabiduría imperecedera
de los antiguos sabios sino también de los acontecimientos pasajeros. El
proceso tendía a sofocar el pensamiento y a posponer el progreso, ya que hay
un constante vagar en las mentes más sabias, y la Verdad escribe sus últimas
palabras, no en tablillas limpias, sino en el garabato que el Error ha provocado y
a menudo corregido.
La imprenta convirtió a las letras movibles en prolíficas. Desde entonces el
orador hablaba visiblemente para las naciones que le escuchasen; y el autor
escribió, como el Papa, sus decretos ecuménicos, urbi et orbi, y ordenó que
fuesen expuestos en todos los mercados, permaneciendo, si lo deseaba,
impenetrable a la vista humana. La perdición de las tiranías estaba desde
entonces sellada. La sátira y la catilinaria se hicieron tan potentes como los
ejércitos. Las manos invisibles de aquellos que escriben con pseudónimo
pueden lanzar los truenos y hacer que los ministros tiemblen. Un susurro puede
llenar la Tierra tan fácilmente como Demóstenes llenaba el ágora, y puede ser
escuchado en las antípodas tan fácilmente como en la calle de al lado, pues
viaja con el rayo bajo los océanos. Hace de la masa un solo hombre, le habla en
su mismo lenguaje común y provoca una respuesta segura y sencilla. El
discurso pasa al pensamiento, y de ahí con prontitud al acto. Una nación se
convierte verdaderamente en un hombre, con un único corazón y pulso. Los
hombres son invisibles para los demás, como si fuesen ya seres espirituales, y
el pensador que se sienta en la soledad alpina, desconocido u olvidado por todo
el mundo, entre los rebaños y colinas silenciosas, puede irradiar sus palabras a
todas las ciudades y por todos los mares.
Escoge a los pensadores para que se conviertan en legisladores, y evita
los charlatanes, pues la sabiduría rara vez es locuaz. La solidez y profundidad
de pensamiento no favorecen la volubilidad. El superficial e insustancial es
generalmente voluble y a menudo pasa por elocuente. A más palabras, menos
pensamiento, esta es la regla general. El hombre que intenta decir algo
memorable a cada frase acaba siendo enojoso y condensa su discurso como
Tácito. El vulgo desea un discurso más difuso. La ornamentación que no adorna
la fuerza es una bagatela balbuceada.
Tampoco es de provecho a los hombres públicos la sutileza dialéctica. La
fe cristiana tenía, más al principio que ahora, una sutileza que hubiese
confundido a Platón y que ha rivalizado sin fruto contra la tradición mística de los
rabinos judíos y los sabios indios. No es esto lo que convierte al pagano. Es una
tarea vana emplear los grandes pensamientos de la tierra, como paja hueca, en
los finos razonamientos de las disputas. No es esta clase de batalla la que
vuelve la Cruz triunfante en los corazones de los no creyentes, sino el poder real
que vive en la Fe.
Así, hay una escolástica política que es totalmente inútil. El ingenio de la
sutil lógica rara vez mueve los corazones del pueblo o le convence. El verdadero
apóstol de la Libertad, Igualdad y Fraternidad las convierte en un asunto de vida
o muerte, y sus combates son como eran los de Bossuet: combates a muerte. El
verdadero fuego apostólico es como el rayo: irradia destelleante convicción
hacia el alma. La palabra verdadera es realmente una espada de dos filos. Los
asuntos de gobierno y ciencia política solo pueden ser adecuadamente resueltos
por una sólida razón y la lógica del sentido común, pero no el sentido común del
ignorante, sino el del sabio. Los más agudos pensadores rara vez se convierten
en líderes de los hombres. Una contraseña o un lema es más potente con el
pueblo que la lógica, y más potente cuanto menos metafísico es. Cuando un
profeta político surja para agitar los sueños de una nación estancada y apartarla
del ocaso irremediable, para empujar la tierra como un terremoto y derribar los
ídolos incoherentes de sus pedestales, entonces sus palabras vendrán
directamente de la propia boca de Dios y atronarán las conciencias. Razonará,
enseñará, vigilará y gobernará. La auténtica Espada del Espíritu es más afilada
que la más brillante hoja de Damasco. Tales hombres gobiernan un país en la
fuerza de la justicia, con sabiduría y poder. Incluso los hombres de sutileza
dialéctica a menudo administran bien, pues en la práctica olvidan sus finas
teorías y usan la mordaz lógica del sentido común. Pero cuando el gran corazón
y capaz intelecto se dejan oxidar en la vida privada y los pequeños abogados,
los escandalosos políticos y aquellos que en sus ciudades solo serían ayudantes
de notarios o abogados en tribunales de poca monta son elevados a legisladores
nacionales, la nación está senil aunque la barba no haya surgido en su perilla.
En un país libre, el discurso humano necesita ser libre, y el Estado debe
escuchar incoherencias del vulgo, graznidos de sus gansos y rebuznos de sus
burros así como los oráculos de oro de sus hombres sabios y grandes. Incluso
los antiguos reyes despóticos permitían a sus sabios locos decir lo que
desearan. El verdadero alquimista extraerá lecciones de sabiduría del parloteo
de la muchedumbre. Escuchará lo que cualquier hombre tenga que decir sobre
cualquier tema a tratar, aunque el hablante demuestre ser el príncipe de los
tontos, pues incluso el tonto a veces acierta. Hay algo de verdad en todos los
hombres que no están obligados a reprimir sus espíritus y decir los
pensamientos de otros. Incluso el dedo de un idiota puede señalar el gran
camino.
Un pueblo, así como los sabios, debe aprender a olvidar. En caso de no
aprender lo nuevo ni olvidar lo viejo, está condenado, incluso si ha sido
excelente durante treinta generaciones. Desaprender es aprender, y a veces es
incluso necesario aprender de nuevo lo olvidado. Las payasadas de los locos
ponen de relieve las actuales locuras, al igual que las caricaturas muestran lo
ridículo de las modas y así ayudan a que caigan en el olvido. El bufón y el
chiflado son útiles en sus puestos. El artífice ingenioso y artesano, como
Salomón, busca la tierra por sus materiales brutos, y transforma la materia
deforme en magnífica factura.
El mundo se conquista por la cabeza aún más que por las manos, y
ninguna asamblea habla para siempre. Pasado el tiempo, cuando ha escuchado
suficiente tiempo, pausadamente coloca a los tontos, los superficiales y los
banales a un lado – o eso cree - y se pone a trabajar. El pensamiento humano,
especialmente en las asambleas populares, discurre por los canales más
enrevesados, siendo más difíciles de seguir que las corrientes del océano.
Ninguna idea es tan absurda como para no encontrar eco aquí, y el maestro de
obra debe manejar estas ideas y caprichos con su martillo a dos manos, pues se
escurren del camino de las estocadas y son invulnerables a toda lógica. La maza
o martillo, el hacha de batalla, la espada a dos manos deben dar cuenta de los
disparates. El estoque no es más eficaz contra ellos que el garrote, a no ser que
sea el estoque del ridículo.
La espada es también símbolo de la guerra y del soldado. Las guerras,
como las tormentas, son a menudo necesarias para purificar la atmósfera
estancada. La guerra no es un demonio sin remordimiento o recompensa, sino
que restituye la hermandad en letras de fuego. Cuando los hombres están
sentados en sus agradables hogares, sumidos en la comodidad y la indolencia,
con las apariencias, la incapacidad y la pequeñez usurpando los altos puestos
del Estado, la guerra es el bautismo de sangre y fuego, único camino por el que
puede renovarse. Es el huracán que trae el equilibrio elemental, la concordia de
Poder y Sabiduría. Mientras ambos continúen obstinadamente divorciados, la
guerra seguirá dando escarmiento.
En la mutua llamada de las naciones a Dios hay un reconocimiento de su
poder. Enciende los faros de la Fe y la Libertad, y calienta el fuego por el que los
más honestos y leales pasan a la gloria inmortal. Existe en la guerra la condena
de la derrota, el inextinguible sentido del Deber, el conmovedor sentido del
Honor, el sacrificio solemne y sin medida de los fieles y el incienso del éxito.
Incluso en el humo y fuego de la batalla el masón descubre a su hermano y
cumple las sagradas obligaciones de la Fraternidad.
El Dos, o la Dualidad, es el símbolo del antagonismo, del Bien y el Mal, de
la Luz y la Oscuridad. Es Caín y Abel, Eva y Lilit, Jakim y Boaz, Ormuz y
Ahriman, Osiris y Tifón.
El Tres, o tríada, está expresado principalmente por el triángulo equilátero
y los triángulos rectángulos. Hay tres colores básicos en el arco iris, que
entremezclados hacen siete. Estos tres colores son el azul, el amarillo y el rojo.
La Trinidad de la Deidad, de un modo u otro, ha sido una constante en todos los
credos. Ella crea, preserva y destruye. Es el poder generativo, la capacidad
productiva y el resultado. El hombre inmaterial, según la Cábala, está compuesto
de vitalidad o aliento de la vida, de alma o mente y de espíritu. La sal, el azufre y
el mercurio son los grandes símbolos de los alquimistas. Para ellos el hombre
era cuerpo, alma y espíritu.
El Cuatro está representado por el cuadrado o por un polígono de cuatro
ángulos. Del simbólico Jardín del Edén fluía un río, dividido en cuatro arroyos:
Pisón, que discurría en torno a la tierra del oro, o la luz; Gihón, que fluye
alrededor de la tierra de Etiopía u Oscuridad; Hiddekel, que va en dirección al
Este hacia Asiria; y el Eúfrates. Zacarías vio cuatro carros saliendo de entre dos
montañas de bronce, del primero de los cuales tiraban caballos rojos, del
segundo negros, del tercero blancos y del cuarto manchados: “y estos eran los
cuatro vientos de los cielos, que salen de donde están delante del Señor de toda
la tierra”. Ezequiel vio las cuatro criaturas vivientes, cada una con cuatro rostros
y cuatro alas, los semblantes de un hombre y un león, un buey y un águila, y las
cuatro ruedas subiendo por sus cuatro lados; y San Juan contemplaba a las
cuatro bestias llenas de ojos por delante y por detrás, el león, el joven buey, el
hombre y el águila volando. El cuatro es el signo de la Tierra. Por ello, el salmo
148, de aquellos que deben ensalzar al Señor en la tierra, menciona cuatro
veces cuatro, y en concreto cuatro criaturas vivientes. La naturaleza visible es
descrita como las cuatro partes del mundo y las cuatro esquinas de la tierra.
“Hay cuatro” –sostiene un viejo proverbio judío- “que ocupan el primer lugar en
este mundo: el hombre entre las criaturas, el águila entre las aves, el buey entre
el ganado y el león entre las bestias salvajes”. Daniel vio cuatro grandes bestias
salir del mar.
El Cinco es la dualidad añadida a la tríada. Es representada por la estrella
de cinco puntas o Estrella Flamígera, la misteriosa Pentalfa de Pitágoras. Está
conectada indisolublemente con el número Siete. Cristo alimentó a sus
discípulos y a la multitud con cinco panes y dos peces, y sobraron doce, o lo que
es lo mismo, cinco y siete, cestos llenos. Los cinco planetas aparentemente
menores, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, junto con los dos mayores,
el Sol y la Luna, constituyen las siete esferas celestes.
El Siete era el número particularmente sagrado. Había siete planetas y
esferas presididas por siete ángeles. Había siete colores en el arco iris, y la
deidad fenicia se llamaba Heptakis o Dios de los Siete Rayos; siete son los días
de la semana y siete y cinco hacen los doce meses del año, las doce tribus y los
doce apóstoles. Zacarías vio un candelabro dorado con siete llamas y siete
brazos, y un olivo a cada lado, y dijo “los siete ojos del Señor se regocijarán y
verán la plomada en la mano de Zerubabel”. Juan, en el Apocalipsis, escribe
siete epístolas a las siete iglesias. En las siete epístolas hay doce promesas. Lo
que se dice a las iglesias alabándolas o culpándolas queda completo en el
número tres. El dicho “el que tenga oídos para oír” etc. tiene diez palabras,
divididas en tres y siete, y el siete en tres y cuatro, y las siete epístolas están
también divididas así. También en los sellos, trompetas, y caminos de esta
visión simbólica, los siete son divididos por cuatro y por tres. El que envía su
mensaje a Éfeso “sostiene las siete estrellas en su mano derecha y camina entre
las siete lámparas”.
En seis días, o períodos, Dios creó el Universo, y descansó al séptimo día.
De las bestias puras, Noé fue ordenado llevarlas de siete en siete al arca y en
rebaños de siete, porque en siete días comenzaría el diluvio. En el
decimoséptimo día del mes comenzó la lluvia y en el decimoséptimo día del
séptimo mes el arca reposó en el monte Ararat. Cuando la paloma volvió, Noé
esperó siete días antes de enviarla de nuevo. Y de nuevo siete días tardó en
volver con la rama de olivo. Enoch fue el séptimo patriarca, Adán incluido, y
Lamech vivió 777 años.
Había siete brazos en el gran candelabro del Templo y el Tabernáculo,
representando los siete planetas. Moisés roció el altar con el óleo siete veces.
Los días de consagración de Aarón y sus hijos fueron siete en número. Una
mujer permanecía impura siete días después de dar a luz; un infectado de lepra
era recluido siete días; siete veces el leproso era rociado con la sangre de un
pájaro sacrificado, y siete días debe permanecer en el exterior, fuera de su
tienda. Siete veces, al purificar al leproso, debía el sacerdote rociarle con óleo
consagrado, y también debía asperjar siete veces la casa con sangre del pájaro
sacrificado para que fuese purificada. La sangre del buey sacrificado era rociada
siete veces sobre el cofre del Arca y siete veces sobre el altar. El séptimo año
era un Sabbath de descanso, y al final de siete veces siete años vino el gran año
de jubileo. Siete días comió el pueblo pan ázimo en el monte de Abib. Siete
semanas se contaron desde el tiempo en que se segó el trigo. La Fiesta de los
Tabernáculos duraba siete días. Israel estaba en la mano de Medián siete años
antes de que Gedeón lo entregase. El buey sacrificado por él tenía siete años.
Sansón pidió a Dalila que le bendase los ojos con siete nudos, y ella ondeó los
siete mechones de su pelo y después se los cortó. Balaam pidió a Barak que le
construyese siete altares. Jacob sirvió siete años por Lea y siete por Raquel. Job
tuvo siete hijos y tres hijas, lo que hace el número perfecto de diez. Asimismo
tenía siete mil ovejas y tres mil camellos. Sus amigos se sentaron con él siete
días y siete noches, y se les ordenó sacrificar siete bueyes y siete carneros; y de
nuevo, al final, tuvo siete hijos y tres hijas, y dos veces siete mil ovejas, y vivió
ciento cuarenta años, o dos veces siete veces diez años. El faraón vio en su
sueño siete vacas gordas y siete vacas flacas, siete espigas de trigo sanas y
siete espigas malditas, y hubo siete años de abundancia y siete de escasez.
Jericó cayó cuando siete sacerdotes con siete trompetas caminaron alrededor
de la ciudad durante siete días sucesivos, una vez cada día durante seis días y
siete veces en el séptimo. “Los siete ojos del Señor” - dice Zacarías - “recorren
toda la Tierra”. A Salomón le llevó siete años construir el Templo. Siete ángeles,
en el Apocalipsis, desencadenaron siete plagas de siete caminos de ira. La
bestia de color escarlata sobre la que la mujer se sienta en la tierra salvaje tiene
siete cabezas y diez cuernos, igual que la bestia que emerge del mar. Siete
truenos elevan sus voces. Siete ángeles tocan siete trompetas. Siete lámparas
de fuego, los siete espíritus de Dios, ardían ante el trono; y el Cordero que iba a
ser sacrificado tenía siete cuernos y siete ojos.
Ocho es el primer cubo, el de dos. Nueve es el cuadrado de tres,
representado por el triple triángulo.
