sábado, 13 de febrero de 2010

HERMES TRIMEGISTO


El pretender escribir sobre HERMES es de por sí un atrevimiento. Un personaje que ha simbolizado con su nombre lo más secreto, lo conocido sólo por iniciados, lo hermético, ¿puede descubrírsele?.


La primera cuestión a plantear es si existió realmente. En muchos escritos se le ha dado naturaleza divina, el dios HERMES-TOTH. Luego veremos que no es una paradoja que existiera y fuera considerado dios. Pero antes es necesario situarse en el marco adecuado para comprender esta figura mítica. Para los egipcios ocupaba un lugar semejante al de RAMA para la civilización aria.

Si existió, ¿cuándo?. La tradición nos lo ha presentado como el creador del cuerpo sacerdotal de iniciados de Egipto. Es sabido que este país fue en cierto modo gobernado siempre por una oligarquía de sacerdotes que retenían en secreto sus conocimientos teológicos, cosmogónicos y físicos, mientras que el Faraón venía a ser su representante. Éste es quizá el carácter fundamental que distingue el mundo de Egipto del de la civilización mesopotámica. En ésta, toda la organización social, a través de los tiempos de Summer, Acad, asirio y persa, se basaba en la autoridad absoluta del Rey, con una clase sacerdotal subyugada. De ahí sus colapsos periódicos hasta su destrucción definitiva por ALEJANDRO MAGNO. Sin embargo, Egipto mantiene durante milenios la misma civilización, de una altura espiritual extraordinaria, aunque siempre reservada a un cuerpo minoritario de iniciados. Incluso tras su conquista por los Hicsos en el 2200 a. C., supieron conservar su ciencia secreta, matriz de su cultura, hasta que AMOS, nacido de sus templos, consiguió expulsar a los invasores 900 años después. En conjunto, Egipto produce una enorme sensación de estabilidad, de eternidad, transmisora de conocimientos inmemoriales. De los que se fecundó el pensamiento de gigantes como 0RFEO [1] , MOISÉS, PITÁGORAS O PLATÓN.

La antigüedad de la formación de la doctrina sacerdotal egipcia es enorme. Sus iniciadores fueron los que construyeron la Esfinge de Giseh. En una inscripción referida a la IV dinastía faraónica hay una referencia a la misma en la que se cuenta que su construcción se perdía en la antigüedad. Por entonces la Esfinge fue encontrada enterrada en la arena. Si consideramos que la IV dinastía está fechada alrededor de 4000 a.a.C., ya se podrá juzgar sobre el momento de su construcción. Por aquel entonces las olas del mar batían cerca de su base y todavía no se había formado el Delta del Nilo.

Pero hay otro aspecto a considerar respecto a la Esfinge. Ésta está formada por una cabeza de hombre que corona un cuerpo de toro, provisto de garras de león, y a sus lados dos alas de águila. Es decir, los cuatro animales reyes de la creación, los mismos que vemos en la visión de EZEQUIEL, los que simbolizan los cuatro Evangelistas. La Esfinge era, pues, un símbolo perfecto de la Cuaternidad, de la unión de los cuatro elementos que forman el mundo, aire, fuego, agua y tierra. En suma, un símbolo de todo el Universo, de Dios con lo creado. Su construcción supone, por consiguiente, que ya estaba en su madurez una elevadísima concepción del mundo y del hombre, que necesariamente tuvo que llevar muchos siglos en su elaboración, probablemente mucho más allá del 5º milenio.

La figura de HERMES está, pues, referida a esas remotas épocas. Es lógico que se ponga en duda su existencia. Pero una teología cosmogónica tan depurada como la desarrollada por los sacerdotes egipcios es casi inconcebible que naciera espontáneamente sin la presencia de un gran místico-visionario del mismo nivel que RAMA, KRISNA O BUDA. Así que, probablemente, existió. Lo apoya una persistente tradición mantenida durante milenios por los egipcios, por la tradición griega que nunca dudó de su existencia, y por la recogida por todos los alquímicos que en el mundo han sido, que lo consideran su precursor.

