
domingo, 30 de mayo de 2010
Libro del Tesoro. Alfonso X el Sabio

EL FIN DE HIPATÍA/Mario Satz

La mujer dejó los poliedros regulares de madera junto a la ventana que daba al mar, suspiró e hizo caso omiso a la gritería que llegaba desde la calle. Hacía menos de una década que la turba cristiana había destruido la biblioteca del Serapeum, llamada la Hija. Ahora, en la Madre, ubicada en el corazón mismo del Museion fundado por el rey Ptolomeo Soter, los restos del vástago habían vuelto al seno fresco de su progenitora junto a los papiros enrollados con las fórmulas de Babilonia, las letanías de Menfis y los versos de Calímaco y Teócrito. Los textos de metalurgia y medicina subían por las estanterías de madera muy cerca de las albercas en las que nenúfares tranquilos desplegaban blancos de paz sobre una crispación tan invisible como inminente. La mujer había hablado con sus alumnos por la mañana para explicarles la precisión de Platón en sus juicios geométricos, agregando que nada era más universal que el triángulo, el círculo y el prisma. Diciéndoles que así estaban escritos los íntimos secretos de la naturaleza, en figuras y números.
La mujer tenía la sensación de vivir en una nave de luz que con dificultad surcaba una negra tormenta entre olas de ignorancia, desprecio y futilidad. Era respetada por sus discípulos y amigos y, a su vez, como alumna de los maestros del Museion, respetaba a sus ancianos mentores. Se sabía viviendo en un área de privilegio que constituía, también, la prolongación didáctica de un foco cultural anterior. Muy cerca de allí, entre las ásperas pirámides ocres de los primeros faraones, la Per Ankh o Casa de la Vida había sido, para los escribas y sabios, una suerte de Museion. Todas las bibliotecas eran hijas de otras bibliotecas como los hombres hijos de las mujeres. Más allá de la serenidad de los papiros y más acá del instrumental de los astrónomos y los físicos, se oía el ronco jadeo de la masa liderada por Cirilo, el hirsuto patriarca. Intolerante y cruel. Aquel para quien un dios nacido en Palestina, muerto y resucitado no tenía nada que ver con Osiris, ni su madre virgen con Isis la Sabia, ni el pomposo amor por el prójimo con el prójimo real.
La obra de la mujer abarcaba tres textos sobre geometría euclidiana comparada con la arquitectura egipcia más un libro de dibujos. En esos momentos culminaba otro sobre la filosofía de lo curvo y de lo recto. Era morena, pequeña y tenía ojos claros. No se había casado, pero conocía a los hombres lo suficiente como para tolerar sus fatuidades, apartarse de sus iras y admirar sus candores. Si los números de oro de Pitágoras hubieran sido criaturas las hubiese desposado o adoptado, tanta admiración y belleza le merecían. En ello pensaba al salir del Museion a la hora en que la clepsidra del patio marcaba el declive del sol. Subió a su vehículo y dio orden al servidor nubio de que la llevara a su casa. Soplaba una brisa que olía a incendio, a carne quemada, y llegaba hasta ella envuelta en alaridos. La mujer no tuvo tiempo de saber si aquello era una plaga de langostas gigantes o la horda del patriarca Cirilo. La golpearon, desmayaron y llevaron al Serapeum. Con manos sucias y ansiosas arrancaron las baldosas geométricas que ella misma había dibujado en la biblioteca Madre. Eran azules, blancas y rosadas. Los golpes le quebraron primero los brazos y luego los pies. El dolor la paralizó y el tufo del incienso que esparcía sobre las baldosas el patriarca Cirilo le pareció abominable. Vio estrellas que nacían bajo los golpes, tenues formas del padecimiento. Vio morir con ella a Platón y a Plotino, a Porfirio y a los teoremas de Filadelfo que, en cierto modo, eran ilustrados por aquellas piezas cuadradas y duras, instrumentos de su muerte. Unos momentos antes de desvanecerse para siempre pensó que la cultura de los hombres comenzaba arrastrándose, jadeando, llorando y amando hasta llegar a la cifra vertical, al momento sin sombras del mediodía arquitectónico para, tras mirarse unos instantes en los ciclos eternos y los espejos de cristal de los axiomas, volver a caer en el llanto y la ciénaga de los sentimientos, entre el desprestigio del pensamiento y el orgullo de las lágrimas y la sangre, que anega por igual y en su denso fluir suspiros de amor e ideas de pena. Allí estaba ella ahora, desgarrada, tendida como un papiro verde destrozado por el viento del odio sobre la geométrica herencia de los sabios helenos. Antes de expirar se dijo a sí misma que:´´ Rota la perfección de las formas, desquiciado el saber, un errático alarido proclama la furia de su fe´´.
La mujer se llamaba Hipatía y murió asesinada una tarde de otoño del año 415 en Alejandría. Poco más de mil años después, desconociéndola, el monje cristiano Luca Paccioli la honró venerando los mismos poliedros platónicos en una obra cuya divina proporción aún nos asombra. La belleza se detiene en el número, pero el número acaba, tarde o temprano, por destrozarla.