El Diez incluye todos los otros números. Es especialmente siete y tres, y
se le denomina número de la perfección. Pitágoras lo representaba por el
tetractys, que tenía muchos significados místicos. Este símbolo está compuesto
a veces de puntos, a veces por comas o yods, y en la Cábala, de las letras del
nombre de la Deidad, así dispuestos:
Los patriarcas de Adán a Noé inclusive fueron diez en número, y el mismo
número es el de los mandamientos.
Doce es el número de las líneas de igual longitud que forman un cubo. Es
el número de los meses, las tribus, y los apóstoles. Es el número de los bueyes
bajo el Mar de Bronce y de las piedras en el peto del sumo sacerdote.
* * * * * *
* * * * * *
III
MAESTRO
* * * * * *
Interpretar literalmente los símbolos y alegorías de los textos orientales,
así como considerarlos un asunto meramente prehistórico, es cerrar
voluntariamente nuestros ojos a la Luz. Considerar los símbolos como algo trivial
y banal es un error tremendo solo propio de los mediocres.
Toda expresión religiosa es simbolismo, dado que solo podemos describir
lo que vemos, y el verdadero objeto de la religión es lo Visible. Los primeros
instrumentos de educación fueron los símbolos; y tanto ellos como el resto de
formas religiosas diferían, y todavía difieren, según las circunstancias externas y
la imaginería, y según las diferencias de conocimiento y de cultura mental. Todo
lenguaje es simbólico en tanto en cuanto se aplica a fenómenos y acciones
mentales y espirituales. Todas las palabras tienen, en primer lugar, un sentido
material, aunque sin embargo pueden adquirir posteriormente, para el ignorante,
un sin-sentido espiritual. “Retractar”, por ejemplo, es tirar para atrás, y cuando se
aplica a una frase es simbólico, tanto como lo sería una imagen de un brazo
echado para atrás para explicar la misma cosa. La misma palabra “espíritu”
significa “respirar”, del verbo latín spiro, respirar.
Presentar un símbolo visible ante el ojo de otro no implica necesariamente
informarle del significado que ese símbolo tiene para ti. Por ello el filósofo pronto
añadió a los símbolos explicaciones destinadas al oído y susceptibles de mayor
precisión, pero menos efectivas e impactantes que las formas pintadas o
esculpidas que él intentaba explicar. De estas explicaciones surgió
gradualmente una variedad de narraciones cuyo objetivo y significado fueron
paulatinamente olvidados o perdidos en contradicciones e incongruencias. Y
cuando estas fueron abandonadas y la Filosofía recurrió a definiciones y
fórmulas, su lenguaje no era sino un simbolismo más complicado que intentaba,
a oscuras, describir y forcejear con ideas imposibles de ser expresadas. Pues
sucede con el símbolo visible lo mismo que con la palabra: pronunciarla no te
informa del significado exacto que tiene para mí; y por ello la religión y la filosofía
se abocaron a grandes disputas sobre el significado de las palabras. La
expresión más abstracta para la Deidad que el lenguaje puede ofrecer no es
sino un signo o símbolo de algo más allá de nuestra comprensión, no más veraz
y adecuado que las imágenes de Osiris y Vishnú, o sus nombres, salvo por ser
menos explícito y perceptible por los sentidos. Evitamos nuestra dependencia de
los sentidos recurriendo únicamente a la simple negación, y finalizamos por
definir espíritu afirmando que no es materia. Espíritu es espíritu.
Un sencillo ejemplo del simbolismo de las palabras lo encontramos en un
habitual texto de estudio masónico. Encontramos en el Rito Inglés esta frase:
“Siempre cubriré, siempre ocultaré y nunca revelaré” (I will ever hail, ever
conceal and never reveal); y en el Catecismo, estas:
Pregunta: “Yo cubro” (I hail)
Respuesta: “Yo oculto” (I conceal)
Y la ignorancia, malinterpretando la palabra hail4, ha interpolado la frase
“¿Desde dónde saludas?” (From whence do you hail?)
Pero la palabra es realmente hele, del verbo anglosajón helan, cubrir,
esconder u ocultar, y esta palabra es traducida por el verbo latino tegere, cubrir
o retejar. “No me ocultarás cosa alguna” (That ye fro me no thynge woll hele),
dice Gower. “No me cubren nada oculto” (They hele fro me no priuyte) relata el
Romance de la Rosa. “Cubrir una casa” es una frase habitual en Sussex, y en el
oeste de Inglaterra, el que cubre una casa con pizarra se denomina cubridor, de
lo que se deduce que cubrir significa lo mismo que retejar. Con esto se aprecia
que el lenguaje es igualmente simbolismo, y las palabras son mal interpretadas y
mal empleadas como lo son otros muchos materiales simbólicos.
El simbolismo tendía continuamente a hacerse más complicado, y todas
las potencias del Cielo se reprodujeron en la tierra hasta que se tejió, en parte
de forma elaborada y en parte por la ignorancia de los errores, una red de ficción
y alegoría que el ingenio del hombre, con sus limitados medios de explicación,
nunca deshará. Incluso el teísmo hebreo se involucró en el simbolismo y la
adoración de imágenes, prestadas seguramente de algún credo anterior y de las
remotas regiones de Asia. La adoración de la Gran Diosa-Naturaleza semítica
AL o ELS y las representaciones simbólicas del Mismo Jehová no se reducían al
lenguaje poético o ilustrativo. Los sacerdotes eran monoteístas, el pueblo era
idólatra.
Hay peligros inherentes al simbolismo y que nos ayudan a comprender los
riesgos similares que conciernen al uso del lenguaje. La imaginación, a la que se
apela para ayudar a la razón, usurpa su lugar o abandona a su aliado indefenso
y enmarañado en su red. Los nombres que representaban a cosas son tomados
por ellas, los medios se confunden con lo fines y los instrumentos de
interpretación por el objeto, y de esta manera los símbolos llegan a usurpar un
carácter independiente como verdades o como personas. Aunque quizá era un
sendero necesario, también era un camino peligroso a través del cual
4 Pike hace referencia al error debido a la polisemia de la palabra hail en inglés, pues significa tanto
saludar como, en una acepción un tanto arcaica, cubrir.
aproximarse a la Deidad, camino en el que muchos, dice Plutarco,
“confundiendo el signo por la cosa significada, cayeron en la ridícula
superstición, mientras que otros, intentando evitar ese extremo, cayeron en el no
menos horrendo mar de la irreligiosidad y la impiedad”. Es a través de los
misterios –sostiene Cicerón – como hemos aprendido los primeros principios de
la vida; por ello el término iniciación está bien empleado; y los misterios no solo
nos enseñan a vivir más feliz y agradablemente, sino que además alivian el dolor
de la muerte con la esperanza de una vida mejor en el más allá.
Los Misterios eran un drama sagrado que exponía alguna leyenda relativa
a los cambios de la naturaleza, al universo visible en el que se revela la
Divinidad, y cuyo significado en muchos aspectos era tan abierto a los paganos
como a los cristianos. La Naturaleza es la gran maestra del hombre, pues es la
Revelación de Dios. La Naturaleza ni dogmatiza ni intenta tiranizar obligando a
creer en un credo particular o en una especial interpretación. Nos presenta sus
símbolos, y no añade nada a través de una explicación. Es el texto sin el
comentario; y como sabemos, es principalmente el comentario y la glosa lo que
lleva al error, a la herejía y a la persecución. Los primeros maestros de la
Humanidad no solo adoptaron las lecciones de la Naturaleza, sino también en
todo cuanto les fue posible su método de impartirlas. En los misterios, más allá
de las tradiciones de su época y los rituales sagrados y enigmáticos de los
templos, pocas explicaciones se daba a los espectadores, a los que se dejaba,
como en la escuela de la naturaleza, hacer inferencias por ellos mismos. Ningún
otro método podría haber venido mejor a cada grado de cultura y capacidad.
Emplear el simbolismo de la naturaleza en lugar de los tecnicismos del lenguaje
es fructífero para el más humilde buscador de sabiduría y revela los secretos a
cada uno en proporción a su preparación previa y su capacidad de comprensión.
Si su significado filosófico estaba por encima de la comprensión de algunos, su
contenido político y moral sí estaban dentro del alcance de todos.
Estas representaciones místicas no consistían en la lectura de un texto,
sino en el planteamiento de un problema. Al necesitar investigación, estaban
calculadas para poner en marcha el intelecto dormido, e implicaba no tener
reticencias hacia la Filosofía, pues la Filosofía es el gran difusor del simbolismo,
aunque sus interpretaciones antiguas estaban a menudo mal fundadas y eran
incorrectas. La alteración del símbolo en dogma es fatal para la belleza de la
expresión, y conduce a la intolerancia y a la pretensión de infalibilidad.
* * * * * *
Si al enseñar la gran doctrina de la naturaleza divina del Alma, y al intentar
explicar los anhelos para la vida más allá de la muerte, y al demostrar la
superioridad del alma humana sobre la de los animales, que no tienen
aspiraciones celestiales, los antiguos lucharon en vano por expresar la
naturaleza del alma comparándola con el Fuego o la Luz, no nos vendría mal
plantearnos si, en nuestro presuntuoso conocimiento, tenemos alguna idea
mejor o más nítida de su esencia, o si hemos asumido, desesperanzados, que
nunca sabremos nada. Si bien los antiguos erraron en la ubicación original del
alma e interpretaron literalmente la forma y manera de su descenso a este
mundo, estos aspectos no eran más que accesorios a la gran Verdad, y
probablemente para los iniciados meras alegorías diseñadas para hacer la idea
más palpable y causar mayor impresión en la mente. No son más merecedores
de ser observados con la sonrisa del ignorante engreído, o con la
condescendencia de aquellos cuyo conocimiento consiste solamente en
palabrería, que el Seno de Abraham como hogar para las almas de los que
acaban de morir; o el mar de fuego real para la tortura eterna de las almas; o la
Ciudad de la Nueva Jerusalén, con sus muros de jaspe y sus edificios de oro
puro como cristal transparente, sus cimientos de piedras preciosas y sus puertas
hechas cada una por una única perla. “Conocí a un hombre”, dice Pablo, “que
estuvo en el Tercer Cielo... que fue y volvió del Paraíso, y escuchó palabras
inefables que un hombre no puede pronunciar”. Y en ninguna parte aparece el
antagonismo y el conflicto entre el cuerpo y el espíritu más frecuente e
insistentemente que en los escritos del apóstol, y en ninguna parte se afirma
más la naturaleza divina del alma. “Con la mente”, dice Pablo, “sirvo a la ley de
Dios, pero con la carne sirvo a la ley del pecado... Porque los que son guiados
por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Porque el continuo anhelar de las
criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios... Que también las mismas
criaturas serán liberadas de la servidumbre de la corrupción de la carne en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
* * * * * *
Dos formas de gobierno favorecen la primacía de la falsedad y la mentira.
Bajo el Despotismo, los hombre son falsos, traicioneros y mentirosos por efecto
del miedo, como esclavos temerosos del látigo. Bajo una Democracia lo son
igualmente, pero como medio de alcanzar popularidad y cargos, así como por la
codicia de riqueza. La experiencia probablemente demostrará que estos vicios
odiosos y detestables crecen más ampliamente y se extienden más rápidamente
en una república. Cuando los cargos y las riquezas se convierten en los dioses
de un pueblo, y los menos valiosos e ineptos aspiran a los primeros, y el fraude
se convierte en camino para la segunda, la nación apestará a falsedad y sudará
mentiras y estafas. Si los cargos son accesibles a todos, el mérito, la integridad
minuciosa y el honor inmaculado los alcanzará solo rara vez y por accidente. Ser
capaz de servir bien al país dejará de ser una razón por la que los grandes,
sabios y preparados sean elegidos para prestar ese servicio, y se fomentarán
otras habilidades menos honorables: adaptar las opiniones propias al humor
popular; sostener, excusar y justificar las locuras populares; defender
únicamente el interés propio y aquello que nos granjea el aplauso; mimar,
embaucar y halagar al elector, mendigar su voto como un perrito faldero aunque
sea de un negro sacado de la barbarie; profesar amistad a un competidor y
apuñalarle por la espalda con murmuraciones; poner en circulación
maledicencias que al pasar de mano en mano se convertirán en mentiras que se
irán deformando al ir de boca en boca. ¿Quién de entre nosotros no ha visto
estas malas artes y perversas maquinaciones puestas en práctica y
convirtiéndose en algo general, de forma que el éxito no se podía conseguir,
seguramente, por medios más honorables? El resultado es un Estado regido por
los ignorantes y mediocres, por presuntuosos engreídos y por la inexperiencia
del intelecto inmaduro y vano de colegiales de palabras aparentemente sabias
pero sin fundamento.
La deslealtad y la falsedad en la vida pública y política se tornará
deslealtad y falsedad en lo privado. El timador en la política, como el timador en
las apuestas, está podrido desde la piel al corazón. En cualquier lugar él mirará
primero por sus intereses, y quien quiera que se apoye en él será atravesado
con una caña rota. Su ambición es innoble, como él mismo, y por lo tanto
pretenderá obtener el cargo por medios innobles, igual que intentará obtener
cualquier objeto codiciado: tierras, dinero o reputación.
A la larga, el cargo y el honor están divorciados. El lugar que se considera
digno de ser ocupado por el inepto e incapaz, el truhán y el embaucador, cesa
de tener valor y alentar la ambición del grande y capaz; o si no, se echan atrás
ante un concurso en el que las armas a usar no son dignas de ser manejadas
por un caballero. Entonces los hábitos de abogados sin escrúpulos echan raíces
en los senados, y los politicastros se enzarzan en riñas sobre pequeñeces
cuando el destino de la nación y la vida de millones de ciudadanos están en la
picota. Los estados son engendrados por la villanía y crecen en el fraude, y los
truhanes son exaltados por legisladores que claman por su honorabilidad. Las
elecciones acaban siendo decididas por votos perjuros o intereses partidistas, y
las prácticas de los peores tiempos de corrupción se reviven, exageradas, en las
repúblicas.
¡Es extraño que el amor reverencial a la verdad, la hombría y la auténtica
lealtad, la abominación de la pequeñez y de la ventaja desleal, así como la
genuina fe, la piedad y la grandeza de espíritu tengan que disminuir entre los
hombres de estado y el pueblo a medida que la civilización avanza, la libertad se
generaliza y el sufragio universal implica valía y aptitud universal! En los tiempos
de la reina Isabel, sin sufragio universal y sin Sociedades para la Difusión del
Conocimiento Útil, o lecturas públicas, o Liceos, el estadista, el mercader, el
burgués y el marinero eran todos igual de heroicos y temían únicamente a Dios y
no a los hombres. Permitid que no pasen más de cien o doscientos años, y tanto
en una monarquía como en una república de la misma especie no habrá nada
menos heroico que el mercader, el astuto especulador, el arribista, temiendo
todos únicamente a los hombres, y nunca a Dios. La admiración por la grandeza
se extingue y es sustituida por una pérfida envidia de la grandeza. Todos los
hombres se encuentran o bien en el sendero de la riqueza o bien en el de la
popularidad. Hay un sentimiento general de satisfacción cuando un gran
estadista es desplazado o, en general, cuando el que ha disfrutado de su
momento de gloria, convirtiéndose en ídolo popular, cae en desgracia y se
hunde desde su alta posición. Se convierte en un infortunio, si no en un crimen,
estar por encima del nivel popular.
Deberíamos suponer, naturalmente, que la nación que se encuentra en
tribulaciones buscaría el consejo del más sabio de sus hijos. Pero, por el
contrario, los grandes hombres nunca parecen tan escasos como cuando más
se les necesita, y los personajes de escasa talla nunca son tan osados para
infestar el Estado como cuando la mediocridad, la ambición incapaz, la
inmadurez engreída y la incompetencia animada y ostentosa resultan más
peligrosas. Cuando Francia se encontraba al final de su agonía revolucionaria,
era regida por una asamblea de petimetres de provincias, y Robespierre, Marat y
Couthon gobernaban en lugar de Mirabeau, Vergniaud y Carnot. Inglaterra fue
gobernada por el Parlamento Purgado tras haber decapitado a su rey. Cromwell
acabó con esta asamblea, y Napoleón con la anterior.