El nombre de HERMES se ha ampliado en su significación con el tiempo, viniendo a simbolizar una doble trinidad:

Por un lado sería el iniciador, el maestro, el visionario de las realidades supremas. También con su nombre se designa a la casta sacerdotal, su heredera, la depositaria de la Verdad. Y finalmente representa a un dios, a MERCURIO, el situado en la esfera celeste de los iniciadores, cumpliéndose la correspondencia entre el mundo divino y el hombre. La tradición lo ha identificado con el dios Thoth, algo que no debe extrañarnos. Para los sacerdotes egipcios, los dioses eran hombres inmortales, y los hombres dioses mortales. En el Libro de los Muertos egipcio se habla de Toth como intermediario entre las almas de los muertos y Osiris. Así se lee en el Capítulo LXXVIII: “Tendrá cuidado de él el dios Thoth, a su llegada, así como en sus desplazamientos posteriores, y esto, regularmente, todos los días, real y eternamente, llegará el difunto a ser Espíritu Santificado en toda su perfección”. Y en el Capítulo XCII: “Es Toth quien me ha revelado los Misterios de la Noche que Ra guarda celosamente. Y también otras cosas que vosotros sabéis...”

Por otro lado, los griegos seguidores de sus doctrinas le llamaban HERMES TRIMEGISTO pues fue a un tiempo rey, legislador y sacerdote. Lo que nos dice que hubo un tiempo en que los tres poderes estaban unificados en una misma casta social. Una época que vino en llamarse el Reino de los dioses.

Los libros herméticos

Lo que hoy entendemos por hermetismo, y que consiste en un conjunto de ideas, creencias y prácticas, fue redactado en una serie de textos entre el siglo III a. C y el III d. de Cristo, fundamentalmente en las escuelas de Alejandría. Dentro de este conjunto de escritos hay que separar los que pueden considerarse hermetismo popular y que se refieren a la astrología, la magia, la alquimia y las ciencias ocultas. Aparte hay que poner a los considerados de más altos conocimientos, de saber más erudito y que constituyen el Corpus hermeticum [2] . Se aprecia en todos estos libros un fuerte sincretismo, en el que se amalgaman ideas preferentemente egipcias con las judías, con las del platonismo tardío y el de las escuelas gnósticas. Por tanto, es difícil discernir qué puede atribuirse a las tradiciones más antiguas.

Se puede leer en ellos una visión de la deidad que resultará sorprendentemente actual: “Dice Hermes a su discípulo Asclepius: Ninguno de nuestros pensamientos puede concebir a Dios, ni lengua alguna puede definirle. Lo que es incorpóreo, invisible, sin forma, no puede ser percibido por nuestros sentidos; lo que es eterno, no puede ser medido por la corta regla del tiempo: Dios es, pues, inefable. Dios puede, en verdad, comunicar a algunos elegidos la facultad de elevarse sobre las cosas naturales para percibir alguna radiación de su perfección suprema; pero esos elegidos no encuentran palabra para traducir en lenguaje vulgar la Visión inmaterial que les ha hecho estremecer. Ellos pueden explicar a la Humanidad las causas secundarias de las creaciones que pasan bajo sus ojos como imágenes de la vida universal, pero la causa primera queda velada y no llegaríamos a comprenderla más que atravesando la muerte”. Quien haya leído a nuestros místicos, Santa Teresa y S. Juan de la Cruz, podrá apreciar la similitud del lenguaje y esa misma imposibilidad de expresar con palabras lo vivido en sus éxtasis. “Hermes vio el conjunto de las cosas, y habiendo visto, comprendió, y habiendo comprendido, tenía el poder de manifestar y revelar. Lo que pensó lo escribió; lo que escribió lo ocultó en gran parte, callándose con prudencia y hablando a la vez, a fin de que toda la duración del mundo por venir buscase esas cosas. Y así, habiendo ordenado a los dioses sus hermanos que le sirvieran de cortejo, subió a las estrellas” [3] .