Mario Satz
LOS COLORES Y LA KABALA Por Mario Satz

1) San Juan de la Cruz, el mito del ave fénix, el valor de la sangre y la kábala
Al comentar el verso 17 de su Cántico anota San Juan de la Cruz lo siguiente:"...que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor, tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace salir fuera de sí y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo."(1) Es ésa la única vez en toda su obra en la que aparece la figura del ave mítica. Comparándola a las labores del alma, a su metanoia mística y, muy especialmente, a su familiaridad con el fuego,el poeta nos revela la metamorfosis que esa figura simbólica había alcanzado en las mentes del Renacimiento. Para la época que en San Juan de la Cruz escribe, siglo XVI, ya los bestiarios medievales habían asimilado la figura de Jesús a la del fénix. En elPhysiologus griego (2) leemos:" Pues el fénix asume la figura de Nuestro Señor,cuando, al bajar de los cielos, trajo consigo ambas alas llenas de olores agradables, las excelentes palabras celestiales, de modo que cuando extendemos las manos en plegaria, nos vemos llenos del agradable perfume de su misericordia". La versión siríaca incluida en el citado documento todavía agrega: "Cada fénix es único; vive para él solo, y no está comprometido por esponsales. Viaja a la tierra de Egipto cada quinientos años, y lo ve el sacerdote a mucha altura sobre el ara, mientras llega de Oriente. Y cuando llega trae bajo las alas canela perfumada y otras especies; recoge madera, la amontona sobre el ara, se tumba de espaldas sobre la leña ardiente, y resulta quemado del todo y convertido en cenizas. Y de las cenizas sale un gusano, que crece hasta convertirse en un pajarillo, y al que le salen alas; al tercer día recupera su aspecto físico íntegro, y se transforma en un fénix completo y perfecto, como lo era antes. Entonces se pone en camino y vuela hacia la India, donde vivía antes."
La introyección que el poeta castellano lleva a cabo es sintomática de una mors iniciatica insoslayable por la que pasan todos aquellos que, como los mistes en la tradición eleusina, quieren ver en su propio corazón el espectáculo de la creación y extinción de los mundos. La prueba de fuego, para el ámbito cristiano, ya la había señalado San Pablo en 1 Corintios 3:13: "Y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará". Ese ignis probabit, de larga data en la Orden del Carmelo, se remite al profeta Elías-su santo patrón-y también, a nuestro juicio, al mundo secreto de la Kábala, en cuyo seno las metáforas ígneas son constantes y responde a etimologías tan precisas como alucinantes. Si acudimos a una período tan distante del nuestro como es el del judaísmo talmúdico, hallamos este sorprendente pasaje en el que se explica: "¿Con qué pueden compararse las palabras de la Ley (Torá)? Las palabras de la Ley pueden compararse al fuego. Como el fuego vienen del cielo y como el fuego son perdurables. Si un hombre se acerca mucho a ellas se quema, y si se aleja se hiela. Si son instrumento para su trabajo, salvan al hombre. Si se sirve de ellas como medio de ruina, lo pierden. El fuego deja la marca en todos los que lo usan. Eso mismo hace la Ley. Cada hombre dedicado al estudio lleva impreso el sello de su fuego en sus hechos y palabras". (Sifre Deut. Berakah, 343) (3) Un fuego que no es el heraclitiano que arde, enciende y apaga las estrellas en las profundidades del cosmos tanto como el intracelular, la marca fosfórica de los artesanos del alma, entre quienes sin duda San Juan de la Cruz se cuenta como uno de los mayores. Y como ocurre que el fuego iguala, en su ardor, todas las cosas, estamos ante una constante imaginaria cuya raíz, por qué no, habría que buscarla en la fisiología del sistema circulatorio humano o, más aún, en el corazón que la hace posible. San Pablo, San Juan de la Cruz y los kabalistas proceden todos el mismo fuego, el eshdat o Ley de Fuego que aparece en el Antiguo Testamento.
La Kábala, tradición oral que complementa a la escrita y que es, entre otras cosas, un arte de escrutar los entresijos de la Escritura, la Kábala comenta en sus escasos pero valiosos textos lo que ese corazón, eje purpúreo de las corrientes sanguíneas, significa en el seno de Israel, y lo hace de tal modo que nos es posible inferir una conexión misteriosa entre la actividad poético espiritual del santo de Fontiveros, la sangre, la palmera y el simbolismo de la muerte y resurrección en el ara de nuestra propia conciencia. "Todas esas santas formas –consigna el Bahir o Libro de claridad, texto provenzal del siglo XII– han sido ofrecidas a las naciones, pero el Santo, bendito sea, se ha reservado para sí el cuerpo del árbol así como su corazón. Del mismo modo que el corazón constituye el más espléndido fruto del cuerpo, así ha tomado Israel el fruto del árbol esplendor. Así como la palmera está rodeada de ramas y en su centro está el lulab, así ha hecho Israel con el cuerpo de ese árbol que es su corazón. La palmera simboliza la columna vertebral del hombre, su pilar esencial. Siendo así que la palabra lulab contiene las letras lámed-bet más el prefijo que denota pronombre posesivo de tercera persona, lo, hay que ofrecerle al Creador el corazón, lo-leb. ¿Y qué significan las consonantes lámed y bet? Aluden a los treinta y dos senderos de la Sabiduría delicadamente ocultos, que confluyen hacia el corazón y cada uno de los cuales está regido por una forma especial, de las cuales se dice en el Génesis 3:24: "Para guardar el camino del Arbol de la Vida".
Si el mencionado árbol no es la palmera ¿cuál es? Mejor dicho, si el Arbol de la Vida supera la muerte que supone comer del otro, el del Bien y del Mal, fénix y palmera deben estar relacionados en el gran tapiz mítico que nos legó el Mediterráneo. Relacionados, cuando menos, como dos hebras que se tocan por detrás de la trama, en la oscuridad del inconsciente colectivo, allí donde las etimologías cesan por un momento de ser engañosas para convertirse en huellas claras de un saber más antiguo. El poeta Ovidio cuenta en sus Metamorfosis (15, 392-410), que "el fénix, cuando ve que los quinientos años están a punto de cumplirse, hace su nido en las ramas de una palmera (in ramis tremulaeue cacumine palmae)." El pasaje da cuenta de una semejanza, de una homofonía singular: foinix que significa rama de palmera, palmón, al mismo tiempo alude al color rojo purpúreo o escarlata. El vocablo griego foiníos (emparentado con el anterior)indica un color rojo sangre, de donde volvemos a la fenomenología cordial antes mencionada. Los juegos de aliteración que realiza el Libro de la claridad responden, creemos, a dos verdades indiscutibles: la primera de ellas nos recuerda que la Torá o Ley hebrea comienza con la bet del principio del Génesis, bereshit, y acaba en el libro del Deuteronomio con la lámedde la palabra Israel. La segunda, que las consonantes lámed-bet articulan, juntas, la palabra corazón, leb. Y es por ello, para justificar una coherencia secreta que el mencionado texto kabalístico volverá una y otra vez sobre ambas letras hasta convertir al palmón sagrado, (lulab ), en un don ofrecido al Creador, (lo leb).
