El mundo moderno muestra gran interés en cualquier tema que se vincule con las relaciones comunitarias e interpersonales. Lo más probable es que estemos empezando a ver que si hemos de vivir en armonía en este atestado planeta sería mejor que empecemos a encontrar la fórmula para la vida comunitaria, y rápidamente . Teilhard lo expresó muy bien cuando dijo que era “Amarse los unos a los otros si desean ser perfectos”, pero ahora es “Amarse los unos a los otros si desean sobrevivir”. Si queremos proseguir con el objetivo de planetización y construcción de la Tierra, debemos aprender a vivir juntos. De ahí nuestro interés en una vida comunitaria, en relaciones interpersonales, en encuentros grupales, en entrenamiento de sensibilidad, y todo lo demás. Es evidente que la comunidad es una de las grandes preocupaciones hoy en día.
Y relacionado con esto está el interés moderno en la intimidad. Nuevos enfoques en el matrimonio acentúan la dimensión de intimidad entre marido y mujer. Nuevos pensamientos sobre el celibato religioso le dan importancia al amor personal y a la intimidad en el estado de soltería. Es aparente que el hombre ha llegado a una etapa en la evolución donde la intimidad es no sólo una de sus prioridades, sino también una necesidad de la vida.
A pesar de todo lo que se dice sobre la intimidad, sin embargo, no hay un consenso sobre lo que la palabra significa. A veces se iguala con sinceridad en las relaciones humanas, o con la franqueza y apertura. 0 es considerada como lo opuesto a jugar juegos. Pero lo que me interesa aquí es que, no rara vez, unas profundas relaciones interpersonales e intimidad son asociadas con profundidad en la meditación. Centros de entrenamiento de sensibilidad y de desarrollo del potencial humano a menudo ofrecen cursos de encuentro y de meditación, como si sintieran instintivamente que ambos están unidos de alguna manera. Y aquí quiero preguntar cómo y con qué alcance están de hecho relacionados.
Frente a esta pregunta puedo ver inmediatamente dos razones por qué la meditación puede llevar a la gente a conocerse y amarse en niveles más profundos de consciencia. Uno es el desapego que necesariamente acompaña el proceso de meditación . El otro es el conocimiento empático. Quiero decir unas palabras sobre estos dos puntos. Primero sobre el desapego.
La psicología moderna nos recuerda que para ser verdaderamente íntimos no debemos apegarnos a la gente. Debemos dejarlos ser, dándoles la libertad de ser ellos mismos, de vivir sus propias vidas, de tomar sus propias decisiones, de escoger sus propias creencias, de seguir al espíritu dentro de ellos. El hecho es que la mayoría de nosotros no podemos hacer esto. Nos colgamos de quienes amamos, tratando de hacer de ellos lo que nosotros queremos que sean y de amoldarlos de acuerdo a nuestros planes. Esto destruye
la unión e intimidad.
Sería relativamente fácil el abandonar nuestras fijaciones de apego si estuvieran en la mente consciente. Pero generalmente no lo están. Ellas están vagando en esas profundidades nubladas y subliminales que están fuera de nuestro control y aun más allá de la frontera de la consciencia. A veces sólo podemos adivinar su existencia por la inexplicable angustia que cruza la mente en ciertas relaciones. A menudo dichas relaciones son en parte proyecciones: ya que estamos sobreponiendo la imagen de nuestro padre o madre sobre otros, o apegándonos a ellos como un niño se apega a sus padres. 0 una madre proyectará en su hijo sus frustraciones inconscientes, obligándolo a vivir la vida que ella quiso vivir, pero no pudo. Está
de más decir que no se da cuenta de esto; ante sus ojos ella es la madre amorosa. Pero no puede ser íntima con este niño porque se quiere a sí misma en él.
Sólo se puede conseguir profundidad cuando llegamos más allá de las proyecciones, al centro de la personalidad del otro, es decir, cuando una persona conoce otra persona. Y esto, a su vez, se puede hacer únicamente cuando estoy desapegado de mis ilusiones subliminales, deseos egocéntricos, frustraciones inconscientes, proyecciones infantiles, y todo lo demás. En otras palabras, la primera condición para la intimidad es la purificación de la mente consciente e inconsciente.
En términos del análisis transaccional, la intimidad sólo se puede conseguir cuando una relación es purificada de influencias excesivas de Padres y Niños.
