martes, 2 de junio de 2009

LA IRA

Dos nuevos pasajeros, ubicados en los asientos de enfrente, conversaban en voz alta era imposible dejar de oírlos. Empezaron bastante tranquilos; pero pronto la ira reveló en sus voces los disgustos y resentimientos de familia. En su violencia parecían haber olvidado al resto del pasaje; cada uno se hallaba tan ocupado con el otro que era como si existieran sólo ellos, y nadie más.

La ira tiene esa peculiar condición de aislar; como la pesadumbre, ella se interpone, y al menos por un tiempo interrumpe las relaciones. La ira tiene la temporaria fuerza y vitalidad de lo aislado. Hay en la ira una extraña desesperación; pues el aislamiento es desesperación. La ira de la frustración, de los celos, del impulso de ofender, proporciona un violento desahogo cuya satisfacción reside en la autojustificació n.Condenamos a otros, y esa condenación es en verdad una justificación de nosotros mismos. Sin alguna clase de actitud, ya sea de altivez o de humillación, ¿qué somos nosotros? Empleamos cualquier medio para imponernos; y la ira, como el odio, es el medio más fácil. Un simple enojo, un repentino relámpago que prontamente se olvida, es una cosa; pero la ira que se prepara deliberadamente, que ha sido madurada y que procura herir y destruir, es algo completamente diferente. Un simple enojo puede tener una causa fisiológica que puede determinarse y remediarse; pero la ira que es el resultado de una causa psicológica es mucho más sutil y difícil de tratar. La mayoría de nosotros no se cuida de la ira, y más bien la justifica. ¿Por qué no habríamos de encolerizarnos cuando hay un mal trato para nosotros o para algún otro? Por lo tanto nos irritamos justamente. Jamás decimos simplemente que estamos enojados, y nada más; entramos en complicadas explicaciones de las causas. Nunca decimos sencillamente que estamos celosos o amargados, sino que lo justificamos o lo explicamos. Preguntamos cómo puede haber amor sin celos, o decimos que las actitudes de otros nos han hecho amargados, y así por el estilo.

Es la explicación, la verbalización, tanto silenciosa como hablada, que sostiene la ira, que le da finalidad y profundidad. La explicación, silenciosa o hablada, actúa como un escudo contra el descubrimiento de nosotros tal como somos. Queremos ser elogiados o adulados, esperamos algo; y cuando estas cosas no se cumplen, estamos disgustados, nos volvemos amargados o celosos. Entonces, violenta o suavemente, censuramos a algún otro; decimos que el otro es responsable de nuestra amargura. Vosotros sois de gran importancia para mí debido a que yo dependo de vosotros para mi felicidad, para mi posición o mi prestigio. Por medio de vosotros, yo me realizo, y por eso sois importantes para mí; debo conservaros, debo poseeros. Mediante vosotros, huyo de mí mismo; y estando temerosos de mi propio estado, cuando tengo que volver a mí mismo, me pongo colérico. La ira toma muchas formas: frustración, resentimiento, amargura, celos, etc.

La acumulación de la ira, que es el resentimiento, requiere el antídoto del perdón; pero la acumulación de la ira es mucho más significativa que el perdón. El perdón es innecesario cuando no hay acumulación de ira. El perdón es esencial si hay resentimiento; pero estar libre de la adulación y del sentido de la ofensa, sin la dureza de la indiferencia, conduce a la misericordia, a la caridad. La ira no puede ser eliminada por la acción de la voluntad, porque la voluntad es parte de la violencia. La voluntad es la resultante del deseo, del ansia de ser; y el deseo por su misma naturaleza es agresivo, dominante. Suprimir la ira mediante el ejercicio de la voluntad es transferirla a un nivel diferente, dándole un nombre diferente; pero ella sigue todavía formando parte de la violencia. Para estar libre de la violencia —lo que no es el culto de la no—violencia— debe haber comprensión del deseo. No existe ningún sustituto espiritual para el deseo; él no puede ser suprimido ni sublimado. Debe haber una silenciosa y alerta percepción del deseo sin previa opción; y esta pasiva y alerta percepción es la vivencia directa del deseo, sin el experimentador que le da un nombre.

KRISHNAMURTI

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