No es necesario que el poeta San Juan Cruz conociese tales precedentes míticos y literarios para que explicase, en el comentario a su poesía, los trasportes, cambios de color y temperatura por los que pasa el alma dedicada a la meditación crística, pero ciertamente nosotros no podemos ignorarlos tras los relevamientos arqueológicos realizados por la historia comparada de las religiones, la fenomenología poética estudiada por Gastón Bachelard y, sobre todo, los trabajos de la escuela de psicología de las profundidades de C.G.Jung. Sin embargo, la Kábala no constituye propiamente una mitología en el sentido lato de la palabra; antes bien se plantea como una exégesis de la palabra escrita a la que la palabra oral modifica según sean las necesidades de la época, por lo que, más que un sistema cerrado –cosa que, en el fondo,es toda mitología– constituye un arte de la fuga por medio del cual el kabalista escapa mediante nuevas y sucesivas sinapsis creadoras del determinismo establecido por las distancias existentes entre sus neuronas. Conocemos las bases del código genético, pero no el azaroso rumbo de sus miles de millares de combinaciones. De la misma manera, sabemos cuantos signos tiene la Torá, de qué libros se compone e, incluso, desde hace apenas un siglo, hasta qué punto es tributaria de distintas corrientes o estilos, la elohísta y la yahavista. Pero eso nada agrega ni sustrae al sentimiento poético por medio del cual ave fénix, alma humana, rama de palmera y lenguaje sagrado nos transportan al delta interior de la sangre, por cuyos laberínticos glóbulos fluye aún la imagen inmortal del fuego.
"El fénix es doblemente solar –anota Marcel Detienne (4). En primer lugar por los colores de su plumaje: unas (plumas) son de color dorado y otras de rojo vivo. En el vocabulario griego de los colores foinix indica al rojo púrpura, un púrpura que aparentemente tiende hacia el oro y significa el brillo luminoso más intenso. Pero las afinidades del fénix con el sol también se leen a través del espacio que habita este ave. El fénix no abandona la tierra de los árabes más que para ir al santuario de Helios, o al Altar del Sol. Esta solidaridad con el fuego del sol adquirirá en toda una tradición dos formas alternativas, que se corresponden a dos ciclos, uno diario y otro anual. En el primero de ellos, el fénix está íntimamente asociado al recorrido del sol, a quien escolta todas las mañanas, haciendo como de una pantalla móvil que evita a la tierra las quemaduras que podría infligirle el astro. En el segundo, el fénix se halla sometido al ritmo del año sotíaco, este ciclo egipcio de 1.461, reducido a 500 en la tradición grecoromana, y definido por la concomitancia entre el horto helíaco de Sirio (Sothis) y la aparición del sol, coincidiendo con el comienzo de la crecida del Nilo".
El Séfer yetzirá o Libro de la formación, documento kabalístico aún hoy en uso en la mayor parte de los círculos de estudio del tema y que data de los siglos III o IV de nuestra era, se insinúa que el Tetragrama y el sol, en hebreo shemesh tienen el mismo origen. (5) Y que los signos del zodíaco, los meses, las tribus de Israel y –en la periferia– otra vez las chispas o letras del Nombre Inefable en distintas aliteraciones, constituyen esas formas del mundo a las que aludirá, muchos siglos después y en la Provenza francesa, el Bahir o Libro de la claridad. Pero incluso si no fuera así,si tal asimilación fuera pura metáfora, no podemos negar que todos los fuegos del universo, los internos –volcánicos, nucleares y fosfóricos–, y los externos –estelares– tienen un mismo linaje. Para los alquimistas medievales y los poetas místicos del Renacimiento, el fuego era el inevitable rito de paso a través del cual el alma del operador o artifex cambiaba de estado, pasando de lo que San Pablo denominaba –con genial perspicacia– alma viviente, a un nivel superior llamado espíritu vivificante. En términos sanjuaninos eso es "amada (el alma) en Amado (espíritu) transformada". Tal tránsito, sutil, continuo entre la parte y el todo, la criatura y su Creador, cada individuo en el seno de cada especie y cada especie en el diorama íntegro de la Creación, es percibido como un latido amplificado que los kabalistas sienten transcurrir entre las operaciones descendentes del orden aparente de las Escrituras señalizado por las consonanteslámed-bet, que juntas dan lugar a bal, voz que en hebreo significa no, nada, negación, y las operaciones ascendentes del orden secreto de la Torá, que están contenidas en el revés de bal, es decir en el leb o corazón. De manera tal que los rollos de la Ley se mueven entre sus polos inicial y terminal como el corazón entre sus latidos, para renovar el oxígeno de la sangre a la vez que los sentidos circulares del texto; de modo semejante a como el alma , tras el fuego de la combustión que el mero acto respiratorio supone, tiene, cual fénix, su "fin en su comienzo y su comienzo en su fin" (Yetzirá, Capítulo 3, párrafo primero).