El fraude, la falsedad, las artimañas y la mentira en los asuntos de la
nación son síntomas de decadencia en los Estados y precede a la convulsión y
la parálisis. Intimidar al débil y agacharse ante el fuerte es la política de las
naciones gobernadas por las pequeñas mediocridades. Las artimañas de las
elecciones vuelven a representarse en los senados y el Ejecutivo se convierte en
dispensador de cargos y patrocinador, principalmente, de los más incapaces, de
forma que los hombres son sobornados con cargos en lugar de dinero, para
mayor ruina de la comunidad. Lo Divino desaparece de la naturaleza humana, y
el interés, la avaricia y el egoísmo toman su lugar. Es una triste pero ilustrativa
alegoría la que nos muestra a los compañeros de Ulises tornados en cerdos por
los encantamientos de Circe.
* * * * * *
“No puedes” – dice el Gran Maestro - “servir a Dios y a Mamón”. Cuando
la sed de riquezas se generaliza, estas serán buscadas tanto honesta como
deshonestamente, por fraudes y sin importar los medios, por las bribonadas del
comercio y la frialdad de la especulación avariciosa, por el juego azaroso de
acciones y valores que pronto desmoraliza a toda la comunidad. Los hombres
especularán sobre las necesidades de sus vecinos y los sufrimientos de su
nación. Burbujas que, de explotar, empobrecerían a las multitudes, serán
reventadas por taimados truhanes, con la estupidez y la credulidad como sus
ayudantes e instrumentos. Las grandes bancarrotas que sobresaltan a un país
como terremotos, y peor aún, los nombramientos fraudulentos, la apropiación
indebida de los ahorros de los pobres, la acuñación excesiva y hundimiento de la
moneda, las quiebras bancarias y la depreciación de los títulos del estado hacen
presa en los ahorros de los que se han esforzado y turban con su expolio el
primer alimento de la infancia y las últimas arenas de la vida, y llenan de difuntos
los cementerios y de enloquecidos los manicomios. Pero el estafador y el
especulador prospera y engorda. Si su país declara una leva general porque
está luchando por su propia existencia, él ayuda depreciando su papel moneda,
de forma que pueda acumular cantidades fabulosas con una inversión ínfima. Si
su vecino está en apuros, compra su terreno por una miseria. Si administra un
estado, este se vuelve insolvente, y los huérfanos quedan reducidos a la miseria.
Si su banco explota, resulta que él ha tomado a tiempo medidas para
protegerse. La sociedad adora a sus reyes de papel y crédito como los antiguos
hindúes y egipcios adoraban a sus ídolos sin valor, y tanto más
obsequiosamente cuanto más resultan ser los verdaderos pobres de una
sociedad rica. No es preciso preguntarse por qué los hombres piensan que debe
haber otro mundo en el que se pague por las injusticias de este, cuando ven a
sus amigos de familias arruinadas mendigando a los acaudalados estafadores
una limosna para que los huérfanos no mueran de hambre hasta que encuentren
medios de valerse por sí mismos.
* * * * * *
Los estados están principalmente ávidos de comercio y territorio. Este
ansia de territorio lleva a la violación de tratados, la invasión de los vecinos
débiles y la rapacidad hacia los protectorados cuyas tierras codician. Las
repúblicas son en esto tan rapaces y faltas de principios como los déspotas, y
nunca aprenden de la historia que la expansión desmesurada por rapiña y
fraude tiene como consecuencias inevitables el desmembramiento y la derrota.
Cuando una república comienza a expoliar a sus vecinos, el epitafio de su propia
condenación está escrito en las paredes. Hay un juicio ya pronunciado por Dios
sobre cualquier conducta nacional que no se ajuste a derecho. Cuando la guerra
civil rompe los órganos vitales de una república, échese la vista atrás y observad
si no ha sido culpable de injusticias; y si lo ha sido, ¡dejadla humillarse en el
polvo!
Cuando una nación es poseída por un espíritu de ansia mercantil más allá
de los justos límites impuestos por la razonable prosperidad tanto individual
como general, se trata de una nación poseída por el demonio de la avaricia
comercial, una pasión tan innoble y vil como es la avaricia en el individuo; y
como esta sórdida pasión es más perversa y exenta de escrúpulos que la
ambición, resulta más deleznable, y finalmente provoca que la nación infectada
sea contemplada como enemiga de la raza humana. Querer obtener la parte del
león ha resultado siempre en la ruina de los estados, pues conduce
invariablemente a injusticias que lo hacen parecer detestable, y a una política
egoísta y torcida que impide a otras naciones ser amigas del estado que solo
mira por sí mismo.
La avidez comercial en la India ha sido madre de más atrocidades y mayor
rapacidad, y ha costado más vidas humanas, que la más noble ambición de
extender el Imperio por parte de la Roma de los cónsules. La nación que se
aferra al comercio no puede sino volverse egoísta, calculadora e inerte ante los
más nobles impulsos que deberían mover a los estados. Aceptará insultos que
agredan su honor antes que poner en peligro sus intereses mercantiles, mientras
que para servir a estos intereses emprenderá guerras injustas bajo pretextos
falsos y frívolos, y su pueblo libre se aliará despreocupadamente con déspotas
para aplastar a un rival comercial que se ha atrevido a exiliar a sus reyes y elegir
a sus propios gobernantes. De esta forma, en las naciones comercialmente
avariciosas, el frío cálculo de un sórdido interés propio siempre termina
desplazando los nobles impulsos del Honor y la Generosidad que les elevó a la
grandeza. Honor y generosidad que llevó a Isabel y a Cromwell a proteger
conjuntamente a los protestantes, más allá de los cuatro mares de Inglaterra,
contra la tiranía coronada y la persecución mitrada; y si hubiesen perdurado,
habrían prohibido las alianzas con los zares, autócratas y Borbones destinadas a
reinstaurar la tiranía de la incapacidad y armar a la Inquisición de nuevo con sus
instrumentos de tortura. El alma de las naciones avariciosas se petrifica igual
que el alma del individuo que hace del oro su dios. El déspota actuará
ocasionalmente movido por impulsos nobles y generosos, y ayudará al débil
contra el fuerte y al derecho contra la injusticia. Pero la codicia comercial es
esencialmente egoísta, acaparadora, impía, desmedida, astuta, fría, ambiciosa y
calculadora, únicamente guiada por consideraciones del propio interés. Sin
corazón y sin compasión, no conoce sentimientos de piedad, comprensión u
honor que puedan entorpecer su avance sin remordimientos, y aplasta todo
estorbo en su camino a medida que su quilla de especulación va hundiendo bajo
ella las olas inadvertidas.
Una guerra por un gran principio ennoblece a una nación, pero una guerra
por la supremacía comercial, basada en cualquier pretexto falaz, es
despreciable, y demuestra mejor que nada hasta qué inconcebibles
profundidades de maldad los hombres y las naciones pueden descender. La
avidez comercial no tiene la vida de los hombres en más valor que la vida de las
hormigas. El comercio de esclavos es tan aceptable para un pueblo cautivado
por esa ansia como el mercado de marfil o especias si el beneficio es amplio. Ya
se esforzará más adelante por justificarse ante Dios y tranquilizar su propia
conciencia obligando a aquellos a quienes vendieron los esclavos, previamente
robados o comprados, a ponerlos en libertad, castigándolos con masacres y
hecatombes si rehúsan obedecer los mandatos de la filantropía.
Ningún sabio concibe la Justicia únicamente como dar a cada uno la
exacta medida de recompensa o castigo que creemos que merece su mérito, o
lo que denominamos su crimen, que es más a menudo su error. La justicia del
padre no es incompatible con el perdón de los errores y ofensas de sus hijos. La
Infinita Justicia de Dios no consiste en adjudicar exactas medidas de castigo a
las debilidades y pecados humanos. Estamos demasiado dispuestos a erigir
nuestra propia y mínima concepción de lo que está bien y mal dentro de la ley de
la justicia, y sostener que Dios la adoptaría como su ley; dispuestos a medir algo
según nuestro criterio y llamarlo a eso amor divino por la justicia. Continuamente
intentamos ennoblecer nuestra innoble sed de venganza y represalia llamándolo
erróneamente justicia.
Tampoco consiste la justicia en regir nuestra conducta hacia otros
hombres por las inflexibles normas del derecho legal. Si hubiese en cualquier
parte una comunidad donde todo se atuviese a la estricta ley, debería estar
escrito sobre sus puertas, como aviso a los desafortunados que deseasen entrar
en tan inhóspito dominio, las palabras que según Dante están escritas sobre la
gran puerta del infierno: “Dejad atrás toda esperanza los que aquí entráis”. No se
trata únicamente de pagar al obrero, sea en el campo o en la fábrica, su salario
sin más, ateniéndose al valor de mercado más económico para su trabajo y tan
solo mientras necesitemos su trabajo o sea capaz de trabajar; pues cuando la
enfermedad o la edad le venza, les dejará a él y a su familia en la más extrema
pobreza. Y Dios maldecirá con calamidades al pueblo en que los hijos de los
obreros sin trabajo se vean obligados a comer hierbas y las madres deban
estrangular a sus hijos para, con el dinero dado en caridad para el entierro,
poder comer algo ellas mismas. Las reglas de lo que habitualmente se denomina
“justicia” pueden ser observadas minuciosamente por los espíritus caídos que
son la aristocracia del Infierno.
* * * * * *
La Justicia, desligada de la compasión y la comprensión, es indiferencia
egoísta, no mucho más encomiable que la soledad misántropa. Hay
comprensión entre las algas, una tribu de simples organismos de los que aún
quedan miríadas por descubrir, con la ayuda del microscopio, en el más
pequeño trozo de escoria de una balsa estancada. Pues se sitúan, como si
fuese por acuerdo, en colonias separadas en la pared del recipiente que las
contiene, y parecen desplazarse hacia arriba en filas; y cuando una colonia se
cansa de su lugar y pretende cambiar su ubicación, cada agrupación mantiene
su itinerario sin confusión y sin mezclarse, procediendo con gran regularidad y
orden, como si estuviesen dirigidos por sabios cabecillas. Las hormigas y las
abejas se ofrecen asistencia mutua más allá de lo requerido por lo que las
criaturas humanas somos capaces de percibir como estricto sentido de la
justicia.Seguramente necesitamos reflexionar un poco para convencernos de que
el individuo no es más que una parte de la unidad que es la sociedad, y de que
él está indisolublemente conectado con el resto de su raza. No sólo las
acciones, sino también la voluntad y los pensamientos de otros hombres hacen
o estropean su fortuna, controlan su destinos y determinan su vida o su muerte,
su honor o su deshonor. Las epidemias, físicas y morales, contagiosas e
infecciosas, la opinión y las vanas ilusiones del pueblo, los entusiasmos y otras
corrientes y fenómenos eléctricos, morales e intelectuales, prueban la afinidad y
empatía universales. El voto de un hombre aislado y oscuro, la manifestación de
la propia voluntad, ignorancia, presunción o rencor, al decidir unas elecciones y
situar la irresponsabilidad, la incapacidad o la maldad en un senado, llega a
involucrar a la nación en una guerra, barre nuestra fortuna, masacra a nuestros
hijos, echa a perder todo el trabajo de una vida y nos empuja irremediablemente,
oponiéndonos con la única ayuda de nuestro intelecto, a la tumba.
Estas consideraciones deberían enseñarnos que la justicia hacia los otros
y hacia nosotros mismos es la misma; que no podemos definir nuestros deberes
por líneas matemáticamente establecidas con una escuadra, sino que debemos
llenar con ellos el gran círculo trazado por el compás; que el círculo de la
humanidad es el límite y no somos más que el punto en el centro, la gota en el
océano, el átomo o partícula unida por una misteriosa ley de atracción, que
denominamos simpatía, a todos y cada uno de los átomos de la masa; que el
bienestar físico y moral de los otros no nos puede ser indiferente; que tenemos
un interés directo e inmediato en la moralidad pública y en la inteligencia del
pueblo, así como en el bienestar y comodidad del pueblo en general. La
ignorancia del pueblo, su pobreza e indigencia y la consecuente degradación, su
embrutecimiento y abandono moral son enfermedades; y no podemos elevarnos
lo suficiente sobre el pueblo, ni aislarnos de él lo preciso, para escapar del
contagio de esas miasmas ni de las grandes corrientes magnéticas.
La Justicia es particularmente indispensable para las naciones. El estado
injusto está condenado por Dios a la calamidad y a la ruina. Esta es la
enseñanza de la Sabiduría Eterna y de la historia. “La rectitud exalta a un
pueblo, pero la vileza es una lacra para las naciones”. “El trono está establecido
por la rectitud. ¡Dejad a los labios del gobernante pronunciar la sentencia que es
divina, y que su boca no yerre en el juicio!” La nación que se añade provincia
tras provincia por medio del fraude y la violencia, que invade al débil y expolia al
sometido, que viola sus tratados y las obligaciones de sus contratos y que
sustituye la ley del honor y el trato honesto por las exigencias de la avaricia, por
viles artimañas políticas y los innobles mandatos de la conveniencia, está
predestinada a la destrucción, pues en esto, al igual que en el individuo, las
consecuencias del mal son inevitables y eternas.
Hay una sentencia contra todo lo que es injusto, escrita por Dios en la
naturaleza del hombre y en la naturaleza del Universo, pues está en la
naturaleza del Dios Infinito. Ningún mal realmente triunfa. La ganancia de una
injusticia es una pérdida; su placer, sufrimiento. La iniquidad con frecuencia
parece prosperar, pero su éxito es su derrota y vergüenza. Si sus consecuencias
no alcanzan al hacedor, caerán sobre sus hijos y los aplastarán. Es una verdad
filosófica, física y moral, en forma de amenaza, que Dios hace caer la iniquidad
de los padres que violan sus leyes sobre los hijos hasta la tercera o cuarta
generación. Pasado el tiempo siempre llega el día de reflexión, tanto para la
nación como para el individuo; y siempre el truhán se engaña a sí mismo y
acaba fracasando.
La hipocresía es el homenaje que el vicio y el mal rinden a la virtud y a la
justicia. Es Satán intentando envolverse en la angélica vestidura de la Luz. Es
igualmente detestable en la moral, en la política y en la religión; es detestable
tanto en el hombre como en la nación. Cometer una injusticia bajo la apariencia
de integridad y ecuanimidad, condenar el vicio en público y practicarlo en
privado, simular caridad pero condenar inexorablemente, profesar los principios
de la beneficencia masónica y cerrar los oídos al gemido de dolor y al llanto de
sufrimiento, elogiar la inteligencia del pueblo y conspirar para engañar y
traicionarle por medio de su ignorancia y simpleza, alardear de puritanismo y
malversar fondos, presumir de honor y abandonar mezquinamente una causa
que se pierde, jactarse de ser altruista y vender el propio voto por cargos y
poderes, son hipocresías tan comunes como infames y desgraciadas. Aparentar
servir a Dios pero servir al Diablo, simular creer en un Dios de piedad y Redentor
de amor al tiempo que se persigue a aquellos que profesan una fe diferente,
especular con las casas de las viudas y rezar largamente para simular piedad,
predicar la continencia pero revolcarse en la lujuria, inculcar humildad pero
superar a Lucifer en soberbia, pagar el diezmo pero omitir las mayores
obligaciones prescritas por la ley, el juicio, la piedad y la fe, poner el grito en el cielo por un mosquito pero tragarse un camello, mantener limpio el exterior de la
copa y el plato pero manteniéndolos llenos de extorsión y excesos, aparentar de
cara a los hombres ser justo y piadoso pero por dentro estar lleno de hipocresía
e iniquidad, es de hecho como ser un sepulcro blanqueado, que parece hermoso
por fuera pero por dentro está lleno de huesos, muerte y suciedad.
