C. del Tilo
Sabemos que, en una tradición, el exoterismo (del griego, exo, exterior) significa su aspecto exterior, es decir el conjunto de textos, rituales, prescripciones, imágenes, símbolos y figuras que se enseñan públicamente a los fieles. Representa, en cierta manera, a la Iglesia exterior.
El esoterismo (eso, interior) en cambio, se refiere a su sentido interior u oculto. Representa a la Iglesia interior o la Escuela.
Si el primero está al alcance de todos, el segundo es oculto, ya que constituye un misterio interior. Sería como la experimentación personal y secreta del contenido del exoterismo; así pues, se comprende fácilmente que, por su misma naturaleza, el esoterismo nunca puede ser público.
De lo dicho podemos deducir que el exoterismo tiene que ser el reflejo exacto del misterio esotérico y no debe separarse de su contenido, el cual se proyecta al exterior en forma de rituales, sacramentos, prescripciones y símbolos.
Si una Iglesia exterior pierde su Escuela interior, donde se transmite el misterio oculto que representa, o sea el sentido real y palpable de aquello que enseña, se convierte poco a poco en una religión humana, es decir social, moral, en fin farisaica; los ritos e imágenes se modifican ya que se va olvidando a qué se refieren precisamente.
La Iglesia exterior, que perpetúa la fe en la Revelación divina, tiene que permanecer fiel para con los que, en su seno, o sea la Escuela interior, conocen y poseen su sentido oculto y transmiten su conocimiento (gnosis). Así pues, una necesita la otra.
Todos los profetas y apóstoles auténticos, o sea los conocedores, han «re-velado»; es decir, han enseñado de forma velada, porque su experiencia no puede expresarse, sino utilizando imágenes, rituales, letra. Se experimenta desde el interior, luego se «re-vela» a fuera.
Se comprende pues, que intentar explicar el esoterismo sin haberlo experimentado, constituye un contrasentido, ya que sería querer hablar desde fuera de lo de dentro, sin estar en él.
El esoterismo es «el misterio», ya que sólo puede conocerse entrando en él (misterio: del griego musterion, mustés: iniciación, iniciado); pues se entra en el misterio mediante una iniciación, una manifestación divina. Desde fuera, lo único que se puede hacer, es transmitir fielmente y con exactitud las re-velaciones de los maestros del esoterismo.
Toda tradición procede necesariamente de la reactualización, o sea la experimentación de este misterio de regeneración por parte de su fundador. A partir de ello, se establece una Escuela capaz de enseñar y transmitir el misterio del conocimiento operativo, y luego se puede constituir una Iglesia exterior para comunicar la fe en la revelación. He aquí la unión necesaria del exoterismo con el esoterismo.
Si en el seno de este conjunto se interrumpe la transmisión del misterio, entonces la Iglesia exterior se encuentra sin contenido vivo y la tradición degenera en moralismo.
Por eso, Jesús, el Renovador del misterio de la Gnosis, acusaba a los que llama los nomikoi , los doctores de la ley (los que interpretaban la Torah de manera puramente exotérica) de haber perdido este conocimiento: «¡Ay de vosotros, doctores de la ley, porque habéis cogido la llave de la Gnosis; vosotros mismos no habéis entrado y a los que iban a entrar se lo habéis impedido!» (Lc. XI, 52).
De este modo la letra suplantó a la tradición oral, la Escritura sustituyó a la Palabra viva que transmitían los profetas.
Cuando el Evangelio habla de «los que iban a entrar», alude ciertamente al esoterismo, a la enseñanza que se da «en la casa», en oposición con la de fuera que se da «en la plaza pública». La llave de la Gnosis podría referirse al secreto de la iniciación, el único que da la entrada al conocimiento de la Divinidad.
«¿Por qué les hablas con parábolas?, preguntan los discípulos. Respondió Jesús: Porque a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no se les ha dado. Siendo cierto que al que tiene, se le dará y estará sobrado: mas al que no tiene, le quitarán aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque ellos viendo, no miran, y oyendo, no escuchan, ni entienden» (Mt. XIII, 10-13).
La palabra griega Gnosis empleada por Jesús (en Lc XI, 52), significa conocimiento experimental de la Divinidad; procede del verbo gignosco, conocer, de la misma raíz que gignomai, nacer. Muy a menudo suele oponerse conocimiento de Dios y amor de Dios, como si el conocimiento excluyera el amor. «Conocimiento» implica renacimiento, con-noscer es con-nacer, o re-generación, donde encontramos la raíz primitiva «g-n» del griego geinomai, nacer, genos, raza, linaje, etc... Así pues, no existe verdadera Gnosis sin regeneración, muerte y resurrección. La Gnosis o Conocimiento no se sitúa en el plano de la especulación intelectual, sino que constituye la consumación de la realización y se transmite en secreto de maestro a discípulo.
Tal es el misterio esotérico.
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