Pues bien: San Juan de la Cruz asimila de tal manera su alma a los movimientos místicos del fénix, que imprime a su lenguaje poético el vaivén de las llamaradas, el oscilar del Espíritu Santo, que-como sabemos-habla por sus "lenguas de fuego" (Hechos de los apóstoles, 2:1). Como discípulo que es de la Orden del Carmelo, tendrá siempre presente la escena paradigmática de 1Reyes (18:24) en la que leemos: "Invocad luego vosotros (dice Elías) el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová, y el Dios que respondiere por medio del fuego, ése sea Dios". El sintagma original que traducimos por "en medio del fuego" es en hebreo ba-esh, palabra que también puede leerse como un venir en el futuro, un llegar a ser, ba, a través del fuego o esh, cuyo retorno eterno puede leerse incluso en la voz shab, incluida en el citado sintagma. Si además de ello sé que la letra alef, a la que ese retorno se lleva a cabo, simboliza a Dios, siendo, a su vez, hipóstasis de su infinitud, habré llegado a la misma conclusión que la que el mito del fénix postula. El fuego del principio es idéntico al fuego del final, pero mi pasaje, mi metamorfosis a través de él no lo es.
¿Acaso no puede decirse de la sangre que nos recorre día y noche que es la misma y también distinta cada vez, y que en el movimiento oscilatorio armónico establecido entre su cauce arterial y su cauce venoso está contenido todo el misterio aléfico de la identidad y la semejanza entre la criatura y su Creador? La Kábala ve en la sangre, dam, más de la mitad del nombre de Adám, el primer hombre, el hombre arquetípico, pero también percibe el alto silencio, dom, que en su fluír arrastra la luz de la creación del mundo. Un silencio que condice bien con el pájaro solitario de San Juan de la Cruz, cuyas condiciones meditativas son cinco. A saber: "la primera, que ordinariamente se pone en lo más alto; y así el espíritu en este paso se pone en altísima contemplación. La segunda, que tiene siempre vuelto el pico hacia donde viene el aire; y así el espíritu vuelve aquí el pico de el afecto hacia donde le viene el espíritu de amor, que es Dios. La tercera es que ordinariamente está solo, y no consiente otra ave alguna junto a sí, sino que, en sentándose junto alguna, luego se va; y así el espíritu en esta contemplación está en soledad de todas las cosas, desnudo de todas ellas, ni consiente en sí otra cosa que soledad en Dios. La cuarta propiedad es que canta muy suavemente, y lo mismo hace a Dios el espíritu a este tiempo, porque las alabanzas que hace a Dios son de suavísimo amor, sabrosísimas para sí y preciosísimas para Dios. La quinta es que no es de algún determinado color, y así es el espíritu perfecto, que no sólo en este exceso no tiene algún color de afecto sensual y amor propio, mas ni aun particular consideración en lo superior ni inferior, ni podrá decir de ello modo ni manera, porque es abismo de noticia de Dios la que le posee, según se ha dicho." (Cántico, 13-14,24).
La soledad del pájaro solitario es algo que conocen muy bien los kabalistas, porque al margen del trabajo de las zugot o parejas, cada estudiante está sólo frente al tablero mágico de la Torá, en la que los meandros de los treinta y dos senderos de la sabiduría acabarán, algún día, por refluír hacia su corazón. Por otra parte, el hecho de que el pájaro no posea un determinado color, y que nos lo hace imaginar transparente, aludiría al instante en que el fuego que consume al fénix determina al mismo tiempo su recreación. En cuanto al abismo ¡quién que no lo haya experimentado puede hablar de él, y quién que lo haya sentido confiará ya en las palabras que expliquen sus aventuras en tales profundidades! La Kábala –sostenía el profesor G. Scholem– es una mística del lenguaje, y por lo mismo, me atrevería a decir, una poética. Pero no es una poética preceptiva, a la manera de la de Aristóteles, sino que es un ars combinatoria cuyo fin último es despertar la mente del combinador a situaciones vitales inéditas tal como el ajedrecista que, en el despliegue continuo y constante de su habilidad para el juego, desarrolla el sentido de la previsión.
San Juan de la Cruz labró para nuestra lengua, el castellano, pocas pero exquisitas metáforas. Frases cuya sugestión continúa aún ejerciéndose sobre nosotros, lectores del siglo XX. Su obra, como la de los kabalistas, nada sería sin la existencia previa de la Biblia y sobre todo sin la existencia de ese prodigio de síntesis y sutileza ontológica que constituye el hebreo clásico, lengua llamada, hasta hace menos de un siglo, sfat malajim, el habla de los ángeles, el idioma en el que debió haber hablado Adám cuando nombró con alegría todas las maravillas del mundo que le rodeaba.
Me atrevería a afirmar, incluso, que el mito de la muerte y resurrección del ave fénix, paralelo al del hebreo, nos concierne hoy y aquí, porque después de quinientos años los judíos vuelven a hablar esa lengua entre nosotros, resucitando en la tierra uno de los vastos proyectos del cielo de la sociología: el retorno de los hijos de Israel a su solar natal, a sus fuentes, veneros, montañas y árboles. Como el ave fénix, Israel es y no es quien era, pero siempre será lo que fue –un puente entre naciones, un corazón entre los pueblos al decir del Yetzirá y del poeta Yehuda Haleví– del mismo modo que San Juan de la Cruz reciclará una y otra vez para su Orden religiosa, pero también para nosotros, el más antiguo periplo del Ser, el más entrañable de los viajes. El camino que, por el alma individual, nos lleva al alma del universo. Cuando uno se hace viajero de ese viaje, escribe el santo poeta: "El alma se ve hecha como un inmenso fuego de amor, que nace de aquel punto encendido del corazón del espíritu". (Llama de amor viva, 3,21).