La religión egipcia tenía dos niveles. El popular era politeísta, mientras que la teología sabia, esotérica, como ya explicaba M. MASPERO, enciclopedista, [4] era monoteísta desde los tiempos del Imperio Antiguo. La unidad del ser divino está expuesta con energía en los textos referidos a aquel tiempo. Dios es el Uno único, el que existe por esencia, el solo que vive en substancia, el solo generador en el cielo y en la tierra que no ha sido engendrado. A la vez Padre, Madre e Hijo. Y estas tres personas, lejos de dividir la unidad de la naturaleza divina, concurren a su infinita perfección. Sus atributos son: la inmensidad, la eternidad, la independencia, la voluntad todopoderosa, la bondad sin límites. El panteísmo que subyace en la teología egipcia se expresa en las palabras de los viejos textos: “Él crea sus propios miembros que son los dioses”. Cada uno de esos dioses, confundidos como idénticos al Dios Uno, puede formar un nuevo tipo de donde emanan a su vez, y por el mismo procedimiento, otros seres inferiores. El Mundo sería una degradación sucesiva desde Dios, pero aún en el ser más inferior habría en él un resto de divinidad.

El Mundo, incluido el divino, estaría formado por una serie de esferas concéntricas, siete en concreto, regidas cada una de ellas por un planeta, cada una poblada por criaturas con un grado de perfección sucesiva. Eran los siete cielos. Es una imagen recogida por los siete pisos de los zigurats (templos-observatorios astronómicos) mesopotámicos, y también literariamente en la Divina Comedia de DANTE. Tiene asimismo una traducción psicológica al expresar los distintos grados de perfección personal. Cuando SANTA TERESA escribe sus Moradas como niveles de perfección del alma, está ascendiendo con ellas por los distintos cielos. E igual expresan el grado de éxtasis místico, de profundización interior, de integración personal. Experiencia semejante también la que refieren los chamanes siberianos cuando en sus éxtasis subían a los cielos o descendían a los infiernos.

Cuando la invasión extranjera de Egipto, mientras los hicsos reinaban en Memfis, en Tebas se mantuvo el núcleo duro de la resistencia sacerdotal. Por entonces extendieron la leyenda de Isis y Osiris, con manifestaciones litúrgicas grandiosas, mientras por otro lado desarrollaban los pequeños y grandes Misterios, caminos de iniciación para sólo unos pocos, escogidos tras durísimas pruebas y que mantendrían los secretos más exclusivos bajo juramento y pena de muerte si eran revelados. Guardarán así el crisol del alma de Egipto, que volvió a salvarle.

Contienen las enseñanzas una elevada concepción del hombre, atendiendo sus más elevadas necesidades intelectuales y morales, escuela de conductores de pueblos. MOISÉS no habría podido desarrollar su obra de no haber sido sacerdote egipcio. El placer, la felicidad, la ciencia, la inteligencia eran uno en su desarrollo, siempre siguiendo la tradición hermética. El desarrollo personal sólo se entendía si era global: “Para alcanzar la maestría el hombre tiene necesidad de una refundición total de su ser físico, moral e intelectual. Más esa refundición sólo es posible por el ejercicio simultáneo de la voluntad, de la intuición y del razonamiento. Por su completa concordancia, el hombre puede desarrollar sus facultades hasta límites incalculables. El alma tiene sentidos dormidos: la iniciación los despierta. Por medio de un estudio profundo, una aplicación constante, el hombre puede ponerse en relación consciente con las fuerzas ocultas del Universo. Por un esfuerzo prodigioso puede alcanzar la perfección espiritual directa, abrirse las vías del más allá, y hacerse capaz de dirigirse a ellas. Entonces, solamente, puede decir que ha vencido al destino y conquistado su libertad divina. Entonces, sólo el iniciado puede llegar a ser iniciador, profeta y teurgo, es decir: vidente y creador de almas. Porque sólo el que se domina a sí mismo puede dirigir a los otros; sólo es libre el que puede liberarse” [5] . Es la evolución psicológica que estudia el psicoanálisis moderno, retomando el camino abandonado por muchos años para llegar a la integración personal que en nuestros días JUNG ha llamado el sí-mismo.

