Personaje que porta la cabeza de un carnero (representación de Amón)
Una vez en el puerto de salvación, el hombre –según las creencias del tratado VII- debe buscar un guía que le muestre el camino hacia las puertas del conocimiento. Al término de ese viaje de iniciación el hombre podrá contemplar el lugar donde la luz radiante, inmaculada de tinieblas, resplandece.
En esta parte del texto podemos tomar clara conciencia de que el Hermetismo, realmente, no era una mera discusión propia de una filosofía teórica, sino que buscaba que el hombre iniciase una experiencia religiosa que debía culminar en el recogimiento místico, fundiendo nuestra alma con la iluminación divina. La finalidad de la iniciación hermética no podía ser otra sino la integración del hombre con la Luz.
Con el ánimo de introducirnos en lo que podría representar la iniciación para los antiguos egipcios, fundamento luego del Hermetismo, pensamos que puede resultar de especial utilidad profundizar en las creencias que el filósofo sirio Jámblico, que vivió entre los siglos III y IV d.C., nos dejó escritas en su libro de respuesta a un escrito previo que Porfirio había dirigido a un escriba egipcio, Anebo, en el que expresaba diversas cuestiones relacionadas con la religión.
En el libro X de "Sobre los misterios egipcios", Jámblico nos ha transmitido noticias muy interesantes que nos hablan de las creencias espirituales egipcias, afirmando que solamente gracias a la mántica divina puede el hombre unirse a Dios. A través de ella, el hombre puede hacerse partícipe de la vida divina, es decir, se hace, en verdad, divino, participando de la presciencia e intelecciones divinas.
El hombre, concebido como Dios por los iniciados egipcios, según Jámblico, está ligado sin embargo a los vínculos de la necesidad y de la fatalidad, debido a su cuerpo material. Solo a través de la iniciación podrá el hombre liberarse y evadirse de esos vínculos. A través de la iniciación el hombre llega al conocimiento de lo sagrado, siguiendo lo que Jámblico denomina el camino de la felicidad.
Jámblico sostiene que la iniciación se lleva a cabo en etapas sucesivas. En la primera, el hombre debe buscar la pureza de su alma, más perfecta que la pureza de su cuerpo; en la segunda, el hombre debe preparar su mente para contemplar el sumo bien; en la tercera, el hombre se unirá a Dios. El fin de la iniciación egipcia no sería otro sino conseguir que el alma se instale de nuevo en la completa divinidad creadora. En palabras de Jámblico: "Ese es el fin de la ascensión hierática entre los egipcios". Gracias a la iniciación, los egipcios habrían sabido dominar la naturaleza falaz y demónica y elevarse a la inteligible y divina. No parece que puedan existir grandes diferencias entre esa iniciación egipcia, descrita por el filósofo Jámblico, y la posterior iniciación hermética.
El capítulo 135 del "Libro de los Muertos" egipcio contiene un conjuro que, curiosamente, no se dirige a los muertos, sino a los vivos, a los que ofrece la posibilidad, si lo conocen, de ser convertidos en vida en dioses. Esto nos demuestra que para los egipcios no resultaba extraña la idea de que, sin tener que morir físicamente, el iniciado pudiera ser transformado o asimilado en dios. Dice citado capítulo: "Quien conozca esta fórmula se convertirá en un bienaventurado perfecto en el Más Allá y no morirá otra vez en el mundo de ultratumba, (sino que) comerá junto a Osiris. El que la conozca en la tierra será como Thot; será adorado por los vivos y no caerá ante el ataque del rey (ni) bajo el fuego de Bastet, (sino que) alcanzará una larga y hermosa vejez"
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