2) Los colores de los hábitos de Jesús según la Kábala
Cuando en los primeros siglos del cristianismo la creencia se desplaza de lo oral a lo visual, gradualmente desaparecen las significaciones ocultas de algunas escenas evangélicas pálidamente reflejadas más tarde en la iconografía religiosa. Sabemos que la mayor parte del tiempo Jesús vestía, como los esenios y los terapeutas en Egipto, de blanco. También es posible que lo hicieran sus discípulos, pues ése era el color que vestían los hebreos durante las fiestas solemnes y qué más fiesta que coexistir, en el espacio y el tiempo, con quien desempeñaba, para muchos, el rol de Mesías. Por encima de ese hábito cándido, la pintura occidental dibuja un manto rojo. De modo que dos son los colores fundamentales atribuidos al ropaje del maestro: el blanco por debajo y el rojo por encima, la luz adentro y la carne fuera. Con el tiempo y no sabemos por qué, la iconografía suplantará el blanco por el azul, conservando el rojo. Pero la continuidad simbólica entre el azul y el blanco se explica por aludir al cielo, a lo celeste. Las vestimentas del Papa prueban hoy aquella antigua verdad cromática.
La Transfiguración del Tabor, esa epifanía luminosa que se resume en un blanco solar, en una helioización del Hijo del Hombre, revela y nos revela que también es posible para nosotros acceder a la comprensión del citado fenómeno a través de la gnosis que propone la Kábala. La cual cosa no significa igualarnos a Jesús pero sí entrever, en la llamada experiencia tabórica la luz transformadora del rojo carnal en blanco espiritual, el camino de alquimia interior. Para ello la Kábala emplea varios métodos de indagación cuyo alcance es profundo y revelador. Así, y en este caso particular, cuenta los valores numéricos de la palabra hebrea rojo –retornando de la imagen al sonido– y los valores numéricos de la palabra blanco y una vez hallada su diferencia constata, milagro espiritual, que en esa misma diferencia subyace el método de aproximación de lo humano a lo divino. Ver para creer: pocas veces resulta tan evidente para el estudiante de Kábala aquella verdad de los sabios orientales expertos en mantras, cuando dicen que es el sonido el que determina la imagen y no al revés, pues el verbo precede siempre a la experiencia visionaria, de donde volvemos a la admonición que cierra el pasaje evangélico relativo al Tabor y la Transfiguración de Jesús: Dios quiere no quiere que lo miremos únicamente, ya que ansía, sobre todas las cosas, que lo escuchemos.
A través de sus treinta y dos senderos de sabiduría, que parten de y vuelven al corazón, la Kábala resulta así el auténtico yoga de Occidente. El método más asequible y riguroso para entender las grandes obras de nuestros místicos y pensadores religiosos; de los Padres del Desierto a San Juan de la Cruz, y de Santa Teresa a Unamuno en su Cristo de Velázquez.
Tales senderos, como los de la astrología, apenas si son un mapa bajo el pie selector del discípulo. Sólo lo cósmico está determinado y, aún así, existe el libre albedrío, la interpretación, el factor decisivo de la voluntad iluminada por el conocimiento. Así como la astrología llama Zodíaco o Rueda de la Vida al conjunto de signos que la explican y expresan, los kabalistas llaman Arbol de la Vida al conjunto de las reglas, números y combinaciones que conducen a su vera. Ejercicios que transforman el rojo en blanco y comunican lo eterno con el tiempo, aquello que permanece con aquello que pasa.
REFERENCIAS:
(1) Vida y obras de San Juan de la Cruz,BAC, Madrid 1978.
(2) Bestiario medieval, Siruela, Madrid 1986.
(3) Angel María Garibay K.:Sabiduría de Israel, Porrúa, México 1976.
(4) Marcel Detienne:Los jardines de Adonis,Akal, Madrid 1983.
(5) Séfer yetzirá, Jerusalén, 1979
viernes, 28 de mayo de 2010
Trabajo 3 Recogiendo las Manzanas de Oro de las Hespérides Parte 2 (Géminis, 21 Mayo - 20 junio)

TRABAJO 3 DE HÉRCULES Recogiendo las Manzanas de Oro de las Hespérides Parte 1 (Géminis, 21 Mayo - 20 junio)

"Ordeno que cuiden el árbol sagrado. Que Hércules desarrolle el poder de buscar sin desmayo, decepción o demasiada presteza. Que se le exija ahora perseverancia. Ha cumplido bien hasta ahora". Y así salió la orden.
Lejos, en una región distante, crecía el árbol sagrado, el árbol de la sabiduría, y en él crecían las manzanas de oro de las Hespérides. La fama de estas dulces frutas había llegado a tierras distantes, y todos los hijos de los hombres, quienes se sabían que eran asimismo los hijos de Dios, las deseaban. Hércules, también sabía de esas frutas, y cuando salió la orden de buscarlas, buscó al Maestro, preguntándole el camino para ir y encontrar el árbol sagrado y recoger las manzanas.
"Dime el camino, Oh Maestro de mi alma. Yo busco las manzanas y las necesito rápidamente para mi provecho. ¡
Muéstrame el camino más rápido y YO iré!"
"No es así, hijo mío", replicó el Maestro, "el camino es largo. Sólo dos cosas te confiaré, y luego a ti, te corresponderá probar la verdad de lo que digo. Recuerda que el árbol sagrado está bien custodiado. Tres hermosas doncellas aprecian el árbol protegiendo bien su fruto. Un dragón de cien cabezas protege a las doncellas y al árbol. Guárdate bien de la fuerza demasiado grande para ti, de los engaños demasiado sutiles para tu comprensión. Vigila bien.
La segunda cosa que te diría es que tu búsqueda te llevará donde te encontrarás con cinco grandes pruebas en el camino. Cada una te proporcionará el ámbito para la sabiduría, la comprensión, la destreza y la oportunidad. Vigila bien.
Me temo, hijo mío, que tú fracasarás en reconocer estos puntos sobre el Camino. Pero sólo el tiempo lo mostrará; Dios te acompaña en tu búsqueda".