La república camufla su ambición bajo la pretensión de deseo y deber de
“extender el mandato de la Libertad” y proclama como “manifiesto destino”
anexionar otras repúblicas o los estados y provincias de otras para sí misma,
sea empleando abiertamente la violencia o bajo títulos obsoletos, vacíos y
fraudulentos. El Imperio fundado por un soldado exitoso reclama sus fronteras
antiguas o naturales, y hace de la necesidad y la seguridad los pretextos para
saquear abiertamente. La gran Nación Mercante, una vez obtenido un punto de
apoyo en Oriente, descubre su continua necesidad de extender su dominio por
las armas, y sojuzga a la India. Las grandes realezas y despotismos, sin una
excusa, se reparten entre ellos un reino, desmembran Polonia y se preparan
para disputarse los territorios de la Media Luna. Mantener la balanza de poder
es un excusa para destruir estados. Cartago, Génova y Venecia, ciudades
únicamente comerciales, deben obtener territorio por la fuerza o el fraude para
convertirse en estados. Alejandro marcha hacia la India. Tamerlán persigue un
imperio universal, los sarracenos conquistan España y atemorizan a Viena.
La sed de poder nunca se satisface. Es insaciable. Ni los hombres ni las
naciones tiene nunca suficiente. Cuando Roma era señora del mundo, los
emperadores exigieron ser adorados como Dioses. La Iglesia de Roma reclamó
el despotismo sobre el alma y sobre toda la vida, desde la cuna a la tumba. Dio y
vendió absoluciones para los pecados pasados y futuros. Proclamó ser infalible
en materia de fe, y diezmó Europa para purgarla de herejes, y diezmó América
para convertir a los mejicanos y peruanos. Entregó y arrebató tronos, y por
excomunión y entredicho cerró las puertas del Paraíso a las naciones. España,
altiva por su dominación sobre las Indias, intentó aplastar el protestantismo en
los Países Bajos mientras Felipe II se casaba con la Reina de Inglaterra y la
pareja intentaba devolver ese reino a la lealtad del trono papal. Después España
intentaba conquistar Inglaterra con su Armada Invencible. Napoleón situó a sus
familiares y capitanes en los tronos, repartiéndose entre ellos media Europa. El
Zar reina sobre un imperio más gigantesco que Roma. La historia de todos es o
será la misma: adquisición, desmembramiento, ruina. Hay un juicio de Dios
sobre todo lo que es injusto.
Intentar sojuzgar la voluntad de los demás y tomar el alma cautiva, por
representar el ejercicio del más alto poder, parece ser el más alto objetivo de la
ambición humana. Está en la base de todo proselitismo y propaganda, desde el
de Mesmer hasta el de la Iglesia de Roma y la República Francesa. Esa era la
tarea de ambos, Jesús y Mahoma. La Masonería únicamente predica la
Tolerancia, el derecho del hombre a acatar su propia fe, el derecho de las
naciones a gobernarse por sí mismas. Condena por igual al monarca que busca
extender sus dominios por conquista, a la iglesia que proclama el derecho a
reprimir la herejía por medio del fuego y el acero y la confederación de estados
que insiste en mantener una unión por la fuerza restaurando la hermandad a
través de la masacre y la opresión.
Es natural, cuando se está contrariado, desear venganza; y persuadirnos
a nosotros mismos de que lo deseamos menos por nuestra propia satisfacción
que para impedir la repetición de un mal, pues el autor se sentiría animado por la
impunidad unida al beneficio del mal. Rendirse ante el estafador es alentarle a
continuar, y estamos bastante dispuestos a considerarnos a nosotros mismos
como los instrumentos escogidos de Dios para infligir Su venganza, y por Él y en
Su lugar desalentar al mal haciéndolo estéril y asegurando su castigo. Se dice
que la venganza es “una especie de justicia salvaje”, pero siempre se lleva a
cabo inflamada por el odio, y por lo tanto es indigna de una gran alma, que no
debería ver turbada su ecuanimidad por la ingratitud o la villanía. Las heridas
infligidas a nosotros por los perversos no son mucho más dignas de nuestra ira
que aquellas causadas por los insectos y los animales; y cuando aplastamos a la
víbora o damos muerte al lobo o a la hiena deberíamos hacerlo sin ser movidos
por la ira, y con un sentimiento de venganza no mayor que si arrancásemos una
mala hierba. Y si bien no está en la naturaleza humana no vengarse por medio
del castigo, dejad al masón considerar sinceramente que al hacerlo así él es el
agente de Dios, y dejemos así que su venganza sea mesurada por la justicia y
atemperada por la piedad. La ley de Dios es que las consecuencias del mal, la
crueldad y el crimen sean su propio castigo; y que el ofendido, el perjudicado y
el indignado sean sus instrumentos para reforzar la ley tanto como lo son la
reprobación pública, el veredicto de la historia y la execración de la posteridad.
Nadie dirá que el inquisidor que ha torturado y quemado al inocente, el español
que despedazó a niños indios con su espada y arrojó los miembros a sus perros,
el militar tirano que ha ejecutado a hombres sin celebrar juicio, el truhán que ha
robado o traicionado al estado, el banquero fraudulento y corrupto que ha dejado
a huérfanos en la indigencia, el funcionario público que ha quebrantado su
juramento, el juez que ha prevaricado o el legislador cuya incapacidad ha
arruinado el estado no deberían ser castigados. Que así sea, y dejemos a los
ofendidos o a los que los compadecen ser los instrumentos de la justa venganza
de Dios, pero siempre por un sentimiento más noble que no la mera venganza
personal.
Recordad que cada característica moral del hombre encuentra su prototipo
entre las criaturas de menor inteligencia; que la cruel hediondez de la hiena, la
salvaje rapacidad del lobo, la furia del tigre, la taimada astucia de la pantera, se
encuentran en la especie humana, y cuando se encuentran en el hombre no
deberían despertar otra emoción distinta a cuando las descubrimos en las
bestias. ¿Por qué debería estar el verdadero hombre irritado con los gansos que
graznan, los pavos que se pavonean, los burros que rebuznan y los monos que
imitan y parlotean, aunque por fuera ostenten forma humana? Además, siempre
es cierto, es mucho más noble perdonar que vengarse, y en general más bien
deberíamos despreciar a los que nos hacen daño que no sentir la emoción de la
ira o el deseo de venganza.
* * * * * *
En la esfera del Sol se está en la región de la Luz. La palabra hebrea para
oro, zahab, también significa Luz, de la que el Sol es la gran fuente para la
Tierra. Así, en la gran alegoría oriental de los hebreos, el río Pisón limita la tierra del Oro o de la Luz, y el río Gihon la tierra de Etiopía o de la Oscuridad. No
sabemos de la luz mucho más de lo que sabían los antiguos. Según las últimas
teorías, la luz no está compuesta de partículas luminosas disparadas desde el
Sol a velocidad inmensa, sino que ese cuerpo únicamente imprime, en el éter
que llena todo el espacio, un poderoso movimiento vibratorio que se extiende, en
forma de ondas luminosas, más allá de los más distantes planetas,
proporcionándoles luz y calor. Para los antiguos la luz era una emanación de la
Deidad. Para nosotros, al igual que para ellos, es el signo válido de verdad y
conocimiento. Para nosotros, también, el viaje ascendente del alma a través de
las Esferas es simbólico; pero tenemos tan poca información como ellos acerca
de dónde viene el alma, de si tiene un origen y adónde va tras la muerte.
Intentaron tener alguna creencia y fe, algún credo sobre estos aspectos, pero
actualmente los hombres están satisfechos con no considerar nada al respecto,
pensando únicamente que el alma es algo separado del cuerpo y que le
sobrevive; pero respecto a si existía antes de él, ni se plantea ni importa. Nadie
se pregunta si emana de la Deidad o si es creada de la nada, o si es generada
como el cuerpo y proviene de las almas del padre y de la madre. No nos
sonriamos, por lo tanto, de las ideas de los antiguos hasta que tengamos una
creencia mejor; pero aceptemos sus símbolos como significado de que el alma
es de naturaleza divina, y se origina en una esfera cercana a la Deidad, y vuelve
a ella cuando es liberada de la esclavitud del cuerpo; y que solo puede volver allí
cuando es purificada de toda la sordidez y pecado que, figuradamente, se ha
convertido en parte de su substancia por su contacto con el cuerpo. No es
extraño que, hace miles de años, los hombres adorasen al Sol, y que hoy ese
culto continúe entre los parsis. Originalmente miraban más allá de la esfera,
hacia el Dios invisible, de quien la luz del Sol, aparentemente idéntica en
generación y vida, era manifestación y emanación. Mucho antes los pastores
caldeos observaron en sus llanuras que el Sol salía regularmente, como ahora
sucede, por la mañana, como un dios, y se ponía, como un rey retirándose, por
el oeste, para volver de nuevo a su debido tiempo en la misma cadena de
majestad. Adoramos la inmutabilidad. Era ese carácter firme e inmutable del Sol
lo que los hombres de Baalbec adoraban. Su poder como dador de luz y dador
de vida son atributos secundarios. La gran idea que empujaba al culto era la
característica de Dios que veían reflejada en su luz, y fascinados vieron en su
originalidad la inmutabilidad de la Deidad. El Sol había visto desmoronarse
tronos, terremotos agitar el mundo y hundir montañas. Más allá del Olimpo, más
allá de las Columnas de Hércules, él había descendido diariamente a su morada
y había salido de nuevo por la mañana para contemplar los templos que
construían para adorarlo. Le personificaron como Brahma, Amón, Osiris, Bel,
Adonis, Melkarth, Mitra y Apolo; y las naciones que así obraron se hicieron
ancianas y murieron. El musgo creció en los capiteles de las grandes columnas
de sus templos, y él brillo en el musgo. Grano a grano sus templos se
desmenuzaron y el polvo cayó, y fue llevado por el viento, y todavía él brilla en la
columna que se desmorona y en el arquitrabe. El tejado cayó estrellándose en el
pavimento, y él lo siguió iluminando, Santo de los Santos, con rayos inmutables.
No es extraño que los hombres adorasen al Sol.
Hay una planta acuática en cuyas anchas hojas las gotas de agua ruedan
sin unirse, como gotas de mercurio. Igualmente sucede con los argumentos en
materia de fe, política o religión, que ruedan sobre la superficie de la mente. Un
argumento que convence a una mente puede no tener ningún efecto en otra.
Pocos intelectos tienen algún poder o capacidad lógicos. Hay una singular
desviación en la mente humana que convierte la falsa lógica en más eficaz que
la verdadera, y ello afecta a nueve décimas partes de aquellos que son
considerados como hombres de intelecto. Incluso entre los jueces, ni uno de
cada diez puede argumentar lógicamente. Cada mente ve la verdad
distorsionada través de su propio medio. La verdad, para la mayoría de los
hombres, es como materia en el estado esferoidal. Como una gota de agua fría
en la superficie de una plancha de metal al rojo vivo, baila, tiembla y gira sin
entrar nunca en contacto con ella; y la mente puede ser arrojada a la verdad,
como una mano humedecida en ácido sulfúrico puede entrar en el metal fundido,
y ni siquiera calentarse por la inmersión.
* * * * * *
La palabra Khairūm, Khūrūm o Hiram es una palabra compuesta. Gesenio
traduce Khūrūm como noble o nacido libre. Khūr significa blanco, noble.
También hace referencia a la acción de abrir una ventana y a la cuenca del ojo.
Khri también significa blanco, o abertura, y Khris, el orbe del Sol en Job VII.13 y
X.7. Krishna es el Dios-Sol hindú. Khur, la palabra persa, es literalmente el
nombre del Sol.
De Kur o Khur, el Sol, proviene Khora, topónimo del Bajo Egipto. El Sol,
afirma Bryant en su Mitología, era llamado Kur; y Plutarco dice que los persas
llamaban al Sol Kūros. Kurios, señor en griego, como Adonai, señor en fenicio y
en hebreo, se aplicaba al Sol. Muchos lugares eran consagrados al sol y
llamados Kura, Kuria, Kuropolis, Kurene, Kureschata, Kuresta, y Corusia en
Escitia. La deidad egipcia llamada por los griegos Horus era Her-Ra, o Har-oeris,
Hor o Har, el Sol. Hari es una denominación hindú para el Sol. Ari-al, Ar-es, Ar,
Aryaman, Areimonios, significando la raíz AR fuego o llama, son igualmente
similares. Hermes o Har-mes, (Aram, Remus, Haram, Harameias), era Kadmos,
la Luz Divina o Sabiduría. Mar-kuri, dice Movers, es Mar, el Sol.
En hebreo, AOOR, es Luz, Fuego, o el Sol. Cyrus, dice Ctesias, fue
llamado así por Kuros, el Sol. Kuris, afirma Hesychius, era Adonis. Apolo, el
Dios-Sol, era llamado Kurraios, de Kurra, una ciudad en Focia. El pueblo de
Kurene, originalmente etíopes o cutitas, adoraban al Sol bajo la advocación de
Achoor y Achōr.
Sabemos, a través de un preciso testimonio en los antiguos anales de
Tsūr (o Tiro), que la festividad principal de Mal-karth, la encarnación del Sol en el
solsticio de invierno celebrada en Tsūr, era llamada su renacimiento o su
despertar, y se celebraba con una pira en la cual se suponía que el dios obtenía,
a través de la ayuda del fuego, una nueva vida. Este festival se celebraba en el
mes de Peritius o Barith, cuyo segundo día correspondía al actual 25 de
Diciembre. Khur-um, Rey de Tiro – afirma Movers – fue el primero que celebró
esta ceremonia. Sabemos de estos hechos por Josefo, por los comentarios de
Servio sobre la Eneida y por las Dionisíacas de Nono; y a través de una
coincidencia que no puede ser fortuita: en el mismo día se celebraba en Roma el
Dies Natalis Solis Invicti, el día festivo del Sol invencible. Bajo este mismo título, Hércules, Har-acles, era adorado en Tiro. De esta forma, mientras se erigía el templo, la muerte y resurrección de un Dios-Sol, el Haracles tiriano, era
representada anualmente en Tiro por el aliado de Salomón cada solsticio de
invierno en la pira de Mal-Karth.
Aroeris o Har-oeris, el antiguo Horus, proviene de la misma vieja raíz que
en hebreo adopta la forma Aūr, o, con el artículo prefijado, Haūr, Luz o la Luz,
esplendor, llama, el Sol o sus rayos. El hieroglifo del joven Horus era el punto en
un círculo, mientras que el del último Horus es un par de ojos. Y el festival del
trigésimo día del mes Epiphi, cuando el Sol y la Luna estaban supuestamente
alineados con la Tierra, recibía el nombre de el cumpleaños de los ojos de
Horus.
En un papiro publicado por Champollion, este dios recibe la advocación de
“Haroeri, Señor de los Espíritus Solares, el ojo benefactor del Sol”. Plutarco le
llamó Har-pocrates, pero no hay rastro de la última parte del nombre en las
leyendas de jeroglíficos. Él es el hijo de Osiris e Isis, y se le representa sentado
en un trono soportado por leones, dándose la coincidencia de que en antiguo
egipcio, la misma palabra significa León y Sol. De esta forma Salomón hizo un
gran trono de marfil, recubierto de oro, con seis peldaños, sendos leones en los
brazos y un león a cada lado de los peldaños, de forma que resultaban siete
leones en cada lado.
De nuevo, la palabra hebrea חי , Khi, que significa viviente; y ראם , râm, que
e traduce por fue, o será elevado. Esto último es lo mismo que ,רום , ארום , חרם
rūm, arūm, harūm, de donde proviene Aram, referente a Siria, o Aramæa,
Tierras Altas. Khairūm, por lo tanto, significaría el que fue elevado a la vida.