Mientras el Niño en mí se relacione constantemente con el Padre en otra persona, las oportunidades de intimidad son pocas porque la relación es distorsionada por la interferencia de recuerdos semienterrados y de voces del pasado. Si yo he de conocer el centro del otro en el centro de mi propio ser debo deshacerme del Niño neurótico y del Padre mandón. Y una vez más esto sería fácil de hacer si estos fantasmas estuvieran únicamente en la mente consciente. Pero a menudo no es así, están alojados en áreas subliminales, así que no podemos analizar la transacción, aun cuando quisiéramos hacerlo. Una vez más se requiere la purificación del inconsciente. Unicamente cuando esto se ha producido puede una persona conocer otra persona sin jugar juegos. Solamente ahí es posible que un adulto conozca a un adulto, o, más maravilloso aún, que el Niño purificado conozca al Niño purificado. Unicamente ahí está el escenario listo para una reunión que pueda ser una experiencia verdaderamente íntima. Desapego de los estados internos propios y la purificación de todas las identificaciones son las condiciones inexorables para tal encuentro íntimo.
Ahora, la meditación vertical que va más allá de los pensamientos e imágenes, al centro interior del silencio, es el enemigo del apego consciente e inconsciente. Esto es particularmente cierto en el samadhi budista con su énfasis en el silencio, la nada, el vacío y la cesación del deseo. El Budismo declara que el apego causa ilusión, cegándonos a la verdadera naturaleza de la realidad y haciéndonos vivir en un mundo de fantasmas. Y así, en el silencio, una meditación que penetra a través de capas y capas de conocimiento, libera al hombre de la tiranía de sus identificaciones internas . Penetra a las oscuras profundidades subliminales y las limpia. Entonces, liberado de apego e identificación, yo puedo ver y relacionarme con el otro como un otro. Deja de existir mi idea del otro y puedo percibir al otro como es en sí. No existe más mi idea de mí mismo sino sólo mi yo verdadero, profundo y auténtico. Ahora estoy libre para amar y recibir amor.
Más aún (y esto es cierto de toda experiencia contemplativa), me vuelvo habitualmente presente y abierto al aquí-y-ahora. Las ideas conceptuales sobre las personas y cosas nos apartan de la realidad que existe frente a nosotros, transportándonos al pasado. La persona intuitiva, no apegada, por el contrario, es una persona-ahora. El ve al otro como es hoy, no como era ayer. La disciplina del desapego lo ha llevado a una fresca percepción continua que hace posible una autenticidad más profunda y un regalo de sí mismo.
Este desapego, tan característico del Budismo, se encuentra en todas esas formas de la meditación vertical que usan el mantra, el koan, el mandala, o simplemente el silencio sin imágenes. Se encuentra en forma predominante en la contemplación Cristiana. El proceso de meditación aclara las capas superiores de la mente, abriendo el inconsciente , yendo más allá de las identificaciones, hacia las profundidades de la vida psíquica, trayendo al meditador a una profunda libertad en la cual es liberado de la tiranía de sus propios estados interiores. Y todo esto para el fenómeno que llamamos intimidad.
Pero el desapego, valioso como es, no constituye la esencia de la intimidad. No es más que una condición, una preparación, una liberación. Precisamente , el desapego en sí, podría ser una condición para el odio y
la destrucción: podría liberar al meditador para hacer daño con ecuanimidad. Mucho más importante es el segundo punto que mencioné, a saber, el conocimiento de empatía que forma el fondo de la meditación sea ésta Budista o Cristiana . Es el conocimiento que va más allá de los pensamientos, imágenes y conceptos.
Proviene del amor y compasión, y lleva a “vivir-dentro”. Es el conocimiento y amor de un Pablo que descubre que vive en Cristo y que Cristo vive en é1. Pablo continua diciendo que él es “en Cristo” y que él experimenta que Cristo está en él. Los creyentes, también, están en Cristo , y ellos rezan para que Cristo esté en ellos; “que Cristo pueda vivir en sus corazones a través de la fe”. (Efesios .3:17). Aquí está el centro de la intimidad y de “vivir-en”. Y algo de la intimidad de Pablo con Jesús puede ser encontrada en una relación entre buenos amigos que se conocen y aman a niveles profundos de conocimiento. En Introducción a la Vida Devota, Francisco de Sales cita las palabras de San Gregorio de Nazianzen sobre su notable amistad con San Basilio:
“Parecía como si hubiera una sola alma entre nosotros, teniendo dos cuerpos. Y si no debemos creer a los que dicen que todas las cosas están en todas las cosas, Ud. tiene que creer esto, que nosotros estábamos en cada uno, y el uno en el otro…” (Francisco de Sales, cap. 18).
Estos dos hombres eran místicos. Habían experimentado desapego y estados de consciencia meditacional para que su amistad culminara en un “vivir-en” que nos recuerda la amistad de Pablo con Cristo. Y la esencia de esa intimidad es un amor personal, liberado por el desapego, por medio del cual dos personas
se encuentran en el centro de su ser en un encuentro extático.