Con confianza, porque pretendía el éxito no el fracaso, Hércules salió al Camino, seguro de sí mismo, de su sabiduría y fuerza. Pasó a través del tercer Portal, yendo rectamente al norte. Anduvo por toda la tierra buscando el árbol sagrado, pero no lo encontró. A todos los hombres que vio les preguntó, pero ninguno le pudo conducir a él, nadie conocía el lugar. El tiempo pasó, no obstante, buscaba todavía de lugar en lugar y volviendo muchas veces sobre sus pasos hacia
el tercer Portal. Triste y desanimado, buscaba, por doquier.
El Maestro, vigilando desde lejos, envió a Nereo para ver si podía ayudar. Éste, vino repetidas veces en forma variable y con diferentes palabras de verdad, pero Hércules no respondía, ni sabía que el mensajero era para él. Aunque era hábil con la palabra y sabio con la profunda sabiduría de un hijo de Dios, Nereo fracasó, pues Hércules estaba ciego.
No reconoció la ayuda tan sutilmente brindada. Presentado de nuevo al fin con tristeza al Maestro, Nereo habló del fracaso.
"La primera de las cinco pruebas menores ha pasado", respondió el Maestro, "y el fracaso caracteriza esta etapa. Que Hércules prosiga".
No encontrando el árbol sagrado en el camino del norte, Hércules volvió hacia el sur y en el lugar de la oscuridad continuó con la búsqueda. Al principio soñó con un éxito rápido, pero Anteo, la serpiente, le encontró en ese camino y luchó con él, venciéndole en todas las ocasiones.
"Ella custodia el árbol", dijo Hércules, "esto se me dijo; el árbol debe estar muy cerca de ella, debo acabar con su guardián y así, destruyéndolo, abatir el árbol y coger el fruto". Sin embargo, a pesar de luchar con mucha fuerza, no triunfó.
"¿Dónde está mi falta?" dijo Hércules. "¿Por qué Anteo puede vencerme? Si aún cuando niño yo destrocé una serpiente en mi cuna. Con mis propias manos la estrangulé. ¿Por qué fracaso ahora?"
Luchando nuevamente con todo su poder, asió la serpiente con ambas manos, elevándola en el aire y alejándole del suelo. ¡He aquí la hazaña fue hecha!: Anteo, vencido, dijo: "Yo vengo otra vez con diferente apariencia en el octavo portal. Prepárate de nuevo para luchar".
El Maestro, contemplando desde lejos, vio todo lo sucedido, y habló al Gran Presidente en la Cámara del Concilio del Señor, refiriéndole la hazaña. "La segunda prueba ha pasado. El peligro ha sido superado. El éxito obtenido en esta ocasión marca su sendero". Y el Gran Presidente respondió: "Que siga adelante".
Feliz y confiado, Hércules continuó, seguro de sí mismo y con nuevo ánimo para la búsqueda. Se volvió hacia el oeste ahora y, al volverse, encontró el desastre. Entró sin pensar en la tercera gran prueba y el fracaso le encontró y demoró su avance por largo tiempo.
Pues allá encontró a Busiris, el gran engañador, hijo de las aguas, pariente cercano de Poseidón. Su trabajo es conducir a los hijos de los hombres al error, a través de palabras de aparente sabiduría. El afirma conocer la verdad y con rapidez ellos creen. Habla bellas palabras diciendo: "Yo soy el maestro. A mí me ha sido dado el conocimiento de la verdad y debéis hacer sacrificio por mí. Acepten el camino de la vida a través mío.
Yo sé pero nadie más. Mi verdad es justa. Cualquier otra razón es errada y falsa. Escuchen mis palabras; permanezcan conmigo y serán salvos". Y Hércules obedeció, y diariamente, debilitándose su entusiasmo por el camino primitivo (la tercera prueba) no procuraba nuevamente conseguir el árbol sagrado. Su fuerza se agotó. El amó, adoró a Busiris, y aceptó todo lo que éste dijo. Su debilidad crecía día tras día, hasta que llegó un día en que su amado maestro le amarró a un altar y lo mantuvo atado durante un año.
De pronto un día, cuando estaba luchando para liberarse, y lentamente, viendo a Busiris por cuya causa estaba en ese trance, vinieron a su mente unas palabras dichas por Nereo hacia largo tiempo: "La verdad está en ti mismo. En ti hay un poder, una fuerza que yace allí, el poder que es la herencia de todos los hijos de los hombres que son los hijos de Dios". Quieto, yació prisionero en el altar, atado a sus cuatro esquinas por un año entero. Entonces, con la fuerza que es la fuerza de todos los hijos de Dios, rompió sus ataduras, asió al falso maestro (que había parecido ser tan sabio) y lo ató al altar en su lugar. No le dijo nada, pero le dejó allí para aprender.
El vigilante Maestro, desde lejos, advirtió el momento de la liberación, y volviéndose hacia Nereo le dijo: "La tercera gran prueba ha pasado. Tú le enseñaste cómo encontrar la salida y a su debido tiempo él supo encontrarla. Que siga adelante en el sendero y aprenda el secreto del éxito".
Aleccionado, y sin embargo con un alivio lleno de interrogantes, Hércules, continuó con su búsqueda y recorrió mucho camino. El año que pasó inclinado en el altar le había enseñado mucho. Retornó con mayor sabiduría a su senda.
Repentinamente, detuvo sus pasos. Un grito de profundo dolor hirió sus oídos. Algunos buitres dando vueltas sobre una roca distante llamaron su atención; entonces, nuevamente se oyó el grito. ¿Debía él proseguir su camino, o debía buscar a aquél que parecía estar en necesidad y así retrasar sus pasos? Reflexionó sobre el problema de la demora; un año se había perdido y sintió la necesidad de apresurarse. Otra vez se oyó un grito rasgar los aires y Hércules, con pasos rápidos, se apresuró a ir en ayuda de su hermano.