De esta forma, en antiguo arábigo, hrm, una raíz poco habitual, significaba
era alto, hecho grande, exaltado, e Hîrm significa buey, el símbolo del Sol en
Tauro, el equinoccio vernal o de primavera.
Por lo tanto, Khurum, impropiamente llamado Hiram, es Khur-om, lo
mismo que Her-ra, Her-mes y Heracles, el Heracles Tyrius Invictus, la
personificación de la Luz e Hijo, Mediador, Redentor y Salvador. De la palabra
egipcia Ra proviene la copta Oūro, y la hebrea Aūr, luz. Har-oeri, es Hor o Har,
el jefe o maestro. Hor igualmente significa calor; y hora, temporada u hora, y
aquí tienen su origen diferentes nombres del Sol en diversos dialectos africanos:
Airo, Ayero, Eer, Uiro, Ghurrah y otros. El nombre real traducido como Faraón
era Phra, es decir, Pai-ra, el Sol.
La leyenda de la competición entre Hor-ra y Set, o Set-nu-bi, - asimilado al
dios cananeo Bar o Baal - es más antigua que la lucha entre Osiris y Tifón; tan
vieja, al menos, como la decimonovena dinastía. En el Libro de los Muertos es
llamada “El día de la batalla entre Horus y Set”, y el mito tardío conecta ya con
Fenicia y Siria. El cuerpo de Osiris desembarcó en Gebal o Biblos, sesenta
millas al norte de Tiro. No se le pasará por alto a nadie que en el nombre de
cada asesino de Hiram se encuentra el del dios del mal Baal.
* * * * * *
Har-oeri era el dios del Tiempo, así como de la Vida. La leyenda egipcia
narra que el Rey de Biblos cortó el tamarisco que contenía el cuerpo de Osiris, e
hizo con él una columna para su palacio. Isis, empleada en el palacio, se
apoderó de la columna, sacó el cuerpo y se lo llevó. Apuleyo la describe como
“una hermosa mujer, sobre cuyo divino cuello su largo y poblado cabello colgaba
en graciosos rizos”; y en la procesión, las mujeres asistentes, con peines de
marfil, simulaban vestir y ornamentar el regio pelo de la diosa. La palmera y la
lámpara con forma de barca aparecían en la procesión. Si el símbolo del que
estamos hablando no es una mera invención moderna, es a estos elementos a
los que alude. La identidad de las leyendas está también confirmada por este
dibujo jeroglífico copiado de un antiguo monumento egipcio, que puede ilustraros
en lo concerniente a la garra del león y al mallete del maestro:
אב , en la antigua grafía fenicia, y en la samaritana, , A B, (las
dos letras que representan los números 1, 2, o Unidad y Dualidad), significa
Padre, y es un sustantivo primitivo, común a todas las lenguas semíticas.
También significa Ancestro, Originador, Inventor, Cabeza, Jefe o Director,
Supervisor, Maestro, Sacerdote, Profeta.
אבי es simplemente Padre, cuando está en construcción, es decir, cuando
precede a otra palabra, y en castellano se interpone la preposición “de”, como
אבי-אל , Abi-Al, el padre de Al. Igualmente, la yod final significa “mi”, de forma que por sí solo significa mi padre. דויד אבי , “David mi padre”, 2 Cron., II.3.
La ו (Vav) final es el pronombre posesivo “su” (de él), y אביו , Abiv (que
nosotros leemos Abif) significa de mi padre. Su significado completo, conectado
con el nombre de Khūrūm, es sin duda “anteriormente uno de los sirvientes –o
esclavos- de mi padre”.
El nombre del artesano fenicio es, tanto en Samuel como en Reyes, חירם y
חירום (Sam. XI.1, Reyes XV.1 y Reyes VIII.40). En Crónicas es הורם , con la
adición de אבי , (Cron. II.12) y de אביו (Cron.IV.16).
Es completamente absurdo añadir la palabra “Abif” o “Abiff” como parte del
nombre del artesano, y es igualmente absurdo añadir la palabra “Abi”, que era
un título y no parte del nombre. José dice (Gen. XIV.8) “Dios me ha nombrado
’Ab l’Paraah – como Padre de Paraah – Visir o Primer Ministro. Igualmente
Haman fue llamado Segundo Padre de Artajerjes; y cuando el Rey Khūrūm o
Hiram empleó la expresión "Khūrūm Abi” quería decir que el artesano que envió
a Salomón era el obrero principal o jefe de su oficio en Tiro.
Una medalla copiada por Montfaucon muestra a una mujer amamantando
a un niño con espigas de trigo en una mano y la leyenda iao. Ella está sentada
en las nubes, con una estrella en su cabeza y tres espigas de trigo surgiendo de
un altar frente a ella.
Horus era el mediador, que fue enterrado durante tres días, fue
regenerado y triunfó sobre el principio del mal.
La palabra Heri, en sánscrito, significa pastor, así como salvador. Krishna
es llamado Heri, como Jesús se llamaba a sí mismo el Buen Pastor.
חור , Khūr, significa la abertura de una ventana, o cueva o el ojo. En siríaco es
evidente .
חר igualmente significa una abertura, y también noble, nacido libre, de alta cuna.
חרם , Khurm, significa consagrado, devoto. En antigua lengua etíope, ,
es el nombre de una ciudad (Jos. XIX. 38) y de un hombre (Esdr. II. 32, X. 31;
Neh. III. 11). חירה , Khirah, significa nobleza, una raza noble.
Se afirma de Buda que comprendía en su sola persona la esencia del
Trimurti hindú, y de aquí que el monosílabo de tres letras Om o Aum se le aplica
como siendo esencialmente el mismo que Brahma – Vishnu – Siva. Él es el
mismo que Hermes, Thoth, Taut y Tutatis. Uno de sus nombres es Heri-maya o
Hermaya, que es evidentemente el mismo nombre Hermes, Khirm o Khūrm.
Heri, en sánscrito, significa Señor.
Un hermano docto coloca sobre los dos pilares simbólicos, de derecha a
izquierda, las dos palabras y , יהו y Baal seguidas del jeroglífico
equivalente del Dios-Sol, Amón-Ra. ¿Es una coincidencia accidental que en
el nombre de cada uno de los asesinos están ambos nombres, los de la deidad
de Bien y la del Mal de los hebreos, pues Yu-bel no es sino Yehu-Bal o Yeho-
Bal? ¿Es coincidencia que las tres sílabas finales de los nombres, a, o, um,
formen A.·.O.·.M.·., la palabra sagrada de los hindúes que significa el Dios Trino,
dador de vida, preservador y destructor de vida representado por el carácter
místico ?
La genuina Acacia, también, es el tamarisco espinoso, el mismo árbol que
creció alrededor del cuerpo de Osiris. Era un árbol sagrado entre los árabes, que
hicieron con su madera el ídolo Al-Uzza, destruido por Mahoma. Es un arbusto
abundante en el Desierto de Tiro, y de tamarisco se hizo la corona de espinas
que se puso en la cabeza de Jesús de Nazareth. Es un digno representante de
la inmortalidad por su tenacidad para la vida, pues ha sido conocido, cuando era
colocado como marco de la puerta, por el hecho de echar raíces e incipientes
ramas sobre el umbral.
* * * * * *
Toda comunidad debe tener sus períodos de prueba y transición,
especialmente si entra en guerra. Es cierto que en un momento dado la nación
estará totalmente gobernada por agitadores que apelen a los peores instintos de
la naturaleza popular, por corporaciones dinerarias, por aquellos que se han
enriquecido por la depreciación de los valores y fondos del estado o del papel
moneda, por abogados de poca monta, intrigantes, especuladores y
aventureros: una innoble oligarquía, enriquecida por las penurias del Estado y
engordada por la miseria del pueblo. Entonces terminan todas las visiones de
igualdad y los derechos del hombre expiran; y el Estado deteriorado y saqueado
solo puede recuperar la libertad real atravesando una gran tribulación y
purificándose en su transmigración por fuego y sangre.
En una república, pronto acontece que los partidos se reúnen alrededor de
los polos positivo y negativo de alguna opinión o noción, y que el espíritu
intolerante de una mayoría triunfante no permitirá ningún desviación de la
ortodoxia que ella mismo ha impuesto. La libertad de opinión será enaltecida,
pero cada uno la ejercerá corriendo el peligro de ser proscrito de la comunión
política por aquellos que tienen las riendas y dictan la política a seguir. La
esclavitud al partido y el servilismo a los caprichos populares van de la mano. La
independencia política sólo sucede en un estado fósil, y las opiniones de los
hombres emanan de los actos que se han visto obligados a hacer o sancionar.
La adulación, tanto al individuo como al pueblo, corrompe tanto al adulador
como al adulado, y no sirve mejor al pueblo que a los reyes. Un césar, cuyo
poder es más seguro, no se preocupa de ello tanto como en una democracia
libre, ni tampoco su deseo de halagos crecerá de forma exorbitante, como crece
el del pueblo, hasta que se vuelve insaciable. El efecto de la libertad en los
individuos es creer que pueden hacer lo que les plazca; en el pueblo, es en
buena medida igual. Cuando se es sensible a la adulación, dado que esta
responde siempre a algún interés y es movida por razones perversas y
propósitos malvados, es seguro que tanto el individuo como el pueblo, al hacer
lo que les plazca, estará haciendo lo que en honor y en conciencia debería
haber permanecido sin hacerse. No se deberían hacer felicitaciones que bien
pronto puedan tornarse en reproches; y como tanto los individuos como los
pueblos son propensos a hacer un mal uso del poder, alabarlos, que es una
forma segura de llevarlos a error, debería considerarse un crimen.
El primer principio de una república debería ser “que ningún hombre u
organización de hombres está legitimado para emplear fondos o privilegios de la
comunidad salvo para el servicio público, y los cargos de magistrado, legislador
o juez nunca deben ser hereditarios”. Se trata de toda una enciclopedia de
Verdad y Sabiduría comprendida en una sencilla frase y expresada en un
lenguaje que todo hombre puede entender. Si un diluvio de despotismo fuese a
anegar el mundo y destruir todas las instituciones bajo las que se cobija la
libertad hasta tal punto que no fuese recordada por los hombres, esta única
frase preservada sería suficiente para encender los fuegos de la libertad y
revivir la raza de los hombres libres.
Pero para preservar la libertad otra frase debe ser añadida: “que un estado
libre no otorgue el cargo como recompensa, y menos aún por servicios
discutibles, salvo que busque su propia ruina; sino que todos los funcionarios
sean empleados por el estado teniendo en cuenta únicamente su voluntad y
capacidad para rendir un servicio en el futuro, y por lo tanto que los mejores y
más competentes sean siempre preferidos”.
Pues si da lo mismo la regla que sigamos, la de la sucesión hereditaria es
quizá tan buena como cualquier otra. Pero en realidad por ninguna otra es
posible preservar las libertades del estado y confiar el poder de hacer las leyes
solo a aquellos que poseen ese agudo sentido de la justicia y la injusticia que les
habilita para detectar la maldad y la corrupción por muy escondidas que estén, y
que poseen ese coraje moral, hombría generosa e independencia galante que
les convierten en temibles a la hora de sacar criminales a la luz del día y hacer
caer sobre ellos el desdén y el desprecio del mundo. Los aduladores del pueblo
nunca son tales hombres. Al contrario, siempre llega un momento a la república
en que esta no está contenta, como Tiberio, con un único Sejano, sino que debe
tener un sinnúmero de estos; y entonces aquellos más prominentes en el
negociado de los asuntos son hombres sin reputación, capacidad de estado,
habilidad o formación; son simples cortesanos de partido, que deben sus
puestos a artimañas y al ansia de medrar sin poseer ni el corazón ni el intelecto
que hace grandes y sabios a los hombres, padeciendo al mismo tiempo la visión
estrecha y amargo sectarismo de la intolerancia política. Estos mueren; y el
mundo no resulta más sabio por nada de lo que hayan dicho o hecho. Sus
nombres se hunden en el fondo del pozo del olvido, pero sus actos de locura o
bellaquería maldicen al cuerpo político y finalmente provocan su ruina.
* * * * * *
Los políticos, en un estado libre, son generalmente falsos, insensibles y
egoístas. El fin de su patriotismo es su propia elevación, y siempre contemplan
con oculta satisfacción la desgracia o caída de cualquiera cuyo eminente genio y
superior talento ensombrezca su propia importancia, o cuya integridad e
incorruptible honor se crucen en el camino de sus fines egoístas. La influencia
de los pequeños aspirantes es siempre contraria a los grandes hombres, pues
cuando estos acceden al poder puede ser para toda la vida, mientras que uno de
ellos es más fácilmente depuesto, y todos esperan sucederle. Y sucede que a la
larga los hombres impúdicamente aspiran con éxito, a los más altos puestos,
pese a no servir más que para un bajo cometido de oficinista.
La consecuencia es que aquellos que se sienten competentes y
cualificados para servir al pueblo rehusan con disgusto entrar en la lucha por el
cargo, donde la doctrina perversa y jesuítica de que todo vale en política es una
excusa para toda especie de villanías infames; y aquellos que persiguen los más
altos puestos del Estado no gozan del espíritu magnánimo o los impulsos
piadosos de una gran alma para llevar al pueblo a resoluciones generosas,
nobles y heroicas, y a una acción varonil y sabia; sino que, como perritos
falderos puestos de pie sobre sus patas traseras y con las delanteras
servilmente suplicantes, adulan, lisonjean y mendigan votos. Más que rebajarse
a esto, permanecen altaneramente distantes, rehusando desdeñosamente
agasajar al pueblo y siguiendo la máxima “la humanidad no posee ningún título
que le permita exigir que la sirvamos en vez de servirse ellos mismos”.
* * * * * *
Es lamentable ver a una nación dividida en facciones, cada una siguiendo
a este o aquel líder grande o cínico con una adoración ciega, irracional e
incondicional; es deplorable verla dividida en clanes cuyo único propósito es el
botín de la victoria y cuyos cabecillas son malvados, corruptos, de escasa talla y
viles. Tal nación se encuentra en los últimos estadios de decadencia y, estando
próximo su fin, no importa cuán próspera pueda parecer, pues al tiempo que
discute se encuentra sobre el volcán y el terremoto. Pero es cierto que ningún
gobierno puede ser dirigido por hombres del pueblo, y para el pueblo, sin una
rígida fidelidad a aquellos principios que nuestra razón establece como sólidos e
inamovibles. Estos deben ser el baremo para valorar a los partidos, los hombres
y las medidas adoptadas. Una vez decididas, el gobierno debe ser inexorable en
su aplicación, y todos deben respaldarlas o bien declararse en contra. Los
hombres pueden traicionar, pero los principios no. La opresión es una
consecuencia invariable de la confianza puesta equivocadamente en un hombre
traicionero, nunca es el resultado del trabajo y la aplicación de un principio
sólido, justo y bien probado. Los pactos que ponen los principios fundamentales
en duda para unir en un solo partido a hombres de credos antagonistas no son
sino fraudes que desembocan en la ruina, justa y natural consecuencia del
fraude. Una vez que hayáis decidido vuestra teoría y credo, no permitáis
desviaciones de él en la práctica por ninguna conveniencia. Es la palabra del
Maestro. ¡No la rindáis al halago ni a la fuerza! ¡No permitáis que ninguna
derrota o persecución os despoje de ella! Creed que el que ha errado una vez en
su sentido de estado volverá a errar, y que esos yerros son fatales como
crímenes; y que la cortedad de miras no se corrige por la edad. Hay siempre
más impostores que visionarios entre los hombres públicos, más falsos profetas
que verdaderos, más profetas de Baal que de Jehová; y Jerusalén siempre está
en peligro ante los asirios.
Salustio afirmó que, una vez que un estado ha sido corrompido por el lujo
y la molicie, puede por su mera grandeza sobrellevar la carga de sus vicios.
Pero incluso mientras escribía, Roma, de la que hablaba, había agotado ya su
parodia de libertad. Otras causas aparte del lujo y la holganza destruyen las
repúblicas. Si es pequeña, sus vecinos más grandes la extinguen por absorción.