Quisiera acentuar el papel de la empatía y el amor porque ha sido sugerido en grupos de encuentro que el proceso psicológico, por sí solo, puede afectar la intimidad. Es como si el simple hecho de meditar, de entrar en estados profundos de conocimiento y de expandir la consciencia de uno, mejoraría la intimidad
sin la dimensión religiosa de la fe y el amor. Yo no creo que sea así, yo no creo que ningún proceso psicológico, divorciado de la fe y del amor y compromiso pueda producir intimidad y “vivir-en”. Esto se me grabó mientras leía sobre unos experimentos hechos en el campo de la meditación secular y la meditación no religiosa. Estos experimentos resultaron no en un “vivir-en” sino en unión. Déjenme describirlos brevemente:
En un experimento, a los sujetos se les pidió meditar mirando por largos períodos a un objeto, como ser un jarrón azul. En la medida que miraban y su meditación se profundizaba, algunos experimentaron la sensación de unión con el jarrón y de convertirse en uno con él. O sintieron que el jarrón estaba dentro de ellos. Aquí sigue un informe de un investigador:
“La unión fue informada por el sujeto A, quien desde un principio habló de alteraciones notorias en su percepción del jarrón y de su relación con él: “Uno de los puntos que recuerdo más nítidamente es cuando yo realmente empecé a sentir, casi como si el azul y yo nos uníamos quizás, o que el jarrón y yo nos uníamos. Me asustó al punto que me encontré regresando de alguna manera de él… Fue como si todo se estaba uniendo y yo de alguna manera estaba casi perdiendo mi sentido de consciencia.” Esta experiencia de unión fue característica de todas las sesiones de meditación de ese sujeto, pero de pronto se familiarizó con ella y dejó de describirlo como algo excepcional . Después de la sexta sesión, informó, “En un momento sentía como si el jarrón estuviera en mi cabeza en lugar de allí afuera; yo sabía que estaba allí afuera, pero parecía como si casi fuera parte mía. Pienso que casi sentía en ese momento como si la imagen estuviera realmente en mí, y no allí afuera”
Adicionalmente, al unirse con el jarrón, los sujetos informaron que ellos se apegaban personalmente a él: se sintieron desilusionados cuando fue retirado o cuando no estaba al entrar a la habitación. En otras palabras, la meditación prolongada había desarrollado en ellos un cierto amor por el jarrón y un estado de unión con
él. Unirse con un jarrón o con una flor es una cosa; unirse con una persona es otra cosa . Aquí también los experimentos de laboratorio nos hacen pensar. Después de una serie de sesiones en hipnosis, donde dos sujetos, Bill y Anne, se hipnotizaron mutuamente, el Dr. Tart de la Universidad de California en Davis hizo
la siguiente observación:
“La alteración que más impresionó (y luego asustó) a los sujetos, sin embargo, fue el sentimiento de unión
a ratos del uno con el otro, especialmente en las sesiones finales de hipnotismo mutuo. Esto pareció como una fusión parcial de identidades , una pérdida parcial de la distinción entre Yo y Tú . En un principio se sintieron bien, pero luego los sujetos lo percibieron como una amenaza a su independencia personal”
.
El mismo Dr. Tart no está convencido que esta unión sea siempre de ayuda, y continúa:
“Un posible peligro que se debe mencionar es que la intimidad “forzada”, producida por esta técnica puede ser perturbadora. Nuestra cultura no prepara a gente para la intimidad intensa y repentina. Yo conozco un caso de dos parejas de casados que tomaron LSD 25 juntos: cada uno experimentó una unión de identidades intensa con los otros tres. Debido a la repentina e inesperada intensidad de sus sentimientos, las parejas tuvieron mucha dificultad en sus relaciones emocionales durante varios meses después. Todas las dificultades estaban centradas alrededor del sentimiento de que habían visto demasiado del verdadero ser del otro, más de lo que su relación anterior los había preparado para ver.”
En las sesiones e hipnosis mutuas - que el Dr. Tart nos cuenta - Anne estaba dispuesta a continuar ; pero uno simpatiza con Bill que se oponía fuertemente a futuras exploraciones y luego perdió el interés en todo
el experimento.
Finalmente déjenme citar otra técnica de camino hacia la intimidad, efectuada por el Dr. Tart :
“Póngase cara a cara con otra persona. Mírela y esté atento hasta que su propia mente se distraiga. Esté atento cuando trate a su cara como un objeto, como un diseño, o juegue juegos de percepción con ella. Podrán aparecer distorsiones que le indicarán qué es lo que proyecta Ud. en la relación: ángeles, diablos, animales, y todo tipo de posibilidades humanas podrán aparecer en su cara. Eventualmente Ud. podrá pasar por estas fantasías visuales hacia la presencia genuina de otro ser humano.”