El ser humano, como la Divinidad, también era considerado trino: con su cuerpo, su alma como el punto intermedio con su parte superior, el espíritu. Originado éste en otros mundos, otras esferas celestes de las que descendió. La humanización de los espíritus era una dura prueba, una caída al abismo de la Tierra para más tarde remontar a la patria de la que procedían. Las lluvias de estrellas, visibles en las claras noches de Agosto, que después se llamarían las lágrimas de Dionisos (el Verbo divino griego) y ahora lágrimas de S. Lorenzo, eran las almas que viajaban de unos cielos a otros, brillantes por la luz de su pureza.

Sin embargo, en los textos del Corpus hermeticum debieron mezclarse ideologías extrañas que enmascararon el mensaje original. Así, en 1914 BOUSSET hizo observar que el Corpus contenía dos teologías opuestas, irreconciliables. Hay una doctrina, la señalada anteriormente, de carácter monoteísta y panteísta. En ella el mundo es bueno y bello porque está transido de Dios. A través de ese mundo, al contemplar su belleza, se llega a Dios, que es Uno y también Todo, es creador y se le llama Padre. Con el cosmos y Dios, el hombre completa una nueva tríada. Él debe “admirar y adorar las cosas celestes, cuidar y gobernar las terrenas”. El mundo “es un viviente inmortal” [6] ; el hombre es “el ser viviente mortal, ornato del ser viviente inmortal” [7] .

A esta doctrina se ha unido otra venida del Este, de Persia. El mundo sería malo. “No es obra de Dios, en todo caso del primer Dios, pues éste está infinitamente por encima de toda materia, está oculto en el misterio de su ser y no es posible llegar a Dios sino huyendo del mundo. Hay que comportarse aquí abajo como un extranjero” [8] . Apenas hace falta recordar cuantos seguidores ha tenido esta doctrina entre el Cristianismo de otros tiempos. El mundo, en el que el mal se asienta, habría sido creado por un dios inferior, el demiurgo. Pero no voy a extenderme más en esta doctrina por ser totalmente ajena a la concepción original de HERMES.

La visión de HERMES

Este relato se encuentra al inicio de los libros alejandrinos sobre HERMES con el nombre de Poinmandres. Constituye un fragmento capital sobre el pensamiento esotérico:

HERMES entró en éxtasis y, mientras una torpeza invadía su cuerpo, su espíritu quedaba extrañamente libre y ascendía por los espacios. Se le apareció entonces un ser inmenso, sin forma, al que interpeló: -¿Quién eres?. -Soy Osiris, la inteligencia soberana y puedo revelarte todas las cosas. ¿Qué deseas?. -¡Oh, divino Osiris! Deseo contemplar la fuente de los seres y conocer a Dios. -Quedarás satisfecho.

Osiris, según la enseñanza sacerdotal, era el esposo de Isis. Ambos eran manifestaciones, personas divinas integrantes del Dios UNO; el primero era la inteligencia creativa, la segunda la sustancia de la que procederían todas las cosas, el Alma del Mundo.

A la petición de HERMES, una visión se le apareció, en la que se imbricaban todos los seres. Tras ella se vio sumergido en un abismo del que surgían vapores húmedos, abismo oscuro en el que se oía una voz lejana. Era el grito de la luz. De la luz divina sumergida en la profundidad de todas las cosas. Entonces un rayo resplandeciente surgió del abismo y arrastró a HERMES hasta el mundo astral, y en ese momento la voz de la luz llenaba el infinito. En el mundo inferior la luz está encerrada, prisionera, en la materia y sólo alcanza su plenitud en los cielos.