Si es de gran extensión, la fuerza de cohesión es demasiado débil para
mantenerla unida y se deshace por su propio peso. La irrisoria ambición de los
hombres de escasa talla también las desintegra. El deseo de sabiduría en sus
consejos crea discrepancias exasperantes. La usurpación de poder juega su
parte, la incapacidad secunda a la corrupción, las tormentas se levantan y los
fragmentos de la incoherente balsa se esparcen por las playas arenosas,
enseñando al género humano otra lección para que este la desprecie.
* * * * * *
La cuadragésimo séptima proposición es anterior a Pitágoras. Es la
siguiente: “en cualquier triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de la
base y la altura es igual al cuadrado de la hipotenusa”.
El cuadrado de un número es el producto de ese número multiplicado por
sí mismo. De esta forma, 4 es el cuadrado de 2, y 9 el cuadrado de 3.
Los diez primeros números
son:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10;
sus cuadrados son 1, 4, 9, 16, 25, 36, 49, 64, 81, 100;
y 3, 5, 7, 9, 11, 13, 15, 17, 19
son las diferencias entre cada cuadrado y el que le precede, dándonos los
números sagrados 3, 5, 7 y 9.
De estos números, los cuadrados de 3 y 4, sumados, dan el cuadrado de
5; y los cuadrados de 6 y 8 dan el cuadrado de 10; y si se forma un triángulo
rectángulo cuya base mida 3 ó 6 unidades y la perpendicular 4 u 8, la hipotenusa
medirá 5 ó 10 unidades. Y si dibujamos un cuadrado en cada lado y los
subdividimos en cuadrados de una unidad de lado, habrán tantos de estos en el
cuadrado de la hipotenusa como en los otros dos juntos.
Los egipcios distribuían sus deidades en tríadas: el Padre o Espíritu o
Principio Activo o Poder Generativo, la Madre o Materia o Principio Pasivo o
Poder Conceptivo, y el Hijo, Generado o Producido, el Universo procedente de
ambos principios. Estos eran Osiris, Isis y Horus. Igualmente, Platón nos da
Pensamiento el Padre, Materia Primitiva la Madre, y Cosmos el Mundo, el Hijo,
el Universo animado por un alma. Tríadas de la misma clase aparecen en la
Cábala. Plutarco dice, en su libro De Isis y Osiris, “pero la naturaleza mejor y
más divina consiste en tres: el que únicamente existe dentro del Intelecto, la
Materia, y el que procede de estos, que los griegos denominaban Kosmos”;
Platón acostumbra a llamarlo lo Inteligible, la Idea, Ejemplar y Padre; Materia, la
Madre, la Nodriza y el lugar y receptáculo de generación; y el fruto de ambos, el
Vástago y Génesis, el Kosmos, “una palabra que significa igualmente Belleza y
Orden, o el Universo mismo”. No se os escapará que la Belleza está simbolizada
por el Segundo Vigilante en el Sur. Plutarco continúa diciendo que los egipcios
comparaban la naturaleza universal con lo que ellos llamaban el triángulo más
hermoso y perfecto, como hace Platón en ese diagrama nupcial, como se le
denomina, que introdujo en su comunidad. Entonces añade que el triángulo es
recto y sus lados miden respectivamente 3, 4 y 5 unidades; y afirma: “Debemos
suponer que la perpendicular encarna la naturaleza masculina, la base la
femenina y la hipotenusa debe ser contemplada como el retoño de ambos; y por
consiguiente la primera representará acertadamente a Osiris o causa primera, la
segunda a Isis o capacidad receptiva y la última a Horus o efecto común de los
otros dos. Pues el 3 es el primer número compuesto de un par y un impar, y el 4
es un cuadrado cuyo lado es igual al número par 2; pero del 5, que es generado
por los dos precedentes, 2 y 3, puede decirse que tiene una relación igual con
ambos, como padres comunes”.
* * * * * *
Las manos estrechadas son otro símbolo empleado por Pitágoras.
Representaba el número 10, el número sagrado que contenía a todos los
precedentes y era expresado por el misterioso tetractys, figura que tomó
prestada de los sacerdotes hebreos así como de la ciencia sagrada egipcia, y
que debería ser retomado entre los símbolos del Maestro Masón, grado al que
pertenece por derecho propio. Los hebreos lo construían así, con las letras del
nombre Divino:
De esta manera el tetractys nos conduce, no solo al estudio de los
números según la filosofía pitagórica, sino también de la Cábala, y os ayudará
en la búsqueda de la Verdadera Palabra y en la comprensión de lo que era
denominado La Música de las Esferas. La ciencia moderna confirma las ideas de
Pitágoras en cuanto a las propiedades de los números y al hecho de que
gobiernan el Universo. Mucho antes de su tiempo, la naturaleza había extraído
sus raíces cúbicas y sus cuadrados.
* * * * * *
Todas las fuerzas a disposición del hombre o bajo su control, o sujetas a
su influencia, son sus herramientas. La amistad y la simpatía que unen los
corazones son una fuerza como la atracción o la cohesión, que unen las
partículas de arena para formar una roca. Sin esta ley de atracción o cohesión
los mundos materiales y los soles se disolverían en un instante en el vapor
invisible. Si los lazos de la amistad, el afecto y el amor se anulasen, la
humanidad se volvería una muchedumbre rugiente de bestias salvajes y
depredadores. La arena se endurece en roca bajo la tremenda presión del
océano que hay sobre ella, ayudada a veces por la irresistible energía del fuego;
y cuando la presión de la calamidad y el peligro se cierne sobre una orden o una
nación, es cuando los miembros o los ciudadanos deberían estar más unidos por
la cohesión de la simpatía e interdependencia.
La Moralidad es una fuerza. Es la atracción magnética del corazón hacia
la Verdad y la Virtud. La aguja, imbuida de su propiedad mística y apuntando sin
error hacia el Norte, conduce al marinero con certidumbre sobre un océano sin
caminos, a través de la tormenta y la oscuridad, hasta que sus ojos felices
contemplan los destellos benefactores del faro que le dan la bienvenida al puerto
seguro y hospitalario. Entonces los corazones de aquellos que le aman se
alegran, y su hogar se vuelve feliz; y esta alegría y felicidad se deben a la
orientación silenciosa, humilde y cierta que ha sido guía del marinero sobre las
aguas agitadas. Pero si se aventura demasiado al Norte, descubre que la aguja
ya no es fiel, sino que apunta a un lugar distinto del Norte, y ¡qué sentimiento de
indefensión se apodera del consternado marinero, cómo le abandonan la
energía y el valor! Es como si los grandes axiomas de la moralidad estuviesen a
punto de caer y dejasen de ser verdaderos, dejando al alma humana errar
desamparada, sin ojos como Prometeo, a merced de las corrientes inciertas e
impías de las profundidades.
El Honor y el Deber son las dos estrellas polares del masón, Cástor y
Pólux, cuya observancia le permite evitar desastrosos naufragios. Palinuro
contemplaba a Cástor y Pólux, pero al ser vencido por el sueño la nave quedó
sin verdadera guía y fue engullida por el mar insaciable. Igualmente, el masón
que pierde de vista el Honor y el Deber y no es guiado por su fuerza benéfica e
impulsora, se pierde, y hundiéndose fuera de la vista de los demás, desaparece
sin honor y sin ser llorado.
La fuerza de la simpatía, análoga a la de la electricidad, da
instantáneamente fuerza a los nervios de las naciones por medio de grandes
pensamientos o malvadas sugerencias, de las palabras de hombres de
naturaleza noble o mezquina; la fuerza del crecimiento, que no es sino una
forma de inmortalidad, ha permanecido latente durante tres mil años en los
granos de trigo enterrados con las momias por los antiguos egipcios; las fuerzas
de expansión y contracción, que se manifiestan en el terremoto y el tornado y
han dado lugar a los maravillosos logros del vapor, tienen su paralelismo con el
mundo moral tanto en los individuos como en las naciones. El crecimiento es tan
necesario para las naciones como para los hombres, y su cese marca el
comienzo de su ocaso. El crecimiento es tan misterioso en las naciones como en
las plantas, y es irresistible. Los terremotos que dejan la nación partida en dos,
derrocan tronos y devoran monarquías y repúblicas han sido preparados desde
largo tiempo antes, como la erupción volcánica. Las revoluciones tienen
profundas raíces en el pasado, y la fuerza ejercida es directamente proporcional
a la contención y compresión anteriores. El verdadero estadista debería ver en la
progresión de la historia las causas que a su tiempo provocarán las
revoluciones, y el que no es capaz de esto no es sino un ciego guiando a otros
ciegos. Los grandes cambios en las naciones, como los cambios geológicos de
la tierra, se llevan a cambio de forma lenta y constante. Las aguas, que caen del
cielo como lluvia y rocío, desintegran lentamente el granito de las montañas;
erosionan las llanuras dejando colinas y crestas de desnudez como sus
monumentos; excavan los valles, llenan los mares, estrechan los ríos y, tras
miles y miles de años, preparan el terreno de aluvión para que germine la planta,
el recipiente nevado cuyas semillas serán empleadas por los telares del mundo y
cuya abundancia o escasez determinará si los tejedores de otros países tendrán
empleo o perecerán de hambre.
Igualmente la Opinión Pública es una fuerza inmensa, y sus corrientes son
tan inconsistentes e incomprensibles como las de la atmósfera. En cualquier
caso, en los gobiernos libres, es omnipotente; y la labor del estadista es
encontrar la manera de darle forma, controlarla y dirigirla. Según como eso se
lleve a cabo, será beneficiosa y preservadora, o destructiva y ruinosa. La
Opinión Pública del mundo civilizado es Ley Internacional, y por lo tanto es una
inmensa fuerza que, aun sin tener límites fijados o ciertos, puede obligar al
déspota victorioso a ser generoso, y ayudar a un pueblo oprimido en su lucha
por la independencia.
La Costumbre es una gran fuerza; es una segunda naturaleza, incluso en
los árboles, y es tan fuerte en las naciones como en los hombres. Igual lo son
los prejuicios, que se encuentran en los hombres y naciones, al igual que las
pasiones. Como fuerzas que son resultan valiosas si son hábilmente
aprovechadas o destructivas si son manejadas con torpeza.
Pero sobre todo, las fuerzas de más inmenso poder son el Amor a la
Patria, el Orgullo de Estado y el Amor al Hogar. Alentadlas a todas y exigidlas en
vuestros hombres públicos. La estabilidad en el hogar es necesaria para el
patriotismo, pues una raza migratoria, como los árabes que acampan aquí un
día y mañana en otro lugar, tendrá poco amor al país y considerará el orgullo de
estado como una mera teoría y quimera.
Si posees Elocuencia, posees una fuerza poderosa. Cuida de emplearla
para buenos propósitos: enseñar, exhortar y ennoblecer al pueblo, y no para
descarriarlo y corromperlo. Los oradores corruptos y sobornables son los
asesinos de las libertades y de la moral públicas.
La Voluntad es una fuerza cuyos límites nos son todavía desconocidos. Es
en el poder de la Voluntad donde reconocemos principalmente lo espiritual y
divino del hombre. Hay una aparente identidad entre la voluntad humana capaz
de mover a otros hombres y la Voluntad Creadora cuya acción nos resulta tan
incomprensible. Son los hombres de voluntad y acción, no los hombres de mero
intelecto, los que gobiernan el mundo.
Finalmente, las tres grandes fuerzas morales son la Fe, que es la única y
verdadera Sabiduría y cimiento de todo gobierno; la Esperanza, que es la
Fuerza y asegura el éxito; y la Caridad, que es la Belleza, y por sí sola hace
posible el esfuerzo conjunto y animado. Estas fuerzas están dentro del alcance
de todos los hombres; y una asociación de hombres movida por ellas debería
ejercer un inmenso poder en el Mundo. Si la Masonería no lo ejerce, es porque
ya no posee esas tres fuerzas.
La sabiduría del hombre o el estadista, del rey o el sacerdote, consiste en
buena parte en la valoración de estas fuerzas; y de la infravaloración general de
algunas de ellas depende a menudo el destino de las naciones. ¡Qué hecatombe
de vidas depende a menudo de no sopesar suficientemente la fuerza de una
idea como, por ejemplo, la reverencia por una bandera, o la enérgica fidelidad a
una constitución o un gobierno! ¡Qué errores se cometen en economía política y
en el arte de gobernar como consecuencia de la sobreestimación e
infravaloración de valores concretos, o la desestimación de algunos de ellos!
Todo, se dice, es producto del trabajo humano; pero el oro o el diamante que se
encuentra accidentalmente y sin labor no lo es. ¿Cuál es el valor que el granjero
concede a sus cosechas comparado con el valor del sol y la lluvia, sin los cuales
su trabajo no valdría nada? El comercio llevado a cabo por el trabajo del hombre
se añade al valor de los productos del campo, de la mina o del taller por el
transporte a los distintos mercados. Pero ¡cuánto de este incremento se debe a
los ríos por cuyas aguas estos productos flotan, y a los vientos que mueven las
quillas del comercio sobre los océanos!
¿Quién puede estimar el valor de la moralidad y la virilidad en el Estado,
de la valía moral y el conocimiento intelectual? Estos son los rayos de sol y la
lluvia del Estado. Los vientos, con sus corrientes veleidosas y tornadizas, son
una alegoría válida de los humores cambiantes del populacho, de sus pasiones,
de sus impulsos heroicos y sus entusiasmos. ¡Ay de aquel estadista que no
considere esto en su justa medida!
Incluso la música y las canciones resultan tener a veces un valor
incalculable. Cada nación tiene alguna canción de valor probado, valor que se
cuenta por vidas humanas y no por dólares. ¿Quién sabe cuántos miles de vidas
costó La Marsellesa a la Francia revolucionaria?
La Paz es también un gran elemento de prosperidad y riqueza, un valor
que no puede ser medido. La comunicación social y la agrupación de hombres
en órdenes benéficas tiene un valor que no puede valorarse en moneda. Los
ilustres ejemplos del pasado de una nación, el recuerdo de pensamientos
inmortales de sus grandes y sabios pensadores, estadistas y héroes, son el
legado incalculable de ese Pasado al Presente y al Futuro. Y no solo tienen un
valor de la clase más noble, excelente y sin precio, sino también un verdadero
valor económico, pues es únicamente cuando los hombres cooperan o son
estimulados por esos ejemplos cuando el trabajo humano crea riqueza. Estos
son los principales elementos de la riqueza material, igual que son ejemplos de
hombría nacional, heroísmo, gloria, prosperidad y fama inmortal.
* * * * * *
La Providencia ha asignado a estas tres grandes disciplinas, la Guerra, la
Monarquía y el Sacerdocio todo lo que el Campo, el Palacio y el Templo pueden
simbolizar, con el fin de llevar a las multitudes a combinar estas artes de forma
inteligente y premeditada para alcanzar todos los grandes propósitos de la
sociedad. A la larga, el resultado consistirá en gobiernos libres entre los
hombres cuando la virtud y la inteligencia se conviertan en cualidades de las
multitudes; pero por ignorancia tales gobiernos son imposibles. El hombre
avanza solo gradualmente. La eliminación de una calamidad opresora da valor
para intentar eliminar los males restantes al volver a los hombres más sensibles
hacia ellos, o quizá sensibles por primera vez. Siendo siervos que se retuercen
de dolor ante el látigo no se inquietan por sus derechos políticos, pero una vez
emancipados de su esclavitud personal se vuelven sensibles a la opresión
política. Liberados del poder arbitrario y gobernados únicamente por la ley,
comienzan a escrutar la misma ley y desean ser gobernados, no por la ley, sino
por lo que ellos consideran la mejor ley. Y cuando el despotismo civil o temporal
ha sido puesto al margen y la ley de la comunidad ha sido moldeada según los
principios de una jurisprudencia ilustrada, pueden despertar y descubrir que
viven bajo un despotismo sacerdotal o eclesiástico, y pueden desear llevar a
cabo una reforma también en este aspecto.