He citado los anteriores experimentos porque creo que ilustran en cierta manera la realidad que llamamos intimidad; y en ellos la debilidad del enfoque científico es evidente.
En la intimidad más profunda - me parece - no hay unión, pero sí “vivir-en”, a tal punto que dos personas pueden vivir el uno en el otro y ser parte del otro aun cuando estén separados por miles de kilómetros. Lo que hace la diferencia entre “vivir-en”- y la unión es - yo creo - el amor personal, el compromiso y la confianza. Dos personas pueden entrar en estados muy alterados de consciencia a través de drogas o hipnosis, o aún por la práctica del desapego, y pueden flotar dentro de la psiquis del otro con una tremenda pérdida de identidad. Pero donde no hay amor y confianza , ¿qué valor humano puede tener esto? Y donde
el amor y la confianza faltan, cuán atroz puede resultar esta “forzada” intimidad. Más aún, el amor y la confianza deben crecer, y usualmente esto requiere de tiempo . Yo no creo que podamos simplemente entrar en el centro del ser de otra persona alterando nuestra consciencia con drogas o hipnosis ni otras técnicas. Ni tampoco lo podemos hacer mirando por horas la cara de otro, a no ser que nuestro amor y confianza corresponda a la duración de nuestra mirada. Debe ser atroz el ser mirado durante horas por alguien que no nos ama; y debe ser atroz mirar horas a alguien a quien no amamos. Todo esto es tan diferente de la relación extática de amor en la cual el amado es “las montañas, los boscosos valles solitarios, las islas extrañas… la música silenciosa.” Sin la dimensión mística del amor y la confianza, la meditación corre el riesgo de ser inhumana, de ser una manipulación mecánica.
Obviamente, esto no pretende ser una crítica a la investigación científica del área de la meditación. Todo lo que quiero decir es que la ciencia necesita el complemento de la religión si es que va a ser verdaderamente humana en este campo.
Para entender “vivir-en”, como contrario a la unión, facilita, una vez más, recordar el principio de Teilhard que la unión en lo personal hace la diferencia. Cuando la gente se encuentra al nivel de amor personal logrado a través del desapego radical, ellos no se unen; ni tampoco son absorbidos por el otro, ni tampoco pierden su identidad . Al contrario, es precisamente en su unión con el otro que encuentran su propio ser. Hay simultáneamente una total unidad y una total independencia.
La paradoja llega aquí a su clímax. Pero creo que oculto en ella tenemos la noción de la persona, - tan central en cualquier doctrina de intimidad - de la inviolabilidad y singularidad de la persona humana, unidos en la noción de la total unión. Nunca puede, el hombre o la mujer que han sido llamados por su nombre, perderse en la masa amorfa de la nada unificada. Al contrario, cuanto más grande la unión, más independiente y libre se convierte la persona. El impulso hacia la unión que caracteriza todo amor resulta
no en unificación, no en absorción, sino en una presencia iluminada de persona a persona.
Esta intimidad, sin embargo, se compra a un precio alto. El desapego es un proceso muy doloroso en el cual las cavernas profundas de la psiquis son purificadas de celos, odio, posesividad, ira y egoísmo. Sin esta purificación, marido y mujer, padre e hijo, amigo y amigo nunca pueden ser íntimos. Pero - y esto es la doctrina preciosa de los místicos Cristianos - es el amor quien purifica y desapega. El proceso es como el del hombre que vendió todo con felicidad por el amor del tesoro escondido en el campo (Mateo 13:44). En nuestro caso el tesoro es el centro de la otra persona, el misterio de su personalidad. Es esto lo que nosotros amamos; y nuestra búsqueda de este tesoro demanda la renunciación de dioses más pequeños.
Dándonos cuenta que el amor desapega, podemos ver cómo la búsqueda de la intimidad se puede llenar
con felicidad y puede llenarse de dolor. Con felicidad porque el amor es un negocio feliz, y ¿quién es más extático que el amante? Con dolor porque - en las palabras de D. H. Lawrence - “EI amor es el gran suplicante”. Siempre nos está pidiendo dejar lo pequeño por lo grande, siempre nos pide dejar la cáscara para llegar al centro; siempre nos está pidiendo seguir adelante en una exploración perpetua. Y en un último análisis la intimidad es menos una cosa que un evento o un suceso . Es por eso que no resiste análisis y escapa a una definición. No puede ser limitado. “Las montañas, los boscosos valles solitarios, las islas extrañas… la música silenciosa.”
William Johnston, S. J.
Traducido y extractado por Carlos Cruz de
William Johnston.- Silent Music
Harper & Row, Publishers
San Francisco
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