Ante la incomprensión de HERMES, Osiris se lo explica: -Acabas de ver lo que es desde toda la eternidad. La luz que has visto al principio es la inteligencia divina que contienen todas las cosas en potencia, y encierra los modelos de todas los seres. Las tinieblas en que has sido sumergido enseguida son el mundo material en que viven los hombres de la tierra; el fuego que has visto brotar de las profundidades es el Verbo divino. Dios es el Padre, el Verbo es el Hijo, su unión es la vida. Vemos aquí surgir la doctrina del Verbo divino, esa persona o potencia del Dios Uno que baja a dar luz a la materia y hacer surgir la vida.

Consternado, exclama HERMES: -¿Qué sentido maravilloso se ha abierto en mí?. No veo con los ojos del cuerpo sino con los del espíritu. ¿Cómo puede ser?. - Hijo de la Tierra, es porque el Verbo está en tí. Lo que en tí obra, oye y ve es el Verbo mismo, fuego sagrado, palabra creadora. Con estas palabras Osiris le indica que hay un medio intuitivo, místico, de contemplar lo que era algo desconocido, que en nuestro interior está Dios aguardando. Concepción que compartiría cualquier místico cristiano.

- Si es así, dijo HERMES, hazme ver la vida de los hombres, el camino de las almas, de dónde viene el hombre y adonde vuelve. - Hágase según tu deseo. HERMES se vio lanzado a través de los espacios, terminando en la cumbre de una montaña. - Levanta los ojos y mira - ordenó Osiris -. La maravilla se extendió frente a sus ojos. Vio los siete cielos como siete globos concéntricos y transparentes, mientras él ocupaba en centro sideral.

- Mira, escucha y comprende. Tú ves las siete esferas de toda vida. A su través tiene lugar la caída de las almas y su ascensión. Los siete planetas con sus Genios son los siete rayos del Verbo Luz. Cada uno de ellos domina en una esfera del Espíritu, en una fase de la vida de las almas. El más aproximado está coronado por una hoz de plata. Éste preside a los nacimientos y las muertes. Él desagrega las almas de los cuerpos y los atrae en su rayo. Sobre él, el pálido Mercurio muestra el camino a las almas descendentes o ascendentes, con su caduceo que contiene la ciencia. Más arriba, el brillante Venus sostiene el espejo del Amor, donde las almas por turno se olvidan y se reconocen. Sobre éste, el Genio del Sol eleva la antorcha triunfal de la eterna Belleza. Más arriba aún, Marte blande la espada de la justicia. Reinando sobre la esfera azulada, Júpiter sostiene el cetro del poder supremo, que es la inteligencia divina. En los límites del mundo, bajo los signos del Zodíaco, Saturno lleva el globo de la Sabiduría universal.

Los siete planetas (incluido entre ellos el Sol) constituían el patrón de la estructura del mundo. Por ello había siete cielos, a los que correspondían siete estadios infernales. Y los siete días de la Creación, y los siete días de la semana que la rememoran. Y las siete notas musicales que llevan consigo la armonía del Universo.

- ¿En qué forma, ¡oh, maestro mío!, tiene lugar el viaje de los hombres a través de todos esos mundos? -¿Ves -dijo Osiris - una simiente luminosa caer de las regiones de la vía láctea en la séptima esfera? Son gérmenes de almas. Ellas viven como vapores ligeros en la región de Saturno, dichosas, sin preocupación, ignorantes de su felicidad. Pero al caer de esfera en esfera revisten envolturas cada vez más pesadas. En cada encarnación adquieren un nuevo sentido corporal, conforme el medio en que habitan. Su energía vital aumenta; pero a medida que entran en cuerpos más espesos, pierden el recuerdo de su origen celeste. Así tiene lugar la caída de las almas procedentes del divino Éter. Más y más prisioneras de la materia, más y más embriagadas por la vida, se precipitan como lluvia de fuego, con estremecimientos de voluptuosidad, a través de las regiones del Dolor, del Amor y de la Muerte, hasta su prisión terrestre, donde tú gimes retenido por el cetro ígneo de la tierra y donde la vida divina parece un vano sueño.