Encontró a Prometeo encadenado a una roca, sufriendo horribles agonías de dolor, causado por los buitres que picoteaban su hígado, matándolo así poco a poco. Él rompió la cadena que le sujetaba y liberó a Prometeo,
persiguiendo a los buitres hasta su distante guarida y cuidando del hombre enfermo hasta que se hubo recuperado de sus heridas. Entonces, con mucha pérdida de tiempo, nuevamente comenzó a ponerse en camino.
El Maestro, mirando desde lejos, habló a su aspirante a discípulo estas claras palabras, las primeras palabras que le decían desde que emprendió la búsqueda: "La cuarta etapa en el camino hacia el árbol sagrado ha pasado. No ha habido retraso. La regla en el sendero elegido que apresura todos los éxitos es, 'Aprende a vivir' ".
Aquel que preside en la Cámara del Concilio del Señor, observó: "Él ha cumplido bien. Que continúe con las pruebas".
En todos los caminos continuó la búsqueda, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste: Buscó el árbol sagrado, pero no lo encontró. Llegó un día en que, cansado de viajar y con temor; oyó el rumor de un peregrino que pasaba por el camino, "cerca de una montaña distante, el árbol sería encontrado". La primera verdadera afirmación que se le daba hasta ahora. Por lo tanto, volvió sus pies hacia las altas montañas del este y en brillante y soleado día, vio el objeto de su búsqueda y apresuró entonces sus pasos. "Ahora tocaré el árbol sagrado", gritó en su alegría, "venceré al dragón
que le custodia; veré las hermosas doncellas de grande fama, y cogeré las manzanas".
Pero, nuevamente, fue retenido por sentimiento de profunda pena. Atlas le hacía frente, tambaleante bajo la carga de los mundos sobre su espalda. Su rostro estaba marcado por el sufrimiento; sus miembros curvados por el dolor; sus ojos cerrados por la agonía; él no pedía ayuda; no vio a Hércules sino que permaneció encorvado por el dolor, por el peso de los mundos. Hércules, temblando, observó y estimó la medida de la carga y el dolor. Olvidó su búsqueda. El
árbol sagrado y las manzanas desaparecieron de su mente; solo buscó ayudar al gigante, y eso sin tardanza; se arrojó hacia adelante y ansiosamente quitó la carga de los hombros de su hermano levantándola sobre su propia espalda, echándose a los hombros la carga de los mundos. Cerró sus ojos, asegurándose con esfuerzo, y ¡he aquí! la carga rodó, y él se halló libre, y también Atlas.
Delante de él estaba parado el gigante y en su mano sostenía las manzanas de oro, ofreciéndolas, con amor, a Hércules. La búsqueda había terminado.
Las tres hermanas sostenían aún más manzanas de oro, y lo instaban también a recibirlas en sus manos, y Eglé, esa hermosa doncella que es la gloria del sol poniente, le dijo, poniendo una manzana en su mano, "El Camino hacia nosotras está siempre marcado por el servicio. Actos de amor son hitos en el Camino". Luego Erytheia, que cuida la puerta que todos debemos pasar ante el Grande que Preside, le dio una manzana, y en su costado, con luz, estaba escrita la dorada palabra Servicio. "Recuerda esto", dijo, "no lo olvides".
Y finalmente llegó Hesperis, la maravilla de la estrella vespertina, y le dijo con claridad y amor, "Sal y sirve, y anda por el camino de todos los servidores del mundo, de aquí en adelante y por siempre jamás".
"Entonces yo restituí estas manzanas para aquellos que siguen la misma ruta", dijo Hércules, y regresó de donde vino.
Entonces se paró ante el Maestro y rindió debida cuenta de todo lo que había acontecido. El Maestro le expresó su regocijo y luego, señalando con el dedo, indicó el cuarto Portal y le dijo: "Pasa a través de ese Portal. Captura la gama y entra una vez más en el Lugar Sagrado".
El tibetano
La Naturaleza de la Prueba
Llegamos ahora al tercer trabajo, en el signo de Géminis, concerniente al trabajo activo del aspirante en el plano físico, a medida que llega a una comprensión de sí mismo. Antes que este trabajo activo sea posible, debe haber un ciclo de pensamiento interior y anhelo místico; el esfuerzo tras la visión y un proceso subjetivo continuado, tal vez por muy largo tiempo, antes de que el hombre en el plano físico realmente empiece el trabajo de unificar alma y cuerpo.
Este es el tema de este trabajo. Es en este plano físico de la realización, y en el trabajo de ganar las manzanas de oro de la sabiduría, que la verdadera prueba de la sinceridad del aspirante tiene lugar. Un anhelo de ser bueno, un profundo deseo de indagar los hechos de la vida espiritual, esfuerzos tendientes a la autodisciplina, a la oración y la meditación, preceden casi inevitablemente, a este verdadero y constante esfuerzo.
El visionario debe volverse un hombre de acción: el deseo tiene que ser llevado al mundo de la consumación, y aquí yace la prueba de Géminis. El plano físico es el lugar donde se gana la experiencia y donde las causas, iniciadas en el mundo del esfuerzo mental, deben manifestarse y lograr objetividad. Es también el lugar donde se desarrolla el mecanismo de contacto, donde, poco a poco, los cinco sentidos descubren al ser humano, nuevos campos de conocimiento y le presentan nuevas esferas para la conquista y la realización.
Es el lugar, por consiguiente, donde se logra el conocimiento, y donde ese conocimiento debe ser trasmutado en sabiduría. El conocimiento, nosotros sabemos, es la búsqueda del significado, mientras que la sabiduría es la omnisciencia del conocimiento sintético del alma.
Sin la comprensión en la aplicación del conocimiento, nosotros sucumbimos; pues la comprensión es la aplicación del conocimiento a la luz de la sabiduría, a los problemas de la vida y al logro de la meta. En este trabajo, Hércules es enfrentado a la tremenda tarea de juntar los dos polos de su ser y de coordinar, o compensar, alma y cuerpo, para que la dualidad dé lugar a la unidad y se fundan los pares de opuestos.