Es muy cierto que el avance de la humanidad es lento, y que con
frecuencia se detiene y retrocede. En los reinos sobre la Tierra no vemos a los
despotismos retirándose y cediendo el terreno a comunidades que se gobiernan
a sí mismas. No vemos a las iglesias y sacerdocios de la Cristiandad
renunciando a su vieja tarea de gobernar a los hombres por medio de terrores
imaginarios. En ninguna parte vemos al populacho emanciparse de tales
gobiernos. Tampoco vemos a los grandes maestros religiosos intentando
descubrir la verdad para sí mismos y para otros; pero continúan gobernando el
mundo, satisfechos e impulsados, sea bajo el dogma que sea, por esta
necesidad de gobernar, así como por la necesidad de ser gobernados por parte
del populacho. La pobreza existe todavía en sus más deleznables formas en las
grandes ciudades, y el cáncer de la miseria tiene sus raíces en el corazón de los
reinos. En las ciudades los hombres no calculan sus instintos y su capacidad de
abastecimiento, sino que viven y se multiplican como bestias en el campo,
dando la apariencia de que la Providencia ha dejado de cuidar por ellos. La
inteligencia nunca aparece entre ellos, o aparece como algún nuevo ingenio de
villanía. La guerra no ha cesado; hay todavía batallas y asedios. Los hogares
son todavía infelices, y las lágrimas, la ira y la maldad hacen infiernos donde
debería haber cielos. ¡Cuánta necesidad hay de Masonería! ¡Cuán grandes los
campos por trabajar! ¡Cuánta necesidad hay de que la Orden empiece a ser fiel
a sí misma, a revivir de su asfixia para abandonar su apostasía y retomar su
verdadero credo!
Sin duda, el trabajo, la muerte y la pasión sexual son condiciones
esenciales y permanentes de la existencia humana, y hacen que sea imposible
la perfección y vivir mil años sobre la Tierra. Siempre - ¡así lo dispone el
Destino!– la gran mayoría de los hombres deben trabajar duro para vivir, y no
pueden encontrar el tiempo para cultivar la inteligencia. El hombre, al saberse
mortal, no sacrificará el gozo presente por uno mayor en el futuro. El amor de
mujer no puede morir; y tiene un destino terrible e incontrolado, incrementado
por los refinamientos de la civilización. La mujer es la verdadera sirena o diosa
de los jóvenes. Pero la sociedad puede ser mejorada, y el gobierno libre es
posible en los estados, y la libertad de pensamiento y conciencia ya no es
completamente utópica. Ya vemos que los emperadores prefieren ser elegidos
por sufragio universal, que los Estados se convierten en Imperios a través del
voto, y que los imperios son administrados con parte del espíritu de una
república, siendo poco más que democracias con una sola cabeza y
asentándose sobre un solo hombre, un representante, en vez de una asamblea
de representantes. Y si los Sacerdocios todavía gobiernan, al menos
comparecen ante los laicos para demostrar, con argumentos, que ellos deberían
gobernar. Están obligados a reconocer la misma razón que ellos están decididos
a suplantar.
Por consiguiente, los hombres son cada día más libres, pues la libertad del
hombre se asienta en su razón. Él puede reflexionar sobre su propia conducta
futura, y ser consciente de sus consecuencias; puede contemplar una amplia
perspectiva de la vida humana, y adoptar reglas a seguir de forma constante. De
esta forma se libera de la tiranía de los sentidos y las pasiones, y se capacita
para vivir en todo momento según la luz del conocimiento que existe dentro de
él, en lugar de ser conducido, como una hoja seca en las alas del viento, por
cualquier impulso momentáneo. Aquí radica la libertad del hombre concebida
según la necesidad impuesta por la omnipotencia y omnisciencia de Dios. A más
luz, más libertad. Cuando el emperador y la iglesia apelan a la razón llega
naturalmente el sufragio universal.
Es preciso que nadie desfallezca, ni crea que la labor en la causa del
Progreso será un esfuerzo perdido. No se pierde nada en la Naturaleza, ni
Materia, ni Fuerza, ni Actos, ni Pensamientos. Un Pensamiento puede ser el
resultado de una vida tanto como una Acción; y un simple pensamiento a veces
produce mayores resultados que una Revolución. No debería haber separación
entre el Pensamiento y la Acción. El verdadero Pensamiento es aquel que
culmina toda una vida. Pero todo Pensamiento sabio y verdadero produce
Acción. Es generativo, como la luz, y la luz y la profunda sombra de la nube que
pasa son los dones de los profetas de la raza. El Conocimiento laboriosamente
adquirido y que induce a hábitos de profundo Pensamiento – el carácter reflexivo
– es necesariamente raro. La gran mayoría de jornaleros no pueden adquirirlo y
la mayoría de los hombres alcanzan un nivel muy bajo al respecto, pues es
incompatible con las obligaciones y exigencias de la vida. Un mundo de error así
como de trabajo hacen a un hombre reflexivo. En la nación más avanzada de
Europa hay más ignorantes que sabios, más pobres que ricos, más obreros que
trabajan por puro hábito que hombres reflexivos y razonables. La proporción es
al menos de mil a uno, y de esta ignorancia emana la unidad de opinión, que
sólo existe entre la multitud que no piensa; y es el sacerdote político o espiritual,
que piensa por esa multitud, el que discurre cómo guiarlos y gobernarlos.
Cuando los hombres empiezan a pensar, empiezan a discrepar. El gran
problema es encontrar líderes que no pretendan convertirse en tiranos, y esto es
más preciso respecto al corazón que a la cabeza. Ahora cada hombre obtiene su
particular porción del producto del trabajo humano por un desorden constante,
por las artimañas y el engaño. El conocimiento útil y honorablemente adquirido
se usa demasiado a menudo para alcanzar un fin deshonesto y poco razonable,
de forma que los estudios de la juventud son bastante más nobles que las
prácticas de la madurez. El trabajo del granjero en sus campos, generosamente
recompensado por la tierra, y los cielos benéficos y favorables tienden a hacerle
responsable, previsor y agradecido, mientras que la educación en el mercado
hace al hombre quejumbroso, astuto, envidioso y un insoportable tacaño.
La Masonería pretende ser esta guía benéfica, altruista y desinteresada; y
es propio de todas las grandes estructuras que el sonido del martillo y el tintineo
de la paleta se escuche siempre en alguna parte del edificio. Teniendo fe en el
hombre, esperanza en el futuro de la humanidad y amable amor por nuestros
hermanos, la Masonería y el masón deben siempre trabajar y enseñar. Dejemos
hacer a cada cual aquello para lo que está mejor dotado. El docente es también
un obrero. Tan digno de elogio como el activo piloto es aquel que mantiene el
destello del faro sobre la colina y está en su puesto.
La Masonería ha ayudado a derribar algunos ídolos de sus pedestales, y a
pulverizar algunas de las cadenas que mantenían las almas de los hombres
atadas. Que ha habido progreso, no necesita más demostración que ver que
ahora se puede razonar con los hombres y defender ante ellos, sin correr el
riesgo de ser colgado o quemado, que ninguna doctrina puede ser tomada por
verdad si contradice a otra u otras de las entregadas por Dios a los hombres.
Mucho antes de la Reforma, un monje que había encontrado su camino a la
herejía sin la ayuda de Martín Lutero, no atreviéndose a proclamar abiertamente
sus doctrinas antipapales y traidoras, las escribió en un pergamino, selló el
peligroso documento y lo escondió en los muros macizos de su monasterio. No
había amigo o hermano a quién confiar su secreto o con quién desahogar su
alma. Era un pequeño consuelo imaginar que en una era futura alguien podría
encontrar el pergamino, y la semilla resultaría no haber sido sembrada en vano.
¿Qué hubiese sucedido si la verdad hubiese tenido que permanecer dormida
mucho tiempo antes de germinar, como el trigo de las momias egipcias?
Pronunciadla, sin embargo, una y otra vez, y ¡dejadle que tenga su oportunidad!
La rosa de Jericó crece en los desiertos de arena de Arabia y en los
tejados de Siria. De apenas seis pulgadas de alto, pierde sus hojas tras la
temporada de floración, y se seca formando una bola. Entonces es desraizada
por los vientos y llevada, revoloteada y lanzada por el desierto y hasta el mar.
Allí, al sentir el contacto con el agua, se despliega, expande las ramas y suelta
las semillas de sus vainas. Estas, saturadas de agua, son llevadas por la marea
y depositadas en la costa. Muchas se pierden, igual que hay muchas vidas de
hombres que son inútiles. Pero muchas regresan de la costa al desierto donde,
gracias al agua de mar que han absorbido, las raíces y hojas brotan y se
convierten de nuevo en plantas fructíferas que, a cambio, como sus ancestros,
volverán haciendo remolinos al mar. Dios no tendrá menos cuidado en proveer
la germinación de las verdades que vosotros podáis proclamar atrevidamente.
“Arroja” – Él ha dicho – “tu pan a las aguas, y tras muchos días volverá a ti de
nuevo”.
La Iniciación no cambia. La encontramos una y otra vez, y siempre es
igual a través de los tiempos. Los últimos discípulos de Pascalis Martínez son
todavía los hijos de Orfeo; pero adoran al hacedor de la filosofía antigua, la
Palabra Encarnada de los cristianos. Pitágoras, el gran divulgador de la filosofía
de los números, visitó todos los santuarios del mundo. Fue a Judea, donde se
circuncidó para ser admitido en los secretos de la Cábala, que los profetas
Ezequiel y Daniel, no sin alguna reserva, le comunicaron. Entonces, no sin
dificultad, consiguió ser aceptado en la iniciación egipcia por recomendación del
Rey Amasis. El poder de su genio suplió las deficiencias de la imperfecta
comunicación de los Hierofantes, y él mismo se convirtió en Maestro y
Revelador.
Pitágoras define a Dios: una Verdad Viva y Absoluta vestida de Luz
Dijo que el Verbo era Número manifestado en Forma.
Hizo descender todo del Tetractys, o lo que es lo mismo, del Cuaternario.
Dios, dijo de nuevo, es la Suprema Música, cuya naturaleza es la Armonía.
Pitágoras dio a los magistrados de Crotona este gran precepto religioso, político
y social: “No hay mal que no sea preferible a la Anarquía”.
Pitágoras dijo: “Igual que hay tres ideas divinas y tres regiones inteligibles, así
hay una palabra triple, pues el orden jerárquico siempre se manifiesta por tres
elementos. Está la palabra simple, la palabra jeroglífica, y la palabra simbólica.
Dicho de otro modo: está la palabra que expresa, la palabra que oculta y la
palabra que significa; toda la sabiduría hierática comprende el perfecto
conocimiento de estos tres grados.
Pitágoras condensó la doctrina en símbolos, pero evitó cuidadosamente
las personificaciones e imágenes que, pensó, antes o después conducirían a la
idolatría. La Santa Cábala, o tradición de los hijos de Seth, fue llevada desde
Caldea por Abraham, enseñada al clero egipcio por José, recuperada y
purificada por Moisés, oculta bajo símbolos en la Biblia, revelada por el Salvador
a San Juan y contenida en su totalidad, bajo figuras hieráticas análogas a las de
la antigüedad, en el Apocalipsis de ese apóstol.
Los cabalistas consideraban a Dios como la Vida Infinita, Animada e
Inteligente. Él no es, para ellos, ni un agregado de existencias, ni la existencia
en abstracto, ni un ser filosóficamente definible. Él está en todo, distinto de todo
y más grande que todo. Incluso su nombre es inefable, y ese nombre tan sólo
expresa el ideal humano de Su divinidad. Lo que es Dios en sí mismo no le está
dado al hombre comprenderlo.
Dios es el absoluto de la Fe; pero el absoluto de la Razón es el SER, .יהוה
“Yo soy el que soy” es una traducción desacertada.
El Ser, la Existencia, lo es por sí mismo y porque ES. La razón de ser es el
mismo ser. Podemos preguntar ¿por qué algo existe?, o lo que es lo mismo,
“¿por qué existe esta cosa o la otra? Pero no podemos preguntar, sin ser
absurdos, ¿Por qué está existiendo?, pues eso supondría Ser antes de Ser. Si el
Ser tuviese una causa, esa causa sería necesariamente Ser; es decir, la causa y
el efecto serían idénticos. La Razón y la Ciencia nos demuestran que los modos
de Existencia y Ser se igualan en equilibrio según leyes armónicas y de
jerarquía. Pero una jerarquía consiste en ir ascendiendo, y se convierte en más y
más monárquica. Y la Razón no puede detenerse a un nivel concreto de
jerarquía sin alarmarse ante el abismo que queda por encima de ese supremo
monarca, y entonces guarda silencio, y cede el protagonismo a la Fe que se
profese. Lo que es cierto, incluso para la ciencia y la razón, es que la idea de
Dios es la más grande, la más santa y la más útil de las aspiraciones del alma; y
que sobre esta convicción descansa la moralidad, con su eterno juicio. Esta
creencia, pues, resulta en la humanidad el fenómeno del ser más real; y si fuese
falsa, la naturaleza estaría afirmando un absurdo; la nada daría forma a la vida,
y Dios sería y no sería al mismo tiempo.
Es a esta realidad filosófica e incontestable denominada La Idea de Dios a
la que los cabalistas otorgan un nombre en el que se contienen todos los otros.
Su clave contiene todos los números, y los jeroglíficos de sus letras expresan las
leyes de todo lo existente en la naturaleza.
El SER es SER; la razón de ser está en ser, y es el comienzo del mundo y
la palabra del discurso formulado lógicamente, la Razón hablada. La Palabra es
en Dios, y es el Mismo Dios manifestado a la inteligencia. Aquí está lo que
queda por encima de todas las filosofías, y esto debemos creer, bajo pena de no
saber nunca nada verdaderamente y recaer en el absurdo escepticismo de Pirro.
El Sacerdocio, custodio de la Fe, se asienta totalmente sobre esta base de
conocimiento, y es en sus enseñanzas donde debemos reconocer el Divino
Principio de la Palabra Eterna.
La Luz no es Espíritu, como los hierofantes indios creían, sino únicamente
el instrumento del Espíritu. No es el cuerpo de los protoplastos, como los
teurgistas de la Escuela de Alejandría creían, sino la primera manifestación del
impulso creativo divino. Dios la crea eternamente y el hombre, a imagen de Dios,
la modifica y parece multiplicarla. La alta magia es denominada Arte Sacerdotal
o Arte Real. En Egipto, Grecia y Roma no podía sino compartir las grandezas y
decadencias de los sacerdotes y la realeza. Toda filosofía hostil al culto nacional
y a sus misterios resultaba necesariamente hostil a los grandes poderes
políticos, que se veían menoscabados en su grandeza y dejaban de ser, a ojos
de las multitudes, imagen del Poder Divino. Toda corona acaba hecha añicos
cuando choca contra la Tiara.
Platón, al escribir a Dionisio el Joven, respecto a la naturaleza del Primer
Principio afirma: “Debo escribirte en enigmas, de forma que si mi carta fuese
interceptada por tierra o mar, aquel que la leyese no pueda comprenderla en
ningún grado”. Y añade, “Todas las cosas rodean a su Rey, a causa de Él, y sólo
Él es la causa de las cosas buenas, causa segunda de las cosas segundas y
causa tercera de las terceras”.
Hay en estas escasas palabras un completo sumario de la Teología de
Sephiroth. El Rey es Ainsoph, Ser Supremo y Absoluto. Desde este centro, que
está en todas partes, se irradian todas las cosas; pero lo concebimos de tres
formas y en tres esferas diferentes. En el mundo Divino (Aziluth), que es el de la
Primera Causa, y donde la completa Eternidad de las Cosas existía como una
Unidad en el comienzo, para posteriormente, durante toda la Eternidad,
revestirse de forma y de los atributos que los constituyen en materia, el Primer
Principio es Simple y Primigenio, y todavía no es la mismísima Deidad ilimitada,
incomprensible e inefable, sino Él mismo en tanto se manifiesta como
Pensamiento Creativo. Comparar la pequeñez con la infinitud es como comparar
a Arkwright, inventor de la hiladora de bobinas, con Arkwright el hombre en los
demás aspectos y más allá de ello. Todo lo que podemos saber del mismo Dios
es, comparado con su Totalidad, tan sólo una fracción infinitesimal de una
pequeña parte de su Infinitud.