-¿Pueden morir las almas? - preguntó HERMES. -Sí -respondió Osiris -. Muchas perecen en el descenso fatal. El alma es hija del cielo y su viaje es una prueba. Si en su amor desenfrenado de la materia pierde el recuerdo de su origen, la brasa divina que en ella estaba y que hubiera podido llegar a ser más brillante que una estrella, vuelve a la región etérea, átomo sin vida, y el alma se desagrega en el torbellino de los elementos groseros.

Aquí indica la noción del alma como un intermedio, punto de unión entre el espíritu de origen divino y la materia. Es la visión tripartita del hombre. Éste sólo se salvaría si su alma no pierde su compañero espiritual al olvidarlo. El descenso a la Vida es una prueba para la salida de la felicidad inconsciente de las almas situadas en los cielos. Las que vuelven a subir recuperan una felicidad ahora consciente y, por tanto, superior, conocedoras de la oscuridad y los sufrimientos. Otras no vuelven…

Entonces se ocultaron las esferas y HERMES sufrió un estremecimiento. Aparecieron entonces espectros lanzando gritos y blasfemias, desgarrados por fantasmas de monstruos. -Tal es - siguió Osiris - el destino de las almas irremediablemente bajas y malvadas. Su tortura sólo termina con su destrucción, que es la pérdida de su conciencia. Pero mira: los vapores se disipan, las siete esferas reaparecen bajo el firmamento. Mira de este lado. ¿Ves aquel enjambre de almas que tratan de remontarse a la región lunar? Las unas son rechazadas hacia la tierra, como torbellinos de pájaros bajo los golpes de la tempestad. Las otras alcanzan a grandes aletazos la esfera superior, que las arrastra en su rotación. Una vez llegadas allá, recobran la visión de las cosas divinas. Pero esta vez no se contentan con reflejarlas en el ensueño de una felicidad impotente. Ellas se impregnan de aquellas cosas con la lucidez de la conciencia iluminada por el dolor, con la energía de la voluntad adquirida en la lucha. Ellas se vuelven luminosas, porque poseen lo divino en sí mismas y lo irradian en sus actos. Templa, pues, tu alma, ¡oh, Hermes!, y serena tu espíritu oscurecido, contemplando esos vuelos lejanos de almas que remontan las siete esferas y allí se esparcen como haces de chispas. Porque tú también puedes seguirlas: basta quererlo para elevarse. Mira como ellas se enjambran y describen coros divinos. Cada una se coloca bajo su genio preferido. Las más bellas viven en la región solar, las más poderosas se elevan hasta Saturno. Algunas se remontan hasta el Padre: entre las potencias, potencias ellas mismas. Porque allí donde todo acaba, todo comienza eternamente, y las siete esferas dicen juntas: “¡Sabiduría, Amor, Justicia, Belleza, Esplendor, Ciencia, Inmortalidad!”.

Aquí terminaba el relato de la Visión de HERMES y el hierofante egipcio explicaba al iniciado que la doctrina del Verbo Luz expresaba el equilibrio perfecto de la divinidad. Trinidad en la Unidad. Osiris, Isis y Horus, Inteligencia, Sustancia y Fuego o fuerza. Contemplada así, la Trinidad estaría en su estado estático, mientras que el mundo, el compuesto por todas las esferas, representa el estado evolutivo, dinámico, de la divinidad, la Vida como manifestación de Dios. Aparece aquí claro el carácter panteísta de la doctrina, el que fue seguido por todas las escuelas gnósticas, y el que choca frontalmente con la concepción del Cristianismo, que separa claramente como distintos a Dios y al mundo. Las esferas representan como he indicado antes los distintos grados de perfección representados por cada planeta, o por un genio o un dios cósmico, tanto da. Y cada uno igual puede suponer una legión de seres astrales. El mismo sentido tienen los siete Genios de Hermes que los siete Amshapands de la religión persa de Zoroastro, que los siete Devas de la India, los mismos Ángeles de Caldea, los Sephiroths [9] de la Cábala judía y los siete Arcángeles de la Apocalipsis.