Los Símbolos
Euristeo, habiendo observado a Hércules lograr control mental y después sojuzgar al toro del deseo y conducirlo dentro del Templo del Alma, ahora le señala la tarea de ir a buscar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. La manzana ha figurado durante mucho tiempo en mitología y en simbología. En el jardín del Edén, como sabemos, la serpiente dio la manzana a Eva; y al dar esa manzana, y con la aceptación llegó el conocimiento del bien y del mal.
A Hércules sólo se le dijeron tres hechos: que había un jardín encerrando un árbol en el cual crecían las manzanas de oro; que el árbol estaba custodiado por la serpiente de cien cabezas; que, cuando la encontrara, él encontraría allí estas tres hermosas doncellas. Pero no se le dijo en qué dirección estaba el jardín, y cómo encontrarlo.
Esta vez no estuvo limitado a tierras salvajes, asolados por yeguas comedoras de hombres; ni estuvo limitado a la pequeña isla de Creta. Todo el planeta tenía que ser explorado, y él fue de un lado a otro, de norte a sur y de este a oeste, hasta que por fin encontró a Nereo, que era experto en toda sabiduría y en todas las formas de lenguaje.
Él es llamado en algunos de los clásicos "el anciano del mar". No sólo era sabio, sino muy elusivo, asumiendo muchas formas, y rehusaba siempre dar a Hércules una respuesta directa. Finalmente, sugería con respecto a la dirección en la cual deberían ser buscadas las manzanas, enviándolo por su camino solo y algo desanimado, con apenas una vaga idea en cuanto a lo que tendría que hacer y dónde tendría que ir. Todo lo que él sabía era que tenía que volver hacia el
sur; un símbolo de retroceder en el mando, el polo opuesto del espíritu.
Apenas había hecho esto encontró la serpiente con quien tuvo que luchar *. En su búsqueda de las manzanas de oro en el plano físico, Hércules tenía que vencer, como lo hacen todos los discípulos, el espejismo y la ilusión; pues en el desarrollo de la aspiración espiritual, el discípulo es muy propenso a caer en el astralismo y el psiquismo inferior, en una forma y otra. A medida que Hércules luchaba con la serpiente, encontró que no podía vencerla hasta que descubrió, que sólo era invencible mientras estaba en contacto con la tierra. Simplemente tan pronto como Hércules levantó la serpiente (Anteo) en el aire, ésta se volvió completamente débil e incapaz de derrotarle.
Géminis es un signo de aire, un signo cambiante o común. El espejismo está siempre cambiando, tomando siempre una u otra forma. Atañe a la apariencia y no a la realidad, y la tierra se mantiene por las apariencias.
Habiendo vencido a la serpiente que se erguía en su camino, Hércules continuó con su búsqueda. Su próximo encuentro fue con el espejismo en otra forma. Busiris era un hijo de Poseidón, el dios de las aguas, pero su madre era una simple mortal. Él pretendía ser un gran maestro. Era fluído en el hablar y cautivador en lo que decía. Tenía grandes pretensiones, induciendo a Hércules a creer que él podría mostrarle el camino, que podría conducirlo a la luz, y que él
era el custodio de la verdad. Hércules fue completamente engañado.
Poco a poco cayó bajo el poder y el hechizo de Busiris; poco a poco rindió, su voluntad y su mente y lo aceptó como su maestro y guía. Finalmente, cuando Busiris tuvo a Hércules completamente bajo su control, le ató al altar del sacrificio y le forzó a olvidar a Nereo.
El mito relata que Hércules eventualmente se liberó y reanudó su búsqueda, amarrando a Busiris al altar sobre el cual él mismo había yacido. Nuevamente encontramos desaliento, tardanza, fracaso y engaño caracterizando esta parte de laprueba.
Buscando todavía por todas partes, él encontró a Prometeo atado a una roca con los buitres desgarrando su hígado. La vista de tal sufrimiento fue más de lo que Hércules podía soportar y se desvió de su búsqueda para liberar a Prometeo, poniéndose, por lo tanto, en una posición como para ahuyentar a los buitres.
Llegamos ahora al punto crucial del trabajo que constituye la verdadera prueba. Hércules encuentra a Atlas soportando la carga del mundo en sus hombros, y tambaleando bajo el peso de la tarea que había emprendido. Hércules está tan subyugado por la estupenda empresa de Atlas, y tan preocupado por sus sufrimientos mientras Atlas se esfuerza por llevar el peso del mundo, que abandona su búsqueda de las manzanas de oro. Olvida lo que ha salido a hacer y, apiadado, quita la carga de los hombros de Atlas y la soporta él.
Entonces, se nos dice en el maravilloso final de la historia, que Atlas, libre de su carga, va al jardín de las Hespérides, arranca las manzanas de oro sin ningún impedimento u obstáculo de parte de la serpiente de cien cabezas, con la ayuda entusiasta de las tres hermosas doncellas, y lleva las manzanas a Hércules, que ahora también permanece libre, a pesar de todos los obstáculos e impedimentos, desviaciones debidas al espejismo y la ilusión.
A pesar de los fracasos y la extensión de tiempo que a él le ha tomado para llegar a la sabiduría, Hércules obtiene las manzanas de oro. Reparar en que el opuesto, o el signo consumado, de Géminis, es el de Sagitario, el Arquero, que da en el blanco y se dirige sin impedimentos hacia la meta: ¡No hay desviaciones ni fracaso! Sólo hay un constante ir hacia adelante.
* También conocida en la mitología como el gigante Anteo, el hijo de Poseidón, dios de las aguas, y Gea, la Tierra. De ahí que, cuando estaba en contacto con la Tierra, su madre, él era invencible.