En el mundo de la Creación, que es el de las Segundas Causas (la
palabra cabalística Briah), la Autocracia del Primer Principio se completa, pero la
concebimos únicamente como la Causa de las Segundas Causas. Aquí se
manifiesta por el Binario, y consiste en el Principio Creativo Pasivo. Finalmente,
en el tercer mundo, Yezirah, o de Formación, se revela en la perfecta Forma, la
Forma de las Formas, el Mundo, la Suprema Belleza y Excelencia, la Perfección
Creada. Por lo tanto el Principio es al mismo tiempo lo Primero, lo Segundo y lo
Tercero, pues es Todo en Todo y el Centro de la Causa de todo. No es el genio
de Platón lo que admiramos, sino que reconocemos tan sólo el exacto
conocimiento del Iniciado. El gran apóstol San Juan no tomó prestado de la
filosofía platónica el comienzo de su evangelio. Por el contrario, Platón bebió de
las mismas fuentes que San Juan y Filón, y Juan en sus primeros versos
enuncia los primeros principios de un dogma común a muchas escuelas, pero
expresado a la manera de Filón, a quien evidentemente leyó. La filosofía de
Platón, el mayor de los Reveladores humanos, no podía aspirar a la Palabra
hecha Hombre. Tan sólo el evangelio podía ofrecerlo al mundo.
La Duda, en presencia del Ser y su armonías; el escepticismo ante las
matemáticas eternas y las inmutables leyes de la Vida que hacen a la Divinidad
presente y visible por doquier, igual que el Humano es conocido y visible por las
palabras que pronuncia y por sus actos, ¿acaso no resulta la más insensata de
las supersticiones, y la más inexcusable así como la más peligrosa de todas las
credulidades? El pensamiento, como sabemos, no es el resultado o
consecuencia de la organización de la materia, ni de la química u otra acción o
reacción de sus partículas, como la efervescencia o las explosiones gaseosas.
Por el contrario, el hecho de que el Pensamiento se manifieste y perfeccione en
el acto humano o divino prueba la existencia de una Entidad o Unidad capaz de
pensar. Y el Universo es la Infinita Palabra de uno o un número infinito de
infinitos pensamientos, que no pueden emanar sino de una Fuente Pensante
Infinita. La causa siempre es igual, por lo menos, al efecto; y la materia no puede
pensar, ni podría causarse a sí misma, o existir sin causa, ni nada podría
producir fuerzas o cosas, pues en la nada vacía no pueden existir fuerzas.
Admitid una Fuerza existente por sí misma, y su Inteligencia – o una Causa
Inteligente de ella - y Dios es.
La alegoría hebrea de la Caída del Hombre, que es una variación de una
leyenda universal, simboliza una de las parábolas más grandes y universales de
la ciencia. El Mal Moral es Falsedad en las acciones, y la Falsedad es Crimen en
palabras. La Injusticia es la esencia de la Falsedad, y toda palabra falsa es una
injusticia. La Injusticia es la muerte del Ser Moral, pues es el veneno de la
Inteligencia. La percepción de la Luz es el amanecer de la Vida Eterna en el Ser.
La Palabra de Dios, que crea la Luz, parece ser pronunciada por cada
Inteligencia que puede tener conocimiento y observar las Formas. “¡Hágase la
Luz!” La Luz, de hecho, existe en su condición y esplendor tan sólo para
aquellos ojos que la miran; y el Alma, devota del espectáculo de belleza del
Universo, y fijando su atención en la escritura luminosa del Libro Infinito que
llamamos “lo Visible”, parece pronunciar, como Dios hizo al amanecer del primer
día, esa primera y creativa palabra: ¡Sea! ¡Luz! No es más allá de la tumba, sino
en la vida misma donde debemos buscar los misterios de la muerte.
La salvación o reprobación comienza aquí abajo, y el mundo terreno
también tiene su cielo e infierno. Siempre, incluso aquí abajo, la virtud es
recompensada; siempre, incluso aquí abajo, el vicio es castigado; y lo que nos
hace creer a veces en la impunidad de los malhechores es que la riqueza,
instrumento del bien y el mal, parece a veces ser entregado al azar. Pero ¡ay de
los hombres impíos, cuando poseen la llave del oro! Pues para ellos solo abre la
puerta de la tumba y del infierno.
Todos los verdaderos iniciados ha reconocido la utilidad del trabajo duro y
el sufrimiento. “El sufrimiento”, dice un poeta alemán, “es el perro de ese pastor
desconocido que guía a los rebaños de hombres”. Aprender a sufrir, aprender a
morir, es la disciplina de la Eternidad, el noviciado eterno. La figura alegórica de
Cebes, que sirve a Dante para esbozar el tiempo de Platón en la Divina
Comedia (descripción que ha sido preservada y ha inspirado a muchos pintores
de la Edad Media) es un monumento filosófico y mágico al mismo tiempo. Es
una completa síntesis moral, y al mismo tiempo la demostración más audaz
jamás dada del Gran Arcano, de ese secreto cuya revelación revolucionaría
Cielo y Tierra. ¡Que nadie espere que le demos esa explicación! El que pasa tras
el velo que esconde ese misterio comprende que es inexplicable en su misma
naturaleza, y que es la muerte para aquellos que lo obtienen de forma repentina,
así como para aquel que lo revela.
Este secreto es la Realeza de los Sabios, la Corona del Iniciado que, en la
delicada alegoría de Cebes, vemos volver a descender victorioso de la cumbre
de las Pruebas. El Gran Arcano le hace maestro de oro y de la luz, que son
básicamente la misma cosa. Él ha resuelto el problema de la cuadratura del
círculo, dirige el movimiento perpetuo y está en posesión de la Piedra Filosofal.
En esto los adeptos nos comprenderán. No hay ni interrupción en el esfuerzo de
la naturaleza, ni lapso en su obra. Las Armonías del Cielo se corresponden con
las de la Tierra, y la Vida Eterna perfecciona su evolución conforme a las
mismas leyes que la vida de un perro. “Dios lo ha dispuesto todo en peso,
número y medida”, dice la Biblia; y esta luminosa doctrina era también la de
Platón. La Humanidad no ha tenido nunca más que una religión y un culto. Esta
luz universal ha tenido sus vacilantes espejismos, sus reflejos engañosos y sus
sombras; pero siempre, tras la noche del Error, la vemos reaparecer, una y pura
como el Sol.
Las magnificencias del culto son la vida de la religión, y si Cristo desea
ministros pobres, su Soberana Divinidad no desea altares insignificantes.
Algunos protestantes no ha comprendido que el culto es una enseñanza, y que
no debemos crear en la imaginación de la multitud un Dios perverso o miserable.
Esta oratoria que parece pobremente concebida en un despacho o una taberna
y aquellos meritorios ministros vestidos como notarios o ayudantes de abogado,
¿acaso no provocan que la religión sea contemplada necesariamente como una
mera formalidad puritana y a Dios como una Justicia de la Paz?
Nos burlamos de los augures. Es fácil mofarse, e igualmente es difícil
comprender correctamente. ¿Dejó la Deidad a todo el Mundo sin Luz durante
dos siglos precisos para iluminar únicamente un pequeño rincón de Palestina y a
un pueblo brutal, ignorante y desagradecido? ¿Por qué calumniar siempre a
Dios y al Santuario? ¿Nunca hubo más que pillos entre los sacerdotes? ¿No
podía encontrarse ningún hombre sincero y honesto entre los hierofantes de
Ceres o Diana, de Dioniso o Apolo, de Hermes o Mitra? ¿Estaban estos,
entonces, completamente engañados, como el resto? ¿Quién, pues, se engañó
constantemente, sin traicionarse a sí mismo, durante largos siglos? ¡Pues los
engaños no son inmortales! Arago afirmó que, fuera de las puras matemáticas,
el que pronuncia la palabra imposible está falto de prudencia y buen sentido.
El verdadero nombre de Satán, afirman los cabalistas, es del de Yahveh
invertido; pues Satán no es un dios negro, sino la negación de Dios. El Diablo es
la personificación del Ateísmo o la Idolatría.
Para los iniciados, Satán no es una persona, sino una fuerza, creada para
el bien pero que puede servir al mal. Es el instrumento de la Libertad y el Libre
Albedrío. Ellos representan a esta fuerza que reina sobre la generación física
bajo la forma mitológica y cornuda del dios Pan; de ahí proviene el macho cabrío
del Sabbath, hermano de la Antigua Serpiente y portador de la Luz o Phosphor,
a partir del cual los poetas han creado el falso Lucifer de la leyenda.
El oro, a los ojos de los iniciados, es Luz condensada, y denominan a los
números sagrados de la Cábala Números Aúreos, y a las enseñanzas morales
de Pitágoras sus Versos Dorados. Por la misma razón, un misterioso libro de
Apuleyo, en el que un asno aparece ampliamente, fue llamado El Asno de Oro.
Los paganos acusaron a los cristianos de adorar un asno, y este reproche
no era una invención suya, sino que venía de los judíos samaritanos que,
conocedores del simbolismo cabalístico en lo concerniente a símbolos egipcios
de la Divinidad, también representaban la Inteligencia bajo la figura de la Estrella
Mágica adorada bajo el nombre de Remphan, la Ciencia bajo el emblema de
Anubis, cuyo nombre cambiaron a Nibbas, y la fe vulgar o credulidad bajo la
figura de Thartac, un dios representado por un libro, una capa, y la cabeza de un
asno. Según los doctores samaritanos, la Cristiandad era el reino de Thartac, la
Fe ciega y la credulidad vulgar erigida en oráculo universal y preferida a la
Inteligencia y la Ciencia.
Sinesio, obispo de Ptolemaida, un gran cabalista pero de dudosa
ortodoxia, escribió: “El pueblo siempre se reirá de las cosas fáciles de
malinterpretar; necesita falseamientos”.
“Un espíritu”, dijo, “que ama la sabiduría y contempla la Verdad de cerca,
está obligado a disfrazarla para inducir a las multitudes a aceptarla... Las
ficciones son necesarias para el pueblo, y la Verdad resulta mortal para aquellos
que no son lo bastante fuertes para contemplarla en todo su esplendor. Si las
leyes sacerdotales permitiesen la reserva de juramentos y esta forma de
expresarse, yo aceptaría la dignidad propuesta a condición de que pudiese ser
un filósofo en casa, y fuera de ella un narrador de apologías y parábolas. De
hecho, ¿qué puede haber en común entre la vil multitud y la sublime sabiduría?
La Verdad debe ser guardada en secreto, y las masas necesitan una enseñanza
proporcionada a su imperfecta razón”.
Los desórdenes morales producen fealdad física, y en cierta manera
justifican esos rostros espantosos que la tradición asigna a los demonios.
Los primeros druidas eran los verdaderos hijos de los Magos, y su
iniciación provino de Egipto y Caldea, o lo que es lo mismo, de las fuentes puras
de la primitiva Cábala. Adoraban a la Trinidad bajo los nombres de Isis o Hesus,
la Suprema Armonía; de Belén o Bel, que en asirio significa Señor, nombre que
se corresponde al de Adonai; y de Camul o Camael, nombre que en la Cábala
personifica la Divina Justicia. Bajo este triángulo de Luz los primeros druidas
suponían un reflejo divino, también compuesto de tres rayos personificados:
primero, Tutatis o Teuth, el mismo que el Thoth de los egipcios, la Palabra o la
Inteligencia expresada. A continuación la Fuerza y Belleza, cuyos nombres
variaban según su iconografía. Finalmente, completaban el sagrado Septenario
con una misteriosa imagen que representaba el progreso del dogma y sus
futuras realizaciones. Consistía en una joven mujer velada, sosteniendo un niño
en sus brazos, y dedicaban esta imagen a “la Virgen que se convertirá en
madre” – Virgini pariturae.
Hertha o Wertha, la joven Isis de la Galia, Reina del Cielo, la Virgen que
iba a gestar a un niño, sostuvo el eje del Destino, relleno de lana mitad blanca y
mitad negra; pues ella reina sobre todas las formas y símbolos, y trenza el tejido
de las ideas. Uno de los más misteriosos pentáculos de la Cábala, contenido en
el Enchiridión del Papa León, representa un triángulo equilátero invertido inscrito
en un doble círculo. En el triángulo están escritas, de tal modo que forman la
profética Tau, las dos palabras hebreas tan frecuentemente añadidas al Nombre
Inefable, אלהם y צבאות , Alohayim, o las Potencias, y Tsabaoth, o los Ejércitos
estrellados y sus espíritus guías; palabras que también simbolizan el equilibrio
de las fuerzas de la Naturaleza y la Armonía de los Números. En los tres lados
del triángulos figuran los tres grandes nombres יהוה , אדני y אגלא , Iahaveh, Adonai
y Agla. Sobre la primera palabra está escrita en latín Formatio, sobre la segunda
Reformatio, y sobre la tercera Transformatio. De esta forma la Creación se
adscribe al Padre, la Redención o Reformación al Hijo, y la Santificación o
Transformación al Espíritu Santo, respondiendo a las leyes matemáticas de
Acción, Reacción y Equilibrio. Iahaveh es también, en efecto, la Génesis o
Formación de dogma por el significado elemental de las cuatro letras del
Tetragrama Sagrado; Adonai es la realización de este dogma en la Forma
Humana, en el Señor Visible, que es el Hijo de Dios o el perfecto Hombre; y Agla
(formada por las iniciales de las cuatro palabras Ath Gebur Laulaim Adonai)
expresa la síntesis de todo el dogma y la totalidad de la ciencia cabalística, que
indica claramente a través de los jeroglíficos que este admirable nombre está
formado por el Triple Secreto de la Gran Obra.
La Masonería, como todas las religiones, todos los misterios, el
Hermetismo y la Alquimia, oculta sus secretos para todos excepto para los
adeptos y los sabios, o los elegidos, y emplea falsas explicaciones e
interpretaciones equívocas de sus símbolos para llevar a error a aquellos que
sólo merecen ser llevados a error, y para ocultar la Verdad, que es Luz, de
estos, y apartarlos de ella.
La Verdad no es para aquellos que no son merecedores o capaces de
recibirla, o para aquellos que la pervertirían. Igual que el mismo Dios incapacita
a muchos hombres, por la ceguera del color, para distinguir colores, aleja a las
masas de la más alta Verdad, dándoles el poder de alcanzar tan sólo lo que les
es de provecho conocer. Toda época ha tenido una religión adaptada a su
capacidad.
Los enseñantes, incluso en el Cristianismo, son en general los más
ignorantes del verdadero sentido de lo que enseñan. No hay libro del que se
sepa tan poco como de la Biblia. Para la mayoría de los que lo leen resulta tan
incomprensible como el Sohar.
Así la Masonería encripta sus secretos celosamente, y extravía
intencionadamente a los intérpretes engreídos. No hay espectáculo sobre la
Tierra más lamentable y ridículo al mismo tiempo que contemplar actitudes como
las de Preston y Webb, por no hablar de los posteriores accesos de estupidez y
banalidad, intentando explicar los viejos símbolos de la Masonería, añadiendo y
mejorándolos, o inventando algunos nuevos.
Al círculo con un punto en el centro, y trazado de por sí entre dos líneas
paralelas (una figura puramente cabalística), estas personas han añadido la
Biblia situada encima, y detrás la escalera con tres o nueve vueltas, y a
continuación han dado una insípida interpretación del conjunto, tan
profundamente absurda que llega a producir admiración.
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