Para los sacerdotes egipcios, la realidad era una apariencia y el iniciado era un resucitado en vida. Entendida aquí la resurrección como transformación de la personalidad. Durante el curso de su aprendizaje, el novicio simulaba su muerte permaneciendo en una cámara sepulcral durante toda una noche [10] . Luego simulaba su resurrección. Es una idea muy semejante a la que mucho más tarde expuso S. PABLO cuando hablaba de que tenía que morir el hombre viejo para que renaciera el nuevo, iluminado por la revelación de Dios.

También decía la doctrina hermética que “lo externo es como lo interno de las cosas, lo pequeño es como lo grande: sólo hay una ley y el que trabaja es Uno. Nada hay pequeño ni grande en la economía divina”. Y repetía: “los hombres son dioses mortales; y los dioses son hombres inmortales”.

Las últimas revelaciones se daban al que terminaba la iniciación en un marco incomparable que influía también en su espíritu: sobre el templo de Tebas en la calma de la noche, con las enormes construcciones a sus pies, a la vista el lago plateado por la luna, a lo lejos las pirámides; la sierpe del Nilo siempre presente. “Una sola alma, la grande alma del Todo, ha engendrado, al repartirse, todas las almas que se agitan en el Universo”. Y el iniciado, ya sacerdote, pensaba “he alcanzado el punto de la Verdad y de la Justificación; yo resucito como un dios vivo e irradio en el coro de los dioses que habitan en el cielo, porque soy de su raza”.

En las estatuas de Isis había una inscripción que decía: “Ningún mortal ha levantado mi velo”. O, lo que es lo mismo, había que resucitar y ser dios para comprender el misterio. El ya iniciado había presentido la existencia de un doble, de un espíritu celestial que le esperaba [11] . De estas ideas posiblemente deriva la creencia popular cristiana de los Ángeles de la Guarda. “El alma es una luz velada. Cuando se la abandona, se obscurece y apaga; pero cuando se vierte sobre ella el óleo santo del amor, se enciende como una lámpara inmortal”


[1] La existencia de Orfeo no esta confirmada, pero es muy probable que fuera el inspirador de los cultos mistéricos griegos, principalmente los relacionados con Apolo en Delfos.

[2] Se cuenta con una traducción latina llamada Asclepius, de las copias de un Discurso perfecto y de unos cuantos extractos recogidos en la obra Anthologium de STOBEO (año 500).

[3] Tomado de EDOUARD SCHURÉ, Los grandes iniciados.

[4] M. MASPERO. Histoire ancienne des peuples de lÓrient. BLASCO IBÁÑEZ hizo a principios de siglo una traducción al castellano.

[5] Cita tomada del libro de SCURÉ arriba citado.

[6] Corpus hermeticum VIII,1.

[7] Corpus hermeticum, IV,2

[8] A.J.FESTUGIÈRE, Hermetisme et mystique païenne, 37.

[9] En las doctrinas de los gnósticos, los tres primeros sephirots representaban al ternario divino, los cuatro restantes la evolución del universo.

[10] Ese parece ser el fin de la cámara sepulcral de la Esfinge de Gizeh, como práctica de purificación.

[11] Para los egipcios el hombre no tiene conocimiento en esta vida mas que de una alma animal y racional: hati y bai. Lo superior de su ser está en él de manera inconsciente, y sólo se manifiesta en la otra vida tras la muerte.

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